1)
Filosóficamente lo c. es aquello que no existe en virtud de su propia esencia,
aquello respecto de cuya esencia el existir de hecho -bajo el aspecto puramente
lógico y formal- se comporta como un accidente (de accidere), que «adviene de
fuera» a la esencia. Según una mayor extensión del concepto, se denomina c.
todo lo que «puede dejar de ser». Así está en contradicción con-lo absoluto
y necesario, que no puede dejar de ser, porque existe en virtud de su propia
esencia. En sentido más estricto excluye lo imposible simplemente y designa sólo
aquello que «puede ser y no ser». En todo caso, la contingencia significa una
constitución ontológica, caracterizada por una deficiencia, por un no tener o
no ser, a saber, designa aquella modalidad de esencia que no es en sí y por sí
su propia realidad (--> ontología). Acerca de la relación de lo c. con lo
necesario vige esencialmente lo dicho, al hablar de lo absoluto, sobre la
historia de su pensamiento, sobre la dificultad para conocerlo con que tropieza
la conciencia actual y sobre ensayos más ligados a la experiencia para lograr
entenderlo.
El
uso del concepto de c. lleva consigo un nuevo factor problemático. Parece que,
normalmente, no se da al hombre, en sentido
estricto, un conocimiento inmediato, temático y objetivo de su propia c.,
porque esto significaría sin duda una experiencia temática del fundamento
absoluto de su existencia. Entonces, ¿en qué puede conocerse lo c.? ¿En que
ha sido causado por otro? En tal caso, el concepto serÍa inutilizable para la
metafísica (para conocer a través de él lo necesario como causa de lo c.).
¿En que lo c. comienza a existir o deja de existir? En tal caso, es imposible
demostrar filosóficamente la contingencia del mundo en su totalidad (de hecho,
la filosofía griega que argumenta por el nacer y perecer de las cosas del
cosmos, no avanzó hasta la c. ni, consiguientemente, hasta el carácter creado
de la materia universal que forma el fondo o sustrato de todo, y se quedó
pegada al -->dualismo). En cambio, en la mutabilidad del hombre y del mundo
se halla un indicio universalmente aplicable de la contingencia.
2)
El hombre experimenta su variabilidad de las más diversas maneras: por el
crecimiento y la vejez, por el aprender y olvidar... Cada hombre realiza
sucesivamente posibilidades que posee, para llegar a ser más y más él mismo.
Pero esta sucesiva actuación de sí mismo es también, inevitablemente, una
actuación selectiva: la opción por una posibilidad determinada excluye
automáticamente otras, tan reales y apetecibles como la escogida. Esta ley
fundamental de la suerte humana se experimenta sin duda con fuerza máxima en la
elección de una profesión determinada, que anula otras posibilidades de
formación y creación, las cuales, por ser posibilidades humanas, eran
también, más o menos, posibilidades mías. También las situaciones límite,
en que la contingencia del hombre se impone con la más fuerte inmediatez
psíquica (la pérdida de un ser querido, la comisión de una culpa, el fracaso
profesional), están insertas en la «estructura formal» de la mutabilidad.
Como ésta ímposibilita que todas nuestras posibilidades se conviertan en
realidad sin selección ni tachaduras, o que se den y perduren, sin dispersarse
en lo sucesivo, en un «ahora» de pura y única totalidad, de colección
centrada y concentrada en sí misma, ella es indicio de que el hombre no existe
por razón de su propia esencia, en virtud de su propio poder, ya que entonces
todas sus posibilidades serían sin más
plena realidad, en una palabra, constituye un indicio de que el hombre es
contingente.
3)
Para demostrar la c. del mundo como todo, no es menester interrogarle pieza por
pieza sobre su variabilidad (así para la física actual y también, p. ej.,
para el materialismo dialéctico es evidente el constante y universal
intercambio de las partículas elementales de que consta el mundo). Nosotros
llamamos mundo a la totalidad de lo que es accesible a nuestra experiencia
directa. Ahora bien, en tal caso, partiendo ya de este concepto «operativo»
del mundo, del que tiene sin duda que arrancar todo pensamiento filosófico,
queda averiguada la variabilidad de todo cuanto es mundo en particular y en
general. Pues el objeto inmediato de nuestra experiencia variable debe estar de
acuerdo en la constitución fundamental de la variabilidad con la experiencia
que lo recoge y lo une consigo. De la variabilidad y, por ende, de la
contingencia del mundo no puede tampoco exceptuarse un último principio
cósmico, que corresponda, p. ej., a la materia de los griegos. La variación de
una cosa afecta a cada una de sus partes, aun a la que aparentemente queda más
intacta; en la medida en que algo es sujeto de una variación, queda también
modificado como sujeto de la misma.
Así
entendidos en su c., el hombre y el mundo en su totalidad son la base para
remontarse al conocimiento de lo -> necesario. Pero, tras el conocimiento
expreso así logrado de la c. del hombre y del mundo, sin duda late ya una
inmediata experiencia fundamental, no explícita, no sometida a reflexión, de
la realidad original, del polo opuesto a lo c., a saber, de lo -> absoluto,
de lo incondicionalmente infinito; esta experiencia se interpreta en el
conocimiento teórico como prueba de la existencia de Dios.
Walter
Kern
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