El pueblo de Dios atribuye un doble valor a la fecundidad del seno: ésta responde al llamamiento lanzado por su Creador al principio, y permite a la posteridad de Abraham llegar a ser innumerable según la promesa. La esterilidad contraría este designio de Dios; es un mal, con el cual lucha Israel sin tregua, y cuyo sentido Dios revela poco a poco.
1. LA LUCHA CONTRA LA ESTERILIDAD.
1. La esterilidad es un mal
Como el sufrimiento y la muerte; en efecto, parece oponerse al mandamiento del Creador que quiere la fecundidad y la vida. Es una vergüenza no lograr uno que sobreviva su nombre. De ahí las lamentaciones de Abraham: ¿Qué importa mi siervo adoptado, si yo me voy sin hijos? (Gén 15,2s). Y Sara, su mujer, se siente despreciada por la sierva fecunda (16,4s). Raquel grita a su marido: “¡Dame hijos!, o me muero” (Gén 30,1); pero Jacob se irrita contra ella: “,Estoy yo en lugar de Dios que te ha rehusado la maternidad?” (Gén 30,2). Sólo Dios puede abrir el seno estéril (29,31; 30,22).
2. Contra este mal se debe luchar.
Así lo hace Raquel: como en otro tiempo su suegra Sara (Gén 16,2), que sin duda se apoyaba en una costumbre derivada del Código de Hammurabi, da a su esposo una de sus siervas para que “engendre sobre sus rodillas” (Gén 30,3-6); así lo hizo Lía, que después de haber tenido cuatro hijos, cesó por algún tiempo de ser madre (30,9-13). De este modo el hombre, con un artificio, triunfa de la esterilidad, confiriendo a sus hijos adoptivos los mismos derechos que a los que hubieran salido de sus propias entrañas.
3. Dios, vencedor de la esterilidad.
Con estratagemas, legales o no, llega el hombre a dominar el estancamiento de la corriente de la vida; vencer la esterilidad es algo reservado a Dios que se muestra fiel a su promesa (Éx 23,26; Dt 7,14) y con ello anuncia un gran misterio. El escritor sagrado subrayó intencionadamente que habían sido estériles las mujeres de los tres antepasados del pueblo elegido: Sara (Gén 11,30; 16,1), Rebeca (Gén 25,21), Raquel (29,31), antes de que les fuera otorgada descendencia (cf. p.e., 15,2-5). La cuidada escenificación del nacimiento de Isaac quiere mostrar a la vez el misterio de la elección gratuita y de la gracia fecunda. Como lo interpretará Pablo, el hombre debe reconocerse impotente y debe confesar con fe el poder de Dios para suscitar la vida en una tierra desierta: la fe triunfa de la muerte estéril y suscita la vida (Rom 4,18-24). Elección gratuita que ensalza Ana, la estéril (1Sa 2,1-11): “Parió la estéril siete veces y se marchitó la madre de muchos hijos” (2,5; Sal 113,9).
II. LA ESTERILIDAD ACEPTADA.
En efecto, Dios “visita” a las mujeres estériles mostrando que los hombres se equivocan considerando la esterilidad sencillamente como un castigo. En cierto sentido lo es, sí, puesto que Dios ordena a Jeremías guardar el celibato para significar la esterilidad del pueblo en estado de pecado (Jer 16); y cuando la esposa abandonada vuelva a recuperar la gracia podrá conformarla el profeta: “¡Regocíjate, estéril, la sin hijos...! Los hijos de la abandonada son más numerosos que los hijos de la casada” (Is 54,1). Jerusalén, confesando su pecado, reconoció que su esterilidad significaba su divorcio de Dios; se preparaba para una nueva fecundidad, todavía más maravillosa: ahora cuenta ya a las naciones entre sus hijos (cf. Gál 4,27).
Lo que halla sentido en el plano comunitario sólo se puede comprender lentamente en el plano individual. La ley, aun defendiendo a “la mujer menos amada” (Dt 21,15ss), prohibía al eunuco ofrecer sacrificios (Lev 21,20), reduciéndolo a la suerte de los bastardos (Dt 23,3ss): propiamente estaba excluido del pueblo (Dt 23,2). Hizo falta el desastre del exilio para que se abriera una brecha en esta estima exclusivista de la fecundidad carnal; al retorno de Babilonia se pronuncia un oráculo completamente nuevo: “No diga el eunuco: Yo no soy más que un árbol seco. Así habla Yahveh: A los eunucos que se atienen firmemente a mi alianza les daré una estela y un nombre mejor que hijos e hijas, les daré un nombre eterno que no se suprimirá jamás” (Is 56,3ss). Así se hacía cargo el hombre de que la fecundidad física no era necesaria para su supervivencia, por lo menos en la memoria de Dios.
En los sabios se observa el mismo progreso. Continúan dando pruebade un buen sentido religioso bastante trivial: “Más vale un hijo que mil, y morir sin hijos, más que tener hijos impíos” (Eclo 16,1-4); pero con la fe en la supervivencia plena y gloriosa descubren y proclaman los creyentes la existencia de una auténtica fecundidad espiritual: “Dichosa la estéril, pero sin tacha. Su fecundidad aparecerá en el momento de la visita de las almas. Dichoso el eunuco cuya mano no hace mal. Vale más no tener hijos y poseer la virtud, pues su memoria irá acompañada de inmortalidad” (Sab 3,13s; 4,1). Ahora ya la mirada del creyente no está obsesionada por la fecundidad terrena; está pronto a descubrir un sentido en el fruto de las obras que produce la virtud y que hace inmortal; para esto era necesario que se aceptase y se transformara el mal que es la esterilidad.
III. LA ESTERILIDAD VOLUNTARIA.
Al paso que la hija de Jefté, condenada a morir sin hijos, llora su “virginidad” (Jue 11,37s), en cambio Jeremías acepta la misión divina de guardar celibato (Jer 16,1s): con esto no simboliza todavía sino un aspecto negativo, la esterilidad culpable del pueblo (cf. Lc 23,29). Sin embargo, aunque en figura, el AT anunciaba ya positivamente la virginidad fecunda. El signo que recibe María en la anunciación (Lc 1,36s) es precisamente la concepción maravillosa de su prima Isabel: la que por su esterilidad (1,7.25) recuerda la larga historia de las mujeres estériles vueltas fecundas por la visita de Dios, significa para María la maternidad virginal anunciada. Entonces se inaugura una nueva era en María, cuyo fruto es el mismo Hijo de Dios, plenitud de la fecundidad.
En esta nueva era llama Jesús en su seguimiento a los “eunucos que se hacen tales con miras al reino de los cielos” (Mt 19,12). Lo que se sufría como una maldición, o a lo más se soportaba como un mal cuyo buen fruto maduraría en el cielo, se convierte en un carisma a los ojos de Pablo (1Cor 7,7); mientras el Génesis decía: “No es bueno que el hombre esté solo” (Gén 2,18), Pablo osa proclamar, con no pocas precauciones: “Es bueno que el hombre esté así” (1Cor 7,26), es decir, célibe, solo, sin hijos. Llegada a este estadio, la esterilidad voluntaria puede realizarse en virginidad.
XAVIER LÉON-DUFOUR
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