SUMARIO: I. La acción misionera.
Naturaleza y formas: 1. La acción misionera con los más alejados: el primer
anuncio; 2. La acción misionera con «otros alejados de la fe»: la
precatequesis. II. Vacío de acción misionera: 1. ¿Por qué este vacío de acción
misionera cara al interior de la Iglesia?; 2. Exigencias de la acción
misionera en los cristianos agentes de esta acción; 3. Dificultades para
la acción misionera. III. Agentes de la acción misionera: 1. Todo cristiano
puede y debe comunicar su experiencia de fe; 2. Condiciones básicas para
el anuncio misionero; 3. Condiciones específicas en el momento actual. IV.
Lugares para el anuncio misionero: 1. Fuera del ámbito parroquial; 2.
Dentro de los ámbitos parroquiales; 3. Elementos necesarios para el
anuncio misionero. V. El posanuncio misionero. Conclusión.
Muchos pastores y teólogos dejan entrever aún en sus escritos aquella trilogía de los años sesenta: evangelización, catequesis y sacramentalización, identificando así la acción misionera con la evangelización o, si se prefiere, reduciendo la evangelización a la acción misionera. Uno de los aciertos de la catequesis española ha sido haberse dejado impregnar por el esquema evangelizador del Vaticano II en su decreto Ad gentes, y de la exhortación apostólica de Pablo VI Evangelii nuntiandi. Desde estos documentos, se entiende y define la evangelización como un proceso dinámico, rico y complejo, que se desarrolla gradualmente, estructurado en tres etapas: misionera, catequética y pastoral (cf CAd 36-38). El Directorio general para la catequesis asume y desarrolla esta manera de entender la evangelización (DGC 47-49), que es la que recoge el documento de la Conferencia episcopal española La iniciación cristiana. Reflexiones y orientaciones, aprobado por su LXX asamblea plenaria el 27 de noviembre de 1998.
I. La acción misionera. Naturaleza y formas
II. Vacío de acción misionera
III. Agentes de la acción misionera
IV. Lugares para el anuncio misionero
V. El posanuncio misionero
Conclusión
Muchos pastores y teólogos dejan entrever aún en sus escritos aquella trilogía de los años sesenta: evangelización, catequesis y sacramentalización, identificando así la acción misionera con la evangelización o, si se prefiere, reduciendo la evangelización a la acción misionera. Uno de los aciertos de la catequesis española ha sido haberse dejado impregnar por el esquema evangelizador del Vaticano II en su decreto Ad gentes, y de la exhortación apostólica de Pablo VI Evangelii nuntiandi. Desde estos documentos, se entiende y define la evangelización como un proceso dinámico, rico y complejo, que se desarrolla gradualmente, estructurado en tres etapas: misionera, catequética y pastoral (cf CAd 36-38). El Directorio general para la catequesis asume y desarrolla esta manera de entender la evangelización (DGC 47-49), que es la que recoge el documento de la Conferencia episcopal española La iniciación cristiana. Reflexiones y orientaciones, aprobado por su LXX asamblea plenaria el 27 de noviembre de 1998.
I. La acción misionera. Naturaleza y formas
La acción
misionera, como punto de arranque de la evangelización, se sitúa en el mundo de
los no creyentes. Estos no se hallan únicamente en los territorios donde aún no
ha penetrado la savia del evangelio. En el mundo occidental, especialmente,
«grupos enteros de bautizados han perdido el sentido vivo de la fe o incluso no
se reconocen ya como miembros de la Iglesia, llevando una existencia alejada de
Cristo y su evangelio» (RMi 33). En 1944 conocidos pastoralistas franceses
declararon a Francia Pays de mission. Por lo que respecta a otros países
de tradición cristiana –católica, protestante, anglicana–, el clima
socio-religioso vivido durante siglos no ha provocado en los bautizados la necesidad de personalizar la fe y numerosos hombres y mujeres se han
encontrado a la intemperie ante la avalancha de la modernidad y la posmodernidad.
La vivencia religiosa de las personas no estaba lo suficientemente arraigada, y
muchísimos cristianos han ido alejándose de la fe en mayor o menor grado
y, aunque conservan en muchos casos un fondo religioso que despierta en
determinadas ocasiones, construyen su vida sobre criterios del mundo,
prácticamente al margen de la fe. Es decir, la acción misionera es también
necesaria en muchas Iglesias de larga tradición cristiana.
No es idéntica la situación de alejamiento de la fe de unos y otros y esto hace
que la acción misionera no pueda ser uniforme. El punto de llegada de la acción
misionera en unos y otros es el mismo: suscitar en ellos la conversión, la
adhesión inicial a Jesucristo y a su evangelio (cf CC 40-41). Pero el punto de
partida es distinto.
1. LA ACCIÓN MISIONERA CON LOS MÁS ALEJADOS: EL PRIMER ANUNCIO.
Con los más alejados, habrá que comenzar con un primer anuncio de
Jesucristo y
su evangelio. Quizá no sea la primera vez que muchos de ellos lo oyen,
ya que a
menudo se trata de cristianos bautizados que pudieron ser catequizados
en su
infancia. Sin embargo, los muchos años que han vivido al margen de la
fe, han
desfigurado en ellos todo rasgo cristiano y es necesario situarse ante
ellos
como ante los no creyentes. Es «un anuncio que el creyente hace al no
creyente a
través de su vida y su testimonio de vida, en lenguaje vital y
experiencial» (CAd 41) y que incluye el siguiente mensaje: «En
Jesucristo, Hijo de Dios,
hecho hombre, muerto y resucitado, se ofrece la salvación a todos los
hombres
como don de la gracia y de la misericordia de Dios» (EN 27).
Aunque el creyente no lo exprese en estos términos, con su vida y sus palabras
deja ver que se siente mejor emplazado en la vida desde que ha conocido a
Jesucristo y lo ha acogido en su vida: con otra luz y esperanza, con otra mirada
hacia la vida, con la sensación de sentirse acompañado gratuitamente por el
Espíritu (el amor y la fuerza de Dios), con una mayor cercanía a las personas,
etc.; esto es, se siente salvado. No es fácil determinar cuándo y cómo un
creyente puede hacer este primer anuncio a un increyente: Hay veces que se
requiere mucho tiempo de convivencia mutua para que un increyente comience a
preguntar al creyente: «¿qué es esto?» (Mc 1,27), ¿cómo lo has conseguido?, ¿qué
sientes en tu interior'?, etc. Otras veces, sin embargo, un viaje, una comida,
un acontecimiento de cierta relevancia en la vida de una persona, pueden
transformarse en mediación válida para poder hacer este anuncio misionero.
El objetivo del primer anuncio es provocar en los alejados una actitud de
búsqueda, el interés por la fe, la simpatía por Jesucristo y su
evangelio. El impacto que el encuentro con un verdadero creyente ha
podido producir en un alejado, requiere ser trabajado después a través de
un sencillo proceso de búsqueda, hasta que esta simpatía por Jesucristo vaya
tomando cuerpo y se transforme ya en una adhesión inicial a él. La Iglesia
siempre ha cuidado –y cuida– este
proceso de búsqueda de la fe, tanto con los no bautizados (precatecumenado) como
con los bautizados alejados de la fe (precatequesis). El prefijo pre-
está indicando que estas personas no están aún en condiciones de participar en
un catecumenado o una catequesis propiamente dicha, en tanto no se dé en ellos
una adhesión inicial a Jesucristo y su evangelio. «El hecho de que la
catequesis, en un primer momento, asuma estas tareas misioneras, no dispensa a
una Iglesia particular de promover una intervención institucionalizada del
primer anuncio como la (actuación) más directa del mandato misionero de Jesús» (DGC
62).
2. LA ACCIÓN
MISIONERA CON «OTROS ALEJADOS DE LA FE»: LA PRECATEQUESIS. Nos referimos
a aquellos hombres y mujeres que se declaran cristianos o creyentes, en los que
persiste un fondo religioso que alimentan ocasionalmente, pero que
construyen su vida diaria sin gran referencia a Jesucristo y su evangelio. Estos
bautizados se encuentran en aquella situación intermedia que, según el
Directorio,
necesita una nueva evangelización (DGC 58). En estos es
necesario interpelar su distanciamiento de la fe y despertar en ellos el deseo
de participar en un proceso precatequético de búsqueda de la fe. Cabría incluir
en este apartado tanto a muchos creyentes que frecuentan ocasionalmente la
comunidad cristiana con motivo de algún acontecimiento sacramental, funerales o
grandes fiestas litúrgicas (navidad, semana santa...), como a quienes acuden con
mayor o menor asiduidad a cultos de la religiosidad popular, pero para quienes Jesucristo no ocupa
el centro de su vida religiosa. Todos ellos tienen en común que no han
descubierto aún la novedad viva y la centralidad del evangelio de Jesús.
a) La precatequesis
es una explicitación más reposada del
primer anuncio del evangelio, dirigida a aquellas personas en quienes se ha
despertado algún interés por la persona de Jesús «en orden a una opción sólida
de la fe» (DGC 62). Es un proceso, no muy largo —depende siempre del
destinatario con el que se trabaje—, en el que el grupo afronta la buena noticia
que aporta Jesucristo a las vidas de sus miembros, desde los interrogantes
que surgen de sus experiencias nucleares. De esta forma el proceso
facilita a las personas el hecho de escuchar la invitación personal de Dios y de
poder experimentar un primer encuentro salvador con Jesucristo. A lo largo de
los encuentros que abarca un proceso de precatequesis, se pretende transmitir lo
fundamental del mensaje, el kerigma sobre Jesucristo, que podríamos
resumir así: Os anunciamos al Dios de la misericordia que, en su deseo de
salvarnos, se ha manifestado en la presencia de Jesucristo, muerto y resucitado.
Nosotros somos testigos de ello. En su nombre se nos perdonan todos los pecados.
No podemos, pues, esperar otro salvador fuera de él. Creed esta buena noticia.
Convertíos, poneos a vivir mirando a Dios, dejándoos conducir por el Espíritu
Santo que hay en vosotros y que recibiréis amplia y gratuitamente. Y uníos a
nosotros, la Iglesia de Jesús.
La precatequesis busca que la persona ya
interesada por Cristo se adhiera de forma inicial a él y a su
evangelio. El Ritual de la iniciación cristiana de adultos insiste
fuertemente en este punto: no cabe comenzar el catecumenado si no se ha dado esa
adhesión inicial. «Espérese a que los candidatos tengan el tiempo
necesario para concebir la fe inicial» (RICA 50). «Sólo contando con la actitud
interior de el que crea, la catequesis propiamente dicha podrá
desarrollar su tarea específica de educación de la fe» (DGC 62).
b) Todo este planteamiento está revelando que la acción misionera
comprende, propiamente, dos tiempos o acciones progresivas, que responden al
nivel de alejamiento de la fe de los destinatarios: el primer anuncio, en
función de aquellos que se encuentran en la increencia, y la precatequesis
para quienes viven una cierta religiosidad cristiana, o para quienes,
religiosamente inquietos, provienen de la lejanía de la fe. Ambos tiempos son,
desde luego, tiempos de «búsqueda de la fe» (cf CAd 206-210). Uno y otro
constituyen los dos primeros momentos del proceso de conversión permanente:
el interés por el evangelio que persigue el primer anuncio, y la
conversión que persigue la precatequesis, seguidos de los otros dos
momentos: la profesión de fe que pretende la catequesis, y el camino
hacia la perfección que pretende la acción pastoral (cf DGC 56). La
acción misionera no es una acción que se realiza únicamente en los llamados
países de misión; es necesario hacerla también al interior de la comunidad
cristiana.
Dentro de la acción misionera, la precatequesis puede tomar dos acentos,
según se lleve a cabo con personas provenientes de un serio alejamiento de la fe
o con otras personas
alejadas, pero
todavía religiosas. Una cierta analogía de estas dos acentuaciones la
encontramos en la misma predicación apostólica. Es distinto el anuncio
misionero dirigido a un público religiosamente indiferente que hace Pablo en
el areópago de Atenas (He 17,16-31), del que hace Pedro a judíos religiosos (He
2,22-36).
II. Vacío de acción misionera
1. ¿POR QUÉ
ESTE VACÍO DE ACCIÓN MISIONERA CARA AL INTERIOR DE LA IGLESIA? Nos
encontramos inmersos en una sociedad afectada por una indiferencia y un
agnosticismo poscristianos y por un rechazo a lo institucional, todo lo cual
hace que la oferta de la Iglesia no tenga muchos adeptos. Si a esto añadimos el
hecho de que los cristianos están poco motivados y preparados para la misión, se
comprende el actual vacío de acción misionera. Herederos de una sociedad
de cristiandad, tanto en los seminarios como en los institutos catequéticos y en
escuelas de catequistas se preparaba, y se prepara, con más o menos competencia,
para realizar la acción catequizadora o catequesis. En cambio, estaba totalmente
ausente —y lo está casi hoy día– la pedagogía misionera, o cómo ayudar a
una persona a pasar de la no fe a la fe. Un dato significativo de esta
deficiencia misionera: casi en ninguna diócesis se cuenta con un departamento
de acción misionera en función de la propia diócesis. No se entendería que
una diócesis no tuviese un departamento de catequesis o acción catequizadora.
Sin embargo, no se palpa aún la necesidad de un organismo diocesano competente para llevar a cabo el anuncio misionero y que canalice
sus acciones, siendo así que la misión es algo esencial en la Iglesia de Jesús.
2. EXIGENCIAS DE LA ACCIÓN MISIONERA EN LOS CRISTIANOS
AGENTES DE ESTA ACCIÓN. Ciertamente, la acción misionera
comporta unas exigencias mayores que la acción catequética o la
acción pastoral —siempre le es más fácil hablar de Dios al que está presto
a escucharlo– y más en un momento eclesial como el que estamos viviendo. Hoy
día, las resistencias del entorno ante el hecho religioso demandan al
cristiano comprometido en la acción misionera: 1) una vivencia
humanizadora y significativa de la fe; 2) una ilusión y una creatividad para
encontrar nuevos caminos y posibilidades evangelizadoras; 3) una capacidad de
discernir allá donde parece nacer un interés por la fe y una pastoral de
seguimiento; y todo ello, 4) sintiéndose respaldado por una Iglesia, una
comunidad, o, cuando menos, por un colectivo significativo, donde pueda
verificarse aquello que anuncia el cristiano misionero.
3. DIFICULTADES PARA LA ACCIÓN MISIONERA. a) La gran dificultad de la acción misionera para el
cristiano misionero reside en lograr que el destinatario capte el anuncio
misionero como buena noticia. Para ello, es necesario que los
destinatarios experimenten: 1) que lo que anunciamos va en línea de lo que ellos
buscan; 2) que va más allá de lo que ellos esperaban; 3) que no es pura promesa
verbal; hay hechos que lo avalan.
El evangelio, para ser visto como plenitud de humanidad, ha de ser
oído en el hombre y desde el hombre. El evangelio es una vida concreta vivida a
la luz de Dios. Por eso, debajo de todo mensaje evangélico hay que buscar la
situación humana que ilumina y transforma, y descubrir así en la fe una manera
nueva de vivir. Es importante en todo anuncio misionero ayudar a los
destinatarios a descubrir en ellos mismos signos, huellas de todo aquello que se
les anuncia (semina Verbi).
b) Los obstáculos para una buena acción misionera se encuentran a
veces en los propios destinatarios. Situaciones de bienestar o consumo –y
por el lado contrario, la angustia por sobrevivir–, o bloqueos de tipo afectivo,
sexual, psicológico, etc.., pueden impedir que el individuo se sienta capaz de
entrar dentro de sí y pueda captar, en realidad, cuáles son sus necesidades y
preguntas profundas. Ello obligaría a buscar medios para ayudarles a superar
tales obstáculos, empeño harto difícil para educadores sencillos. Además, «el
esfuerzo misionero exige la paciencia» (CCE 854).
Por lo insinuado aquí, se entiende lo dificultoso de la acción misionera.
Se multiplican las llamadas a la acción misionera, los intentos por clarificar
la nueva evangelización que demandan los tiempos actuales, pero las experiencias
de acción misionera de cierta calidad son más bien escasas.
III. Agentes de la acción misionera
1. TODO CRLSTIANO PUEDE Y DEBE COMUNICAR SU
EXPERIENCIA DE FE. «La
Iglesia entera es misionera, la obra de la evangelización es un deber de todo
el pueblo de Dios» (AG 35). Hoy se habla más de misión que de
misiones, refiriéndonos a la evangelización. El plural suele expresar
territorios particulares donde es necesario hacer el primer anuncio evangélico.
La utilización del singular misión, en cambio, descubre que la acción
misionera es esencial a toda la Iglesia. Todo hombre o mujer bautizado,
según sus posibilidades, debe compartir su fe con los que no la viven. La
acción catequizadora —la catequesis— es un servicio que requiere unas
condiciones que no están al alcance de todos. Por eso precisamente el obispo
encarga a determinados fieles la misión de catequizar. La acción misionera,
en cambio, es la consecuencia de aquella llamada que Jesús lanza a todo su
discipulado: «Id y haced discípulos míos, bautizándolos...». Dentro de la
acción misionera hay algún campo que requiere una mayor capacitación, como
animar un grupo en búsqueda mediante una precatequesis; en este caso la
Iglesia escogerá a quien juzgue capacitado como acompañante —padrino— en la
búsqueda de la fe.
Pero ¿quién no puede comunicar a otro su propia vivencia de fe? Pablo VI llegó a
preguntarse si cabe otra forma de comunicar el evangelio que no sea esta
comunicación interpersonal (cf EN 46). No se trata sólo de comunicar la propia
experiencia de fe, sino de hacerlo con la fuerza del testigo, con convicción y
coherencia personal. Ello supone interés por adquirir un alto nivel de vida de
fe. Pero convendrá comunicarla en el nivel que la vayamos teniendo, conscientes
de que la hondura de nuestra vivencia creyente podrá hacer nacer en el otro una
vivencia religiosa más auténtica.
2. CONDICIONES
BÁSICAS PARA EL ANUNCIO MISIONERO. Hay unas exigencias básicas,
necesarias en todo momento y lugar, para quien desee ser fecundo en el anuncio
misionero a otros: 1) haber experimentado que es bueno lo que pretende
anunciar; por eso lo hace, porque ha experimentado que al cambiar de rumbo su
vida, ha ganado en ilusión y ganas de vivir; 2) una comunión con todo ser
humano. En realidad, la evangelización es un acto de amor; nosotros no somos
profesionales del anuncio misionero, sino creyentes que aman al ser humano y
comparten con él lo que ellos han gustado como bueno en sus vidas; 3)
concienciarse de su responsabilidad cara a la misión de Jesús, que esta no es
algo que incumbe únicamente a los sacerdotes, religiosas, etc.; 4) creer en su
capacidad evangelizadora; todos podemos hacer algo —y lo hacemos— por mejorar
la convivencia; hoy hay muchas posibilidades en la sociedad para que un
creyente pueda canalizar su deseo de acercarse al mundo de los pobres y
marginados; todos podemos comunicar a otros nuestra vivencia personal; todos
tenemos una familia donde podemos pretender hacer nacer una pequeña
experiencia de esa convivencia nueva del evangelio; todos tenemos unos amigos
que nos valoran y nos escuchan y a quienes podemos transmitir nuestra vivencia
de fe; 5) ser impulsado, acompañado y animado a ello por sus hermanos
creyentes; a este respecto debe darse en las comunidades una mutua
interpelación evangelizadora.
3. CONDICIONES ESPECÍFICAS EN EL MOMENTO ACTUAL.
Hay otras
exigencias más específicas, propias del momento en que vivimos.
Es frecuente observar que
determinadas actitudes y convicciones de quien trata de misionar bloquean a
veces en los interlocutores la posible recepción de dicho mensaje. Se trata
de especificar supuestos, convicciones y actitudes que componen lo que
llamamos el talante necesario para poder evangelizar.
a) Supuestos. El agente de la
acción misionera: 1) debe haber experimentado que es bueno lo que pretende
anunciar; por eso lo hace, porque ha experimentado que al cambiar de rumbo su
vida, ha ganado en ilusión y ganas de vivir; 2) debe haberse concienciado cara
a su responsabilidad en la misión de Jesús; 3) debe creer en su capacidad
evangelizadora; 4) debe ser impulsado y animado a evangelizar por sus hermanos
creyentes y concretamente por los dirigentes de la comunidad.
b) Convicciones:
1) «La evangelización cuenta con los anhelos y
esperanzas de los hombres, si bien los trasciende, porque la oferta
evangelizadora es mayor aún que la medida del corazón del hombre»
(Evangelización y hombre de hoy, 122). 2) Quien no conoce a Cristo, quien
no ha hecho la experiencia de la fe, pierde algo vital para su realización.
«La evangelización va más allá de un teísmo difuso, porque ofrece la misma
relación de conocimiento, amor y vida de Jesús con el Padre» (Ib, 172). 3)
Difícilmente ganaremos a un increyente a base de razones. Nuestro reto frente
a él es demostrar que la fe humaniza más que la no fe. 4) La razón que nos
mueve a ir al increyente es nuestro amor hacia su
persona; deseamos
transmitirle algo que para nosotros ha sido bueno. 5) Dios está siempre más
allá... Es un misterio. No podemos pretender poseer a Dios, sino ser
poseídos por él. No hacemos más grande o más pequeño a Dios por afirmar o
negar su realidad. 6) Desde ese punto de vista, no olvidamos que para Dios
todos somos sus hijos e hijas, que en toda persona hay una semilla de Dios y
que en la medida en que uno se abre al hermano, esta semilla va creciendo, se
manifieste creyente o no. 7) En estos momentos de indiferencia, más que dar
respuestas, debemos estar preocupados en suscitar preguntas. Tenemos más
necesidad de testigos que de predicadores. «Preferir la humildad de los signos
al ruido de las palabras» (Ib, 140). 8) Ante el hombre y la mujer actuales,
«sin pasión teológica, son insuficientes los caminos habituales seguidos por
la Iglesia para transmitir la fe» (Ib, 160). 9) Nuestro lugar es el mundo, no
la parroquia. Nuestra tarea es la de hacer el mundo nuevo de Dios,
unidos a todos los que luchan por mejorar este mundo. Es imposible que nos
crean si no nos ven solidarios en la lucha. Ahí, en la lucha, debemos
ayudarles a descubrir que el mundo nuevo está más allá de nuestras
posibilidades como seres humanos. En realidad, las actitudes en la vida son la
verificación o descalificación de lo que valen todas nuestras afirmaciones y
discursos. 10) Difícilmente el hombre moderno podrá escuchar la invitación a
la fe, mientras no nos comprometamos en la lucha por transformar las
estructuras de pecado que le rodean. 11) La calidad de una parroquia se mide
por su capacidad en transmitir la fe a un no creyente.
12) «La valentía misionera y la razón de ser de la existencia apostólica se
nutren y templan sin cesar en la oración» (Ib, 170). 13) «A la Iglesia le será
imposible excluir toda desfiguración del rostro de Cristo. Nunca será la
Iglesia suficientemente santa para acometer con garantía de éxito la misión
evangelizadora» (Ib, 170).
c) Actitudes. Actitud del «ir»:
No esperar a que un no creyente o alejado nos pida
ayuda para buscar la fe. Ir a ofrecerle, intercambiar, dar y recibir, siempre
sin agobiar. Calidad antes que cantidad. No estar preocupados por traer
gente sino por ser nosotros auténticos seguidores de Jesucristo.
Actitud espiritual: no somos nosotros fundamentalmente, sino el Espíritu
Santo, quien hace mover en el sujeto el interés por la fe. Actitud de amor:
lo que nos mueve a dirigirnos al increyente es el amor; lo queremos y como
consecuencia le ofrecemos lo mejor de nosotros. «Del amor de Dios por
todos los hombres la Iglesia ha sacado la fuerza de su impulso misionero» (CCE
851). Actitud de gratuidad: lo que hemos recibido gratis, lo damos
gratis. Lo nuestro es compartir, ofrecer, de ninguna manera invadir, querer
convencer. Actitud de igualdad: todos somos buscadores de Dios. El
espíritu de Dios actúa también en ellos. Actitud de solidaridad con la
gente que nos rodea, en su lucha contra el mal, reflejo de que la fe nos ha
humanizado. De esta forma, la evangelización «prolonga la presencia de Cristo
con una nueva encarnación» (Evangelización y hombre de hoy, 146).
Actitud de predilección hacia los alejados
cuando los imaginamos en nuestra celebración. Ello debe marcar el estilo de la
celebración, los gestos y símbolos a utilizar. Actitud serena ante la
increencia: tenemos que aprender a cohabitar con ella. Tampoco sabemos si
este fenómeno servirá de purificación a la Iglesia, si hará nacer algo nuevo...
Actitud de esperanza en lo que llevamos entre manos, superando complejos
de inferioridad y evitando caer en apoyos mundanos, sabiendo que el
«Espíritu Santo es, en verdad, el protagonista de toda la misión eclesial» (CCE
852).
IV. Lugares para el anuncio misionero
El anuncio misionero hay que hacerlo allá donde no se conoce o no se ha
experimentado la novedad salvadora de Jesucristo, allá donde una situación
deshumanizada pide a gritos ser renovada por la savia nueva del evangelio.
Pablo VI hablaba de «toda una muchedumbre muy numerosa de bautizados, que están
totalmente al margen del bautismo y no lo viven» (EN 56). A casi 25 años de esta
exhortación apostólica, hemos de reconocer que tal muchedumbre ha crecido
considerablemente, como lo ha hecho el secularismo ateo del que habla el
documento papal. Es evidente que nuestros pueblos, familias, universidades... se
han convertido en lugar de misión. ¿Dónde y cómo conectar con todos
aquellos que pasan de la fe? Allá donde se encuentran, esto es, en la
vida de todos los días, y también en las comunidades cristianas, porque un buen
número de ellos acuden a
solicitar algún servicio religioso para ellos mismos o bien para alguno de sus
familiares.
1. FUERA DEL ÁMBITO
PARROQUIAL.
Desde el bautismo, todos los bautizados contamos con una misión profética como
es «el anuncio de Cristo comunicado con el testimonio de la vida y de la
palabra» (CCE 905). El anuncio misionero fuera de las fronteras parroquiales
tiene un doble reto: 1) mostrar que una opción por Dios conlleva a una opción
por el ser humano (la comunión solidaria con todo ser humano), y 2) hacer ver
que una vida iluminada e impulsada desde el evangelio de Jesús humaniza más que
una vida sin fe.
Ambos retos parecen necesarios para que los no creyentes o seriamente alejados
de la fe puedan quedar interpelados por una vida vivida desde la fe. Pero no
basta el testimonio, el signo; es necesario ayudar
a la gente
a interpretarlo: «¿Por qué vivís así?». Ahora bien,
¿cuál es el momento idóneo para un anuncio verbal de Jesucristo? Hay movimientos
religiosos que practican el anuncio directo desde el primer momento. No es fácil
decirlo. La pedagogía utilizada por Jesús (predicar tras el signo) parece
indicar que el anuncio debe estar precedido y acompañado por el signo
testimonial. En muchos casos el discernimiento pastoral exigirá la espera, «el
esfuerzo misionero exige la paciencia» (CCE 852); en otros puede que haga nacer
la pregunta antes de lo esperado; en otros, por fin, bien porque el signo no es
suficientemente rico, bien porque los destinatarios tienen los ojos y los oídos
indispuestos para poder ver más allá de lo que ven y oyen, no habrá espacio para que el
anuncio verbal pueda ser escuchado.
Aun cuando todo bautizado es misionero y por tanto debe compartir su fe con los
que no la conocen, la Iglesia deberá favorecer aquellos movimientos que,
por su carisma y organización, pueden hacer mejor el anuncio misionero en la
vida pública. Es de todos conocida la gran aportación que a la misión
evangelizadora de la Iglesia han hecho los movimientos especializados de Acción
Católica, los Cursillos de Cristiandad, las Misiones populares etc.
2. DENTRO DE LOS
ÁMBITOS PARROQUIALES. Muchos de
los que están seriamente alejados de la fe acuden a las comunidades
parroquiales, bien para solicitar un servicio religioso (un funeral), bien para
solicitar un sacramento para ellos mismos o para alguno de su familia. No es
fácil saber las motivaciones que les inducen a dar este paso, pues hay
motivaciones que funcionan y dirigen la demanda desde el inconsciente. En
efecto: 1) hay resortes arcaicos que están más o menos latentes y que son muy
poderosos, como seguir con la tradición familiar, hacer lo que hacen todos los
demás, ofrecer al niño todas las posibilidades (de lo contrario puede aparecer
un cierto sentimiento de culpabilidad); 2) o es ese niño que llevamos
todos dentro y que se despierta con todos estos acontecimientos...; 3) tampoco
podemos dejar de lado las presiones ambientales, familiares...; 4) pero también
es posible que en el fondo de mucha gente que solicita un sacramento haya una
disponibilidad fundante hacia Dios, una apertura hacia el Misterio, sin que
ellos sepan traducirlo en un acto de fe en Jesucristo, pues no en vano, desde la
fe, creemos que la «gracia obra de manera invisible en todos los hombres de
buena voluntad», sean creyentes o no (GS 23).
3. ELEMENTOS
NECESARIOS PARA EL ANUNCIO MISIONERO.
a) La acogida.
La calidad de la acogida es primordial en todo ámbito de relaciones y lo es,
también, en el terreno religioso. Posiblemente, una de las cosas que sus
paisanos agradecían más en Jesús era su acogida. Es importante, siempre, acoger
a una persona que viene solicitando algo; es un signo de humanidad. Más aún, en
nuestro caso, cuando unas personas, desde la inseguridad –y acaso desde
la culpabilidad o la vergüenza– que les produce el tener que encontrarse
en un ámbito que no dominan y del que se habían separado, acuden solicitando un
servicio religioso. Sea grande o pequeña su fe, no somos quiénes para reprochar
su nivel de vida cristiana, sino al contrario, desde donde están ellos, hemos de
tratar de conocer al máximo –y valorar– sus motivaciones y posicionamientos
religiosos y ayudarles a abrirse al Dios del evangelio de Jesús: «gratis lo
habéis recibido, dadlo gratis» (Mt 10,8).
Ciertamente, no es fácil equilibrar la gratuidad con la exigencia requerida por
la fe, como tampoco lo es mantenerse acogedor cuando no coinciden la oferta y la
demanda, cuando quien pide un servicio religioso, acaso, más que un sacramento
lo que solicita es un rito cristiano de paso,
movido en buena parte por una lógica de comunión (hacer lo que hacen los
otros, lo que han hecho siempre en mi casa...) y nosotros, en cambio,
funcionamos con una lógica de la diferencia, convencidos de que el
sacramento produce una identidad que nos diferencia de otras personas. Con todo,
una buena parte de la efectividad del anuncio misionero se juega en este primer
encuentro acogedor, lo cual interpela el lugar, el talante y el lenguaje de la
acogida.
b) El contenido evangelizador de
los encuentros. El que es consciente de que
una gran mayoría de quienes acuden a solicitar un servicio religioso no están
en el nivel sacramental, planteará el contenido de dichos encuentros, no tanto
desde la óptica teológica del sacramento en cuestión cuanto desde el
acontecimiento humano y el nivel de fe en que se encuentran los
destinatarios que tiene delante, tratando de ayudarles a abrirse a la
llamada de Dios. Ciertamente, no es cosa de caer en rigorismos
legislativos o en ortodoxias doctrinales, pero tampoco de desembocar en un
laxismo o en una tertulia de café. Este es un momento idóneo –algo serio ha
pasado en sus vidas para acercarse a la comunidad cristiana– para
interpelarles y ayudarles a descubrir la llamada que Dios les dirige en este
paso que pretenden dar.
c) Favorecer el encuentro en la familia. La visita a la
familia entra dentro de la
pedagogía del «id», a la que tanto nos invitó el Señor, «los envió a todos los
pueblos y lugares» (Le 10,1). La visita favorece la imagen de una Iglesia que
se acerca a la gente, en lugar de hacerlos venir al despacho parroquial, algo
que puede ser
bien apreciado, sobre todo por las clases populares. Aun reconociendo las
dificultades que supone hoy el presentarse en un hogar –individualismo
exacerbado, guardar la intimidad de cada familia, desconocimiento mutuo entre
sacerdotes y buena parte de los feligreses, etc.– el encuentro en familia en
torno a un acontecimiento importante, como puede ser un nacimiento, una muerte,
unas bodas de plata..., es pastoralmente recomendado en una visión de Iglesia
misionera. Naturalmente, se trata de una presencia ofertada, nunca impuesta;
nadie debe sentirse violentado ni presionado a ello.
d) El estilo misionero de la celebración (símbolos, lenguaje...). Siguiendo
la recomendación misionera de Jesús: dejar las 99 ovejas e ir en busca de la que
se había perdido, sabiendo que en dichas celebraciones ocasionales se van
a encontrar hombres y mujeres que viven sin ninguna referencia explícita a la
fe, es conveniente que la celebración adquiera un estilo misionero: una
predicación con un tono caluroso y comunicador, en un lenguaje vital y de
experiencias, anunciándoles al Dios-vida, cercano a sus vidas, y unos símbolos
adaptados a la mentalidad del hombre actual (recordando que la mayor parte de
las personas son más sentimiento que razón).
V. El posanuncio misionero
Una buena acción
misionera pretende mínimamente suscitar el interés y la simpatía por la fe,
y allá donde este interés ha tomado cuerpo en una precatequesis, llegar hasta
una adhesión
inicial a Jesucristo y su evangelio, por parte de los destinatarios. No cabe
pensar, por tanto, que con esta acción termina la iniciación en la fe de un
creyente, aun cuando, ciertamente, muchos de los que han escuchado nuestro
anuncio misionero no tendrán ningún interés mayor en continuar madurando ese
pequeño despertar a la fe que se ha dado en ellos. Sería disparatado imaginar
una fe adulta en aquel que ha mostrado un interés por la fe y depositar en él
responsabilidades educativas de la comunidad cristiana. El despertar a la fe
requiere ser fortalecido y alimentado por sucesivas ofertas educativas de la fe:
la precatequesis, la catequesis catecumenal, la vida comunitaria, etc. Muchos de
nuestros esfuerzos pastorales quedan a mitad de camino de sus posibilidades
porque no se ha cuidado la continuidad de dicha acción. Se cuida mucho más el
pre que el pos en las diversas acciones pastorales.
La efectividad de una buena acción misionera requiere estos tres pasos
pastorales: 1) El discernimiento. Estar muy atento para poder discernir en
los destinatarios el interés por la fe. Esto está pidiendo un cierto trato
particular con las personas, saber abordar con tacto, pero a la vez con audacia,
la oferta de la fe; 2) El seguimiento. Muchas de nuestras posibilidades
quedan cortas porque no hemos sido capaces de plantear abiertamente la
continuación, el después, en la búsqueda de la fe a aquellas personas en las
que hemos intuido un interés por la fe. Ello puede ser debido, bien a la falta
de tiempo, bien a que no contamos con la parresía o audacia evangélica
suficiente para ello. La efectividad de una buena acción misionera está pidiendo
tanto el seguir
de cerca a esas personas como el contar con ofertas educativas que puedan
continuar madurando esa fe inicial; 3) Las ofertas educativas en la fe.
Naturalmente no cabe seguir de cerca a nadie si luego no contamos con los apoyos
educativos suficientes. Una parroquia, una zona pastoral, debe contar con
ofertas de precatequesis y de catequesis iniciatoria-catecumenal, así
como con acompañantes o padrinos para la fase precatequética, y con
catequistas capacitados para la fase catecumenal, que puedan ayudar, a esos
cristianos que vuelven a la comunidad, a madurar su fe inicial.
Conclusión
Para acabar,
recogemos una sugerencia operativa de la que se ha hablado en el apartado II. Es
necesario que los responsables diocesanos se planteen la urgencia de poner en
marcha un servicio o departamento o delegación diocesana para la acción
misionera, muy relacionada con el servicio o departamento o delegación
diocesana de catequesis. El Directorio lo expresa así: «El hecho de
que la catequesis, en un primer momento, asuma estas tareas misioneras, no
dispensa a una Iglesia particular de promover una intervención
institucionalizada del primer anuncio, como la actuación más directa del mandato
misionero de Jesús. La renovación catequética debe cimentarse sobre esta
evangelización misionera previa» (DGC 62).
BIBL.:
CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, «Para que el mundo crea» (Jn 17,21). Plan
pastoral de la Conferencia episcopal española, 1994-97,
Edice, Madrid 1994; Congreso Evangelización y hombre de hoy, Edice,
Madrid 1986; GARAUDY R., ¿Tenemos necesidad de Dios?, Desclée de Brouwer,
Bilbao 1993, 175-198; GONZÁLEZ-CARVAJAL L., Evangelizar en un mundo
poscristiano, Sal Terrae, Santander 1993, 115-154; MARTÍN VELASCO J.,
Increencia y evangelización, Sal Terrae, Santander 1988, 145-249;
La educación de la experiencia religiosa en una sociedad secularizada,
Actualidad catequética 141 (1989) 31-52; Propuestas para una Iglesia
evangelizadora, Teología y catequesis 1 (1985) 29-42; OBISPOS DE
EUSKAL-HERRIA, Evangelizar en tiempos de increencia. Carta pastoral
Cuaresma-Pascua de Resurrección 1994, Idatz, San Sebastián 1994; RUIz DE LA PEÑA
J. L., Crisis y apología de la fe, Sal Terrae, Santander 1995,
291-302; SECRETARIADOS DE CATEQUESIS DE EUSKAL-HERRIA, A la búsqueda del
Dios vivo, Bilbao 1995, 9-16; SETIÉN J. M., Presencia misionera,
Boletín diocesano, San Sebastián
1987,
698-703.
Félix Garitano Laskurain
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