Es, en su acepción prevalente, una liberación a ocultas e injustificada.
En sentido psicológico expresa el eximirse de sentimientos molestos no
afrontando las debidas exigencias de la realidad a que aquéllos son
anejos. E. y evadir- son términos corrientes en lenguaje psicológico de
varios idiomas; sin embargo, al precisar el significado se prefiere escape
y los neologismos évitement, y evitation (correspondientes a los españoles
escapismo, evitación), que corresponden inicialínente a la expresión
inglesa avoiding reaction (Jennings 1906) que interpreta la reacción de
infusorios esquivando estímulos perturbadores. En Psicología el concepto,
por analogías con los mecanismos de defensa de Freud, es deudor a éste
aunque ni él ni sus más adictos lo nombren entre los muy numerosos que
mencionan (ni como e. ni como ausweichung o equivalentes, rarísimos en
escritos psicológicos); concepto y palabra son expresos en Fromm.
Por la analogía indicada e. se considera ya como síntesis de varios mecanismos (negación-represión) o aun virtualidad que los emplea en su empeño liberador. Puede darse a dos niveles, ambos subjetivos por su intimidad afectiva; uno es más objetivo por consistir, en todo o en parte, el estímulo provocador del desagrado que evitar en realidades exteriores, como pueden ser el ambiente social, la condición familiar, los deberes profesionales, las privaciones por salud y economía, etc.; es más propiamente subjetivo el otro nivel, ocasionado por la e. indicada, así sucede que si afrontar lo arduo es costoso, la rehuida egoísta de lo debido crea también una situación afectiva insatisfactoria, con posible gama de lo desagradable a lo torturador, que solicitará una nueva e., la subjetiva.
Características. Además de la esencial relación a lo afectivo para proteger lo grato y evitar lo penoso, y de la importancia que en su origen tiene la intercomunicación personal, su profunda raíz está, de ordinario al menos, en el propio sujeto que, o no acepta ser ni aparecer como es ni ser así apreciado por otros, o no empeña valerosamente sus potencialidades para debidamente superarse. En cualquier caso falta el leal afrontamiento y sujeción a la realidad por injustificado egoísmo, de vanidad en un caso, de indolencia en otro. La indispensable relación entre e. y lo «debido» que se rehúye, implica responsabilidad (v.): se falta a lo que de algún modo se debe y, desde luego, se puede. La conciencia moral (v.) ahí latente es insoslayable y así es reconocida aún en pugna con presupuestos básicos. Ya Freud la señala: «Gewissen; pertenece a las grandes instituciones del yo» (Obras completas, I, Madrid 1948, 1090). Lo debido puede serlo por título y con carácter muy vario: uso, legalidad, decoro, justa conveniencia social, lealtad, fidelidad, estricta obligación ética en sus diversos grados.
Proceso. En la e. son designables el fin pretendido, el impulso y motivos para procurarla, y el empleo de medios conducentes De los tres componentes el primero o fin pretendido es claramente advertible por el sujeto al darse cuenta del desagrado, sentido ya o previsto, y del bienestar afectivo perdido o que peligra. La actual tendencia a conjurar el mal no es menos advertida e, igualmente que su brotar, se debe a los hechos que sería penoso acometer; aquí, con todo, entra ya el claroscuro sobre detalles, grados, matices de la situación subjetiva respecto de los motivos.
Queda en la total oscuridad de lo inadvertido la producción de los llamativos trastornos psicosomáticos en que muchas veces viene a quedar plasmada la e. Ese despliegue táctico de los mecanismos defensivos, tan eficaz como inadvertible, impuso su denominación propia a todo el proceso, llamado así, por el psicoanálisis inicial, inconsciente. Esta apropiación al todo de lo correspondiente a una de las partes, y aun a ésa sólo en el uso de determinados medios, ha ido cediendo a un reconocimiento más exacto de los hechos. Así se ha distinguido entre e. inconsciente y la consciente y pretendida, ocultación (glover), o mejor al proceso en su conjunto se le llama subconsciente, semiadvertido, porque en efecto en la e. predomina el desatender a lo debido suscitador del desagrado, y así no reparar bien en ello, olvidándolo. Esto descubre'sus recursos prevalentes que son la extroversión a lo frívolo, la introversión a lo ficticio, la autojustificación; ésta siempre en uso, más o menos explícito, o corroborando aquéllas, o como medio independiente. Las modalidades son múltiples en cada caso. Lo frívolo va desde el despilfarro del opulento a la neurosis de renta del peón; la ficción, desde el infantilismo de soñar despierto hasta la enajenación por la droga, incluidos entre ambos extremos los medios más realistas de retraimiento excesivo, expresividad afectada, sumisión que libere de autonomía responsable, exterioridad enérgica que enmascare inseguridad interior, etc.
Es predominante la búsqueda de motivos justificativos del propio proceder evasivo. Alcanza de los casos más toscos y primarios a los más depurados, siempre que falte la aceptación de las debidas exigencias de la realidad. Se le llama en psicología profunda (v.) racionalización; por la sujeción de lo intelectual lógico a lo afectivo, «lógica de los sentimientos» (Ribot, Dugas); por la desmedida apreciación de lo preferido, «ideas sobrevaloradas» (K. Schneider); por la apelación, aun en la entrevista psicoterápica, a teorías de la personalidad, «subjetivismo seudocientífico» (Van Kaam). Esta explicación radical del proceso de la e. por la actitud cognoscitiva al servicio fraudulento del bienestar afectivo, clásica con una u otra denominación (cfr. ya Aristóteles, ll09b,8-9; 11192,10; 1140b,13-20), predomina ahora al reconocer en la base de los mecanismos defensivos la percepción subjetivista de lo debido costoso (D. R. Miller). La predisposición de experiencias vividas juega en ello gran papel. El resultado es el autoengaño. Es evidente, y lo subrayan todos, que en el empleo de estos procedimientos no ha de confundirse lo recto con lo evasivo, sea éste patológico o egoísta. El debido esparcimiento, llamado a veces impropiamente e., la ficción en la inventiva estética, son de plena normalidad y rectitud. La autojustificación por razones objetivas es estricta realidad, no es su deformación; en ésta, por subjetivismo, es patente el contraste entre la clara apreciación de cualquier observador y la ciega terquedad del autoengañado. Igualmente, el afrontar el riesgo ha de ser según las exigencias de la realidad, no del capricho, la temeridad o el desvarío.
Existencial, con ámbito humano general, se ha llamado a la e. en el trance de afrontar la muerte. Se reprocha vivamente (Kierkegaard, Heidegger, Jaspers) el rehuir aun su evocación, con la entrega a la frivolidad de lo pasajero. Se ha condenado también como e. por ficción, con nombre de fe, la renuncia a aceptar en la muerte (v.) la total aniquilación o, al menos, la absoluta ignorancia o incertidumbre del futuro; dictamen claramente erróneo ante la reflexión realista intelectual, aun aparte de la enseñanza cierta de la Revelación sobrenatural.
Resultado. Es de capital importancia preguntarse el porqué de la e. en su raíz e instancia última, la pretendida autojustificación frente a lo debido esquivado, sobre todo ético. Testifique por muchos un experto eminente, Jung (v.): «La repulsa -e. a reconocer el pecado propio acarrea incalculables consecuencias» desastrosas (L'homme á la découverte, 1944); «Si le analizamos -al neurótico que por e. se estima amoral- descubrimos que es simplemente la moral la reprimida», causa por ello de la neurosis (Psychologie de 1'inconscient, reelaboraciones 1917 a 1956); «en virtud de mi experiencia como psicoterapeuta puedo asegurar que gran parte de todas las neurosis son enfermedades de la conciencia moral; los que padecen de los nervios pretextan a menudo no tener conciencia moral -e. y se refugian [con sus `teatralidades'] en una enfermedad aparentemente orgánica, para sustraerse a la penalidad de las propias reconvenciones. Pero los psiquiatras asisten a veces a auténticos reventones de la conciencia moral que, con fuerza explosiva, se manifiesta por llantos convulsivos, hasta que sobreviene la confesión liberadora» (Die Technik der Psychoterapie, 1954).
Sólo el reconocimiento de la verdad y la aceptación de la realidad, nos hace libres. ¿Cuál es el medio para lograrlo? La respuesta está en la práctica de todas las virtudes (v.), la búsqueda sincera de Dios y el cumplimiento de la propia vocación (v.), la orientación hacia la realidad total que supone el afán de santidad (v. SANTIDAD IV).
V. t.: AFECTIVIDAD; ANGUSTIA; CONFLICTOS PSÍQUICOS; FOBIAS Y FILIAS; PERCEPCIÓN; PSICOANÁLISIS; SENTIMIENTO; SOLEDAD.
Por la analogía indicada e. se considera ya como síntesis de varios mecanismos (negación-represión) o aun virtualidad que los emplea en su empeño liberador. Puede darse a dos niveles, ambos subjetivos por su intimidad afectiva; uno es más objetivo por consistir, en todo o en parte, el estímulo provocador del desagrado que evitar en realidades exteriores, como pueden ser el ambiente social, la condición familiar, los deberes profesionales, las privaciones por salud y economía, etc.; es más propiamente subjetivo el otro nivel, ocasionado por la e. indicada, así sucede que si afrontar lo arduo es costoso, la rehuida egoísta de lo debido crea también una situación afectiva insatisfactoria, con posible gama de lo desagradable a lo torturador, que solicitará una nueva e., la subjetiva.
Características. Además de la esencial relación a lo afectivo para proteger lo grato y evitar lo penoso, y de la importancia que en su origen tiene la intercomunicación personal, su profunda raíz está, de ordinario al menos, en el propio sujeto que, o no acepta ser ni aparecer como es ni ser así apreciado por otros, o no empeña valerosamente sus potencialidades para debidamente superarse. En cualquier caso falta el leal afrontamiento y sujeción a la realidad por injustificado egoísmo, de vanidad en un caso, de indolencia en otro. La indispensable relación entre e. y lo «debido» que se rehúye, implica responsabilidad (v.): se falta a lo que de algún modo se debe y, desde luego, se puede. La conciencia moral (v.) ahí latente es insoslayable y así es reconocida aún en pugna con presupuestos básicos. Ya Freud la señala: «Gewissen; pertenece a las grandes instituciones del yo» (Obras completas, I, Madrid 1948, 1090). Lo debido puede serlo por título y con carácter muy vario: uso, legalidad, decoro, justa conveniencia social, lealtad, fidelidad, estricta obligación ética en sus diversos grados.
Proceso. En la e. son designables el fin pretendido, el impulso y motivos para procurarla, y el empleo de medios conducentes De los tres componentes el primero o fin pretendido es claramente advertible por el sujeto al darse cuenta del desagrado, sentido ya o previsto, y del bienestar afectivo perdido o que peligra. La actual tendencia a conjurar el mal no es menos advertida e, igualmente que su brotar, se debe a los hechos que sería penoso acometer; aquí, con todo, entra ya el claroscuro sobre detalles, grados, matices de la situación subjetiva respecto de los motivos.
Queda en la total oscuridad de lo inadvertido la producción de los llamativos trastornos psicosomáticos en que muchas veces viene a quedar plasmada la e. Ese despliegue táctico de los mecanismos defensivos, tan eficaz como inadvertible, impuso su denominación propia a todo el proceso, llamado así, por el psicoanálisis inicial, inconsciente. Esta apropiación al todo de lo correspondiente a una de las partes, y aun a ésa sólo en el uso de determinados medios, ha ido cediendo a un reconocimiento más exacto de los hechos. Así se ha distinguido entre e. inconsciente y la consciente y pretendida, ocultación (glover), o mejor al proceso en su conjunto se le llama subconsciente, semiadvertido, porque en efecto en la e. predomina el desatender a lo debido suscitador del desagrado, y así no reparar bien en ello, olvidándolo. Esto descubre'sus recursos prevalentes que son la extroversión a lo frívolo, la introversión a lo ficticio, la autojustificación; ésta siempre en uso, más o menos explícito, o corroborando aquéllas, o como medio independiente. Las modalidades son múltiples en cada caso. Lo frívolo va desde el despilfarro del opulento a la neurosis de renta del peón; la ficción, desde el infantilismo de soñar despierto hasta la enajenación por la droga, incluidos entre ambos extremos los medios más realistas de retraimiento excesivo, expresividad afectada, sumisión que libere de autonomía responsable, exterioridad enérgica que enmascare inseguridad interior, etc.
Es predominante la búsqueda de motivos justificativos del propio proceder evasivo. Alcanza de los casos más toscos y primarios a los más depurados, siempre que falte la aceptación de las debidas exigencias de la realidad. Se le llama en psicología profunda (v.) racionalización; por la sujeción de lo intelectual lógico a lo afectivo, «lógica de los sentimientos» (Ribot, Dugas); por la desmedida apreciación de lo preferido, «ideas sobrevaloradas» (K. Schneider); por la apelación, aun en la entrevista psicoterápica, a teorías de la personalidad, «subjetivismo seudocientífico» (Van Kaam). Esta explicación radical del proceso de la e. por la actitud cognoscitiva al servicio fraudulento del bienestar afectivo, clásica con una u otra denominación (cfr. ya Aristóteles, ll09b,8-9; 11192,10; 1140b,13-20), predomina ahora al reconocer en la base de los mecanismos defensivos la percepción subjetivista de lo debido costoso (D. R. Miller). La predisposición de experiencias vividas juega en ello gran papel. El resultado es el autoengaño. Es evidente, y lo subrayan todos, que en el empleo de estos procedimientos no ha de confundirse lo recto con lo evasivo, sea éste patológico o egoísta. El debido esparcimiento, llamado a veces impropiamente e., la ficción en la inventiva estética, son de plena normalidad y rectitud. La autojustificación por razones objetivas es estricta realidad, no es su deformación; en ésta, por subjetivismo, es patente el contraste entre la clara apreciación de cualquier observador y la ciega terquedad del autoengañado. Igualmente, el afrontar el riesgo ha de ser según las exigencias de la realidad, no del capricho, la temeridad o el desvarío.
Existencial, con ámbito humano general, se ha llamado a la e. en el trance de afrontar la muerte. Se reprocha vivamente (Kierkegaard, Heidegger, Jaspers) el rehuir aun su evocación, con la entrega a la frivolidad de lo pasajero. Se ha condenado también como e. por ficción, con nombre de fe, la renuncia a aceptar en la muerte (v.) la total aniquilación o, al menos, la absoluta ignorancia o incertidumbre del futuro; dictamen claramente erróneo ante la reflexión realista intelectual, aun aparte de la enseñanza cierta de la Revelación sobrenatural.
Resultado. Es de capital importancia preguntarse el porqué de la e. en su raíz e instancia última, la pretendida autojustificación frente a lo debido esquivado, sobre todo ético. Testifique por muchos un experto eminente, Jung (v.): «La repulsa -e. a reconocer el pecado propio acarrea incalculables consecuencias» desastrosas (L'homme á la découverte, 1944); «Si le analizamos -al neurótico que por e. se estima amoral- descubrimos que es simplemente la moral la reprimida», causa por ello de la neurosis (Psychologie de 1'inconscient, reelaboraciones 1917 a 1956); «en virtud de mi experiencia como psicoterapeuta puedo asegurar que gran parte de todas las neurosis son enfermedades de la conciencia moral; los que padecen de los nervios pretextan a menudo no tener conciencia moral -e. y se refugian [con sus `teatralidades'] en una enfermedad aparentemente orgánica, para sustraerse a la penalidad de las propias reconvenciones. Pero los psiquiatras asisten a veces a auténticos reventones de la conciencia moral que, con fuerza explosiva, se manifiesta por llantos convulsivos, hasta que sobreviene la confesión liberadora» (Die Technik der Psychoterapie, 1954).
Sólo el reconocimiento de la verdad y la aceptación de la realidad, nos hace libres. ¿Cuál es el medio para lograrlo? La respuesta está en la práctica de todas las virtudes (v.), la búsqueda sincera de Dios y el cumplimiento de la propia vocación (v.), la orientación hacia la realidad total que supone el afán de santidad (v. SANTIDAD IV).
V. t.: AFECTIVIDAD; ANGUSTIA; CONFLICTOS PSÍQUICOS; FOBIAS Y FILIAS; PERCEPCIÓN; PSICOANÁLISIS; SENTIMIENTO; SOLEDAD.
BIBL.: D. R. MILLER y G. E.
SWANSON, Inner Conflict and Defense, Nueva York 1960; R. G. MANDOLINI, De
Freud a Fromm, Buenos Aires 1965, 426 ss.; C. G. JUNG, The Process or
Individuation: the Exercitia Spiritualia of St. Ignatius of Loyola, Zurich
1940; K. JASPERS, La mía filosofía, IV, Turín 1948.
J. MUÑOZ PÉREZ-VIZCAÍNO.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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