Es
en el s. IV cuando el fenómeno monástico del anacoretismo y del cenobitismo
fue adquiriendo formas cada vez más institucionalizadas, convirtiéndose en una
de las estructuras fundamentales de la comunidad cristiana. Cronológicamente,
la experiencia anacorética de aislamiento (pensemos en san Antonio) precedió a
la cenobítica (koinos bios - - vida común). Pero esta última logró imponerse
como consecuencia del hecho de que a un anacoreta célebre se fueron asociando
varios discípulos, deseosos de compartir su vida. Teniendo en cuenta los
peligros inherentes a la vida solitaria y las ventajas que se derivan de una
vida asociada, Pacomio (por el 292-347), después de una experiencia personal de
vida eremítica, dio forma al cenobitismo, asentado en la convivencia, en la
disposición a compartir los bienes, en la oración en común, en la observancia
de la misma regla, en el trabajo manual y en la obediencia absoluta al abad.
Fundó
entonces su primera comunidad en Tabennisi, en el alto Egipto, el año 323.
En
poco más de veinte años las fundaciones pacomianas, dirigidas por una Regla de
194 artículos, comprendían 9 conventos de varones y 2 de mujeres. La
experiencia innovadora de Pacomio, aunque animada de moderación y prudencia, no
se veía libre de los peligros inherentes a unas comunidades numéricamente cada
vez más elevadas.
Fue
Basilio (por el 330-379) el que, basándose en las experiencias monásticas
precedentes, aportó varias correcciones a las formas cenobíticas ya en acto.
Impuso la convivencia comunitaria según un tipo de relaciones amistosas,
convencido de que sólo la vida cenobítica garantizaba el ejercicio de la
caridad.
«...La
cohabitación de varios hermanos reunidos -declarará en las Regulae fusius
tractatae VII, pár. 4- constituve un campo de pruebas, un hermoso camino de
progreso, un continuo ejercicio, una meditación ininterrumpida de los preceptos
del Señor. Y la finalidad de esta vida común es la gloria de Dios... Este género
de vida en común está en conformidad con la que llevaban los santos que nos
recuerdan los Hechos de los Apóstoles: «los fieles se mantenían unidos y lo
tenían todo en común».
En
conformidad con este planteamiento, Basilio limitó el número de los monjes que
vivían juntos y situó los monasterios dentro del entramado social y eclesial,
organizando en ellos escuelas, hospitales, orfanatos. También planificó el
compromiso de trabajo manual, garantizando más espacio para la oración y el
estudio.
Las
experiencias cenobíticas orientales encontraron en los ss. IV-Y una rápida y
amplia difusión en Occidente. Fue Jeronimo (por el 347-419) el que propagó
esta forma de ascetismo, Pero no hay que ignorar las aportaciones originales que
ofreció san Martín de Tours, que, aun siendo obispo (3701371), mantuvo su vida
en común con sus discípulos, Una situación análoga se observa en el obispo
Eusebio de Vercelli (por el 370), fundador de un cenobio para clérigos. Se
afirma así una forma de cenobio episcopal que, privilegiando la vida en común
del clero, se anticipa al nacimiento de los canónigos regulares, En África,
Agustín promovió un monasterio episcopal (395), basado en una Regla que él
compuso expresamente (Carta 2JJJ.
Alrededor
del año 400 Honorato fundó el célebre monasterio de Lérins y Juan Casiano
(por el 360-430), que con sus obras puso en contacto a Occidente con el
cenobitismo oriental, dio vida en Marsella a dos monasterios.
La
afirmación diversificada de estas formas cenobíticas en Occidente encontró
una síntesis original en la Regla de san Benito (t por el 547), que, asimilando
el pensamiento de Pacomio y la experiencia de Basilio, se impuso sobre las otras
formas de vida religiosa asociada gracias a la determinación exacta de las
diversas funciones, la sólida organización interior y la inserción en la
1glesia local.
L.
Padovese
Bibl.:
M. G, Bianco, Cenobio, cenobita, en DPAC, 1, 406-407" G. M, Columbás, El
,monacato primitivo, 2 vols" BAC, Madrid 1974-1975; C. J Peiffer,
Espiritualidad monástica, Monte Casino, Zamora 1976,
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