SUMARIO:
I. Necesidad de la formación. II.
Características de esta formación: 1. Finalidad bien definida; 2. Enriquecedora
para el catequista; 3. Impregnada de espíritu misionero; 4. Abierta al
ecumenismo, la tolerancia y el pluralismo; 5. En el contexto de la pastoral
general; 6. Pedagogía coherente con la catequesis. III. Dimensiones de la
formación: 1. Cuidar y alimentar el «ser»; 2. Formar en el «saber»; 3. Capacitar
para «saber hacer». IV. Cauces para la formación de los catequistas: 1. La
comunidad cristiana y el grupo de catequistas; 2. Los cursos breves o cursillos;
3. Escuelas de catequistas y centros superiores.
I. Necesidad de la formación
En la perspectiva de la nueva evangelización conviene tener muy presente
que «si la catequesis es una de las tareas primordiales de la Iglesia» (CT 1),
los catequistas necesitan una buena formación no sólo para ellos mismos y en
función de los catequizandos, sino también para toda la Iglesia, porque la
auténtica evangelización depende, en buena medida, de la calidad de la
catequesis; y no es posible una buena catequesis sin catequistas bien
preparados.
Aplicado todo esto a la catequesis de iniciación cristiana, los obispos
españoles exigen al catequista, entre otras cosas, que esté «dotado de una fe
profunda, de una clara identidad cristiana y eclesial y de una honda
sensibilidad social. Ha de destacar por su madurez humana, cristiana y
apostólica, así como por su formación y capacitación catequética, como
corresponde al cometido que ha de desempeñar...» (IC 44).
Por eso la preparación de los catequistas es una tarea fundamental dentro de la
Iglesia y, como afirma el
Directorio general para la catequesis,
«la pastoral catequética diocesana debe dar absoluta prioridad a la formación
de los catequistas laicos. Junto a ello, y como elemento realmente decisivo,
se deberá cuidar al máximo la formación catequética de los presbíteros... y se
recomienda encarecidamente a los obispos que esta formación sea exquisitamente
cuidada» (DGC 234).
II. Características de esta formación
En los umbrales del
siglo XXI y en una situación de secularización y de increencia, al abordar la
formación de los catequistas, es conveniente que nos fijemos en algunas
características básicas de esta formación:
1. FINALIDAD BIEN DEFINIDA. La primera característica consiste en tener bien
clara su finalidad: tratar «de capacitar a los catequistas para transmitir el
evangelio a los que desean seguir a Jesucristo... para que puedan animar
eficazmente un itinerario catequético en el que, mediante las necesarias etapas:
anuncie a Jesucristo; dé a conocer su vida, enmarcándola en el conjunto de la
historia de la salvación; explique su misterio de Hijo
de Dios, hecho hombre por nosotros, y ayude,
finalmente, al catecúmeno o al catequizando a identificarse con Jesucristo en
los sacramentos de iniciación» (DGC 235). En la formación hay que preparar
también a los catequistas para contribuir a fortalecer la Iglesia,
revisada y renovada en el Vaticano II, como pueblo de Dios, con una fuerte
dimensión comunitaria, social y ecuménica, en la que el Espíritu hace posible la
actualización y santidad de sus miembros. Una Iglesia abierta, dispuesta al
diálogo, misionera, discreta y humilde, que se visibiliza en comunidades
concretas, que ayuda a vivir y a sentir la gran comunidad eclesial y que
practica el principio de inculturación en la comunicación de la fe.
2. ENRIQUECEDORA PARA EL CATEQUISTA. Esta formación va dirigida a personas
concretas, que han de ser tenidas en cuenta en su totalidad y no sólo en función
de la misión que realizan. Por ello, como primer paso, habrá que considerar
ciertos aspectos referentes al catequista como persona creyente:
a) Tender a la transformación de la persona. La persona del catequista no
tiene que ser contemplada como sujeto de información, sino de transformación.
«La formación le ha de ayudar a madurar, ante todo, como persona, como
creyente y como apóstol» (DGC 238). Entre los medios adecuados para esta
transformación, destaca la importancia de la narración de la historia
personal en la formación de los catequistas, que supone valorar la
experiencia personal de cada uno y considerar que su autobiografía forma parte
integrante del programa1.
Esta primera relectura de la trayectoria de su vida humana y cristiana ayuda a
los catequistas a abrirse al cambio y a desprenderse de lo accesorio,
manteniendo lo esencial de la fe; y al mismo tiempo contribuye a poder evaluar
mejor, al final del proceso formativo, la transformación personal experimentada,
así como los nuevos descubrimientos realizados y los avances
pedagógico-metodológicos en su praxis catequética.
La estructura histórico-narrativa, que es propia de la Revelación, ofrece, por
tanto, a los catequistas la posibilidad de descubrir el sentido cristiano de su
propia historia, al contemplarla inscrita en la historia de la relación de
Dios con los hombres e interpelada por ella.
b) Procurar que los catequistas sean protagonistas de su propia formación.
El catequista no debe situarse en su proceso formativo con una actitud
pasiva, como la del recipiente que recibe y acumula saberes, técnicas y
experiencias, sino como el protagonista y responsable de su maduración personal
humana y cristiana. «El fin y la meta ideal es procurar que los catequistas se
conviertan en protagonistas de su propio aprendizaje, situando la formación bajo
el signo de la creatividad y no de una mera asimilación de pautas externas» (DGC
245).
Este protagonismo implica una participación activa que le ayude
a crecer como persona Capaz de convivir,
dialogar, tomar iniciativas y colaborar; a acoger la propuesta de Dios
realizada en Jesús, como sentido y fundamento último de su propia existencia,
y a sentirse integrado en la
comunidad eclesial2.
c) Cultivar su espiritualidad. Para que el catequista no se limite a una
transmisión mecánica de la Palabra, hay que ayudarle a crecer en la acogida del
evangelio y en la propia vocación. Por eso, «la verdadera formación alimenta,
ante todo, la espiritualidad del propio catequista, de modo que su acción
brote, en verdad, del testimonio de su vida» (DGC 239).
La espiritualidad es la forma que tiene un creyente de vivir su relación con
Dios. Por tanto, hay que capacitar al catequista para vivir en relación con
la palabra de Dios que culmina en Cristo, en el encuentro con él, y que le
lleva a la relación con Dios, al que llama Abbá (Padre); en
relación con la Iglesia en la que descubre y alimenta su vocación y
en la que vive la experiencia de comunidad; y en relación con los hombres,
sus hermanos.
El cultivo de la espiritualidad, conduce a la madurez en la fe, que
capacita al catequista para dar testimonio de la buena nueva. No olvidemos que
«el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los
que enseñan, o si escuchan a los que enseñan es porque dan testimonio» (EN 41).
d) Ayudarle a vivir encarnado en la realidad. Lo mismo que Dios asume la
historicidad de los hombres a los que se acerca, el catequista estará atento a
las situaciones históricas y personales de los grupos y de las personas. Debe
hacerse eco de todo lo que ocurre en su ambiente social.
Esto requiere un entrenamiento, una capacitación para mirar la vida, para leer
la historia y para acoger el dolor y el gozo, la paz y la lucha, las
inquietudes y las esperanzas de los hombres y
mujeres, viéndolos como hermanos y no como extraños.
e) Tener en cuenta su condición eclesial.
Porque la mayoría de los catequistas son seglares y su ministerio va dirigido a
personas que también lo son, «se tendrá en cuenta que su formación recibe una
característica especial por su misma índole secular, propia del laicado, y por
el carácter propio de su espiritualidad» (DGC 237). «Dotar a la formación de los
catequistas seglares de una clara inspiración laical es garantizar la
presencia del evangelio en medio del mundo» (CF 97).
También en la formación de presbíteros y religiosos
habrá que tener presente lo específico de su carisma.
3. IMPREGNADA DE
ESPÍRITU MISIONERO. La Iglesia, en los últimos años, ha expresado en muchos de
sus documentos la necesidad de la evangelización misionera, como nuevo estilo de
acción pastoral, e invita a acentuar en todas las acciones y manifestaciones de
las comunidades cristianas: el testimonio de los seguidores de Jesús, el
anuncio explícito del evangelio, la conversión o adhesión del
corazón a Dios, y la incorporación afectiva y efectiva a la Iglesia.
La catequesis, que ha de estar atenta a la situación
de las personas, se encuentra, con frecuencia, con bautizados que han perdido el
sentido vivo de la fe o incluso no se reconocen ya como miembros de la Iglesia,
y no obstante solicitan los sacramentos de la Iglesia. Con estas personas no es
posible todavía realizar una catequesis de talante catecumenal, es necesario
plantearse una acción educativa de
fuerte acento misionero, lenta, progresiva y realista.
Esta situación demanda unos catequistas preparados para atender adecuadamente a
estas personas. Han de saber que acompañar en la fe es respetar a la persona y
sus ritmos de descubrimiento, ofrecer el testimonio de la fe que hemos recibido
como don, expresar y comunicar con sencillez el mensaje de salvación, orar por
ella y alentarla en el camino de la conversión.
4. ABIERTA AL
ECUMENISMO, LA TOLERANCIA Y EL PLURALISMO. LOS cristianos
viven hoy en contextos multiculturales y multirreligiosos; por ello la
catequesis ha de ayudar a profundizar y robustecer la identidad de los
bautizados en una confrontación necesaria entre el evangelio de Jesucristo y el
mensaje de las otras religiones; ha de capacitar a los fieles para discernir y
descubrir las semillas del evangelio que hay en las distintas religiones y
culturas y ha de promover en todos los creyentes un vivo sentido misionero (cf
DGC 200).
Preparar para el diálogo intercultural e interconfesional supone aceptar las
propias limitaciones y los propios valores como partes de un todo, y no como
absolutos.
Un análisis de los valores que cada religión y cada cultura aporta en la
construcción de la historia, ayudará a saber situarse ante cada uno de ellos, a
enriquecerse mutuamente en un diálogo y un intercambio fecundo y a saber
respetar las expresiones, estilos, planteamientos, etc., de cada grupo, de cada
pueblo, de cada nación. Así se podrá inculturar el evangelio en cada una de las
realidades diversas en que los catequistas realizan su misión.
5. EN EL
CONTEXTO DE LA PASTORAL GENERAL. La formación de los catequistas debe
estar situada, lógicamente, en el contexto de la pastoral general y de la
concepción actual de la catequesis. La catequesis forma parte de la pastoral de
la Iglesia y capacita a las personas para ejercer esta pastoral, a través de
unos procesos coherentes y bien definidos. La formación habrá de cuidar, en
consecuencia, los siguientes aspectos:
b) Estará entroncada en la pastoral diocesana. Esta formación ha de tener
en cuenta la pastoral de conjunto de la diócesis, sus prioridades, su
complementariedad con otras acciones y sus «necesidades evangelizadoras de este
momento histórico, con sus valores, sus desafíos y sus sombras» (DGC 237).
Una formación realista y planificada debe cuidar que no exista en la diócesis
una dispersión excesiva de planes formativos, aunque sí diversidad de cauces,
según los niveles de implicación de los catequistas y sus responsabilidades. Ha
de cuidar también su relación con las otras acciones pastorales de la Iglesia.
c) Tendrá un claro acento misionero. Muchos catequistas van a realizar su
misión en un campo más de misión que de catequización, como hemos indicado
anteriormente. Por ello es necesario cuidar, en la formación, la capacitación
para una catequesis con claro acento misionero, que tiene estas prioridades: 1)
una formación bíblico-teológica que atienda y acentúe los contenidos básicos y
fundamentales del mensaje cristiano, el kerigma;
2) una formación antropológica que, desde el conocimiento de la realidad
socio-religiosa y de los destinatarios de la catequesis, profundice en la
urgencia de la misión evangelizadora de la Iglesia; 3) y una formación
catequético-pedagógica que cultive la capacidad de diálogo con los
destinatarios, escuchando sus preguntas y captando sus búsquedas.
d) Será una formación integral y sistemática. No es bueno limitarse a un
aspecto concreto de la formación a nivel teórico o práctico. En necesario tener
en cuenta y saber estructurar adecuadamente todas las dimensiones que conforman
el acto catequético: experiencia, palabra de Dios y expresión de la fe, así como
los distintos aspectos que configuran la vida cristiana: el conocimiento de la
fe, la celebración de la misma, el seguimiento de Jesucristo y la vida
comunitaria.
Al programar la formación, aunque esta se imparta en cursos breves, se ha de
procurar que, al fin de la misma, el catequista haya hecho todo el recorrido.
d) Contemplará todas las etapas y situaciones de la catequesis. Sigue
siendo básica la figura del catequista de niños y adolescentes, pero hay que
cuidar más particularmente la del catequista de jóvenes y adultos y la de
aquellas personas que viven situaciones especiales. Una formación que quiera
promover la nueva evangelización y, en ella, la catequesis que hoy nos propone
la Iglesia, requiere cuidar, por una parte, los aspectos propios de contextos
misioneros y, por otra parte, las características de la formación de personas
para la catequesis de los jóvenes y adultos y para la atención catequética a las
personas que viven situaciones
especiales por minusvalía, ancianidad, etnia, etc. «Cada Iglesia particular, al
analizar su situación cultural y religiosa, descubrirá sus propias necesidades y
perfilará con realismo los tipos de catequistas que necesita. Es una tarea
fundamental a la hora de orientar y organizar la formación de los catequistas» (DGC
232).
6. PEDAGOGÍA
COHERENTE CON LA CATEQUESIS. La pedagogía que se emplee en la formación
de los catequistas debe ser coherente con la pedagogía propia del proceso
catequético, ya que «el catequista, de alguna manera, se capacita a través tanto
de los contenidos que recibe como de la manera con que se le transmiten» (CF
121). Hay que favorecer los aspectos propios de la pedagogía original de la fe,
de forma que los catequistas: 1) experimenten la gratuidad de la propia
fe y de su llamada a este ministerio; 2) desarrollen sus valores personales en
consonancia con los valores evangélicos; 3) interioricen el misterio cristiano
en el hoy de su situación y de su historia, y 4) se acerquen a la realidad de
Dios y de la salvación, por medio del lenguaje simbólico.
Es importante también que la formación transcurra en
un clima propicio a esta pedagogía, es decir, en un clima sencillo de libertad,
de diálogo y de comunión, porque «un centro o escuela de catequistas, en el que
el clima resulte demasiado academicista..., carente de una pedagogía global,
no es el más adecuado para la formación de los mismos» (CF 122). «Hay que
esforzarse por crear entre los catequistas un ambiente acogedor y sencillo que
facilite la participación y lleve a una experiencia de comunión y diálogo»
(CF 123).
III. Dimensiones de la formación
Hay que preparar al
catequista para que sea maestro, educador y testigo, y para que sepa
situar su acción catequética dentro de la amplia tarea común de la
evangelización (cf CF 105). En la formación, por tanto, hemos de atender al
ser, al saber y al saber hacer del catequista.
1. CUIDAR Y
ALIMENTAR EL «SER». Una formación que
ayude al crecimiento del catequista en el ser, en su dimensión humana y
cristiana, pretende dotar a estos agentes de pastoral «de una hondura religiosa,
de fina conciencia, sensibilidad social y audaz espíritu eclesial y apostólico»
(CAd 31).
La espiritualidad a la que aludíamos en el anterior apartado tiene que ser
alimentada y cuidada en el proceso formativo de la persona del catequista
mediante: encuentros de oración en la propia comunidad cristiana o con otros
grupos; lectura asidua de la palabra de Dios en el aquí y el ahora de la
sociedad, de la Iglesia y de cada persona; momentos fuertes de oración en
convivencias, retiros espirituales y tiempos litúrgicos, en las asambleas,
encuentros diocesanos, experiencias de encuentro con los hermanos más pobres,
etc.
El acompañamiento personal de los catequistas es un excelente medio en la
formación y cultivo de su espiritualidad. Ofrecer esta posibilidad, en libertad,
en el proceso formativo no es algo secundario; es importante, y en cierto modo
necesario, para quienes están en búsqueda y deseosos de vivir y ayudar a vivir
el evangelio de Jesús, el Señor. Las características que debe reunir un buen
acompañante las encontramos ampliamente explicitadas en otra voz de este
Diccionario.
Por último, ayuda también a esta formación en el ser: la autocatequesis, la
comunicación en el grupo de la propia experiencia de fe; la lectura personal de
obras de espiritualidad, y la mirada creyente a la vida, que ayude a descubrir
el paso de Dios por los hombres y mujeres de nuestro tiempo, y
especialmente su presencia en los más pobres.
2. FORMAR EN EL
«SABER». «Esta dimensión, penetrada de
la doble fidelidad al mensaje y a la persona humana, requiere que el catequista
conozca bien el mensaje que transmite y, al mismo tiempo, al destinatario que lo
recibe y el contexto social en que vive» (DGC 238).
El catequista debe haber alcanzado la síntesis del mensaje cristiano y
distinguir los aspectos básicos, fundamentales y comunes de la fe de la Iglesia
y las convicciones que articulan su vida creyente. Esta formación implica:
a) Un conocimiento del hombre y de la realidad en que vive,
por medio de las ciencias humanas, especialmente la
psicología, la sociología y las ciencias de la educación y de la comunicación.
b) Una visión general del proceso evangelizador y
un conocimiento del «concepto de catequesis que hoy
propugna la Iglesia» (DGC 237).
c) Un conocimiento de la Biblia
que le capacite para leer, interpretar e integrar en
la vida las experiencias fundamentales de la persona creyente. Y, junto a ello,
una visión clara de las verdades cristianas fundamentales, para poder dar
razón de su esperanza. Esta capacitación en el saber requiere «una formación
teológica muy cercana a la experiencia humana, capaz de relacionar los
diferentes aspectos del mensaje cristiano con la vida concreta de los hombres y
mujeres, ya sea para inspirarla, ya para juzgarla, a la luz del evangelio» (DGC
241).
d) Una visión integral de la moral evangélica
y de lo que conlleva el seguimiento de Jesús
y la opción por el Reino. Y una clara conciencia crítica de la realidad
social y política, económica, cultural e ideológica, para aprender a leer en esa
realidad los signos de Dios y comprometerse con ella, como cristiano.
e) Una preparación adecuada
–experimentada– para la oración y la celebración cristiana, como ámbitos
privilegiados de encuentro con el Señor.
3. CAPACITAR PARA
«SABER HACER». Para que la formación
sea completa, es necesario que «el catequista se prepare para facilitar el
crecimiento de una experiencia de fe de la que él no es dueño» (DGC 244).
a) El catequista ha de capacitarse para activar los procesos de aprendizaje,
para conducir a un grupo y para poder programar la acción que va a realizar.
Debe poseer un conocimiento y una praxis de la pedagogía propia del acto
catequético y de su metodología.
b) Ha de iniciarse
también en los distintos lenguajes de comunicación de la fe y en los
lenguajes con que se expresa el hombre de hoy: el de la propia experiencia, el
narrativo, el simbólico, el audiovisual, el corporal, etc. Esta iniciación ha de
hacerse de tal manera que se fomente la libertad y la creatividad del catequista3.
IV. Cauces para la formación de los catequistas
La formación de los
catequistas se realiza en diversos ámbitos, que detallamos brevemente:
1. LA COMUNIDAD
CRISTIANA Y EL GRUPO DE CATEQUISTAS. En la propia comunidad es «donde el
catequista experimenta su vocación y donde alimenta su sentido apostólico» (DGC
246). En ella se cultiva su espiritualidad y se procura su maduración en la fe,
a través de los cauces normales con que la comunidad educa: fundamentalmente en
los procesos catecumenales de jóvenes y adultos, y también en las celebraciones,
los encuentros, el ejercicio de la corresponsabilidad, etc.; todo ello en un
clima de fraternidad y libertad. En el ámbito de la comunidad surge el grupo
de catequistas. Es un espacio comunitario donde se comparte la experiencia
creyente, se expresa la fe y se ayuda al catequista, de una forma cercana y
creativa, a desempeñar mejor su tarea. Para ello, el grupo necesita de una
persona capaz de animar, de dar vida, de favorecer la comunicación y de
ayudar a cumplir los objetivos propios del grupo: fundamentar el ser del
catequista; ayudarle a asumir la misión de la Iglesia, a situarse correctamente
en el lugar que al catequista le corresponde dentro del proceso evangelizador, y
capacitarle para ser competente en su trabajo4.
2. Los CURSOS BREVES O CURSILLOS. Aunque se
programen para tiempos breves –de 3 a 5 días– o en unos días del verano (cursos
de verano), aportan a los catequistas, bien una formación básica inicial, bien
otros aspectos específicos reclamados por el ámbito de misión en que desempeñan
su tarea. Estos cursos, por tanto, pueden ser de género muy diverso: bien
cursillos de iniciación básica, monográficos de actualización, o complementarios
de algún tema o actividad que se esté reflexionando o realizando; o bien cursos
de especialización en un nivel o situación catequética determinada: adultos o
jóvenes, emigrantes o discapacitados, etc. Son actividades —de formación básica
en unos casos o específica en otros– que, junto al trabajo personal del
catequista y a su reflexión y comunicación en el grupo, son muy convenientes.
3. ESCUELAS DE
CATEQUISTAS Y CENTROS SUPERIORES. Se hace cada vez más necesario ofrecer a los
catequistas –laicos, religiosos y sacerdotes—la posibilidad de prepararse en
escuelas, donde la formación es más sistemática y estructurada. Dada la variedad
de los catequistas y la diversidad de las tareas que, como tales, se les
encomiendan, no todas las escuelas son del mismo nivel. Nos referimos brevemente
a tres niveles:
a) Escuelas de nivel básico. Son aquellas donde
los catequistas, superando el nivel de su grupo y de los cursillos iniciatorios,
reciben la primera formación de modo sistemático. «Sus destinatarios son los
catequistas de base que dan muestras de una dedicación más estable a la
catequesis y sobresalen por su inquietud y por sus cualidades» (CF 140). En
ellas, el catequista se forma en lo esencial de todas las dimensiones antes
consignadas, y vive la comunión eclesial, al integrarse con catequistas de otras
comunidades (cf DGC 249).
b) Escuelas de nivel medio. Las necesidades de la
acción catequética piden la formación de cuadros intermedios al servicio
de la catequesis y de los planes de catequización de las comunidades:
responsables parroquiales o arciprestales, animadores de los grupos de
catequistas, catequistas con una dedicación más estable a la catequesis, etc.
Para proporcionar una preparación adecuada a estas personas existen las llamadas
Escuelas de nivel medio, con un planteamiento más completo y exigente que
las escuelas básicas. «Puede ser también oportuno... que la orientación de estas
escuelas esté dirigida, más ampliamente, a los responsables de las diversas
acciones pastorales, convirtiéndose en Centros de formación de agentes de
pastoral» (DGC 250). En este caso suelen articularse las materias formativas
en torno a un tronco común para todos los agentes de pastoral, y otro
específico, diversificado, según las distintas áreas de la pastoral.
c) Centros superiores. Imparten
una formación de carácter universitario para sacerdotes, religiosos y laicos que
se dedican a la enseñanza e investigación catequética, o que ocupan cargos de
responsabilidad en la catequesis, en los ámbitos diocesano o nacional. «Es muy
conveniente en el campo diocesano o interdiocesano tomar conciencia de la
necesidad de formar personas en este nivel superior, como se procura hacer para
otras actividades eclesiales o para la enseñanza de otras disciplinas» (DGC
252).
NOTAS: 1. En
algunos países europeos y en algunas diócesis españolas, concretamente en
Madrid, se han realizado ensayos muy positivos en encuentros, escuelas de
catequistas, etc. María Navarro recoge en la revista Sinite 116 (1997) 135-139,
una experiencia titulada La historia personal en la formación de catequistas.
— 2. Cf R. GRZONA, La catequesis en América latina, Teología y
catequesis 45-48 (1993) 316. — 3. Para completar todo lo referente a los
aspectos pedagógicos remitimos a la voz Pedagogía de Dios. Pedagogía
catequética, y para los aspectos metodológicos
a Metodología catequética. — 4. Cf
DELEGACIÓN DIOCESANA DE CATEQUESIS DE MADRID, El grupo de catequistas y su
animador, Cuadernos para la formación de los catequistas 4, Madrid 1993.
BIBL.: AA.VV., Colección Catequistas en formación -14 carpetas–, CCS,
Madrid 1983-1987; AA.VV., Colección Formación de catequistas -17
carpetas— (dos por publicar), SM, Madrid 1987-1995; AA.VV., El catequista y
su formación,
Teología y catequesis 3 (número monográfico,
1982); AA.VV., El libro del congreso. Congreso de catequistas 2,
Actualidad catequética 127-128 (número monográfico sobre la formación de los
catequistas, 1986); AA.VV., Las exigencias de formación de catequistas en
relación con las nuevas necesidades y con la situación real de nuestros
catequistas, Actualidad catequética 166-167 (1995) 109-121; ALBERICH E.,
Catequesis y praxis eclesial, CCS, Madrid 1984; BISSOLI
C., Formar catequistas en los años 80, CCS,
Madrid 1984; COMISIÓN EPISCOPAL DE ENSEÑANZA Y
CATEQUESIS, El catequista y su formación. Orientaciones pastorales, Edice,
Madrid 1985; INSTITUTO INTERNACIONAL DE TEOLOGÍA A DISTANCIA, Curso de
formación catequética, Instituto internacional de teología a distancia,
Madrid 1985-1991; NAVARRO GONZÁLEZ M., Formación de catequistas. Área
catequética, CEVE, Madrid 1986.
María Navarro
González
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