Carta
Apostólica
de PÍO
IX
Al
Cardenal de Geissel, arzobispo de Colonia
Sobre
la falsa doctrina de Antonio Günter
Del
15
de junio de 1857
I.
Introducción
Tu
eximio celo por defender la causa católica y tu pastoral solicitud que, por lo
demás, Nos son bien conocidos, en verdad con no pequeño regocijo, de Nuestra
alma, hemos visto brillar en la carta que, con fecha 16 del último abril Nos
dirigiste, acerca del Decreto sancionado por Nuestra Pontificia Autoridad, y
publicado por Nuestra Congregación del Índice el día 8 de enero de este año,
por el cual fueron condenadas las obras de Nuestro amado Hijo, el Presbítero
Antonio Günther.
En
efecto Nos, sin perdonar jamás ningún cuidado ni trabajo en el empeño de
Nuestro Oficio Pastoral y cuidando siempre de que el depósito de la fe,
que nos ha sido encomendado por Dios, se conserve íntegro e inviolable, luego
que muchos Venerables Hermanos, los más ilustres Obispos de Alemania, Nos
hicieron saber que había en los libros de Günther no pocas cosas que cedían,
según su parecer, en perjuicio de la pureza de la fe y la verdad católica,
ordenamos sin demora a la misma Congregación, que, como es costumbre
considerara, pesara y examinara detenida y exactamente las obras de Günther y
nos diera cuenta luego de todo lo actuado.
Obediente,
pues, a Nuestro mandato, la Congregación cumplió, a ciencia y conciencia, con
su deber, poniendo todo cuidado y empeño en este asunto gravísimo y de suma
trascendencia, y, no omitiendo ningún esfuerzo por conocer y ponderar, la
doctrina Güntheriana mediante un examen muy prolijo, advirtió que en los
libros de este autor se hallaban muchas cosas absolutamente reprobables y dignas
de condenación, como quiera que están en abierta oposición con la enseñanza
de la doctrina católica.
De
aquí que considerado también por Nos maduramente todo este asunto, la misma
Congregación, con el beneplácito de Nuestra Suprema Autoridad, publicó el
Decreto por ti bien conocido, en el que se prohiben y se condenan las obras de
Günther.
Este
Decreto refrendado refrendado por Nuestra Autoridad y publicado por Nuestro
mandato, debía bastar enteramente para que toda controversia al respecto se
considerara terminada, y para que todos los que se glorían de llamarse
católicos, entendieran clara y abiertamente que debían someterse, y que nadie
podía considerar pura la doctrina contenida en los libros de Günther. Asimismo
que a nadie le era lícito en adelante sostener y defender la doctrina allí
expuesta, ni leer o retener sin la debida licencia tales libros. Nadie podía
parecer y considerarse exento de este deber de obediencia y sumisión so
pretexto de que en ese Decreto ninguna proposición se hubiese particularmente
señalado, ni se enunciara ninguna censura cierta y determinada. El Decreto
valía por sí mismo, no pudiendo nadie considerar lícito apartarse en
cualquier forma de lo que Nos habíamos aprobado.
Pero
se equivocan sobremanera quienes creen que la causa de esta prohibición
general, proviene de que la misma Congregación no encontró en las obras de
Günther ninguna sentencia u opinión determinada que mereciese precisamente una
censura.
II.
Errores de Günther
Por
el contrario, tuvimos el dolor de cerciorarnos muy bien de que en esas obras
domina ampliamente el sistema del racionalismo, erróneo y perniciosísimo, y
muchas veces condenado por esta Sede Apostólica; y también sabemos que en los
mismos libros se leen, entre otras, no pocas cosas que se desvían en no
pequeña medida de la fe católica y de la genuina explicación de la unidad de
la divina Sustancia en tres Personas distintas y sempiternas. Averiguado tenemos
igualmente que no es mejor ni más exacto lo que se enseña del misterio del
Verbo encarnado y de la unidad de la persona divina del Verbo en dos naturalezas
divina y humana. Sabemos que en los mismos libros se hiere el sentir y la
enseñanza católica acerca del hombre, el cual de tal modo se compone
únicamente de cuerpo y alma, que el alma (que es racional), es por si verdadera
e inmediata forma del cuerpo. Tampoco ignoramos que en los mismos libros se
enseñan y establecen cosas que se oponen claramente a la doctrina católica
sobre la libertad de Dios, libre de toda necesidad en la creación de las cosas.
Hay
también que reprobar y condenar con la mayor energía el hecho de que en los
libros de Günther se atribuya temerariamente el derecho de magisterio a la
razón humana y a la filosofía que en las materias de religión no deben en
absoluto mandar, sino servir, y se perturban, por ende, todas aquellas cosas que
han de permanecer firmísimas, ora sobre la distinción entre la ciencia y la
fe, ora sobre la perenne inmutabilidad de la fe, que es siempre una y la misma,
mientras la filosofía y las enseñanzas humanas ni siempre son consecuentes
consigo mismas ni se ven libres de múltiple variedad de errores.
Añádese
que tampoco los Santos Padres son tenidos en aquélla reverencia que prescriben
los cánones de los Concilios y que absolutamente merecen las más espléndidas
lumbreras de la Iglesia; ni se abstiene el autor de aquellos dicterios contra
las escuelas católicas que nuestro predecesor Pío Vl, de feliz memoria,
condenó solemnemente [v.
1576].
Tampoco pasaremos en silencio que en los libros güntherianos se viola de modo
extremo la sana forma de hablar, como si fuera lícito olvidarse de las
palabras del Apóstol Pablo [2
Tim. 1, 13]
o
de éstas en que gravísimamente nos advierte Agustín: “Es menester que
hablemos conforme a regla cierta, no sea que la licencia en las palabras
engendre también impía opinión sobre las cosas que con las palabras son
significadas” [V,
1714 a].
Por
Todo lo que antecede bien puedes ver, amado Hijo, con qué diligencia y celo
deberás procurar, tanto tú como los Venerables Hermanos Obispos Sufragáneos
tuyos, que desaparezcan de vuestras diócesis las obras de Günther, y con qué
particular solicitud deberás evitar que nadie en adelante enseñe o defienda,
tanto en el terreno filosófico como en el teológico, la doctrina ya condenada
que esos libros contienen.
III.
Un motivo de alegría
Pero
si bien es verdad que hemos juzgado y juzgaremos siempre dignas de reprobación
las obras de Günther, no podemos dejar de manifestarte que Nuestro amado hijo,
el mismo Presbítero Antonio Günter Nos colmó de un gran consuelo con la
respetuosa carta que Nos dirigió el día 10 de febrero, donde haciéndose
acreedor a suma alabanza, protesta una y varias veces con las más enérgicas
expresiones que nada preferiría él a obedecer a Nuestra Suprema Autoridad y a
la de esta Sede Apostólica y que, en consecuencia, se somete humildemente al
Decreto promulgado acerca de sus obras.
Este
egregio ejemplo de Günther fue imitado para igual gozo Nuestro por muchos
amados hijos doctores en Teología, Filosofía, Historia Eclesiástica y Derecho
Canónico en varios liceos de Alemania, los cuales habían sido los primeros
propugnadores de las doctrinas de Günther y en cartas que Nos dirigieron
declaran que se sometían humildemente al mencionado Decreto y que nada
estimaban tanto como la obediencia a Nuestra Autoridad Pontificia y la de esta
Sede Apostólica.
IV.
Conclusión
Junto
con alegrarnos pues sobremanera de estos hechos Nos alienta la esperanza de que
los demás partidarios de la doctrina de Günther quieran emular, con la ayuda
de Dios, la docilidad, cristiana obediencia y debida sumisión a Nuestro
magisterio, incrementando así la gloria del mismo autor y deparándonos una
sobreabundante y perfecta alegría. He aquí, amado hijo, cuanto pensábamos
escribir acerca de este asunto. Nos es grato asimismo aprovechar esta ocasión
para demostrarte y confirmarte una vez más la singular benevolencia con que te
abrazamos en el Señor, de la que queremos sea certísimo testimonio la
Bendición Apostólica que de todo corazón te impartimos a ti, amado hijo, y a
la grey encomendada a tu cuidado.
Dado
en Bolonia el día 15 de junio de 1857, en el año undécimo de Nuestro
Pontificado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Procura comentar con libertad y con respeto. Este blog es gratuito, no hacemos publicidad y está puesto totalmente a vuestra disposición. Pero pedimos todo el respeto del mundo a todo el mundo. Gracias.