I.
Concepto
El
concepto de e. se ha convertido en un signo espiritual del tiempo, y sirve en
concreto para caracterizar una dirección fundamental de la filosofía actual:
el -3. existencialismo. Pero en las figuras principales de esta filosofía -
Heidegger, Jaspers, Sartre y Marcel -, a pesar de la semejanza en sus móviles,
en el fondo el sentido del término e. es tan diverso, que no podemos presentar
su contenido en una definición breve, unitaria y universal. De todos modos
podemos decir que en esta filosofía se entiende por e. una manera de
realizar la vida humana. Por consiguiente, este concepto de e. no es el
mismo que el de la escolástica. Aquí e. se contrapone a esencia y significa la
actualización de una -* esencia cualquiera, no sólo de la humana. Pero dentro
de la misma filosofía escolástica este concepto, en medio de toda su
semejanza, presenta diversos sentidos en las distintas posiciones metafísicas,
p. ej., en la del ->tomismo y la del --> suarismo. Por tanto el concepto
de e. debería ser objeto de un estudio histórico desde que se usó por primera
vez en Mario Victorino (t hacia el 362) hasta su sentido actual. Con ese estudio
podría mostrarse que la diversidad de sentido no es casual, sino que constituye
una expresión del cambio en la manera metafísica como se entiende el hombre.
Pero, a este respecto, no sólo han de tomarse en consideración
los textos donde aparece explícitamente el concepto de e., pues,
independientemente de la forma de expresión, una inteligencia de la e. se ha
dado siempre. La plena determinación e interpretación del concepto de e.
requeriría un estudio de las diversas épocas históricas desde el punto de
vista de la inteligencia de sí mismo que opera en ellas, aun cuando no se haya
llegado a la comprensión explícita de la autointeligencia que se despliega en
todo obrar y entender. Este descubrimiento de las respectivas concepciones de la
existencia o de sí mismo debería hacerse en todas las formas y manifestaciones
fundamentales de la vida humana (mito, religión, arte, derecho, política,
filosofía, técnica) y así equivaldría a la elaboración de la historia del
espíritu en cada época. Aquí nos limitaremos a describir esquemáticamente
cómo la conciencia humana no siempre se entiende a sí misma de igual manera,
sino que por su diversa autoconcepción emite distintas épocas, delimitables
entre sí, de la historia del espíritu. Esa diversidad es ignorada con
demasiada facilidad a causa de la conciencia reinante en una determinada época
y de las cosas que ella tiene por evidentes. Este sentir de una época, como
estado que lo determina todo, abarca las mencionadas formas fundamentales de la
vida humana, pero donde mejor aparece es en la relación que una época ha
tenido con la historia y su sentido (II), y en la filosofía desarrollada a
partir de ahí (iii).
II.
Diversas épocas
1.
Los griegos son los fundadores, no sólo de la -> filosofía
occidental, sino también del pensamiento histórico de occidente. Sin embargo,
la sensibilidad griega se interesó ante todo por la naturaleza y por su
fundamento permanente. Incluso en la alta forma de la investigación
filosófica, ellos se interesaban solamente por la esencia permanente de los
seres, la cual se mantiene bajo toda modificación. La historia como lo que
deviene y pasa no se podía conocer y su conocimiento acabó por no interesar.
En un pensador tan abierto y universal como Platón, el estado que tenía él
por ideal debía ser una imagen aislada de los pueblos vecinos e incluso de su
propio pasado y del tiempo, y, una vez realizado, habrían de permanecer siempre
así. Aristóteles, que se interesó por la política de su tiempo, reunió
mucho material histórico; pero su verdadera autointeligencia giraba en torno a
lo que se repite y permanece, en torno a las leyes eternas de la razón.
Explícita o implícitamente (incluso en el gran historiador de la antigüedad
griega, Tucídides) la convicción fundamental es: la naturaleza -aun la del
hombre- no cambiará. La concepción que el griego tiene de sí mismo
fundamentalmente está trazada, según la imagen de la -* naturaleza. En todo
momento el destino concreto reviste el significado de un paradigma, en el que
puede leerse la esencia de la naturaleza. La pregunta por una posible evolución
o un auténtico cambio y, con ello, el interés por el futuro y la historia en
general, están lejos de la concepción griega del destino. La manera como los romanos
se entienden a sí mismos sólo en los acentos se distingue de la
autointeligencia de los griegos; la ligera novedad se debe a que la duración
del imperio romano y su extensión originaron un sentimiento de espacio y de
tiempo un poco distinto. Pero lo común en la autointeligencia de los antiguos
es su grandioso sentido de lo permanente, bien sea la idea eterna de toda
realidad, o bien la incontestable necesidad de lo fáctico. Ciertamente, en
Platón está desarrollado el sentido del amor y del bien, como la realidad en
virtud de la cual es posible la liberación de la cárcel de la historia, pero
la antigüedad no conoce una proyección hacia un futuro mejor, gracias al cual
el hombre pudiera alcanzar una plenitud histórica.
2.
Totalmente distinta es la concepción que el pueblo de Israel tiene de
sí mismo. En Israel hay poca posibilidad y ansia de ciencia y formación, de
arte y cultura, pero hay un sentido incomparable de lo humano. Si pensamos que
Herodoto y el Deuteroisaías fueron casi contemporáneos, aparecerá
plásticamente ante nuestros ojos el abismo que media entre la autointeligencia
de los griegos y la de los judíos. Estos no buscan su propia concepción por la
investigación y el conocimiento teóricos, sino mediante una reflexión
constantemente renovada acerca de su historia. Por este reflexionar y recordar,
Israel experimenta cómo él es la comunidad de un pueblo que tiene un solo
Dios. Este Dios quiere estar cerca del pueblo judío, que ha de permanecer fiel
a él y creer en sus promesas. Ahí surge una
dimensión totalmente nueva: la realidad no es una naturaleza que se repita
eternamente, sino que es -> creación de Dios. Pero la fe en la creación es
confianza en la promesa de un futuro consumado, que se hace posible por la
fidelidad a Dios (-> alianza). El fundamento de toda realidad histórica bajo
la dimensión de su principio y de su final es el Dios vivo y personal. Esta
dimensión de la personalidad, es decir, de la decisión y libertad en la
historia, es expresión de una singular inteligencia de sí mismo.
3.
A base de esta experiencia, que descubre cómo la e. no está determinada
(solamente) a manera de destino fatal (como en el mundo de los dioses griegos),
en el cristianismo, y especialmente en la predicación de Pablo y en la
de Juan, aparece una concepción de sí mismo en la que se hace plenamente
consciente la realidad de la libertad, que no es objetiva y sin embargo tiene un
auténtico poder creador. Esta liberación para la libertad, que por primera vez
hace posible aceptar la realidad del pecado y de la culpa, no se produce por un
suceso natural, sino fundamentalmente por la confianza en el Dios del pueblo de
Israel, que en Jesús de Nazaret se ha hecho hombre y por él ha ofrecido a
todos los hombres la -> salvación. Para los primeros cristianos la fe en la
encarnación de Dios apunta tanto hacia su condición humana como hacia su
condición divina, y vigoriza, según lo muestra el hecho de la cruz y de la
resurrección, la dialéctica y dinámica del -> Antiguo Testamento. Esto da
lugar a una inteligencia de sí mismo que no teme ante la muerte, bajo la
experiencia consciente de aquella fuerza creadora que en su poderío y plenitud
es denominada Pneuma. En efecto, surge una inteligencia de sí mismo que,
a pesar de esta intensa confrontación con la culpa y la muerte, en su
disposición fundamental está caracterizada por la -> fe, la -->
esperanza y el -> amor. En consecuencia puede desarrollar acerca del futuro
una conciencia que, basándose sobre todo en la entrada de Dios mismo en la
historia, tiene el valor de creer que la historia entera y el cosmos entero han
de llegar a su salvación definitiva. Esta concepción de sí mismo, junto con
la unidad y reconciliación en ella manifestadas entre naturaleza e historia,
culpa y redención, humanidad y divinidad, es insuperable, y lo es tanto en la
vigorosa realización de la experiencia fáctica del hombre acerca de sí mismo,
como en el diseño de una salvación que elimina y supera todo lo anterior.
4.
La reflexión sobre estas experiencias fundamentales en los padres, principalmente
en Agustín, por primera vez fundamenta expresamente una autoconcepción
histórica universal que se refiere a toda la humanidad y que en este sentido
humano universal e histórico-salvífico determina la edad media y la edad
moderna hasta la actualidad, y los hace posibles a pesar de la ->
secularización y de los cambios. Habría que mostrar cómo la edad media recoge
esta herencia, pero a la vez la transforma en diálogo con la antigüedad, cómo
expresa la conciencia histórico-salvífica de la experiencia originaria de la
libertad en un universal orden jerárquico de la creación y la redención, en
el que cielo y tierra, pasado y futuro aparecen curiosamente terminados; y
habría que mostrar además cómo del Dios medieval, con su jerarquía estática
y permanente, se pasa finalmente al legalismo y al -> nominalismo, y cómo
con tal mentalidad se fomentó el que la propia mismidad fuera concebida como
una cosa. Igualmente habría que poner de manifiesto cómo la naciente edad
moderna quiere oponerse a esta «cosificación», y así el -> renacimiento y
la -->reforma vuelven a la antigüedad y al cristianismo primitivo,
originando una época de confrontación entre la experiencia bíblica de la
salvación y la idea antigua de la formación; y finalmente habría de mostrarse
cómo el derrumbamiento de la imagen aristotélico-ptolomaica del mundo arroja
de nuevo a los hombres sobre sí mismos, pero precisamente así abre el camino a
la posibilidad de que irrumpa una inteligencia cósmica de sí mismo. Las
épocas siguientes: el -->humanismo, el ->barroco, la -> ilustración,
el -> romanticismo, el clasicismo, etcétera, producen en la autoconcepción
del hombre un movimiento por el que las posibilidades contenidas en los dos
orígenes de la historia occidental del espíritu se hacen más radicales,
totales y a la vez relativas. Así engendran una conciencia que en todas sus
posibilidades prácticas, espirituales y técnicas se centra cada vez más en
sí mismo como reflexión y mediación histórica, provocando una actitud
social, científica y técnica que parece contener la clave de un futuro
absoluto (cf. también -> marxismo, -> secularización,
->sociología, -> técnica, teoría de la ->ciencia).
III.
Cambio de forma en la concepción de sí mismo y articulación filosófica
A
los dos orígenes hasta ahora diseñados de la autoconcepción occidental en
Grecia y en el judaísmo, y a su mezcla, transformación y ampliación
históricas, corresponde también un cambio en la interpretación
filosóficamente consciente de la realidad. La concepción de la realidad
articulada en la clásica - metafísica antigua y medieval se distingue
esencialmente del pensamiento que se inicia en Kant, con el giro filosófico
hacia la -> filosofía transcendental, que luego Fichte y Hegel configuran
bajo las dos formas de la metafísica occidental en su sistema dialéctico de la
filosofía y que, finalmente (a través de Kierkegaard, Feuerbach y Nietzsche),
con la -> fenomenología de Husserl y el pensamiento existencial u
ontológico de Heidegger, por un lado, y con el --> materialismo dialéctico
de Marx, por el otro, quiere dejar atrás cualquier filosofía sistemática,
para ayudar precisamente así al hombre en orden a la inteligencia de sí mismo.
La metafísica clásica, a base de la distinción de Platón entre ente sometido
al devenir y lo que propiamente es, la idea, plantea la cuestión fundamental,
convertida por Aristóteles en disciplina metafísica y asumida por Tomás de
Aquino, del ente como ser. Esta cuestión originaria de la metafísica
quiere entender el ente, no desde un punto de vista determinado, por ejemplo,
bajo el aspecto de su utilidad o agrado, sino precisamente bajo el aspecto de lo
que es él mismo, en cuanto ser. Este planteamiento, que se llama ontológico,
no aleja al ente de su esencia, es decir, de ser él mismo, de ser ente. Pero el
fundamento que posibilita la mediación de cada ente consigo mismo, haciendo que
sea él mismo, ha de buscarse en un todo mayor, donde tiene su lugar toda
diferencia y limitación: el ser. El rasgo fundamental de esta metafísica es,
por tanto, la pregunta por la fundamentación y mediación del ente en el ser.
Aunque esa mediación para Aristóteles y para Tomás, se produce por el espíritu
agente, sin embargo, esta metafísica no ve que la fundamentación del
ente en el ser no es una ontogénesis cosmogónica, que haya de pensarse
según la imagen del origen de las cosas naturales, sino que se debe a la
acción mediadora de la conciencia y libertad del hombre. Esta referencia a la
conciencia, que ciertamente en la metafísica clásica no ha dejado totalmente
de pensarse, empieza a formar sistema por principio en Descartes y en Kant, e
introduce con ello el giro transcendental. Con ello por primera vez se pone de
manifiesto sistemáticamente que toda comprensión de la realidad siempre es a
la vez inteligencia de sí mismo. La evidencia del ser infinito como fundamento
de todo ente, como verdad y bondad absoluta, que para la metafísica clásica
era per se nota, se hace con ello problemática. Kant es incapaz de
justificar esta posibilidad de conocimiento ontológico, y limita con ello la
capacidad de conocimiento del hombre.
Así
el sentido del ser se convierte en conciencia, el sentido de la esencia se
convierte en categoría y el del ente pasa a ser el objeto. De esa manera, el
hombre arrojado hacía sí mismo desde la universal y absoluta afirmación
metafísica de la realidad experimenta un sentido diverso, a saber, el de ser
sujeto para objetos. Ahora bien, aunque la autointeligencia de la metafísica
clásica (en cierto modo olvidada de sí misma en el mito de la ontogénesis)
por el giro transcendental (que no significa supresión, sino transformación de
la metafísica) se hace consciente de que toda comprensión de la realidad es al
mismo tiempo inteligencia de sí mismo, sin embargo se mantiene en ella - si
bien a un nivel superior - una «cosificación» como rasgo fundamental: el ser
se convierte en conciencia de sujeto para los objetos. La autocomprensión a
pesar del intento de mediación práctica, permanece enajenada e inauténtica.
Fichte supera esta alienación por el hecho de que él por primera vez aborda
filosóficamente la relación personal como suceso entre la intersubjetividad y
la interobjetividad. Con ello la conciencia de sujeto defendida por Kant se
transforma en conciencia de medio, que constituye la luz y la vida (la verdad)
de todo el reino personal y hace aparecer el objeto kantiano como mediación
entre las personas en su mismidad. El sentido del ser, si bien por una
mediación frente a la metafísica clásica, es nuevamente la luz absoluta e
infinita como vida, y el sentido del ente queda desprendido de su condición de
mero objeto para los sujetos y es liberado para
sí mismo como independiente e instrumento mediador a la vez. La inteligencia de
sí mismo se hace de nuevo absoluta, pero en una mediación radical entre
inmanencia y transcendencia; surge con una agudeza hasta ahora desconocida la
cuestión del sentido del ser o de la luz en la distinción entre luz y fuente
de la luz (Dios). La filosofía absoluta de la libertad de Fichte pasa a ser en
Hegel filosofía absoluta del espíritu. El sentido de la inteligencia de sí
mismo es en Fichte la mediación absoluta del absoluto en la libertad y, por
esto, también en la historia; y en Hegel es también la absoluta pero necesaria
mediación del espíritu en el curso necesario de la historia. De momento
pareció que no podía irse más allá de esta reflexión total sobre sí mismo
realizada por el -> idealismo alemán. Pero, a pesar de la inclusión de la
-> historia e historicidad, esta filosofía pensó sobre la inteligencia de
sí mismo (solamente) como sistema. En la época siguiente, dentro de los
derroteros de Kierkegaard y Marx, la fenomenología plantea explícitamente la
nueva pregunta por el sentido de la existencia, el cual, antes y a pesar de toda
mediación en el sistema, no puede comunicarse en la pura reflexión. Esta
pregunta, que no era desconocida para Fichte y Hegel, y sobre todo para
Schelling, se intenta esclarecer ahora de otro modo en el así llamado análisis
fenomenológico de un sentido, que es indeductible y sólo puede experimentarse
inmediatamente. Especialmente el pensamiento ontológico de Heidegger intenta
partir de la disposición, que propiamente no puede hacerse experimentar por
ninguna reflexión, como fundamento director de toda mediación sistemática,
para describir nuevamente ese fundamento en un plano prefilosófico o
posfilosófico. En la disposición de la inteligencia de sí mismo se hace
evento el ser. La experiencia histórico-existencial de este evento no es
demostrable, y sólo puede exponerse en la interpretación --> hermenéutica.
Este ser tiene a su vez una historia, que es la que guía la historia de la
autoconcepción del hombre en sus distintas épocas, en cuanto el ser en cada
época se envía como un -> sentido diferente de la existencia humana.
También en la propia concepción del cristianismo habría que preguntar si no
hay algo así como una diversidad de épocas en la automanifestación del Logos.
Resumiendo
podemos decir: la autocomprensión natural y cosmológica de la antigüedad,
así como la autoconcepción de la edad media, la cual no va más allá de una
cierta forma de ontogénesis, quedan superadas en el giro antropológico-transcendental
de la edad moderna; y, a pesar de la total mediación sistemática en el
idealismo alemán, se desarrollan de manera nueva en el posterior viraje
existencial del sistema a la experiencia. Pero hemos de añadir que en la
filosofía misma todavía no se hace justicia plena a la autointeligencia
histórica y social, pues en ella la historia, pensada esencialmente como
historia del origen, permanece demasiado formal. Por eso una filosofía
desarrollada a partir del cristianismo, si realmente quiere analizar la genuina
experiencia cristiana y la concepción de sí mismo allí implicada, asumiendo
ante todo la herencia de la tradición, debería ser filosofía ontológico-transcendental
y dialogística de la libertad. Pero semejante filosofía no podría conformarse
con un sistema (formal), sino que, tomando en serio el carácter indeductible de
la experiencia dialogística y libre de la historia, debería esforzarse por
interpretarla hermenéuticamente en una «fenomenología» de la -a
encarnación, en la cual la historia aparecería a la vez como historia de Dios
(cf. historia de la - salvación). Sólo así sería posible incorporar al
cristianismo y configurar con esperanza el futuro en su total mediación
técnica, científica y social. Con ello se produciría una inteligencia de sí
mismo hecha posible por la --revelación y exigida por la historia futura, que
camina hacia su propio carácter absoluto.
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Schweppenhduser, Kierkegaards Angriff auf die Spekulation (F 1967).
Eberhard
Simons
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