I. El tema de la muerte hoy
Una simple mirada a la literatura de estos años en el campo literario,
filosófico y teológico obliga a reconocer en la atención prestada al tema de la
muerte un hecho de proporciones bastante apreciables'. El esfuerzo por
individualizar las razones de este fenómeno y comprender los contenidos con los
que poco a poco se va configurando ayuda a delinear el
contexto dentro del cual hoy, de hecho, se sitúa la problemática
propiamente pastoral relativa a la celebración de la muerte. Un
análisis, aunque sólo sea inicial, de algunas intervenciones
significativas nos pone frente a una multiplicidad de datos tal, que hace sin
duda completamente nuevo el modo mismo de acceder al actual
debate en torno a la muerte.
1. LA
SOCIEDAD CENSURA LA MUERTE.
La reflexión acerca de la literatura de carácter sociológico sobre el
significado de la muerte en la sociedad contemporánea haría encontrar
precisamente en el silencio sobre tal argumento la elección más
difundida hoy, con mucho. O sea, para los hombres
modernos, la muerte deberá ser la gran ausente y no hallará
espacio en el horizonte del pensamiento contemporáneo: se le veta (o
al máximo se le concede sólo al hombre arcaico) tomar conciencia de la
muerte en términos personales: sólo a través de la muerte-espectáculo,
ofrecida cotidianamente por los mass-media, será posible una
eventual toma de conciencia de la realidad de la muerte, aunque sea
siempre la muerte de los otros, extraños, alejados de nosotros
tanto geográfica como afectivamente. Es natural que nos preguntemos
por las razones de esta censura. La investigación al respecto sería
larga y compleja; pero en torno a ciertos porqués la literatura
parece manifestar una cierta convergencia. Sería sobre todo la
concepción hedonista propia de la civilización actual la que impondría
el silencio sobre la muerte; reconocerla y asumirla como tal realidad
significaría poner en cuestión la capacidad de la sociedad para
satisfacer plenamente esa "necesidad de felicidad" declarada como absolutamente
imprescindible. Todavía más penetrante parecería una segunda hipótesis,
que relaciona la actitud moderna respecto a la muerte con el fenómeno de la
secularización y con el surgimiento y la extensión de la sociedad burguesa. El
silencio sobre la muerte se impone porque hoy en día está desacralizada, ha
pasado de ser un rito a ser un espectáculo; ya no ocupa una función social, y se
celebra decididamente en la esfera privada. Una tercera línea
interpretativa tiende, en cambio, a unir el fenómeno de la negación de la muerte
con la actitud técnico-eufórica de la sociedad actual. El acontecimiento muerte
se asume esencialmente como un acontecimiento técnico-biológico: es un
incidente; es una cosa que, como todas las cosas de la vida, es
modificable y manipulable por el hombre, que prepara y utiliza instrumentos
técnicos adecuados para enfrentarse a las diversas realidades de la existencia'.
Sin embargo, es necesario reconocer que este intento de censura de la realidad
de la muerte no ha tenido éxito: para el hombre particular la muerte permanece
como una amenaza, aunque sea inconfesable, no estándole permitido al individuo
confesar la propia finitud en un contexto social que se cree ilimitado. La
crisis de identidad de la sociedad técnico-industrial podría también servir para
hacer comprender que la finitud, colectiva y personal, no es una desagradable
incongruencia, sino una realidad confesable, que se ha de reconocer
abiertamente.
2. LAS DIMENSIONES
DEL DEBATE ACTUAL. Casi
como contraposición al silencio (favorecido o impuesto) del uso social sobre la
realidad de la muerte asistimos a un
imponente renacimiento del interés por el tema del morir en la literatura de
estos últimos años. Una cuidadosa exploración de todo lo que ésta va proponiendo
confirma, por una parte, la tendencia arriba recordada a la censura,
convalidando por tanto la presencia de una tensión dramática de la sociedad
contemporánea, todavía no resuelta; por otra parte, hace surgir también
perspectivas insospechadas de pensamiento y de praxis. En particular, la
apertura a las culturas religiosas medio-orientales y sobre todo asiáticas está
manifestando una influencia evidente sobre el mundo occidental: la persistencia
de la idea de una vida que pueda ir más allá de la muerte singular, incluso en
su imponderabilidad, y la aparición en el drama-muerte de una componente de
serenidad que es confianza en la vida, son probablemente las manifestaciones más
características.
Si a esto añadimos la profunda renovación que connota la más reciente reflexión
teológica sobre el tema de la muerte', nos podemos hacer una idea todavía más
adecuada de las amplias dimensiones que va asumiendo el debate actual. La
perspectiva escatológica que hace de telón de fondo a la reflexión teológica
sobre el tema de los novísimos subraya claramente las dimensiones
cristológicas y antropológicas. La realidad de la muerte-resurrección de Cristo
constituye la referencia central, que permite iluminar la comprensión del morir
del hombre, morir que está llamado a configurarse con un morir en Cristo
para resucitar con él, morir que está abierto a un futuro de comunión definitiva
con Dios y de encuentro entre vivos y vivientes. Análogamente, la superación del
dualismo entre alma y cuerpo permite precisar la naturaleza de lamuerte en
términos de paso hacia una vida sin fin, en términos de un estado situado
entre un ya y un todavía no dentro del cual se coloca la realidad
de la resurrección.
3. LA NECESIDAD DE
UNA PRAXIS PASTORAL RENOVADA. Este elemental esbozo de las características del contexto actual ayuda a comprender la
multiplicidad de las razones de una deseada renovación de la praxis eclesial a
propósito del capítulo relativo a la muerte. La intervención conciliar ha
explicitado en particular las razones de índole doctrinal y litúrgica
estableciendo: "El rito de las exequias debe expresar más claramente el sentido
pascual de la muerte cristiana y responder mejor a las circunstancias y
tradiciones de cada país, aun en lo referente al color litúrgico" (SC
81). La comprensión más lúcida del cambiado contexto cultural y social imprime
una mayor urgencia a este trabajo de reformulación y profundización del dato de
fe y lo pone frente a nuevas tareas: parece ser precisamente prioritaria la de
no esconder la realidad de la muerte ni aceptar la censura de pensamiento y de
lenguaje respecto a ella, sobre todo porque la perspectiva de la fe en Cristo
muerto y resucitado consiente no sólo descifrar la naturaleza y el porqué del
morir, sino también rescatar la inevitable muerte del hombre de las categorías
de la angustia, de la oscuridad impenetrable, de la desaparición en la nada, de
la disolución de la comunión con los hombres y con el mundo. A esto se debe unir
la persuasión de que, en el actual contexto eclesial, la intervención pastoral
de la iglesia con ocasión de la muerte de un hermano pueda encontrarse en una
situación de particular dificultad: el signo de la fe que son las exequias
cristianas tiene con mucha frecuencia como interlocutores o presentes a
personas que viven las actitudes más heterogéneas en el modo de enfrentarse y
juzgar la realidad de la muerte. Quizá como nunca antes, hoy la novedad
cristiana de la esperanza, que constituye el sentido mismo de la intervención
pastoral de la iglesia, necesita declinarse y expresarse a través de una amplia
variedad de lenguajes, como servicio de la fe que respeta las diversidades del
morir, y sobre todo las diversidades de quien ha muerto o está viviendo el dolor
de la muerte de otro. Bajo este aspecto, el estudio del Ordo Exsequiarum
y el examen de cómo deba celebrarse hoy se llenan de preguntas y de estímulos
nuevos.
II. El nuevo "Ordo Exsequiarum"
La comprensión de las opciones llevadas a cabo con vistas a la redacción del
nuevo OE es posible sólo a partir de un análisis del desarrollo histórico
relativo a la praxis funeraria cristiana; la descripción, aunque sólo sea
sintéticamente, de las etapas esenciales nos permitirá después abrirnos a los
interrogantes de naturaleza más estrictamente pastoral.
1. ESCUCHANDO A LA
TRADICIÓN. En los
complicados avatares del desarrollo histórico 6 se pueden
individualizar diversos estadios, en los que las formulaciones doctrinales,
mentalidad, lenguaje se estrecruzan diferenciadamente.
a) La praxis litúrgica. Si la praxis funeraria
cristiana más antigua revela una relación evidente con prácticas comunes a no
creyentes, no menos manifiesta también la puesta en marcha de un procesode
diferenciación: la certeza de la salvación operada por Cristo y la fe en la
resurrección alimentan expresiones de esperanza y de fraternidad más que de
triste dolor o desesperación. Incluso los textos de oración (eucologías o
composiciones salmódicas) transparentan una tonalidad pascual, donde tienen una
amplia resonancia la alegría y la esperanza. El examen más específico de la
literatura patrística y litúrgica, que se extiende desde el s. ni hasta las
puertas mismas de la época carolingia, nos lleva a encontrar un desarrollo de
interpretación no siempre fácil'. Desde un primer estadio todavía estrechamente
ligado al contexto judaico, en que se privilegia la oración de acción de gracias
o de bendición, se pasa muy pronto a una progresiva difusión de la oración de
intercesión (época prenicena). Con el inicio de la época constantiniana, la
oración cristiana evoca sobre todo el tema de la felicidad en el seno de
Abrahán o en el paraíso: a medida que nos alejamos de los orígenes
cristianos y va disminuyendo la espera de la parusía, crece en importancia la
escatología individual; la antropología del mundo helenista, además, incita a
leer tal escatología individual en términos de "alma separada del cuerpo". Con
el progresivo cambio de la sensibilidad religiosa y cultural tienden a
prevalecer —a partir de la misma época patrística clásica— los temas del perdón
del pecado y de la salvación del alma en el otro mundo: la idea de la muerte
como lucha dramática contra el demonio tiene un amplio eco en la literatura de
los padres y en los mismos textos litúrgicos. Una mirada de conjunto a los
siglos de la era patrística muestra la singularidad de la visión cristiana de la
muerte: la idea de Dios que subyace a la oración de la iglesia es la de un
Dios bueno y acogedor, que está a la espera del hombre que vuelve a él;
análogamente, la oración de intercesión supone una eclesiología de comunión, que
ve en el lazo común de la fe y en la participación de la misma eucaristía el
fundamento de una relación fraterna que ni siquiera la muerte puede romper.
Junto a esto resultan del todo evidentes las influencias de la cultura y de las
particulares situaciones históricas: "[Se señalan] la influencia de la
demonología para el tema de la protección del alma; la de la antropología y
cosmografía antiguas para la localización del alma en el seno de Abrahán o en el
paraíso; la del clima para el tema del refrigerio; la del platonismo o del
neoplatonismo para el tema de la luz y de la beatitud celeste. Análogamente,
específicas situaciones pastorales en la iglesia, como el cambio en la
disciplina penitencial, han ejercido influencia sobre la temática funeraria"'.
La evolución constatada en la praxis funeraria de los textos galicanos y
gelasianos en torno a los ss. vii-viii no se puede limitar sólo al cambio de
numerosas oraciones; detrás de los sólidos desarrollos de los temas de la
misericordia divina y del juicio final se puede hallar una diversa concepción y
acentuación de la imagen misma de Dios y del significado de la oración de la
iglesia por un hermano que ha muerto, así como las referencias al mundo
entendido como tierra de exilio y lugar de tentaciones a las que sustraerse, a
las cuales corresponde una visión de la muerte como liberación de las ataduras y
de las cadenas del mundo y del pecado, remiten a una visión antropológica y
cosmológica bastante cambiada en relación a los orígenes y a un cuadro teológico
de temas escatológicos de trazos todavíainciertos y provisionales. Por su parte,
la tradición funeraria de los ambientes monásticos sigue siendo testigo de una
praxis inspirada en la visión pascual, y de una mentalidad que considera a la
muerte como familiar al hombre.
Con la entrada en Roma de la liturgia gálico-germánica se verifica una posterior
evolución, caracterizada sobre todo por la importancia cada vez mayor que se
atribuye al papel propiciatorio de la oración eclesial por los muertos; la
conciencia de que el juicio de Dios seguirá a la muerte induce en los textos a
conceder un gran espacio a la oración de intercesión. Desde esta perspectiva se
tiende cada vez más a interpretar el papel del sacerdote celebrante como
expresión del poder que le ha sido conferido no sólo para absolver a los vivos
de sus pecados, sino también para interceder eficazmente por la remisión de la
pena a los difuntos. El tardo medievo y la época renacentista atribuyen una
relevante importancia a elementos celebrativos (oraciones, textos para el canto,
las melodías mismas, el color de los paramentos, los signos utilizados,
etcétera), determinando así una clara preponderancia del tema propiciatorio
respecto a la inspiración originaria, que individualizaba en el mensaje de
esperanza derivante de la pascua la referencia temática prioritaria de los
funerales cristianos.
Una valoración de síntesis, en perspectiva histórica, de los criterios que han
inspirado la redacción del Ordo Exsequiarum del Ritual tridentino (=
Rituale romanum del 1614) lleva a poner de relieve dos hechos: a) En
el aspecto estructural, la decisión de optar por una celebración muy sobria ha
permitido poner orden en una serie de elementos celebrativos que se habían
ido multiplicando a lo largo de los siglos de manera frecuentemente
desorganizada, pero también ha inducido a dejar a un lado algunos elementos
particulares que habían caracterizado —sobre todo en los orígenes— la
intervención pastoral de la iglesia (piénsese, por ejemplo, en las abundantes
oraciones hechas por la comunidad como signo de comunión y de sufragio, o en la
atención prestada a los primeros momentos tras la muerte); en este nuevo planteamiento se ha producido la
consiguiente acentuación de la índole clerical de toda la celebración: "Se ve a
los fieles como personas que asisten del principio al fin con recogimiento y
piedad a una acción litúrgica, a oraciones y cantos ejecutados en lugar suyo por
el clero"". b) Bajo el aspecto histórico-teológico, el análisis de los
textos y de las fuentes utilizadas por el Ritual tridentino pone de relieve una
confluencia de oraciones que tienen su origen en épocas bastante diversas y que,
desde el punto de vista doctrinal, no aparecen organizadas en torno a líneas de
pensamiento unitarias; como consecuencia, la índole pascual de la celebración
cristiana de la muerte no aparece en primer plano; y algunas de las expresiones
que habían marcado característicamente la praxis de los orígenes ya no están
presentes en el Ritual de Trento.
La decidida reforma del Vat. II había sido preparada, significativamente, por
algunos signos que la hacían considerar de gran actualidad: por un lado,
el imponerse, a nivel de mentalidad y de praxis, de una costumbre que tendía a
aislar de la sociedad cualquier reclamo de la muerte; por otro lado, algunas
innovaciones parciales celebrativas, que manifestaban la exigencia de un retorno
más explícito a las dimensiones pascuales del funeralcristiano. Por lo demás, a
todo esto se refería directamente el debate conciliar que precedió a la
promulgación del texto definitivo; en tal debate se puso de relieve también la
importancia pastoral de un momento como el de las exequias, en el que se
proponen contenidos y expresiones simbólicas a unas asambleas con frecuencia
formadas por personas alejadas o no creyentes
b) El significado de la intervención pastoral de la iglesia. Si tras la
praxis litúrgica pasamos a considerar, incluso sintéticamente, la actitud
pastoral global de la iglesia en las diversas épocas, lograremos interpretar
mejor el desarrollo histórico en su conjunto.
La primera época
patrística (ss. ii-iii) se caracteriza por una situación socio-cultural
que no conoce ninguna esperanza tras la muerte, o al menos no supone esta
esperanza como algo obvio. Por consiguiente, el mensaje cristiano (del cual la
praxis litúrgica constituye quizá el aspecto más vistoso y oficial) tiende a
privilegiar el esfuerzo por valorar positivamente la muerte y por hacer evidente
su valor de misterio salvífico por encima del aspecto experiencial más
inmediato, que es de escándalo y de perdición. A esta luz se comprende el amplio
recurso a un lenguaje simbólico tomado preferentemente de la biblia y de signos
sacramentales, considerado el único capaz de ayudar a entender-crear-esperar un
aspecto de la muerte que no es en absoluto evidente a la experiencia humana.
La época de la cristiandad establecida (que se
extiende del s. Iv hasta la época moderna) se caracteriza sobre todo por la
adquisición de la esperanza-tras-la-muerte por causa de los presupuestos obvios
de la cultura común. En la acción pastoral se aprecia cómo a vecestales
presupuestos se olvidan en la práctica; justo por esto, la preocupación
fundamental de la intervención de la iglesia pasa a ser la de representar
existencialmente la muerte, contra la tendencia de la existencia humana (también
entre los cristianos) a constituirse como tiempo indefinido. Bajo este aspecto
se comprende que el abundante empleo de un lenguaje místico-experiencial o
sapiencial (piénsese particularmente en los difusos comentarios a los "vanitas
vanitatum" o el "cupio dissolvi et esse cum Christo") tenga
motivaciones no sólo culturales —la sensibilidad de las nuevas poblaciones
europeas—sino, más fundamentalmente, pastorales.
La época moderna poscristiana ve de nuevo desaparecer de los presupuestos
culturales comunes de la sociedad la esperanza-tras-lamuerte. Pero esta
desaparición tiene lugar por obra de una progresiva secularización de la
vida civil; se comprende, entonces, por qué en la predicación cristiana se
continúa poniendo preferentemente el acento sobre la actitud sapiencial,
que tiende a configurar la muerte.como la suprema objeción levantada por la
iglesia frente al hombre burgués.
Si resulta prematuro el intento de caracterizar sintéticamente la tendencia
hacia la cual se orienta la praxis pastoral en la época contemporánea, es ya
posible, sin embargo, entrever en ella un significativo cambio de perspectiva.
La exigencia advertida prioritariamente parece la de restituir significación a
los símbolos esenciales (históricosalvíficos y existenciales) de la
esperanza-cristiana-tras-la-muerte, desde el momento que las ilusiones
mundanas (mesianismos terrestres, ideologías historicistas) parecen reconocer ya
por sí mismas la propia inconsistencia. El mal másradical contra el que choca
hoy el anuncio cristiano parece ser, por tanto, como antiguamente, el de la
desesperación, no la ilusión del hombre que se cree autosuficiente.
2. PRESENTACIÓN DEL
NUEVO RITUAL. La
promulgación de un nuevo Ordo Exsequiarum (15 de agosto de 1969)
constituye una etapa de gran importancia desde el punto de vista
teológico-pastoral ". Aunque sea de modo muy sintético, presentaremos sus
características esenciales '°. Para las citas usaremos la edición en castellano:
Ritual de exequias (= RE). Para los Praenotanda del OE (= Ordo
Exsequiarum), véase A. Pardo, Liturgia de los nuevos Rituales y del
Oficio divino, col. Libros de la Comunidad, ed. Paulinas, etc., Madrid 1975, 263-270.
a) Las opciones del
Val. II. En la raíz de la decisión de reformar la liturgia funeraria en el
cuadro de la más amplia renovación litúrgica promovida por el concilio, está la
conciencia de que el ritual funerario heredado de Trento no expresa
adecuadamente la riqueza doctrinal de la visión cristiana de la muerte, y de que
las cambiadas circunstancias culturales hacen urgente una consideración más
profunda de la problemática pastoral: el debate en el aula conciliar constituye
una evidente prueba de ello ". El texto promulgado en la SC ("El rito
de las exequias debe expresar más claramente el sentido pascual de la muerte
cristiana y respoder mejor a las circunstancias y tradiciones de cada país, aun
en lo referente al color litúrgico. Revísese el rito de la sepultura de niños
dotándolo de una misa propia": SC 81-82) sólo explicita en parte las
indicaciones expresadas en las intervenciones de los padres conciliares; en los
trabajos de la comisión posconciliar encargada de la preparación del nuevo texto
pasan, en cambio, a ser prioritarias las preocupaciones de carácter doctrinal y
pastoral, y se abre camino la exigencia de revisar más profunda y críticamente
todo el capítulo del desarrollo histórico, en un intento de presentar en el
nuevo ritual funerario una síntesis más amplia y fiel de todos los datos de la
tradición, en particular los de la tradición más antigua'.
b) Las exequias de adultos. La sucesión de las diversas partes a través
de las que normalmente se desarrolla el rito funerario (en la casa del difunto,
en la iglesia, en el sepulcro) ofrece una rica antología de material celebrativo
(salmos, eucología, leccionario), que debería ser objeto de un atento análisis;
si, después, se piensa en la significativa recuperación de algunos elementos de
praxis pastoral (cf en particular la "vigilia de oración", la "oración
para la deposición del cuerpo del difunto en el féretro", el rito de la última
recomendación y despedida), se alcanza una idea adecuada de cuánto interés
podría ofrecer el conocimiento detallado del nuevo RE". Puesto que nos
debemos limitar a una consideración de síntesis, podemos recoger los puntos
relevantes más significativos en torno a algunas referencias centrales y de
conjunto.
• En una comparación de carácter global con el precedente Ritual de 1614 aparece
claro que lo que hace nuevo al RE actual es la recuperación masiva
de la perspectiva pascual y eclesial. Todo esto se desprende particularmente del
enriquecimiento temático de muchos textos eucológicos, en los que se recuperan
las oraciones más válidas de la tradición y confluyen lenguaje y perspectivas
bíblicas; lo confirma
la voluntad de no hacer prevalecer demasiado los temas del pecado, de la
intercesión, del perdón, a través de una más equilibrada distribución de textos,
y de subrayar ulteriormente los elementos de esperanza, resurrección, encuentro
con Dios. A esto se debe añadir el frecuente intento de marcar el clima
comunitario que ha de caracterizar toda la celebración: la liturgia exequial
debe ser por entero una profesión de fe en la pascua del Señor y un momento de
comunión intensa con quien ya no está entre nosotros y con los hermanos que
lloran su pérdida. En el n. 1 de los Praenotanda del OE se lee:
"En las exequias de sus hijos, la iglesia celebra con fe el misterio pascual de
Cristo, a fin de que todos los que, mediante el bautismo, pasaron a formar un
solo cuerpo con Cristo, muerto y resucitado, pasen también con él, por la
muerte, a la vida eterna: primero con el alma, que habrá de purificarse para
entrar en el cielo, con los santos y elegidos; después, con el cuerpo, que
deberá aguardar la venida de Cristo y la resurrección de los muertos. Por tanto,
la iglesia ofrece por los difuntos el sacrificio eucarístico de la pascua de
Cristo, y reza y celebra sufragios por ellos, de modo que, comunicándose entre
sí todos los miembros de Cristo, éstos impetran para los difuntos el auxilio
espiritual y, para los deudos, el consuelo de la esperanza" (A.
Pardo, o.c., 263; cf además RE 39; 15-16).
• También a otro nivel la comparación con el Ritual tridentino permite iluminar
una característica del nuevo RE. De hecho, si consideramos la estructura
de la celebración exequial, vemos que en la reforma del Vat. II se da un
interesante proceso de recuperación de elementos de la tradición más antigua. En
particular: la tendencia a reasumir, también bajo el aspecto ritual, un arco más
amplio de etapas-momentos de la celebración de la muerte, y por consiguiente la
tendencia a poner de relieve su valor religioso y humano (piénsese en la vigilia
de oración en la casa del difunto, en la oración mientras se le ve el rostro por
última vez, en el rito de despedida), parece indicar que se camina hacia una
comprensión más coherente y profunda del singular clima de comunión y de
fraternidad que debe distinguir la celebración de la muerte por los
cristianos. Por lo demás, las instancias que han dado origen a estas
modificaciones de estructura en el RE son claramente de orden teológico y
pastoral; por ejemplo, al comentar el momento de despedida, el n. 10 de los
Praenotanda recuerda: "... Pues si bien en la muerte hay siempre una
separación, a los cristianos, que como miembros de Cristo son una sola cosa en
Cristo, ni siquiera la misma muerte puede separarlos" (A. Pardo, o.c., 265; cf
RE 43).
• La redacción de un riquísimo leccionario da considerable categoría al RE
del Vat. II bajo un doble aspecto. Con él, por una parte se marca la
importancia de la palabra de Dios en la celebración litúrgica cristiana de la
muerte: "... se considera parte muy importante del rito la lectura de la palabra
de Dios. En efecto, ésta proclama el misterio pascual, afianza la esperanza de
una nueva vida en el reino de Dios, exhorta a la piedad hacia los difuntos y a
dar un testimonio de vida cristiana" (OE, Praenotanda, n. 11 en A. Pardo,
o.c., 266; cf RE 37). Además, la concreta selección de los textos
bíblicos ofrece a la escucha del creyente una gran riqueza de contenidos: los
párrafosveterotestamentarios aportan enseñanzas para valorar la vida con la
mentalidad de Dios e introducen a la acogida del anuncio propiamente cristiano
sobre la muerte y el más allá; los salmos responsoriales se hacen voz del
imborrable anhelo de Dios del corazón humano y celebran la certeza de que la
verdadera salvación proviene del Señor; los textos de las cartas de Pablo y de
Juan se configuran como meditación profunda del misterio de luz y de vida, de
rescate y de redención, de futuro y de esperanza, que está en el corazón de
quien profesa que "Jesucristo es Señor"; las lecturas evangélicas, en fin,
anuncian la palabra de aquel que se denomina "la resurrección y la vida",
promete el reino a quien vive en la lógica de las bienaventuranzas e invita a
todos a hacerse comensales del gran banquete querido por la bondad de un Padre.
• También el uso abundante de los salmos, en continuidad con una tradición
antiquísima, señala el clima original de la celebración cristiana de la muerte:
"En los oficios por los difuntos, la iglesia recurre especialmente a los salmos
para expresar el dolor y reafirmar la confianza" (OE, Praenotanda n. 12,
en A. Pardo, o.c., 266; cf RE 48). La efectiva selección de los salmos
hecha por el RE se sitúa lógicamente en esta línea: hallamos salmos de
contenido pascual; otros que alimentan una oración de esperanza, de espera y de
búsqueda; algunos que dan lugar a la petición siempre necesaria del perdón
divino y que comentan la bondad de una vida íntegra, estimada grande a los ojos
de Dios.
• En conjunto, es rico y válido también el capítulo de la eucología funeraria.
Las oraciones y los prefacios del misal constituyen un
bloque bastante homogéneo y muy rico temáticamente: encuentran lugar los temas
de la certeza de la resurrección futura fundada en la pascua de Cristo; del
perdón y de la misericordia divina, capaces de borrar "toda huella de fragilidad
humana"; del valor escatológico de la eucaristía, denominada "viático en la
peregrinación por la tierra" y "prenda de la pascua eterna del cielo". En los
prefacios, particularmente, las fórmulas de profesión de fe en la victoria
pascual de Cristo confieren a la oración tonos y perspectivas de luz y
esperanza. Igualmente rico es el material eucológico propio del ritual en
cuanto tal: se han retomado y repropuesto numerosos textos antiguos,
añadiéndolos a otros de nueva composición
18; es digno de consideración el abundante recurso a
textos litúrgicos de las iglesias reformadas, no sólo por razones de orden
ecuménico, sino también porque en ellos se acentúa particularmente la
consideración hacia quienes han quedado sumidos en el dolor y piden a la fe
certezas que les hagan capaces de comprender y aceptar el misterio de la muerte.
En conjunto, el enriquecimiento ha sido notable: aunque se componga de
materiales provenientes de lugares y épocas diversos, el RE ofrece una
imagen bastante más rica y adecuada de la celebración cristiana de la muerte.
c) Las exequias de niños. Una consideración más
abierta y profunda de los problemas teológicos implicados y la prioridad
concedida a los cambios pastorales actúan como telón de fondo de las principales
opciones que dirigen el RE en el capítulo de las exequias de niños: se
presta bastante más atención a la situación de los padres y familiares en su
dolor y desorientación humana (en el precedente Ritual esteaspecto se ignoraba
prácticamente); a juicio del obispo del lugar, se prevé la posibilidad de un
funeral eclesiástico también para los niños que, en la intención de sus padres,
deberían haber sido bautizados, pero que de hecho no han podido recibir el
sacramento. Cf CDC de 1983, can. 1183, § 2.
• En esta línea se mueven algunos textos específicos para las exequias de
niños bautizados: para ellos se invoca el amor de Dios, que acoge "en
el paraíso, donde ya no hay luto ni dolor ni llanto, sino paz y gozo" (RE
162). En los formularios de la misa se encuentran oraciones centradas totalmente
en el tema de la esperanza ("Dios de amor y de clemencia, que en los planes de
tu sabiduría has querido llamar a ti, desde el mismo umbral de la vida, a este
niño, a quien hiciste hijo tuyo de adopción por el bautismo, escucha con bondad
nuestra plegaria y reúnenos un día con él en tu gloria, donde creernos que vive
ya contigo" [MRC, Misas de difuntos V, A, colecta, p. 950]), y en el tema
del abandono confiado en el Padre ("Señor, tú que conoces nuestra profunda
tristeza por la muerte de este niño, concede a quienes acatamos con dolor tu
voluntad de llevártelo el consuelo de creer que vive eternamente contigo en la
gloria" [MRC, ib, obras oraciones, p. 951]).
• En el caso de exequias de niños todavía no bautizados, el RE
reitera la preocupación pastoral que debe subyacer en la intervención de la
iglesia, y precisa su significado. En algunos nuevos textos eucológicos del
misal se nos invita a la confianza en el amor divino mediante una continua
referencia a la fe de los padres ("Oh Dios, conocedor de los corazones y
consuelo del espíritu, tú conoces la fe deestos padres; dales el consuelo de
creer que el hijo cuya muerte lloran está en manos de tu misericordia"
[MRC, ib, B, colecta segunda, p. 952]).
III. Puntos relevantes y orientaciones pastorales
El análisis de las opciones fundamentales del RE ayuda a comprender la
amplitud y complejidad de los interrogantes pastorales unidos a la celebración
cristiana de la muerte; en efecto, se cae en la cuenta de que el problema reside
no en la transposición mecánica de todo lo que el RE codifica y propone,
sino en el esfuerzo de hacer vivir en la celebración concreta el clima, los
valores y las perspectivas con los que la iglesia de hoy pretende afrontar el
testimonio de la fe y de la comunión con la realidad de la muerte. Las líneas de
apertura señaladas en la panorámica propuesta [I supra, II] han llevado a
definir el significado de la intervención pastoral en términos de servicio
prestado desde la fe al hombre de hoy para ayudarle a pasar a un reencuentro y
reconstrucción de certezas verdaderas y a resistir a la radical tentación de
vivir "sin esperanza"; la praxis litúrgica que se expresa en la celebración de
la muerte de un hermano se halla implicada en este proyecto fundamental, y en él
encuentra su dinamismo más auténtico y su punto de referencia normativo
19.
Para delinear las orientaciones de carácter operativo y puntualizar los
elementos relevantes centrales surgidos de una lectura propiamente pastoral del
RE, nos parece necesario partir de diversos ángulos: desde el celebrativo,
que quiere iluminar las condiciones para que el rito sea situado e interpretado
conla debida sensibilidad; desde el doctrinal, que aproxima los contenidos
concretos del RE a la misión más general —implicada en el momento de las
exequias— de anunciar la fe pascual de la iglesia; desde el cultural, que se
preocupa de poner en constante relación lo que significa (o debería significar)
el rito cristiano con la moderna mentalidad relativa al problema de la
muerte.
1. POR UNA
CELEBRACIÓN AUTÉNTICA. Del mismo
RE y de la literatura que lo comenta, así como
de la experiencia de estos años, surgen numerosas indicaciones de notable
interés desde el punto de vista pastoral.
La estructura de la celebración contenida en el RE es clara y lineal;
pero en lo que respecta a los textos que la componen, se ha preferido
conferirles una fisonomía antológica; o sea, se ha querido ofrecer una
gran riqueza de oraciones para cada una de las partes de la celebración. La
liturgia, por tanto, se organiza cada vez de acuerdo y en sintonía con la
situación pastoral concreta. Esto supone también una invitación a considerar el
RE como un modelo celebrativo que puede tener una multiplicidad de
interpretaciones y de actuaciones, y no como un libro rígidamente codificado en
todos sus particulares. También el conocimiento detallado de las fuentes y de
los temas de las diversas oraciones podría llevar a una inteligente utilización
de los márgenes de adaptabilidad previstos y a la realización de una liturgia
más "pastoral".
El Ritual procura también valorar algunos signos 22.
Piénsese sobre todo en el rito de despedida descrito en el n. 10 de los
Praenotanda (cf RE 43-45): el desenvolvimiento de la celebración gira
enteramente
en torno al canto de saludo hecho por toda la comunidad, mientras los ritos de
la aspersión y de la incensación manifiestan el respeto y la veneración hacia el
cuerpo del difunto. Es indicativa al efecto una rúbrica: "Si parece oportuno,
guárdese la costumbre de colocar al difunto según la orientación que normalmente
adoptaba en la asamblea litúrgica. Es decir: los laicos, mirando hacia el altar;
los ministros sagrados, mirando al pueblo. Sobre el féretro se puede colocar el
libro de los evangelios, o la biblia, u otro signo cristiano... Alrededor del
féretro se pueden colocar cirios encendidos, o bien únicamente el cirio pascual
a la cabecera del difunto" (RE 78). Se trata más de indicaciones que de
soluciones ya confeccionadas; querrían sugerir que al momento solemne y
religioso de la despedida de un hermano se le debe prestar la mayor atención y
expresar una gran sensibilidad humana; en este sentido, el canto —participado
coralmente por toda la asamblea y rico en válidos contenidos— podría
configurarse como el signo más vistoso y elocuente de una comunión de fe y de
oración.
Con frecuencia aparece en el RE también la invitación a celebrar en
sintonía con la situación humana de los presentes, que la realidad de la muerte
configura de una manera absolutamente singular y delicada: los textos de la
vigilia en casa del difunto, el uso de oraciones ricas y sugerentes en las que
se presta suma atención al dolor de los familiares, el clima que brota de los
nuevos textos para las exequias de niños constituyen los ejemplos más
significativos de ello. En el n. 18 de los Praenotanda se puede leer: "Al
preparar la celebración de las exequias, los sacerdotes considerarán con la
debida solicitud no sólo la persona del difunto y las circunstancias de su
muerte, sino también el dolor de sus familiares y las necesidades de su vida
cristiana" (A. Pardo, o.c., 267; cf RE 23). Será la homilía, en
particular, la que se haga eco de estas instancias (RE 46); además, una
exquisita sensibilidad pastoral sugerirá otras muchas formas de significar la
cercanía a los hermanos sumidos en el dolor.
También a propósito de los ministerios, el RE supera claramente las
perspectivas rigurosamente clericales del precedente Ritual tridentino. En los
Praenotanda abundan significativas llamadas de atención: "En la
celebración de las exequias, recuerden todos los que pertenecen al pueblo de
Dios que a cada uno se le ha confiado un ministerio particular; a los padres y
familiares, a los responsables de las pompas fúnebres, a la comunidad cristiana
y, principalmente, al sacerdote; que, como maestro de la fe y ministro del
consuelo, preside la acción litúrgica y celebra la eucaristía" (OE,
Praenotanda n. 16, en A.
Pardo, o.c., 267; cf RE 21; 26-28). El servicio que ha de ofrecer no es
simplemente el de recomendar a Dios los difuntos, sino también el de "avivar la
esperanza de los presentes y afianzar su fe en el misterio pascual y en la
resurrección de los muertos" (Praenotanda n. 17, en A. Pardo, o.c.,
267; cf RE 17). En esta lógica, resulta importante la misión de
preparar numerosas personas en cada comunidad para que desempeñen este
específico misterio, y hacer comprender a todos cuán necesario es el servicio de
la fe en una situación humana tan dificil (cf RE 21).
La forma normal de celebración prevista por el RE contempla la
celebración de la eucaristía; además de ser profundamente tradicional, una
opción como ésta resulta degran valor teológico y pastoral, porque nada revela
mejor el auténtico sentido de la muerte que la pascua. Se califica, pues,
como fiel la praxis que tiende a crear las condiciones necesarias para que en
las exequias sea la eucaristía el signo normal y más completo desde el
punto de vista de la fe. Es ciertamente verdad, por otra parte, que la asamblea
reunida para los funerales hoy en día se configura con demasiada frecuencia como
totalmente heterogénea en el modo de situarse frente al anuncio cristiano: con
frecuencia se juntan creyentes, indiferentes, ateos, etc. Por este motivo está
justificada la pregunta típicamente pastoral acerca de si es siempre
oportuno celebrar la eucaristía: si la celebración de la eucaristía constituye
indiscutiblemente el punto de referencia normativo y la praxis más auténtica y
fiel, el esfuerzo por tomar en consideración modos más articulados de usar el
RE mantiene todo su valor, precisamente porque tiende a presentar los signos
de la fe en un contexto de mayor autenticidad.
2. EXPRESIÓN DE LA FE EN LA PASCUA DE CRISTO. La publicación
del RE en un momento, como se ha visto, caracterizado por una renovación
profunda también de la reflexión teológica sobre los temas escatológicos,
justifica por entero el interés por la dimensión propiamente doctrinal del nuevo
Ritual. La celebración litúrgica, por su misma naturaleza, siempre es expresión
de la fe de la iglesia. En nuestro caso, además, la estricta connotación
cristológica y antropológica de la actual teología sobre la muerte hace todavía
más apreciable la aportación del RE al respecto.
Quien busca en los textos del RE los términos con los que se hace el
anuncio propiamente cristológico puede compartir el juicio concluyente de un
autor: "La instancia cristológica ha recibido una notable valoración". La
referencia a la pascua es central, y el acontecimiento Cristo es el criterio
constante que mide y rescata la muerte del hombre. No se podría decir lo mismo
de la instancia antropológica: "la relevancia que se le ha concedido... es
mínima"". Sin embargo, es interesante notar cómo los textos del RE, sobre
todo los nuevos, registran una significativa convergencia con algunas
orientaciones, en absoluto secundarias, provenientes del debate actual. Como
conclusión a una moderna investigación se ha escrito: "La deslocalización de las
grandes realidades escatológicas es hoy un, dato adquirido (son
estados, no lugares); igualmente, la destemporalización de los
grandes acontecimientos tras la muerte (liberados de la dialéctica cronológica
del antes y el después) es una resultante ya común de la actual
teología escatológica. Además, no se puede negar que la concepción antropológica
actual es una reacción contra los residuos de tipo platónico que todavía afloran
en la teología de los novísimos, por ejemplo [...] el estado de separación entre
el alma y el cuerpo en un modo casi dualista. La muerte del hombre, ¿se ve casi
como un epílogo de la existencia humana, fatal ocaso de la vida, ruptura de su
equilibrio biopsíquico; o quizá como el supremo cumplimiento de su destino, el
acontecimiento definitivo, que compromete no sólo al hombre en cuanto a su
cuerpo, sino en todo su ser? Se trata, en definitiva, de una nueva perspectiva,
que afecta a la teología actual, orientada a hacer de la muerte-ruptura un
acontecimiento de muerte-resurrección"".
En conexión con estos aspectos que muestran los puntos positivos del aparato
doctrinal del RE, se subraya la exigencia de una reformulación
de los contenidos de la fe en el más allá; en el Ritual, en efecto,
confluyen, como se ha visto, textos tradicionales unidos a
estadios fatigosos, y a la par inciertos, de la reflexión sobre los
temas escatológicos. Se tocan aspectos verdaderos del problema cuando
se afirma: "El nuevo Ritual ha podado al viejo de las acentuaciones
dolorosas o de temor [...], pero ha conservado su lenguaje arcaico y
una visión del estado de los difuntos que revela una escatología
primitiva, anterior a la reflexión teológica"". Por muy encaminados
que estemos en la nueva dirección, que intenta hacer de la celebración
litúrgica de las exequias un momento de anuncio al hombre de hoy del
verdadero significado de su muerte tras el acontecimiento de la pascua
de Cristo, sin embargo, todavía se pueden desear otros desarrollos
significativos.
3. LA
CELEBRACIÓN DE LA MUERTE DEL CRISTIANO EN EL ACTUAL CONTEXTO CULTURAL.
Las
consideraciones hechas al comienzo [-> supra,
I] acerca de la actitud del hombre y de la sociedad contemporánea
respecto al tema de la muerte muestran que se dan niveles diversos en
la manera de plantear la problemática de la muerte pastoralmente.
Conscientes de que no agotamos el amplísimo campo de problemas,
consideramos, sin embargo, útil aludir por lo menos a alguno de ellos.
Con frecuencia se ha hablado en tiempos recientes
de la fuerte incidencia ejercida por el actual contexto urbano sobre
el mismo desarrollo del rito funerario. El hecho es innegable. Por eso
resulta todavía más digna de aprecio la elasticidad de estructura que presenta el RE, posibilitando una celebración más
lineal y simple cuando las condiciones externas hacen imposible o incluso
dificultan o comprometen el desarrollo de las tres "estaciones" del rito; máxime
cuando, en estos casos, el Ritual no deja de ofrecer interesantes estímulos para
acentuar los contactos personales con los parientes, la oración en familia, etc.
Por otra parte, también es verdad que y ante la tendencia tan generalizada a
marginar cualquier signo público de la muerte, la iglesia tiene un testimonio
alternativo que proponer: ciertamente, no en la recuperación de la exterioridad,
sino en la recuperación de la conciencia de que la realidad de la muerte —y, por
tanto, su celebración-- debe tener espacio y dignidad en un mundo como el
nuestro.
Ha asumido y va asumiendo una relevancia cada vez más notable el problema del
lenguaje con el que el anuncio cristiano en general, y el litúrgico en
particular, formula la propia esperanza y las propias certezas frente a la
realidad de la muerte. Aunque rápidas, las alusiones hechas en estas páginas
muestran ya qué antiguo es el problema; la evolución de oraciones o de cantos,
de símbolos y de estructuras en la praxis funeraria cristiana es un índice
también de la búsqueda de un lenguaje que exprese más adecuadamente los
contenidos de la fe. Es innegable, por otra parte, que el actual contexto
cultural pide con particular urgencia y con una evidente singularidad de
sugerencias y de relieves a la comunidad cristiana que haga
esfuerzos creativos para testimoniar con acentos profundos y al mismo tiempo
familiares las'certezas que alimenta continuamente su fe en el Dios vivo. Cobra
relieve, a esta luz, el espaciode libertad que prevé el RE y que anima a
usar con vistas a un trabajo de -> adaptación de vastas proporciones que deben
llevar a cabo las conferencias episcopales de los diversos países; el problema
de la adaptación supera al del lenguaje, y comporta una multiplicidad de
aspectos; de todas formas, supone un serio compromiso en la búsqueda de los
modos con los cuales se puede ayudar al hombre de hoy a orar y a reconocer en la
pascua de Cristo la realidad que da sentido nuevo también a la muerte.
La más radical evolución de la actitud de la sociedad frente a la realidad de la
muerte exige también un testimonio crítico y profético por
parte de la iglesia; la comunidad de los creyentes no puede unirse pasivamente a
los que censuran el capítulo del morir, máxime cuando el anuncio pascual la
convierte en portadora de una visión realmente nueva y creadora de esperanza.
Queda siempre por descubrir qué comporta todo esto de hecho; por otra parte —y
la experiencia de los funerales cristianos parece reafirmarlo continuamente—, la
realidad de la fe capacita para dar un testimonio diverso
Siempre dentro de este marco de consideraciones, no son secundarias para la
acción pastoral algunas aportaciones de corte estrictamente sociológico. En un
contexto como el nuestro, el acontecimiento de la muerte da origen a
comportamientos (ya generalizados) que crean, dentro del grupo humano de los que
por diversos motivos están implicados, nuevos lazos y maneras diversas de
relación, sea hacia el pasado o hacia el futuro. La misma acción pastoral viene
a situarse inevitablemente dentro de un entramado de momentos y de
actitudes, en gran medida ya codificados. Debe saber captar el
significado profundo de todo esto, e intentar expresarlo con la originalidad de
quien mira a la muerte de modo diverso. Corresponde a la sensibilidad pastoral
de la comunidad de los creyentes diferenciar claramente la propia intervención
de la imagen más general y difusa que entra en juego cuando las honras fúnebres comienzan a manejar todo el hecho de la
muerte; aunque sólo sea para testimoniar sin equívocos que, precisamente al
apagarse su vida, nosotros confiamos nuestro hermano en manos de un Dios que es
nuestro Padre y que nos ama a cada uno de nosotros con un amor sin fronteras y
sin diferencias.
[-> Escatología]
F. Brovelli
BIBLIOGRAFIA: Aldazábal J., Celebrar la muerte con otro lenguaje, ib, 110
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La muerte del cristiano, en A.G. Martimort, La Iglesia en oración,
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las exequias, en "Phase" 71 (1972) 469-472; Llopis J., La sagrada
Escritura fuente de inspiración de la liturgia de difuntos del antiguo Rito
Hispánico, en VV.AA., Miscellanea M. Ferotin, Consejo Superior de
Investigaciones Científicas, Madrid 1966, 349-391; Nuevo Ritual para las
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Ritual de Exequias, ib, 57 (1970) 267-281;
El entierro cristiano,
PPC, Madrid 1972; Maertens Th.-Heuschen L., Doctrina y
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quitan los entierros" (Ensayos de reflexión teológico-pastoral a propósito de
una experiencia), en "Phase" 76 (1973) 345-352; Ruiz de la Peña
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liturgia de la muerte como rito de tránsito, en "Concilium" 132
(1978) 237-248; Sánchez L., Liturgia de difuntos hoy, Marova, Madrid
1967; Secretariado N. de Liturgia, Celebración cristiana de la muerte,
EDICE, Madrid 1973; Tena P., "En las manos de Dios". La oración de la Iglesia
por los difuntos, en "Communio" 3 (1980) 220-229; VV.AA., El
misterio de la muerte y su celebración, Desclée, Buenos Aires 1952;
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