Por Ramón Lucas
Lucas, L.C.
ROMA, sábado, 27
septiembre 2008 (ZENIT.org).-
Publicamos el artículo que ha escrito el profesor Ramón Lucas Lucas, L.C.,
catedrático de bioética en la Universidad Europea de Roma y miembro fundador del
Observatorio de bioética de la Universidad Católica de Colombia, ante el
proyecto de ley para la introducción de la eutanasia en Colombia.
* * *
La legalización de
la eutanasia que la Primera Comisión del Senado aprobó el 16 de septiembre en el
"Proyecto de Ley estatutaria 44 de 2008 Senado" por el cual se reglamentan
las prácticas de la Eutanasia y la Asistencia al suicidio en Colombia, el
servicio de cuidados paliativos y se dictan otras disposiciones, es un
asesinato legal y una contradicción jurídica: busca eliminar "viejos inútiles",
enfermos terminales y, en determinados casos, apropiarse de sus bienes. Aunque
se enmascare con palabras bonitas: "muerte digna", "muerte dulce", "no sufrir",
"respeto de la dignidad", es un verdadero crimen. No hay ninguna duda en el
ámbito científico, moral, político ni religioso sobre el hecho de que cuando la
medicina no puede proporcionar la curación, lo que tiene que hacer es aliviar el
sufrimiento y el dolor de los pacientes, no suprimirlos. El remedio de una
enfermedad no es matar al enfermo. Ni siquiera porque él lo pida.
El enfermo no
desea la muerte, lo que desea es dejar de sufrir. Por eso se le pueden y se le
deben administrar toda clase de paliativos del dolor. Incluso los que
pueden indirectamente acelerarle la muerte, pero sin intención de
matarle, como son aquellos que su acción primaria es analgésica, y el efecto
secundario no querido, es el acelerar la muerte; en cambio, la eliminación
voluntaria y directa del enfermo es eutanasia. Lo que sí es lícito, y además un
deber ético y social, es evitar el encarnizamiento terapéutico, que se
define como el uso de medios desproporcionados y ya inútiles para el enfermo. Es
decir se pueden retirar o no dar al enfermo todos esos medios a él ya
desproporcionados, inútiles y que prolongan su agonía más que ofrecerle
elementos de mejora. Lo que nunca se puede hacer, por respeto a su dignidad de
persona, es negarle o privarlo de los medios a él proporcionados según la
situación y según el nivel sanitario del país en ese momento.
La eutanasia es un
atentado mortal a la dignidad de la persona humana sobre la que se funda el
Estado colombiano según lo expresa el pacto constitucional. Es siempre un
crimen, también cuando se practica con fines piadosos y a solicitud del
paciente. La principal expresión del respeto de la dignidad de la persona, no es
sólo el respeto de su autonomía (la decisión hecha por ella) sino el respeto del
bien objetivo contenido en dicha decisión, o el evitar el mal objetivo contenido
en la decisión. Para que esta decisión sea auténtica y digna de ser respetada
por el médico y la sociedad, es necesario que no contradiga el bien primario del
enfermo que es la vida. Eliminada la vida se pierden todos los valores. La
libertad está intrínsecamente unidad a la verdad, y no hay autentica libertad
fuera de la verdad. Disociarlas es poner las premisas de comportamientos
arbitrarios e inicuos. Por eso la eutanasia propuesta por el proyecto de ley de
la Primera Comisión del Senado es la supresión de un ser humano, la eliminación
del primer valor que tenemos: la vida, la violación del fundamental principio
constitucional de nuestro país: la dignidad de la persona humana. Nada ni nadie
puede autorizar la muerte de un ser humano inocente sea anciano, enfermo
incurable o agonizante. Ninguna autoridad puede imponerlo o permitirlo. Se trata
de una violación a la dignidad de la persona humana, de un crimen contra la
vida, de un atentado contra la humanidad. Los derechos fundamentales no se
consensúan, ni se conquistan: se tienen y se defienden. La vida es un don y, si
se quiere, el derecho fundamental, que jamás puede estar sujeto a el consenso de
una mayoría parlamentaria. Un Estado democrático y social tiene el deber de
proteger a los más pobres e indigentes, como son los discapacitados, los
ancianos o los enfermos terminales. Cuando el Estado, en vez de proteger a los
más débiles, da cobertura legal a su muerte, se transforma automáticamente en un
Estado totalitario, los fundamentos de la convivencia se quiebran y surge una
sociedad de la muerte, una auténtica "tanatocracia".
También cuando se
practica por sentimiento de piedad, la eutanasia es viola la dignidad de la
persona humana. Monstruosa aparece la figura de un amor que mata, de una
compasión que elimina a quien sufre, de una filantropía que se entiende como
liberación de la vida de otro porque se ha convertido en un peso, de una
compasión selectiva y eugenésica que no cura, sino que discrimina. El amor
verdadero es siempre presencia, cercanía, apoyo; no es supresión, huida.
La legalización de
la eutanasia en Holanda ha creado un fuerte problema social porque se ha perdido
la confianza en los hospitales y ha motivado que los ancianos no quieren ir al
hospital ante el temor de que se les administre una inyección letal. Por eso se
ha fundado una organización, la NPV, que tiene cerca de cien mil afiliados que
llevan una tarjeta donde dice que el portador no quiere ser ingresado en un
hospital.
El "Proyecto de
ley estatutaria" del Senado de Colombia ampararía muchas otras barbaridades, no
sólo éticas, sino económicas y sociales: por ejemplo, se podría comprar un coche
con el dinero del seguro del enfermo al que se ha eutanasiado. Detrás del
"para que no sufra" puede puede esconderse el "porque para mí es molesto; me da
compasión; me lo quiero quitar de encima". Se daría también el caso de otros
enfermos desesperados, porque aunque se ha hecho por ellos todo lo que es
razonable hacer, piensan que se les aplica la eutanasia. Además empujaría a las
políticas sociales hacia posturas extremas que violentan la conciencia de muchos
colombianos. La objeción de conciencia por parte de los médicos puede quedar así
borrada de la normativa vigente a la hora de tomar la decisión sobre el final de
la vida. El "Proyecto de ley estatutaria" no prevé dicha objeción de conciencia
y los médicos se verían penados si no se atienen a los mandatos gubernamentales.
La muerte digna no
es matar al enfermo sino ayudarle en ese momento. Los enfermos necesitan verse
bien tratados, estimados, acompañados. Nunca he visto un paciente, en situación
terminal, que no se agarre a la vida con todas sus ganas. Sus ojos no me han
mirado nunca con desdén hacia el trabajo terapéutico y de acompañamiento. El
enfermo necesita, además y sobre todo con motivación en su dolor. La aceptación
del dolor es una actitud madura frente a una enfermedad que no se puede superar,
o a una muerte que viene inexorablemente al encuentro. También quien sufre de
este modo puede realizarse a sí mismo y vivir la propia dignidad de persona. Los
sacrificios motivados se hacen con gusto. Donde se ama no se sufre y si se sufre
se ama el sufrimiento que el amor procura. Por eso la Conferencia Episcopal
Española redactó un "modelo de testamento vital" que, entre otras cosas, dice:
"El que suscribe pide que no se le practique la eutanasia activa, ni se le
prolongue irracionalmente el momento de morir, sino que en caso de muerte desea
la compañía de sus seres queridos".
Llamar muerte
digna a la eutanasia es como llamar belleza a la fealdad, día a la noche,
agua al fuego. Los fautores de esta tergiversación no buscan precisión, sino
hacer presentable algo que en sí es inconfesable, es decir, lograr que la
sociedad acepte una práctica que definida con precisión sería abiertamente
rechazada desde un mínimo sentido ético de la vida. Muchos de los que contemplan
con indiferencia las propuestas legislativas sobre la eutanasia quizás crean que
se trata de una muerte digna y por eso se apuntan o no se oponen a tal
dignidad. Si se acercaran a lo que realmente es, se horrorizarían, porque la
eutanasia no consiste en una muerte placentera, sino en la eliminación de una
persona, y en muchos casos de un ser querido. La eutanasia requiere de la
intervención del médico o de otra persona. Que se haga por piedad o para evitar
el sufrimiento no cambia la substancia del acto: truncar una vida. Llamar muerte
digna a la eutanasia es un engaño. No puede haber dignidad en la eliminación de
una vida humana. Lo digno es la vida, el amor, la acogida, el sostén. La
eliminación, el rechazo, el abandono, no es dignidad, sino egoísmo enmascarado.
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