domingo, 8 de septiembre de 2013

La Trinidad según San Agustín.


1. La fe de la Iglesia: criterio último y punto de referencia
Nuestra consideración sobre la doctrina de Agustín se centrará en su obra «De Trinitate» 1. A esta obra capital él mismo la llama «opus tam laboriosum» 2; trabajó en ella durante largo tiempo (unos veinte años), terminándola alrededor del 419/420. Para M. Schmaus 3, el «De Trinitate» de san Agustín es «el más imponente monumento literario dedicado a la especulación teológica trinitaria».
La obra se puede dividir en dos partes. La primera consta de ocho libros: los libros I-IV tratan de la fe trinitaria según la doctrina de la Iglesia y el testimonio de la Sagrada Escritura. Los libros V-VIII se esfuerzan en clarificar conceptualmente el dogma. En la segunda parte, los libros VIII-XV tratan de acercarse al misterio trinitario con analogías de la creación. En este contexto, san Agustín intercala diversos temas y cuestiones que no tienen ninguna conexión directa con la doctrina trinitaria. En su conjunto, la obra surge del esfuerzo vital por comprender aproximadamente y formular con palabras el misterio inefable del Dios trinitario.
Como muestra ya su propia estructura, el punto de partida de la doctrina trinitaria es la fe eclesial en el Dios trinitario. Más exactamente, se trata de la confesión, definida en el Concilio de Nicea, de que «el Padre, el Hijo y el

  1. CChr 50/50; tr. alem. M. Schmaus: BKV' I1/13.14 (1935s.); cfr. F. Courth: HDG IUla.
  2. Ep. 174; CSEL 189-209.
  3. Die psychologische Trinitätslehre des hL Augustinus (MBTh 11), Münster 1927, reimpresión 1966, 2.
Espíritu Santo son de una sola y misma substancia, testificando con su inseparable igualdad la unidad divina; y que, por ello, no son tres dioses sino un solo Dios».
Al mismo tiempo, esta fe antisabeliana confiesa que al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo les corresponde una peculiaridad irreductible. Esta consiste en que el Padre engendra al Hijo y, por eso, el Hijo no es la misma persona que el Padre; y el Padre no es la misma que el Hijo; finalmente, el Espíritu Santo es tanto Espíritu del Padre como del Hijo; y, como éstos, él pertenece también a la unidad del Dios trinitario.
Esta perspectiva intratrinitaria no queda sin concretar en la historia de la salvación. Pues, según la fe de la Iglesia, que san Agustín confiesa y pretende transmitir, la Trinidad no se hizo hombre; ella no fue crucificada y enterrada, ni resucitó y ascendió a los cielos, sino sólo el Hijo. Tampoco fue ella quien, en el bautismo de Jesús, descendió sobre él en forma de paloma y quien confortó a los Apóstoles en Pentecostés, sino sólo el Espíritu Santo. Finalmente, tampoco fue ella quien pronunció las palabras confirmadoras en el bautismo de Jesús, sino sólo el Padre.
Resumiendo de nuevo esta concreción histórico-salvífica con el pensamiento de la unidad, san Agustín concluye que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo «como son inseparables, actúan también inseparablemente. Esta es también mi fe, porque es la fe de la Iglesia católica» 4. Consecuentemente, san Agustín reza así al final de su obra: «Por esta regla de fe me he regido en mis comienzos; y a partir de ella, te he buscado en cuanto me ha sido posible, en cuanto tú me has hecho capaz, y he tratado de comprender con la razón lo que creía con la fe; mucho he discutido y mucho me he esforzado» 5.
Pero puesto que la fe de la Iglesia es el fundamento de toda reflexión teológica, san Agustín, en sus escritos apologéticos, trata de recuperar a los herejes para la fe de la Iglesia; él quiere hacerles comprender el valor salutífero de aquella medicina preparada en la Iglesia, que guía nuestra torpe mente a la verdad inmutable.

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