Escritor,
teólogo y filósofo, n. en Gerona, en 1320; tomó el hábito de Sto. Domingo
en su ciudad natal, el 4 ag. 1334. A principios de 1357, sucede a Nicolás
Rosell O. P., elevado al cardenalato, como Inquisidor general del reino de
Aragón. El 28 ag. de 1358, el rey Pedro IV de Aragón (v.) trata de
sustituir a E. por otro inquisidor, causis legitimis que se guarda bien de
decir; nuevas quejas del Rey tuvieron lugar en 1360 a causa del modo de
proceder como inquisidor contra los frailes menores de Valencia, y en 1360
es destituido en el Capítulo general de la Orden, celebrado en Perpiñán.
Dos años más tarde, en el Capítulo de Ferrara es nombrado Vicario general
de la Provincia de Aragón, pero no fue reconocido como tal por un grupo de
religiosos, quienes eligieron a Fr. Armengol; Pedro IV apoya a éste,
mientras que el Maestro general de la Orden, Fr. Simón de Langre, le
rechaza, si bien el papa Urbano V tuvo que anular las dos elecciones. E.
fue rehabilitado por sus superiores en el Capítulo general de 1363, y a
comienzos de 1365 es otra vez Inquisidor.
«Vivió, afirma 1. Carreras Artau, en una época turbulenta; por haber sido encumbrado a altos cargos, tuvo que intervenir no sólo en la vida pública de la Confederación catalano-aragonesa, sino que, en calidad de teólogo de los pontífices de Aviñón, desplegó su actividad en el ámbito europeo en contacto, y a veces en oposición, con instituciones muy representativas de la época: el Papado, la Universidad de París, el Colegio Cardenalicio. Por añadidura, su escrito principal, el Directorium inquisitorum (Aviñón 1376), obtuvo una vigencia universal de siglos en la cristiandad. El oficio de perseguidor de herejes, que N. Eymerich desempeñó con singular valentía, no se presta demasiado a captar las simpatías de la gente; pero el enfrentamiento con la máxima figura de las letras catalanas, y aun del pensamiento filosófico español de toda la Edad Media, es decir, con R. Lulio (v.), había de conquistarle fatalmente la impopularidad. Así pudo él mismo quejarse en vida, y con harta razón, de que el país entero se había levantado contra él». No atacó el lulismo por motivos marianos (la Inmaculada Concepción, según Avinyó), sino porque, aun contando con las razones políticas, económicas y sociales (según Roura), temió las exageraciones de los lulistas, como él mismo lo expresó en su Dialogus contra lulistas («traxit multos simplices ad errores de quorum numero vos estis qui loquimini... quare non equalis sententia Raymundi et illorum»). El inquisidor, representante del tomismo (v.) incipiente, atacó el sistema lulista como seguidor de la vieja escuela.
Además de otras facetas (teólogo, canonista, escriturista, hagiógrafo, filósofo), Carreras Artau descubre una: la de un publicista que con vigoroso realismo sabe reflejar las corrientes intelectuales de su tiempo, hoy tan mal conocidas. Existen numerosos escritos, en su mayoría inéditos: Roura cataloga 32, dando 9 por perdidos.
Otro aspecto es su intervención en el Cisma de Occidente (v. CISMA in): el papa Gregorio XI se lo llevó en su traslado de Aviñón (v.) a Roma, en 1377; después de la elección de Urbano VI y de la huida de los cardenales franceses, E. escribió a los cardenales reunidos en Anagni, probando la invalidez de la elección de Urbano VI (v.) y adhiriéndose a Clemente VII (v.), elegido por éstos; en 1395, defiende al papa Luna, Benedicto XIII (v.), contra los teólogos de París. Durante su estancia en Aviñón (1394-96) compuso la mayoría de las obras que nos han llegado.
Muerto el rey aragonés Juan I, quien, como su padre Pedro IV, le había desterrado, pudo volver a su patria en 1396; y pese a la tercera orden de exilio del nuevo rey aragonés Martín I (22 junio 1397), sigue en el convento de su ciudad natal hasta su muerte, el 4 en. 1399. Su lápida sepulcral pregona: « Juit predicator veridicus, inquisitor intrepidus, et doctor egregius, nam ultra undecim sacra volumina compilavit».
«Vivió, afirma 1. Carreras Artau, en una época turbulenta; por haber sido encumbrado a altos cargos, tuvo que intervenir no sólo en la vida pública de la Confederación catalano-aragonesa, sino que, en calidad de teólogo de los pontífices de Aviñón, desplegó su actividad en el ámbito europeo en contacto, y a veces en oposición, con instituciones muy representativas de la época: el Papado, la Universidad de París, el Colegio Cardenalicio. Por añadidura, su escrito principal, el Directorium inquisitorum (Aviñón 1376), obtuvo una vigencia universal de siglos en la cristiandad. El oficio de perseguidor de herejes, que N. Eymerich desempeñó con singular valentía, no se presta demasiado a captar las simpatías de la gente; pero el enfrentamiento con la máxima figura de las letras catalanas, y aun del pensamiento filosófico español de toda la Edad Media, es decir, con R. Lulio (v.), había de conquistarle fatalmente la impopularidad. Así pudo él mismo quejarse en vida, y con harta razón, de que el país entero se había levantado contra él». No atacó el lulismo por motivos marianos (la Inmaculada Concepción, según Avinyó), sino porque, aun contando con las razones políticas, económicas y sociales (según Roura), temió las exageraciones de los lulistas, como él mismo lo expresó en su Dialogus contra lulistas («traxit multos simplices ad errores de quorum numero vos estis qui loquimini... quare non equalis sententia Raymundi et illorum»). El inquisidor, representante del tomismo (v.) incipiente, atacó el sistema lulista como seguidor de la vieja escuela.
Además de otras facetas (teólogo, canonista, escriturista, hagiógrafo, filósofo), Carreras Artau descubre una: la de un publicista que con vigoroso realismo sabe reflejar las corrientes intelectuales de su tiempo, hoy tan mal conocidas. Existen numerosos escritos, en su mayoría inéditos: Roura cataloga 32, dando 9 por perdidos.
Otro aspecto es su intervención en el Cisma de Occidente (v. CISMA in): el papa Gregorio XI se lo llevó en su traslado de Aviñón (v.) a Roma, en 1377; después de la elección de Urbano VI y de la huida de los cardenales franceses, E. escribió a los cardenales reunidos en Anagni, probando la invalidez de la elección de Urbano VI (v.) y adhiriéndose a Clemente VII (v.), elegido por éstos; en 1395, defiende al papa Luna, Benedicto XIII (v.), contra los teólogos de París. Durante su estancia en Aviñón (1394-96) compuso la mayoría de las obras que nos han llegado.
Muerto el rey aragonés Juan I, quien, como su padre Pedro IV, le había desterrado, pudo volver a su patria en 1396; y pese a la tercera orden de exilio del nuevo rey aragonés Martín I (22 junio 1397), sigue en el convento de su ciudad natal hasta su muerte, el 4 en. 1399. Su lápida sepulcral pregona: « Juit predicator veridicus, inquisitor intrepidus, et doctor egregius, nam ultra undecim sacra volumina compilavit».
BIBL.: DIAGO, Historia de la
Provincia de Aragón de O. P., Barcelona 1599; J. ECHARD, Scriptores O. P.,
I, París 1719; J. ROURA ROCA, Posición doctrinal de F. N. Eymerich en la
polémica luliana, Gerona 1959; A. IVARs, en «Archivo Ibero-Americano» 6
(1956) 68-159; F. MERZBACHER, Nicolaus Eymericus, en LTK VII,985.
A. MARTíNEz ALBIACH.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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