NDC
SUMARIO: I.
Catecumenado: 1. Constantes de la evangelización; 2. Catequesis cristiana
primitiva; 3. La institución del catecumenado; 4. Restauración del catecumenado;
5. Etapas del catecumenado; 6. Discernimiento; 7. Reunión catecumenal; 8.
Pedagogía catecumenal. II. Inspiración catecumenal: 1. Catequesis, proceso
catecumenal; 2. Dimensiones y tareas; 3. Adultos, jóvenes y niños; 4.
Evangelización de los bautizados.
I. Catecumenado
La palabra catecumenado procede del verbo griego katechéin, que
significa resonar, hacer sonar en los oídos y, por extensión, instruir,
catequizar. Así, catecúmeno es el que está siendo instruido, catequizado; más en
concreto, el que está siendo iniciado en la escucha de la palabra de Dios. La
definición más antigua de catequista tiene también el mismo significado.
Catequista es el que instruye en la Palabra (cf Gál 6,6; CF 31) al discípulo o
catecúmeno.
El catecumenado conecta con esta experiencia fundamental: Dios habla hoy. Y se
pone al servicio de ella. En la Biblia, el mayor problema religioso del hombre
no está en si Dios existe o no existe, sino en si Dios habla o
no habla. Para quien le busca, quizás a tientas (cf He 17,27), la respuesta no
está en las nubes de los razonamientos teóricos. La respuesta es la experiencia
de fe (cf EN 46), como escucha de la palabra de Dios en el fondo de la historia.
En sentido estricto, el catecumenado «es la institución de la Iglesia al
servicio de la iniciación cristiana de los adultos recién convertidos que se
preparan para recibir el bautismo» (CC Anexo 17; cf CAd Anexo 11; CCE 1230).
El catecumenado cristaliza como institución eclesial en la Iglesia del siglo III,
pero recoge la herencia de un proceso de evangelización que se remonta a la
misión apostólica y a la misión del mismo Jesús (Jn 20,21). En función de esta
evangelización originaria ha de ser entendido el catecumenado posterior. Por
ello, más que la institución catecumenal como tal, interesa el proceso de
evangelización que la institución pretende desarrollar. Esta evangelización
tiene unas constantes que aparecen, de una u otra forma, en cualquier
experiencia de fe (cf IC 121).
1. CONSTANTES DE LA
EVANGELIZACIÓN. La
evangelización es un proceso vivo y complejo, con elementos diversos que es
preciso integrar, con constantes vitales que hay que cuidar (cf EN 24; CC 21;
DGC 46), si queremos transmitir todos el mismo evangelio en la diversidad de
tiempos, situaciones y culturas (cf Mc 2,1-12; He 2,36-47; AG 11-15; CCE 1229;
DGC 32 y 38).
Cuando evangeliza, Jesús anuncia (con
palabras y con obras) que el reino de Dios está en acción. Anuncia
una Palabra que se cumple, una Palabra acompañada de señales y signos: enseña y
cura, dice y hace. A la pregunta de los discípulos de Juan, responde con el
lenguaje de los hechos (cf Mt 11,5; Lc 7,22; DGC 38). Evangelizar es sembrar la
Palabra en el campo de la historia (cf Mt 13,3; He 8,4; Tes 2,13).
Junto a la acción de Dios, Jesús anuncia la necesaria conversión del hombre
(cf Mc 1,15; He 2,38; y DGC 53 y 85). Su programa aparece proclamado en el
sermón de la montaña. Es la carta magna de la comunidad cristiana. El evangelio
es anunciado como gracia a quienes, por sí mismos, ni siquiera pueden cumplir la
ley.
Jesús evangeliza con la fuerza del Espíritu (cf Lc
4,14). Y la acción del Espíritu es una realidad que brota a raudales como fruto
de su Pascua, según su promesa (cf Jn 15,26-27; 16,7-15; He 2,38). La
experiencia de fe se hace posible en la dinámica del Espíritu. La evangelización
apostólica apela a la experiencia del Espíritu como a un hecho al que se puede
remitir: «lo que estáis viendo y oyendo» (He 2,33). Si el mensaje parece
increíble, lo cierto es que es anunciado en medio de un reto: «somos testigos»
(2,32), y, además, cualquiera puede serlo (cf DGC 43).
El perdón, la amnistía, la justificación es parte esencial de la buena noticia
del evangelio. Quien comienza a creer y comienza a
cambiar, ya está juzgado favorablemente por Dios (Jn 3,18). Es el caso del
paralítico (Mc 2,5). Lo proclama Pedro el día de Pentecostés (He 2,38). Lo
proclama también Pablo (Rom 8,21).
A petición de uno de sus discípulos, Jesús les enseña a orar (cf Lc 11,1-13; DGC
85). El discípulo dialoga con Dios, con un Dios vivo que dialoga con el hombre.
La oración culmina en la celebración de las maravillas de Dios: «Jamás hemos
visto cosa igual» (Mc 2,12).
Para llevar adelante su misión, Jesús no se identifica con ninguno de los
grupos sociales y religiosos de su tiempo: saduceos, fariseos, esenios,
escribas. Jesús anuncia el evangelio a los pobres, la muchedumbre
sometida por los poderosos. Su enseñanza no es abstracta: donde hay opresión,
hay Palabra de liberación. Como aquel día, en la sinagoga de Nazaret (cf Lc
4,18-19; DGC 103).
Cuando evangeliza, Jesús no está solo, comparte su misión.
Ahí están los doce (Mt 10,1) y, más allá de este círculo
íntimo, está el grupo que sigue a Jesús (Mt 8,22), están los setenta y dos (Lc
10,1), están las mujeres que acompañan a Jesús (Lc 8,1-3). La comunidad es la
nueva familia del discípulo, el lugar donde recibe la enseñanza especial del
evangelio, el centro de operaciones desde donde se difunde el evangelio
recibido. En los Hechos de los apóstoles, quien se convierte a Cristo se
incorpora a la comunidad (cf He 2,47; DGC 84 y 86).
Jesús comienza a evangelizar en la periferia del mundo judío, en Galilea, pero
su destino final es Judea, Jerusalén, el templo.
El templo está manchado y debe ser purificado; más aún, debe ser sustituido (cf
Jn 2,13.22; 4,24). La denuncia del templo determina el proceso contra Jesús. Se
le condena como blasfemo (Mt 26,65), como subversivo (Mt 27,37). Evangelizar
significa también participar del
proceso que a Cristo le lleva a la cruz (cf lCor 1,23).
Lo que pasó después es proclamado por Pedro el día de Pentecostés como el centro
del mensaje cristiano: «Tenga, pues, todo Israel
la certeza de que Dios ha' constituido señor y mesías a este Jesús a quien
vosotros habéis crucificado» (He 2,36; cf DGC 41). El reino de Dios se
manifiesta ahora en la persona de Jesús, constituido Señor de la historia. ¡Lo
mismo que Dios!
2. CATEQUESIS
CRISTIANA PRIMITIVA.
La catequesis de Jesús y de los doce es fundamental en el desarrollo de las
primeras comunidades. Además, es modelo permanente para la catequesis de todos
los tiempos. El anuncio del evangelio, con sus constantes, es la semilla de la
catequesis. Los discípulos van por todas partes anunciando la buena nueva de la
Palabra. Se distinguen ya unas etapas. El objetivo es hacer discípulos,
enseñando todo el evangelio a los hombres. El catequista aparece como el que
instruye en la Palabra. La catequesis (principalmente de adultos) se realiza por
inmersión en la vida de la comunidad.
La Iglesia naciente recibe del Señor resucitado la misión de hacer discípulos de
todos los pueblos. Los discípulos son enviados a evangelizar. No se trata sólo
de una evangelización primera, sino, al menos, de una evangelización básica,
fundamental (cf DGC 67). Han de hacer discípulos «bautizándolos en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo
os he mandado» (Mt 28,19-20; cf DGC 34 y 82). He aquí, de forma
concisa y lapidaria, una síntesis de la iniciación cristiana primitiva y, por
tanto, de la catequesis correspondiente (originariamente, posbautismal).
El proceso de evangelización tiene unas etapas que es preciso identificar.
Comienza con el anuncio primero del evangelio (siembra de la Palabra) y se
cumple de forma básica y fundamental en la catequesis (crecimiento y maduración
que produce fruto). La relación que se da entre anuncio misionero y catequesis
es profunda. Son como el grano y la espiga (cf Mc 4,1-20; DGC 15, 17 y 31).
La catequesis, para bautizados o para quienes se preparan a recibir el bautismo,
implica una entrega viva del evangelio, y de todo el evangelio, a los hombres:
«La catequesis no es otra cosa que el proceso de transmisión del evangelio tal
como la comunidad cristiana lo ha recibido, lo comprende, lo celebra, lo vive y
lo comunica de múltiples formas» (DGC 105; cf 30, 66, 78 y 111).
En la Iglesia naciente, se distingue entre el anuncio del evangelio a los no
cristianos (kerigma) y la enseñanza dada a los nuevos convertidos, en la
que se explican las Escrituras a la luz de los hechos cristianos (didajé):
«Eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles» (He 2,42)
aquellos que previamente habían acogido el anuncio del evangelio. Ciertamente,
la iniciación cristiana es entonces algo más que enseñanza. Es también comunión,
fracción del pan, oración, temor ante los prodigios y señales, comunicación de
bienes, agregación a la comunidad (cf 2,42-47). Es decir, iniciación a la vida
cristiana total (cf DGC 63).
Desde los orígenes se distinguen
dos clases de creyentes: los niños (los que no hablan) y los adultos
(los cristianos maduros). Por ello puede decir Pedro: «Como niños recién
nacidos apeteced la leche espiritual no adulterada, para que alimentados con
ella crezcáis en orden a la salvación» (lPe 2,2; cf Heb 5,12). Hay clara
conciencia de que la evangelización se realiza en un proceso de crecimiento y de
maduración, ya fuera antes o después del bautismo.
En la Iglesia naciente se bautiza enseguida. La experiencia de fe es rica y
abundante. Los Hechos de los apóstoles nos hablan de la celebración del bautismo
tras la primera experiencia del Espíritu. Es lo que sucede en casa de Cornelio (cf
He 10,44-48). Sin embargo, la situación religiosa y política adversa (y otros
problemas) conducen a veces al abandono de la fe. Ello irá aconsejando prudencia
y no bautizar a nadie hasta que no haya dado señales suficientes de que ha
madurado el proceso de conversión.
Entre los testimonios más antiguos de la catequesis cristiana primitiva (fuera
del Nuevo Testamento) es preciso citar, entre otros, la Didajé o Doctrina
de los apóstoles (siglo I); la Apología 1, de Justino (siglo II); la
Demostración de la predicación apostólica, de san Ireneo (hacia 115-203);
finalmente, el Pastor de Hermas (hacia el 140, en Roma), que —sin
utilizar todavía la palabra catecumenado— manifiesta la existencia de un
tiempo de preparación al bautismo: los candidatos son iniciados en la Palabra y
han de dar pruebas de conversión.
3. LA INSTITUCIÓN
DEL CATECUMENADO. Los trabajos de
Clemente (en Alejandría, a finales del siglo II) testimonian claramente el uso
de la palabra catecúmeno y la práctica catecumenal. La estructura es muy
flexible. Hay mezcla de paganos y neófitos. El proceso dura unos tres años. En
El pedagogo, cada detalle concreto de la vida diaria es puesto en
confrontación con el evangelio.
En el norte de Africa, Tertuliano (hacia el 160-220) escribe su Tratado del
bautismo. La iniciación bautismal es la única entrada en la única fe por
sucesivas etapas: paganos, catecúmenos y fieles. Se requiere, por tanto, un
tiempo en el que se consolide y verifique la conversión.
La Tradición apostólica, de Hipólito de Roma, una obra escrita hacia el
215, presenta una organización del catecumenado caracterizada por una fuerte
estructura. Se distinguen dos etapas: la preparación remota al bautismo (durante
unos tres años) y la preparación próxima (que coincide con la cuaresma). En esta
etapa, los candidatos al bautismo, hasta ahora oyentes (audientes), se
llaman elegidos (electi). Orígenes (hacia el 185-254) es el primer
catequista que conocemos con precisión. Principalmente en su obra Contra
Celso encontramos detalles sobre la estructura de la catequesis y la
organización del catecumenado. Distingue claramente tres etapas catecumenales:
la probación precatecumenal, la probación catecumenal y la probación penitencial
posbautismal. Distingue también entre oyentes y elegidos.
Desde comienzos del siglo III, la estructura del catecumenado ya está
determinada en sus líneas esenciales. El siglo IV, fecundo en obras
catequéticas de gran envergadura, no hará más que llevarlas a su plena
expansión. En
Oriente contamos con Cirilo de Jerusalén (18 Catequesis pronunciadas a lo
largo de la cuaresma y de la semana de pascua del año 348), Teodoro de
Mdpsuestia (16 Homilías catequéticas pronunciadas en Antioquía hacia el
392), Juan Crisóstomo (8 Catequesis escritas probablemente hacia el 390)
y el Itinerario de Egeria (información preciosa sobre la preparación al
bautismo en Jerusalén, a finales del siglo IV).
En Occidente contamos con Ambrosio (De Mysteriis, catequesis sobre los
sacramentos en función de una tipología bíblica, escritas en Milán hacia el
390-391; también el tratado De sacramentis, escrito con notas tomadas de
catequesis habladas) y con Agustín (algunos sermones prebautismales y, sobre
todo, De Catechizandis Rudibus, librito capital sobre el modo de
catequizar, enviado hacia el 400 al diácono Deogracias, que lleva la catequesis
en Cartago y se encuentra muy desalentado). El texto de san Agustín sigue la
historia de la salvación, cuya narración (más breve o más larga) siempre ha de
ser completa: «Mas no por eso debemos exponer detenidamente todo el Pentateuco,
los libros de los Jueces y de los Reyes, los de Esdras y todo el Evangelio y los
Hechos de los apóstoles, pues ni hay tiempo para ello ni es necesario. Más bien
hay que recorrer por encima las cosas principales y destacar lo más admirable y
lo que se oye con más gusto; que esto no conviene mostrarlo para quitarlo en
seguida de la vista, sino que hay que detenerse en ello, y darle vueltas para
que haga impresión en el ánimo de
los oyentes. Las otras cosas pueden recorrerse rápidamente. De este modo no
fatigaremos al oyente queriendo moverle, ni le confundiremos queriendo
instruirle» (De Catechizandis Rudibus, III,
5).
Durante los siglos IV y V, las circunstancias cambian con la conversión
de los emperadores. Se constituye una cristiandad. Se desarrolla el período
cuaresmal, en detrimento del catecumenado propiamente dicho. Finalmente, el
siglo VI sólo conserva ritos más o menos condensados, y el bautismo de niños se
impone sobre el catecumenado.
En el siglo VI el catecumenado queda reducido a la cuaresma y, además, queda
situado en la primera parte de la misa. Con ello la Iglesia ya no tiene otro
espacio de acogida que la misa misma, y los catecúmenos deben adaptarse al
sistema de una comunidad preestablecida. Posteriormente hasta se perderá la
conciencia de que la cuaresma tuvo algo que ver con el catecumenado. Con la
situación de cristiandad se pierde —a gran escala— el proceso de evangelización
y catequización de los adultos, predominando decisivamente la masificación, el
cultualismo y la fijación infantil de la catequesis.
4. RESTAURACIÓN DEL
CATECUMENADO. La
restauración del catecumenado ha ido madurando lentamente en la Iglesia, tanto
en tierras de misión como en países de vieja cristiandad. Su necesidad se ha ido
haciendo sentir en el contexto de una progresiva secularización del mundo
contemporáneo.
A partir de 1878 el cardenal Lavigerie, fundador de
los Padres Blancos, introduce en África el catecumenado en sentido estricto. A ejemplo suyo,
por aproximaciones sucesivas y con fortuna diversa, la primera mitad de nuestro
siglo conoce una expansión del catecumenado en algunas Iglesias jóvenes de
África y de Asia. Dentro de Europa es en Francia donde revive primero el
redescubrimiento del catecumenado, vinculado a la urgencia de la misión. Más
concretamente, las primeras iniciativas surgen en los años cincuenta en Lyon;
después en París, bajo el impulso de testigos como F. Coudreau. De esta manera,
una red catecumenal se extiende primero en Francia y después en Bélgica (Bruselas
y Amberes) y en Suiza (Ginebra). A través de Estrasburgo se tejen
vínculos con Alemania Federal y desde Lyon se establecen relaciones con la
comunidad anglicana, y posteriormente con la Iglesia católica inglesa. Después,
París conecta con Lisboa y se establecen intercambios con Madrid (Secretariado
nacional de catequesis). Finalmente, a través del secretariado de la Conferencia
episcopal holandesa se establecen relaciones de cara a la implantación en los
Países Bajos. Más recientemente, se incorporan a la tarea catecumenal Italia
(Roma, Milán, Nápoles) y Albania (Tirana).
En países de vieja cristiandad (como España, Portugal e Italia, y también en
Latinoamérica) el catecumenado tiende a realizarse con adultos bautizados, con
vistas a una conversión y reiniciación más auténtica (neocatecumenados,
catequesis de inspiración catecumenal con jóvenes y adultos, procesos de
evangelización en comunidades eclesiales de base). En estos casos, «preferimos
hablar de
catequesis de inspiración catecumenal más que de catecumenado en sentido
estricto» (CC Anexo 17; cf CCE 1231).
El Vaticano II (1962-1965) ordena la restauración del catecumenado (cf SC 64).
El catecumenado «no es una mera exposición de dogmas y preceptos, sino una
formación y noviciado convenientemente prolongado de la vida cristiana, en que
los discípulos se unen con Cristo, su Maestro. Iníciense, pues, los catecúmenos
convenientemente en el misterio de la salvación, en el ejercicio de las
costumbres evangélicas y en los ritos que han de celebrarse en los tiempos
sucesivos; introdúzcanse en la vida de fe, de la liturgia y de la caridad del
pueblo de Dios» (AG 14).
Asimismo, el Vaticano II prescribió la revisión del Ritual del bautismo de
adultos, teniendo en cuenta la restauración del catecumenado. En
cumplimiento de esta orientación conciliar, la Congregación para el culto divino
publicó en 1972 el Ritual de la iniciación cristiana de adultos (RICA),
una aportación decisiva a la restauración actual del catecumenado (sobre lo
previsto al respecto en el Código de Derecho canónico, cf cc. 206, 788,
851 y 865).
5. ETAPAS DEL
CATECUMENADO. Recogiendo la tradición viva de la Iglesia, el Ritual señala las distintas etapas
que se suceden en el proceso catecumenal:
a) El precatecumenado. En esta etapa se hace la
evangelización, o sea, se anuncia abiertamente y con decisión al Dios vivo y a
Jesucristo. De esta primera evangelización, llevada a cabo con la ayuda de Dios,
brotan la fe y la conversión inicial, así como la verdadera voluntad de seguir a
Cristo (cf RICA 9, 10, 11, 68; DGC 88; IC 24). La fase
precatecumenal concluye con la entrada en el catecumenado.
b) El catecúmenado propiamente dicho.
Comienza la iniciación en la escucha de la palabra de Dios
(cf RICA 14-20), la catequesis integral. La etapa catecumenal se prolonga
cuanto sea necesario para que madure la conversión y la fe de los catecúmenos;
si fuera preciso, por varios años. En determinados casos, puede abreviarse (cf
RICA 98). La etapa concluye con la celebración de la elección. La
elección es como el eje de todo el catecumenado. Para ser elegidos, se
requiere la fe iluminada y la voluntad deliberada de recibir los sacramentos
de la Iglesia (cf RICA 133-142; DGC 88; IC 25-26; 121).
c) La purificación o iluminación.
Esta etapa coincide tradicionalmente con el
tiempo de cuaresma y está dedicada a una preparación más intensa de los
sacramentos de iniciación. Los elegidos (o iluminados) son invitados a
permanecer vigilantes, a orar, a purificar y renovar sus corazones por la
conversión y a asistir asiduamente a la catequesis, camino que lleva a la
plenitud de la Pascua. Es una fase breve, pero muy intensa (cf RICA 21-25; IC
27; 122). En ella se celebran los escrutinios (discernimiento), los
exorcismos (superación de resistencias) y las entregas (del credo y del
padrenuestro).
Desde la antigüedad, las entregas del credo y del padrenuestro pertenecen a la
fase final del catecumenado (cf RICA 53 y 181). La entrega del símbolo es
un acto fundamental que
contiene todo el significado de la catequesis: se celebra la transmisión de la
fe (cf 1Cor 15,3), de toda la fe de la Iglesia, resumida en el credo. Su
formulación puede variar, pero el símbolo constituye siempre un conjunto
elemental y completo del mensaje cristiano. La entrega del credo es un momento
apropiado para hacer una catequesis intensiva sobre el mismo. Al entregar el
padrenuestro, la Iglesia celebra la iniciación a la oración de los nuevos
creyentes. El padrenuestro es la oración modelo de los cristianos, que ponen su
confianza en el Padre, porque son hijos (cf Rom 8,14-27 y Gál 4,4-7). La entrega
del padrenuestro es un momento apropiado para hacer una catequesis intensiva
sobre la oración cristiana.
d) La mistagogia. La última etapa, tradicionalmente realizada en el
tiempo pascual, se dedica a la catequesis mistagógica, es decir, a la
profundización en la nueva experiencia de los sacramentos y de la comunidad. Es
la etapa de los neófitos (cf RICA 37-40; IC 29-30; 123).
En el catecumenado antiguo, «la formación propiamente catecumenal se realiza
mediante una catequesis bíblica, centrada en la narración de la historia de la
salvación; la preparación inmediata al bautismo, por medio de una catequesis
doctrinal, que explica el símbolo y el padrenuestro, recién entregados, con sus
implicaciones morales, y la etapa que sigue a los sacramentos de la iniciación,
mediante una catequesis mistagógica, que ayuda a interiorizarlos y a
incorporarse en la comunidad. Esta concepción sigue siendo un foco de luz para
el catecumenado actual y para la misma catequesis de iniciación» (DGC 89).
Como dice el
Catecismo de la Iglesia católica, «hoy, en todos los ritos latinos y
orientales, la iniciación cristiana de adultos comienza con su entrada en el
catecumenado, para alcanzar su punto culminante en una sola celebración de los
tres sacramentos del bautismo, de la confirmación y de la eucaristía. En los
ritos orientales la iniciación cristiana de los niños comienza con el bautismo,
seguido inmediatamente por la confirmación y la eucaristía, mientras que en el
rito romano se continúa durante unos años de catequesis, para acabar más tarde
con la confirmación y la eucaristía, cima de su iniciación cristiana» (CCE
1233).
6. DISCERNIMIENTO.
En la fase final
del catecumenado se hace un discernimiento (escrutinios) para verificar la
autenticidad del proceso realizado por el catecúmeno: es decir, si realmente ha
pasado de la sed al agua de la vida, como la samaritana (Jn 4,5-42); de la
ceguera a la luz, como el ciego de nacimiento (Jn 9,1-41); de la muerte a la
vida, como Lázaro (Jn 11,1-45). Al final, es preciso: discernir si se ha
cumplido el proceso catecumenal; garantizar y celebrar la superación de
resistencias; ver si se producen, entre otros, frutos tan importantes, como la
confesión de fe, la oración cristiana, el testimonio, las señales del evangelio,
el amor fraterno.
Junto a los escrutinios se celebran los exorcismos. El tiempo de
preparación al bautismo es un tiempo de lucha, de tentación, de superación de
resistencias. A la luz de la Palabra, en actitud de oración y con la fuerza del
Espíritu, el discernimiento puede desenmascarar la tentación. La comunidad cristiana es consciente de que Cristo es
más fuerte que los poderes del mal (cf Mt 12,22-32).
En general, el significado fundamental del discernimiento es el de probar,
examinar, verificar. Desde el punto de vista cristiano, el discernimiento tiene
por objeto conocer la voluntad de Dios (cf Rom 12,2), que se manifiesta en su
Palabra y se acoge con docilidad a la acción del Espíritu.
La dinámica catecumenal supone una iniciación en la palabra de Dios, viva y
actual, escuchada en las circunstancias ordinarias de la vida. Esta escucha de
la palabra de Dios, dicha hoy, se realiza a la luz de la palabra de Dios dicha
ya, recogida en la Escritura y en la tradición viva de la Iglesia.
Si Dios habla (de la forma que sea), el creyente ha de escuchar. Ello supone un
discernimiento realizado a distintos niveles (personal, pastoral, comunitario) y
también la acogida de algo que, por encima de todo, es don de Dios, no producto
del hombre. Ciertamente, toda Escritura es inspirada por Dios y útil para educar
en la fe (2Tim 3,16-17), pero hay situaciones cuyo contexto manifiesta
significativamente que Dios sigue hablando, o que Cristo se mete en la
conversación, como sucedió a los caminantes de Emaús (cf Lc 24,32). Frente a la
alucinación (individual y enfermiza), la experiencia de fe puede ser percibida y
discernida por muchos hermanos a la vez (cf 1Cor 15,6). La comunidad ayuda a
objetivar y a verificar qué relación se da entre la escucha de la palabra de
Dios y la realidad.
La palabra de Dios trasciende todo
método: se cumple en la dinámica del Espíritu. Se requiere una actitud de
escucha y un fiel discernimiento, que respete la iniciativa de Dios y acoja en
cada caso el don de Dios, más allá de todo racionalismo (que considerara
imposible qúe Dios hable hoy), más allá de todo iluminismo (que ofreciera una
falsa iluminación o una nueva revelación) y más allá de toda manipulación (que
pretendiera falsamente hacerle hablar a Dios).
La catequesis ha de ayudar a discernir en los acontecimientos, exigencias y
deseos, de los cuales participa el creyente junto con sus contemporáneos, los
signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios (cf GS 11 y DGC 32).
Es fundamental discernir la propia vocación. Dios llama a cada persona con una
vocación particular. Lo que es bueno para uno no es bueno para otro y lo que es
mejor para uno no siempre lo es para otro. Cada cual tiene su gracia (1Cor 7,7).
La vocación supone un cambio en el rumbo de la vida: la llamada de Dios
sorprende al hombre en su tarea habitual y le orienta hacia un destino que sólo
Dios conoce (cf Gén 22,1). La vocación es la llamada que hace Jesús para reunir
a sus discípulos: «Venid conmigo» (Mc 1,17), les dice. Ciertamente, muchos no
responden: «muchos son los llamados, pero pocos los escogidos» (Mt 22,14).
Seguir a Jesús no es sólo asumir su doctrina, sino compartir su misión y su
destino (cf Mc 10,21; Mt 16,24). Una de las tareas de la catequesis es iniciar
en el estilo de vida de Jesús.
La Iglesia naciente vive la condición cristiana como una vocación. San Pablo
llama a los cristianos «santos por vocación» (Rom 1,7). Dado que la vocación
cristiana nace del Espíritu, que es uno, hay en medio de esta única vocación
diversidad de dones, de servicios y de operaciones, pero en esta variedad no
hay, en definitiva, más que un solo cuerpo y un solo espíritu (lCor 12,4-13). A
los pastores de la Iglesia corresponde especialmente el discernimiento de
carismas. A ellos compete sobre todo no apagar el Espíritu, sino examinarlo todo
y quedarse con lo bueno (lTes 5,21), a fin de que todos los carismas cooperen,
en su diversidad y complementariedad, al bien común (cf lCor 12,7; CCE 801).
Se distingue entre discernimiento y evaluación de la catequesis. El
discernimiento (más espiritual, individualizado y de carácter más religioso) se
centra en el proceso interior de maduración en la fe (cambio personal,
superación de resistencias a la acción de Dios, llamadas que el catecúmeno va
escuchando, nuevos caminos que se le abren). La evaluación (más exterior y
grupal) se refiere al desarrollo de la acción catequizadora en el grupo y trata
de analizar hasta qué punto se están logrando las metas propuestas, la pedagogía
que se está utilizando, la dinámica relacional y, en general, todos los
elementos que forman parte de la acción catequizadora. Es esencial al
discernimiento y a la evaluación que se hagan en un clima alentador y
esperanzador (cf CAd, Anexo 36).
7. REUNIÓN
CATECUMENAL. Todo el proceso catecumenal pasa por la reunión catecumenal, o
comunitaria. No podemos olvidar que el lugar originario de la catequesis es la
reunión de la comunidad. San Pablo
consideró importante lo que pasa en ella. Por eso escribe a los corintios:
«Cuando os reunís, unos pueden cantar, otros enseñar, otros manifestar una
revelación, otros hablar en lenguas extrañas y otros interpretarlas. Pero que
sea para aprovechamiento de todos» (1Cor 14,26; cf DGC 140-144).
No podemos ignorar las cuestiones o situaciones de los participantes, si no
queremos responder a preguntas que no se hacen o a problemas que no existen. Por
ejemplo, en el encuentro de Pedro y Cornelio se asume el interrogante (cf He
10,21-29). Esto supuesto, con la adaptación necesaria en cada caso, puede
utilizarse el esquema de reunión que Pablo propone a la comunidad de Corinto. En
él se conjugan diversos elementos: 1) oración (a partir de aquello que más llama
la atención y que está en relación con los acontecimientos personales, sociales
o eclesiales); 2) enseñanza (escucha de la palabra de Dios dicha ya, recogida en
la Escritura y en la tradición viva de la Iglesia); 3) revelación (escucha de la
palabra de Dios dicha hoy en una circunstancia concreta); 4) discurso en lenguas
(comunicación realizada en otros lenguajes, que necesitan interpretación para
poder ser entendidos).
También puede utilizarse el siguiente esquema, semejante al de
«ver-juzgar-actuar», incluyendo explícitamente la dimensión actual de la Palabra
y la oración: 1) información (de lo más importante, acontecido desde la última
reunión); 2) escucha de la Palabra (dicha ya o dicha hoy); 3) oración (desde lo
escuchado, desde lo vivido, con un salmo, con propias palabras, con una
canción); 4) acción, que brota de la escucha de la palabra de Dios en una
situación concreta (cf Mc 8,21; Sant 1,22).
No todos los elementos se dan en todas las reuniones, ni tampoco se dan
necesariamente todos desde el principio. Así, por ejemplo, en un momento dado, a
petición de uno de sus discípulos, Jesús les enseña a orar (cf Lc 11,1). Es
fundamental la participación, la comunicación, realizada libremente al nivel que
cada uno quiera expresarse. Recordemos aquí que, originariamente, homilía
significa conversación; no es un monólogo, sino un diálogo. Si hay silencio, hay
que ver lo que significa. Puede significar bloqueo, tensión, falta de
comunicación; pero también reflexión, escucha, contemplación. En muchos casos,
en el silencio se gesta la Palabra.
8. PEDAGOGÍA
CATECUMENAL. POCO a poco, dentro de su sencillez, se puede ir comprendiendo la
complejidad, la riqueza y la variedad de la pedagogía catecumenal. He aquí
algunas claves más importantes. Es una pedagogía de la escucha de la palabra de
Dios que se hace acontecimiento. Es una pedagogía de la relación, de la
comunicación, del grupo. De la experiencia humana común y de la experiencia de
fe. De la información y documentación necesaria (datos objetivos: doctrinales,
científicos, jurídicos, etc). Del discernimiento personal, pastoral,
comunitario. De la acción (compromiso, testimonio, liberación). De la confesión
de fe, recapitulada en el símbolo de la fe. De la oración (conversación con un
Dios que habla) y de la celebración de la fe (dimensión festiva de la palabra de
Dios cumplida en los acontecimientos).
Es muy importante el papel de quien lleva el grupo, de quien instruye en la
Palabra. Su función es la de ser guía. Cuando Felipe oye al eunuco leer ál
profeta Isaías, le dice: «¿Entiendes lo que estás leyendo?». Y él le responde:
«¿Cómo lo voy a entender si alguien no me lo explica?». Felipe le guía no sólo
en el sentido de las Escrituras, sino también en el sentido de los
acontecimientos. Todo lo que ha sucedido ese día tiene una clave: la buena nueva
de Jesús (cf He 8,30-35).
II. Inspiración catecumenal
La restauración moderna del catecumenado ha ido favoreciendo la inspiración
catecumenal de toda catequesis. Se dice en el sínodo de 1977: «El modelo de toda
catequesis es el catecumenado bautismal» (MPD 8; cf prop. 30). La inspiración
catecumenal supone hacer de la catequesis un proceso de iniciación cristiana
integral, es decir, una iniciación en las dimensiones fundamentales de la vida
cristiana: en el conocimiento del misterio de Cristo, en la vida evangélica, en
la oración y celebración de la fe, en el compromiso misionero (CC 83-85).
1. CATEQUESIS,
PROCESO CATECUMENAL. En sentido restringido, la catequesis es la enseñanza
elemental de la fe. En sentido pleno, es la iniciación cristiana integral, es
decir, «iniciación no sólo en la doctrina, sino también en la vida y culto de la
Iglesia, así como en su misión en el mundo» (CC 79; DGC 63; cf IC 17-18).
La catequesis renovada, que ahora y siempre necesita
la Iglesia, implica la promoción del sentido pleno: «La catequesis no consiste
únicamente en enseñar la doctrina, sino en iniciar a toda la vida cristiana» (CT
33). Según esto, la catequesis debe tener una inspiración catecumenal. El nuevo
Directorio general para la catequesis constata (y acoge) la evolución
posconciliar del concepto de catequesis (DGC 35).
Entre el catecumenado bautismal y la catequesis de inspiración catecumenal hay
una diferencia esencial: haber recibido (o no) los sacramentos de la iniciación.
Supuesta esta diferencia, he aquí algunos elementos del catecumenado bautismal
que deben ser fuente de inspiración para la catequesis posbautismal.
El catecumenado: 1) recuerda constantemente a toda la Iglesia la importancia
fundamental de la función de iniciación, con los factores básicos que la
constituyen: la catequesis y los sacramentos correspondientes; 2) es
responsabilidad de toda la comunidad cristiana (cf AG 14d): la institución
catecumenal acrecienta en la Iglesia la conciencia de su función maternal; 3)
está impregnado por el misterio de la pascua de Cristo, centro del mensaje
cristiano; 4) es lugar inicial de inculturación, en el que los catecúmenos son
acogidos integralmente, con sus vínculos culturales. Una catequesis viva
participa de esta función de incorporar a la catolicidad de la Iglesia las
semillas de la Palabra esparcidas en
individuos y pueblos; 5) proporciona a la catequesis posbautismal una dinámica y
unas características configuradoras: la intensidad e integridad de la formación;
su carácter gradual, con etapas definidas; su vinculación a ritos, símbolos y
signos, especialmente bíblicos y litúrgicos; su constante referencia a la
comunidad cristiana (cf DGC 90).
2. DIMENSIONES Y
TAREAS. Una catequesis de inspiración catecumenal inicia en todas las
dimensiones de la vida cristiana, lo que supone las correspondientes tareas (cf
IC 121).
La catequesis
inicia en la palabra viva de Dios, «la palabra del reino» (Mt 13,19),
palabra sembrada en el campo de la historia: «el campo es el mundo» (13,38). Es
una enseñanza especial. El discípulo entra dentro del misterio anunciado a la
muchedumbre por medio de parábolas: «Dios, que habló en otro tiempo, sigue
hablando» (DV 8). Más aún, y es fundamental: quien escucha la Palabra se
encuentra con Cristo. Toda la Escritura da testimonio de él (Jn 5,39). Por ello,
«desconocer la Escritura es desconocer a Cristo» (DV 25). En el proceso
catecumenal, los catecúmenos reciben el evangelio (Sagrada Escritura) y su
expresión eclesial que es el símbolo de la fe (credo).
La catequesis
inicia en la justicia nueva del evangelio (cf Mt 5,1-48), es decir,
promueve un proceso de conversión. Para empezar, basta la conversión
inicial. Con la gracia de Dios, el nuevo convertido emprende un camino
espiritual, por el que pasa del hombre viejo al hombre nuevo: «Trayendo consigo
este tránsito un cambio progresivo de sentimientos y de costumbres, debe
manifestarse con sus consecuencias sociales y desarrollarse paulatinamente
durante el catecumenado» (AG 13).
Si la catequesis inicia en la Palabra (diálogo de Dios con el hombre),
inicia también en la oración (diálogo del
hombre con Dios). El discípulo ora como Jesús: en secreto (Mt 6,6), en grupo o
comunidad (Mt 11,25), con pocas palabras (Mt 6,7), desde situaciones concretas (Lc
6,12), con palabras tomadas de los salmos (cf Mt 27,46; Lc 23,46; Jn 11,41),
según el modelo que nos enseñó Jesús, es decir, según el espíritu del
padrenuestro (cf Lc 11,2-4). Asimismo, la catequesis inicia en la celebración
viva de la fe.
La Palabra anunciada y escuchada es también
celebrada (sacramentos).
La catequesis
inicia en el compromiso misionero: nace de la confesión de fe y conduce a la
confesión de fe. Quien ha sido evangelizado, evangeliza a su vez. Jesús, que
sigue evangelizando, comparte su misión con los discípulos enviados a hacer
discípulos (cf Mc 16,20).
La catequesis hace
discípulos integrados en comunidades vivas. La adhesión al evangelio no
puede quedarse en algo abstracto y desencarnado: «se revela concretamente por
medio de una entrada visible en una comunidad de fieles» (EN 23). En nuestro
tiempo, volvemos a recordar la función central de la comunidad como origen,
lugar y meta de la catequesis (CC 253; cf DGC 253-254, 261, 263-264). Como
era en el principio (cf He 2,42).
La catequesis es iniciación cristiana integral,
abierta a todas las esferas de la vida cristiana. Esto no excluye que «razones
de método o de pedagogía» aconsejen organizar la comunicación del mensaje «de un
modo más bien que de otro» (CT 31). Por lo demás, «la variedad en los métodos es
un signo de vida y de riqueza» (CT 51). Los métodos han de ser abiertos y
flexibles: Dios habla de muchas maneras.
3. ADULTOS, JÓVENES
Y NIÑOS. En pleno posconcilio, el Directorio general de pastoral catequética
recordó a los pastóres la prioridad de la catequesis de adultos, «la forma
principal de catequesis» (DCG 20; cf CT 43; IC 111ss). Promoviendo la prioridad
de la catequesis de adultos, volvemos a las fuentes: nos acercamos a aquellos
tiempos en que los destinatarios de la catequesis eran, en principio, adultos
que, a su vez, catequizan a los niños en las familias cristianas.
a) Adultos. En
España, las orientaciones pastorales sobre la catequesis han sido concebidas
desde el modelo de la catequesis de adultos, «el proceso paradigmático en el que
los demás deben inspirarse» (CC 237). En nuestra situación se hace «más
necesario que nunca el que los niños y jóvenes, para poder afirmarse en su fe,
puedan referirse a los adultos, a comunidades cristianas vivas que den
testimonio de la misma» (CC 237).
Asimismo, entre nosotros se ha recordado justamente
la función de iniciación propia de la catequesis. Ahora bien, no podemos
olvidar que es preciso profundizar, consolidar, alimentar y hacer cada día más
madura la fe, pues, de otro modo, corre el riesgo de morir por asfixia o por
inanición (EN 54). Dice Juan Pablo II: «Para que sea eficaz, la catequesis ha de
ser permanente» (CT 43; cf DGC 51). No es que el cristiano tenga que estar toda
la vida en proceso catequético, pero sí debe estar toda la vida en una comunidad
donde sigue madurando y profundizando la fe en todas las situaciones de la vida.
La catequesis de adultos, para ser fiel al hombre de
hoy, «ha de tener muy en cuenta las experiencias vividas, los condicionamientos
y los desafíos con que tales adultos se encuentran, así como sus múltiples
interrogantes y necesidades de cara a la fe» (DGC 172). Se deben tener en cuenta
las diversas situaciones religiosas de los hombres y las mujeres de hoy: «En
(consecuencia, cabe distinguir entre: 1) adultos
creyentes, que viven con coherencia su opción de fe y desean sinceramente
profundizar en ella; 2) adultos bautizados que no recibieron una catequesis
adecuada; o que no han culminado realmente la iniciación cristiana; o que se han
alejado de la fe, hasta el punto de que han de ser considerados cuasi-catecúmenos;
3) adultos no bautizados que necesitan, en sentido propio, un verdadero
catecumenado. 4) También debe hacerse mención de aquellos adultos que provienen
de confesiones cristianas no en plena comunión con la Iglesia católica» (DGC
172).
b) En cuanto a los jóvenes, hay que considerar las luces y sombras de su
condición de vida, tal y como se dan en las distintas regiones y ambientes: el
cambio cultural y social que viven, el alargamiento de la etapa antes de tomar
parte en las responsabilidades de los adultos, el tiempo de espera, a veces de
desencanto y de insatisfacción, incluso de angustia y de marginación; en muchos
se descubre una fuerte tendencia a la búsqueda de sentido de la vida, a la
solidaridad, al compromiso social, e incluso a la misma experiencia religiosa.
Hay que considerar las diferentes situaciones religiosas: jóvenes no
bautizados;jóyenes bautizados que no han realizado el proceso catequético ni
completado la iniciación cristiana; jóvenes que atraviesan crisis de fe; otros
con posibilidades de hacer una opción de fe o que la han hecho y esperan ser
ayudados (cf DGC 182-184).
c) En la adolescencia, etapa vital que conduce a
la pubertad, en muchos casos «no se tienen suficientemente en cuenta las
dificultades, necesidades, capacidades humanas y espirituales de los
preadolescentes». Además, muchos «al recibir el sacramento de la confirmación,
concluyen también el proceso de iniciación sacramental, y suele producirse un
alejamiento casi total de la práctica de la fe. Es necesario tomar en cuenta con
seriedad este hecho» (DGC 181).
d) Por lo que se refiere a la infancia, aparecen
en muchos casos «niños con graves carencias, en la medida en que les falta un
apoyo religioso familiar adecuado, o por no tener una verdadera familia, o por
no frecuentar la escuela, o por condiciones de inestabilidad social o de
inadaptación, o por otras causas ambientales. Muchos no están siquiera
bautizados; otros no realizan el camino de iniciación. Corresponde a la
comunidad cristiana suplir, con generosidad y de modo realista, estas carencias,
tratando de dialogar con las familias, proponiendo formas apropiadas de
educación escolar y llevando a cabo una catequesis proporcionada a las
posibilidades y necesidades concretas de esos niños» (DGC 180; sobre el ritual
de la iniciación de los niños en edad catequética, cf RICA 306-313; IC 134-138).
4. EVANGELIZACIÓN
DE LOS BAUTIZADOS. La progresiva toma de conciencia de que es preciso
evangelizar a los bautizados es nota
característica del tiempo posconciliar. Es este un problema que repercute de
lleno en la catequesis (de una forma especial en la catequesis de adultos) y que
se afronta con tratamiento catecumenal en el contexto actual de progresiva
secularización de la sociedad.
El problema, planteado ya en la II Conferencia general del episcopado
latinoamericano (Medellín, 1968), fue recogido en el Directorio general de
pastoral catequética: «Muchísimas veces la situación real en que se
encuentra un gran número de fieles pide necesariamente una cierta forma de
evangelización de los bautizados, que precede a la catequesis». Esta forma de
evangelización se concreta en las «organizaciones catecumenales», para quienes
—estando bautizados— carecen, sin embargo, de la debida iniciación cristiana (DCG
19; cf Medellín VIII, 3, 7, 9, 17; Puebla 461, 1007-1008; Santo Domingo
130-131).
El problema fue asumido con carácter de urgencia y con tratamiento catecumenal
por Pablo VI (cf EN 44 y 52). Con el título de cuasi-catecúmenos, Juan
Pablo II recoge el problema de la reiniciación de los bautizados,
insuficientemente evangelizados; asimismo, asume la necesidad de una nueva
evangelización (cf CT 44 y ChL 34).
Haciendo balance del tiempo posconciliar, el sínodo extraordinario (1985), en su
relación final, dice aún más: «La evangelización de los no creyentes presupone
la autoevangelización de los bautizados y también de los mismos diáconos,
presbíteros y obispos».
En España, se reconoce que la mayoría de nuestros cristianos está necesitando el
anuncio misionero del evangelio, antes que una catequesis propiamente dicha (CC
48; cf IC 62ss). Algo semejante se dijo en el Congreso de evangelización (1985):
«Por diversos motivos, nuestro país de vieja tradición cristiana, está
necesitando una nueva evangelización» (Conclusiones 9 y 16).
El Directorio general para la catequesis señala la misma dirección:
«Estas situaciones de la fe de los cristianos reclaman con urgencia del
sembrador el desarrollo de una nueva evangelización» (DGC 26; IC 124ss).
BIBL.: CONFERENCIA
EUROPEA DE CATECUMENADO, Los comienzos de la fe, San Pablo, Madrid 1990;
II CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO, La Iglesia en la
actual transformación de América latina a la luz del Concilio. Conclusiones,
San Pablo, Bogotá 1970; 11I CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO,
La evangelización en el presente y en el futuro de América latina, BAC,
Madrid 1979; IV CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO, Nueva
evangelización, promoción humana, cultura cristiana, PPC, Madrid 1993;
CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO, Ritual de la iniciación cristiana de
adultos, Roma 1972; DANIELOU J.-DE CHARLAT R., La catequesis en los
primeros siglos, Studium, Madrid 1975; DODD C. H., La predicación
apostólica y sus desarrollos, Apostolado Prensa, Madrid 1974; FLORISTÁN
C., El catecumenado, PPC, Madrid 1972; LÓPEZ J., Catecumenado, en DE
FLORES S.-GOFFI T. (dirs.), Nuevo diccionario de espiritualidad, San
Pablo, Madrid 1991°.
Jesús López Sáez
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