Un tema de la espiritualidad sanjuanista1
ALFONSO BALDEÓN SANTIAGO, OCSO
Al tratar este tema de los escritos sanjuanistas, entramos en un terreno de ambivalencias, pues para San Juan de la Cruz los "consuelos" y "consolaciones" tanto pueden tener una connotación positiva como negativa, según sea el origen de los mismos, o la actitud del hombre ante ellos, o el grado de evolución o madurez espiritual de la persona. Se impone, por tanto, en este campo como en tantos otros la necesidad de un discernimiento espiritual sereno y objetivo, requisito indispensable para clarificar situaciones y orientar caminos.
1. "BUSCAR CONSUELOS", SÍNTOMA DE INMADUREZ
ESPIRITUAL
Hombre de gran capacidad de observación, Juan de la Cruz es
agudo a la hora de reflejar los rasgos más sobresalientes de la inmadurez de
los "espirituales", tantas veces disfrazada de piedad, pero que, en el
fondo, lo único que revela es la necesidad radical de una purificación
profunda que los lleve a superar la imperfección en que se hallan inmersos.
Son almas que quieren "andar seguras y consoladas en las
cosas del espíritu" (LlB 2, 28), para los cuales "sus gustos son las
penitencias, sus contentos los ayunos, y sus consuelos usar de los sacramentos y
comunicar en las cosas divinas" (1N 1, 3). No buscan propiamente esas
realidades espirituales, sino "sus" gustos, "sus" contentos,
"sus" consuelos: se buscan a sí mismas. Están ego-centradas, y todo
lo que vivan, aun lo más "espiritual", lo vivirán desde su ego y en
función del mismo. Esa es su inmadurez espiritual. "Todo se les va en
buscar gusto y consuelo de espíritu" (1N 6, 6), pues están
"asidos" a ello (3S 28, 7), más aún, "son movidos a estas cosas
y ejercicios espirituales por el consuelo y gusto que allí hallan" (1N 1,
3), y así "andan a cebar y vestir su naturaleza de consolaciones y
sentimientos espirituales (2S 7, 5).
No sólo, a causa de su egocentrismo espiritual, se hallan
como bloqueados para su búsqueda teologal de Dios, sino que incluso viven una
verdadera instrumentalización de su relación con Dios, degenerando así por el
interés lo que debería ser una relación vivida en y desde la gratuidad:
"Ay, Dios y Señor mío, cuán muchos hay que andan a buscar en ti consuelo
y gusto, y a que les concedas mercedes y dones" (2N 19, 4). En su relación
con Cristo "los vemos andar buscando en él sus gustos y consolaciones, amándose
mucho a sí; mas no sus amarguras y muertes, amándole mucho a él" (2S 7,
12). Amarse a sí mismo - amar al Señor: ahí está la clave del discernimiento
espiritual, pues la orientación del amor está evidenciando el "dónde"
vivimos y permanecemos, en nosotros mismos o en el Señor.
Estos "espirituales" centrados aún en sí mismos
no aman de veras a Dios, pues "por él no quieren hacer casi cosa que les
cueste algo... sino que así se les viniese el sabor de Dios a la boca y al
corazón, sin dar paso y mortificarse en perder alguno de sus gustos, consuelos
y quereres inútiles" (CB 3, 2). No saben discernir, y así "lo que
menos vale, que es hallar su consuelo y gusto... tienen por mejor" (2N 18,
4), y si no lo hallan "andan muy desconsolados y quejosos" (1N 3, 1).
De estos tales sentencia el Santo: "No hallarán galardón en Dios, habiéndole
ellos querido hallar en esta vida de gozo o consuelo... en sus obras" (3S
28, 5).
2. LA DESCONCERTANTE EXPERIENCIA DE LA "NOCHE"
Para llegar a la madurez espiritual, es imprescindible
atravesar un largo recorrido de purificación personal, llevados de la mano de
Dios, el único que puede llegar a las más recónditas profundidades del ser
humano y renovarlo desde sus raíces más profundas. Esta tarea de renovación y
purificación tiene lugar, en gran parte, a través de los "trabajos
interiores" que "son de los que más eficazmente purgan el sentido de
todos los gustos y consuelos a que con flaqueza natural estaba afectado"
(1N 14, 4). Y así "conviene que sea puesta el alma en vacío y pobreza de
espíritu, purgándola de todo ánimo, consuelo y aprehensión natural acerca de
todo lo de arriba y de abajo" (2N 9, 4).
La experiencia subjetiva de quien atraviesa esta noche de
purificación es sumamente desconcertante. El Santo la sintetiza globalmente con
una expresión magistral: "sienten gran novedad, porque se les ha vuelto
todo al revés" (1N 8, 3). Todo del revés, efectivamente, pues si antes
andaban asidos al gusto y consuelo que hallaban en las cosas de Dios, ahora, por
el contrario, "por maravilla halla gusto y consuelo sensible en alguna obra
o ejercicio espiritual" (1N 13, 12); no halla ni "en las cosas de
Dios" ni "en alguna de las cosas criadas" (1N 9, 2), y así
"andan muy desconsolados y quejosos porque no hallan el consuelo que querrían
en las cosas espirituales" (1N 3, 1; Cfr. 2N 19, 1).
Estando en esta difícil situación, la persona se siente
como abandonada a sus suerte, "no hallando en nada alivio, ni un
pensamiento que la consuele" (LlB 1, 20), pues aunque crea que ama a Dios
tampoco esto le sirve de consuelo, pues cree que Dios no la quiere a ella, ni se
siente digna de su amor (Cfr. 2N 7, 7). En este trance cualquier ayuda externa
resulta por demás ineficaz. Unos le desconcertarán aún más diciéndole
"que vuelve atrás, pues no halla gusto ni consuelo como antes en las cosas
de Dios" (S pról. 5). Otros, más atentos a la realidad del momento que se
atraviesa, le querrían ayudar haciéndole ver que se trata de una experiencia
positiva de crecimiento y maduración espirituales, pero ella envuelta en su
propia experiencia, "no lo puede creer", antes "parécele que
como ellos no ven lo que ella ve y siente, no la entendiendo dicen aquello, y en
vez de consuelo, antes recibe nuevo dolor" (2N 7, 3). Lo más que puede
entonces hacer el maestro espiritual es acompañar a estas personas probadas
"consolándolas y animándolas a que quieran aquello hasta que Dios quiera;
porque hasta entonces, por más que ellas hagan y ellos digan, no hay
remedio" (S prol. 5).
Atravesada la noche, purificada ya el alma de su búsqueda
inmadura de gustos y consuelos en las cosas espirituales, alcanzará mucha mayor
consolación, no ya como algo que buscar compulsivamente, sino como don gratuito
del "Dios de todo consuelo" (2 Cor 1, 3). Así lo reconocerá el alma,
"de manera que no hubo tribulación, ni tentación, ni penitencia, ni otro
cualquier trabajo que en este camino haya pasado, a que no corresponda cierto
tanto consuelo, deleite, etc., en esta vida" (LlB 2, 23), "conociendo
aquí el alma... que como fue participante de las tribulaciones lo es ahora de
las consolaciones y del reino" (LlB 2, 31).
3. LA MADUREZ DEL HOMBRE ESPIRITUAL
Si el Santo señalaba como uno de los rasgos de
inmadurez espiritual el apego y la búsqueda de gustos y consuelos, es lógico que
insista en la libertad frente a los mismos como una de las características más
claras del espiritual maduro o perfecto
A) Poner su consuelo en sólo Dios
Al señalar los provechos que causa en el alma la noche
oscura, el Santo da la prioridad al nacimiento de un nuevo modo de tratar con
Dios y relacionarse con él, no ya desde el interés personal egocéntrico, sino
más bien desde un profundo sentido de la gratuidad: "Nácele al alma
tratar con Dios con más comedimiento y más cortesía, que es lo que siempre ha
de tener el trato con el Altísimo, lo cual en la prosperidad de su gusto y
consuelo no hacía; porque aquel sabor gustoso que sentía, hacía ser al
apetito acerca de Dios algo más atrevido de lo que bastaba y descortés y mal
mirado" (1N 12, 3).
En este sentido, es constante la exhortación del Santo:
"que después que lo habemos dejado todo por Dios, es justo que no
anhelemos arrimo ni consuelo en cosa sino él" (Carta a Leonor de S.
Gabriel, junio/julio, 1590), "porque él mismo es el que quiere ser su
riqueza, consuelo y gloria deleitable" (Carta a Leonor Bautista 8.2.1588).
Purificada ya en el crisol de la noche, liberada del afán de
consuelos y gustos propios, "en ninguna manera aquí el alma busca su
consuelo ni gusto ni en Dios ni en otra cosa, ni anda deseando ni pretendiendo
pedir mercedes a Dios, porque ve claro que hartas le tiene hechas" (2N 19,
4).
He aquí, pues, el signo del progreso realizado, de la
libertad adquirida, de la madurez alcanzada: "procurar (ante Dios) su honra
y gloria en todas las cosas, enderezándolas sólo a esto y desviándose en
ellas de la vanidad, no mirando en ellas su gusto ni consuelo" (3S 20, 3).
Esta tal alma se mueve ya "no hallando ni queriendo hallar consuelo ni
refrigerio sino sólo él" (CA 33, 5), sus obras van hechas ya "con más
puro y entero amor de Dios" (3S 27, 5) y menos interés propio. Paradójicamente,
es entonces, cuando no se pretende el consuelo en Dios, cuando él lo da
gratuitamente al alma desinteresada, libre y desapegada: "donde es de notar
que entonces está Dios bien presto para consolar al alma y satisfacer en sus
necesidades y penas, cuando ella no tiene ni pretende otra satisfacción y
consuelo fuera de él" (CB 10, 6).
B) Perseverar sin consuelos
Cuando uno comienza a obrar ya así, no buscándose a sí
mismo, sino en apertura a la gratuidad de Dios, no se echa atrás ante la
carencia de consuelo espiritual. Por el contrario, descubre una oportunidad de
expresar el amor oblativo, gratuito y desinteresado ante Dios, perseverando en
fidelidad aun sin ningún tipo de consolación interior.
El Santo sabe bien que "más agrada a Dios el alma que
con sequedad y trabajo se sujeta a lo que es razón, que la que, faltando en
esto, hace todas sus cosas con consolación" (Av 1, 19). Los que aún son
inmaduros, "cuando se les ofrece alguna mortificación mueren a sus buenas
obras, dejándolas de hacer, y pierden la perseverancia, en que está la
suavidad del espíritu y consuelo interior" (3S 28, 7). A estos tales
"conviéneles que se consuelen perseverando con paciencia, no teniendo
pena" (1N 10, 3), "sufriendo el perseverar en los espirituales
ejercicios sin consuelo y sin gusto" (1N 13, 5).
C) Su consolación, en padecer
Para Juan de la Cruz, sólo hay un camino para llegar a la
auténtica madurez espiritual en Cristo: el mismo por el que él fue, "el
camino de la cruz, del Esposo Cristo" (CB 3, 5). Desde esa convicción
evangélica puede exclamar con fuerza: "¡Oh, si se acabase ya de entender
cómo no se puede llegar a la espesura y sabiduría de las riquezas de Dios, si
no es entrando en la espesura del padecer de muchas maneras, poniendo en eso el
alma su consolación y deseo!" (CB 36, 13). Entrar en la espesura del
padecer. Y, entonces, la exclamación sanjuanista se convierte en exhortación
directa: "¡Oh almas que os queréis andar seguras y consoladas en las
cosas del espíritu! Si supiésedes cuánto os conviene padecer sufriendo para
venir a esa seguridad y consuelo..." (LlB 2, 28). Estamos de lleno dentro
de la paradoja: el verdadero consuelo espiritual sólo se alcanza desde la
renuncia a buscar todo consuelo y desde la aceptación del sufrimiento y de los
padecimientos. A quien está convencido de esto "le sería grande consuelo
y alegría entrar por todos los aprietos y trabajos del mundo" (CB 36, 11).
Es este, para el Santo, otro criterio seguro de
discernimiento espiritual. Por ello afirma sin dudar que "el verdadero espíritu...
más se inclina al padecer que al consuelo, y más a carecer de todo bien por
Dios que a poseerle" (2S 7, 5). No es como los que buscan su acomodamiento
y consuelo, o en Dios o fuera de él, sino el padecer, en Dios y fuera de él,
en silencio y esperanza y amorosa memoria" (Cta. a María de Jesús,
18.7.1589). Ha constatado, en efecto, que "comúnmente aquellas obras en
que de suyo el hombre más se mortifica... sean más aceptas y preciosas delante
de Dios... que aquellas en que él halla su consuelo" (3S 28, 8). Y eso
mismo viene a decir en uno de sus célebres aforismos: "Más estima Dios en
ti el inclinarte a la sequedad y al padecer por su amor, que todas las
consolaciones y visiones espirituales y meditaciones que puedas tener" (Av
1, 14).
4. RELATIVIZAR LAS CONSOLACIONES
En definitiva, para nuestro Santo no se trata de rechazar
todo consuelo espiritual por principio. Dios nos concede su consolación cuando
él quiere y como él quiere, y ante su don debemos ser acogedores y
agradecidos. Se trata de superar nuestra búsqueda compulsiva de consolaciones y
gustos espirituales que, en vez de abrirnos a Dios nos repliega sobre nosotros
mismos de forma egoísta. Para lograr esta libertad de espíritu, nada más
pedagógico y útil que relativizar, por principio, todo gusto y consuelo
espiritual, trascendiéndolo, para permanecer en una actitud teologal ante Dios.
Fray Juan sabe bien que "ninguna cosa del mundo puede
dar fortaleza... ni consuelo" al espíritu humano (Av 1, 43). Además de
las cosas del mundo, "también los consuelos y deleites espirituales, si se
tienen con propiedad o se buscan, impiden el camino de la cruz del Esposo
Cristo" (CB 3, 5). Esto es ya motivo más que suficiente para
relativizarlos sistemáticamente; pero, además de esto, recomienda el Santo no
engañarse creyendo que el sentir gran consolación o sentimiento de Dios sea
"tener más a Dios o estar más en Dios" (Cfr. CA 1, 2).
En consecuencia, la consigna será no "asentar el corazón
en el gusto, consuelo y sabor" espirituales (3S 27, 5), o también, citando
el Salmo 62, "no queráis aplicar a ellas el corazón. Lo cual entiende así
de los gustos sensuales, como de los más bienes temporales y consuelos
espirituales" (CB 3, 5). Y así podrá buscar al Amado sin que se lo impida
ningún otro apego ni interés, sino con plena libertad de espíritu.
A) Inclinarse voluntariamente al consuelo
Para el Santo "el verdadero espíritu antes busca lo
desabrido en Dios que lo sabroso, y más se inclina al padecer que al consuelo,
y más a carecer de todo bien por Dios que a poseerle, y a las sequedades y
aflicciones que a las dulces comunicaciones, sabiendo que esto es seguir a
Cristo y negarse a sí mismo, y esotro, por ventura, buscarse a sí mismo en
Dios, lo cual es harto contrario al amor. Porque buscarse a sí mismo en Dios es
buscar los regalos y recreaciones de Dios; mas buscar a Dios en sí es no sólo
querer carecer de eso y de esotro por Dios, sino inclinarse a escoger por Cristo
todo lo más desabrido, ahora de Dios, ahora del mundo; y esto es amor de
Dios" (2S 7, 5).
Es sumamente célebre la consigna sanjuanista que exige
"procure siempre inclinarse... no a lo que es consuelo, sino antes al
desconsuelo (1S 13, 6; Cfr. Av 3, 3). Hay que entenderla en su contexto, como
correctivo medicinal para quien, desde su estado de imperfección espiritual, se
inclina siempre, más bien, a buscar gustos y consuelos, como ya vimos
anteriormente. Una tendencia tan arraigada en el espíritu no se puede superar
sino con un esfuerzo radical, casi exagerado, en sentido contrario, hasta lograr
en su momento el equilibrio justo de quien no busca ya intencionalmente ni una
cosa ni otra, sino que vive, arraigado en la gratuidad, sin más anhelo ni deseo
que sólo Dios, buscado en fe y amor. Hasta llegar a esa meta, la fuerte pedagogía
sanjuanista es necesaria para el "despegue". Llegada a esta meta el
alma puede mirar atrás y reconocer en el camino recorrido cómo se quiso
"sustentar en soledad de todo gusto y consuelo y arrimo de las criaturas
por llegar a la compañía y junta de su Amado" (CB 35, 2).
B) Siguiendo el camino de Cristo
Todo el afán del Santo en su magisterio y pedagogía
espirituales se centra en ayudar al hombre a decidirse a emprender el
seguimiento radical de Cristo, pues sólo Cristo es el camino del hombre hacia
Dios (Cfr. 2S 7, 9), y "el aprovechar no se halla sino imitando a
Cristo" (2S 7, 8).
A quien quisiere "alguna palabra de consuelo", el
Padre le responde: "mira a mi Hijo" (2S 22, 6), ese Hijo que "al
punto de la muerte quedó aniquilado en el alma sin consuelo y alivio
alguno", aniquilado "acerca del amparo y consuelo espiritual del
Padre, pues en aquel tiempo le desamparó" (2S 7, 11). Si fue así, sin
consolación alguna, "el derecho camino de Cristo" (CB 3, 5), ¿cómo
puede pretender el espiritual caminar asido a consuelos y gustos sensibles que,
como bien dice el Santo, "impiden el camino de la cruz del esposo
Cristo"? (CB 3, 5)
5. CONCLUYENDO
Podemos concluir este breve recorrido constatando cómo, al
hilo de un tema tan concreto como es el del "consuelo" "consolación",
se nos han abierto una vez más las grandes líneas del pensamiento y de la enseñanza
sanjuanistas. Y esto, además, en un horizonte eminentemente dinámico: salir de
la inmadurez del hombre imperfecto que se ama y se busca a sí mismo, incluso en
su relación con Dios, procurando afanosamente los gustos y consuelos que
deleitan su sensibilidad; entrar por el camino purificador de la noche a través
del repentino carecer de tales experiencias sensibles y de la impotencia radical
ante ellas; llegar, por fin, a una apertura gratuita, libre de interés, ante el
Dios de todo consuelo, que nos invita, en última instancia, a recorrer el mismo
camino de despojo y de cruz del Cristo-Hijo, quien únicamente ha de constituir
todo deleite y consuelo del verdadero espiritual.
1. El presente trabajo era, en su origen, una aportación al Diccionario
de San Juan de la Cruz recientemente publicado por la Editorial Monte
Carmelo. En la lista de colaboradores aparece anunciado, pero inexplicablemente
quedó después fuera del cuerpo de dicho Diccionario. Tratándose de un tema
importante del magisterio y la doctrina sanjuanistas, parece oportuno ofrecerlo
aquí a los estudiosos y lectores del Santo.
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