jueves, 19 de febrero de 2015

Los Conjuros Contra los Temporales.

Una de las mayores preocupaciones del ser humano han sido siempre las tempestades, que con terribles granizadas y relámpagos atentaban contra su vida y destruyen en poco rato en los campos el duro trabajo que significaba el lograr el sustento para las familias agrícolas.
Entre los gentiles, excepto una tentativa de explicación científica en Plinio, se creía que aquellas violentas perturbaciones atmosféricas eran un desahogo de las iras de Júpiter, de Eok, de Neptuno, o un fuego complicado de encantamientos y de magias espiritistas.
Posteriormente, los Padres y escritores cristianos admitieron también una intervención de factores sobrenaturales en el origen de tales fenómenos, aunque desde un punto de vista substancialmente diverso del pagano. Estes, apoyados en aquel pasaje de la Carta a los Efesios en el que el Apóstol exhorta a la lucha contra los espíritus malvados in caelestibus, sitúan en la atmósfera superior que circunda la tierra la existencia de una legión innumerable de demonios. Hoc enim (inferior) caelum — escribe San Ambrosio — velut medius quídam Ínter caelum et terram aerius locus dicitur, in quo sunt etiam spiritales nequitiae in caelestibus Según Casiano es tal su numero, que el aire se halla literalmente saturado, y es una providencia grande de Dios el haberlos hecho invisibles a nuestras miradas. Ellos, sin embargo, no permanecen inactivos.
Empapados en estas creencias, el camino mejor para neutralizar y combatir la nefasta actividad aérea, del demonio era la de volverse directamente contra él con los medios espirituales que ofrecía la Iglesia y con los que desde hacía siglos había forjado la ingenua piedad del pueblo.

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