I.
Según su significado, la escatología trata de la época final, y puede
concebirse de dos maneras: intrahistórica o apocalíptica. La primera
considera la edad última y definitiva de la historia humana; la segunda
concibe un fin catastrófico de! universo y la inauguración de
un mundo nuevo sobre los escombros del antiguo.
Los
evangelios presentan ante todo una escatología intrahistórica o de
presente (cf. Mt 6,9-13: e! Padre nuestro). La época final comienza con
la muerte-resurrección de Jesús, que, por el don
del Espíritu a los hombres, inaugura el reinado de Dios. La época final
no destruye la pasada, sino que coexiste con ella. Se verifican, sin
embargo, acontecimientos que van liberando a la humanidad y extendiendo
el reinado de Dios; en primer lugar, la destrucción de la nación judía,
centrada en e! templo (Mc 13,2.19 par.), que permitirá la entrada de los
paganos en el Reino (Mc 9,1; 13,30 par.). Seguirá la caída sucesiva de
otros regímenes opresores (Mc 13,24s par.). La caída de los opresores
supone el triunfo del Hombre, presentado bajo la imagen de su llegada
gloriosa (Mc 14,62; 13,26 par.).
La
historia se concibe como un proceso de maduración de la humanidad
gracias a la difusión de! mensaje de Jesús y a la comunicación de vida
(Mc 4,26-29.30-32 par.).
El
reino de Dios o sociedad humana según e! designio divino no termina,
sin embargo, en este mundo. Jesús afirma que «el poder de la muerte no
la derrotará» (Mt 16,18); de hecho, los que han contribuido a la
difusión del mensaje y han sufrido persecución y muerte van siendo
reunidos por Jesús en e! Reino definitivo (Mc 13,27 par.). Se va
constituyendo así la ciudad permanente (Heb 11,10).
II. a) En
Jn, la expresión «e! último día» sustituye a la que era habitual en el
judaísmo, «e! final del los días»; ésta señalaba la divisoria entre dos
mundos o edades, e! fin de! mundo antiguo y perecedero y el principio
de! mundo definitivo, que coincidía con el fin de la historia.
La
expresión aparece siete veces: cinco utilizada por Jesús
(6,39.40.44.54, referida a la resurrección; 12,48, al juicio que
ejercerá su mensaje), una por el narrador (7,37, referida a la fiesta de
las Chozas), una por Marta (11,24, referida a la resurrección).
Marta piensa en categorías tradicionales judías (11,24: Ya sé) y
considera el último día fecha lejana. En boca de Jesús «el último día»
(cf. 7,37-39) es el de su muerte, el de la nueva Pascua. Jn concentra
así toda la expectación escatológica del AT en la muerte de Jesús, que
es su exaltación (cf. 3,14); ella es la divisoria entre las dos edades.
La escatología se inserta en la historia; en la cruz comienza el mundo
nuevo y definitivo.
En
la cruz se verifican los acontecimientos de «el último día»: el juicio
del mundo y de su jefe (12,32s; cf. 12,48), la efusión universal del
Espíritu al 3,14s), la realidad de la vida definitiva (3,14s), la
resurrección (6,39ss).
El
mundo antiguo es el de la creación no terminada, el mundo de «la
carne»; el nuevo es la creación llevada a su término, el mundo del
«espíritu». La cruz, símbolo de su muerteexaltación, es el estado
definitivo de Jesús (3,14s; 12,32; 19,34), simbolizado por el costado
abierto aun después de la resurrección (20,20.25.27), de donde invita a
todos a beber del agua del Espíritu (7,37-39). De ahí que «el último
día» se prolongue a lo largo de la historia, ejerciendo en ella el
juicio del mundo y concediendo la vida definitiva y la resurrección a
más y más hombres. Crea así el ámbito del
mundo definitivo en medio del mundo transitorio.
Jn
concibe así la realidad escatológica como realizada plenamente en Jesús
y progresivamente en los hombres; es una escatología presente, pero no
estática, sino con un dinamismo de integración. La humanidad nueva va
existiendo a medida que se termina la creación en los individuos con el
don del Espíritu.
b) «El
último día», en cuanto abre el mundo definitivo y se prolonga en la
historia, se llama «el primer día de la semana» (20,1.19), aludiendo al
principio de la creación (Gn 1,5). Es el principio del mundo nuevo y
señala su novedad. Es, al mismo tiempo, «el octavo día» (20,26). Por
oposición al número siete, que indicaba el término de la primera
creación, el ocho denota el mundo venidero. El día que es «último»,
final, es al mismo tiempo «primero», inaugural, y «octavo», pleno y
definitivo.
Otra
denominación del día "último» y «primero» es «aquel día», el de la
vuelta de Jesús con los suyos después de su muerte (14,20;16,23.26).
c) En
Jn, Jesús menciona dos subidas al Padre, una definitiva(20,17; cf.
3,13) Y una no definitiva. Esta última supone una vuelta y corresponde a
la marcha de Jesús para enviar el Espíritu (15,26; cf. 20,22); esta
«subida» se identifica con la exaltación de Jesús, el Hombre levantado
en alto (3,14s; 8,28; 12,31), verificada en su muerte (19,30). A partir
de entonces se verifica la continua venida de Jesús (20,19.26; 21,13.22;
cf. 14,3.28). Bajo esta imagen se describe su acción permanente en la
comunidad.
La subida definitiva, mencionada dos veces (3,13; 20,17), no admite vuelta (subir al cielo/al Padre para quedarse); cuando
se verifique será el momento de la unión definitiva (20,17). Con esta
imagen señala Jn que el proceso de realización de la humanidad llegará a
su término y alcanzará su plenitud. Habrá un momento en que Jesús deje
de venir (21,22); será entonces cuando tendrá lugar «la subida
definitiva» del Hombre con la nueva humanidad realizada. Cesará la
coexistencia del mundo antiguo con el nuevo, permaneciendo solamente el
mundo transformado, la plenitud de la nueva creación.
III. Existe
en la comunidad judeocreyente la expectativa de una segunda venida de
Jesús para restaurar el reino de Israel (Hch 1,6; 3,20s). También las
cartas paulinas reflejan una expectación semejante, aunque referida a la
comunidad cristiana (1 Cor 7,29-31). En 2 Tes se atribuye a la llegada
del Señor un carácter vindicativo, con alivio de los cristianos y
castigo para sus perseguidores (2 Tes 1,4-10). La segunda carta de Pedro
constituye una excepción, pues concibe el fin como una conflagración
apocalíptica, con destrucción del mundo por el fuego (2 Pe 3,10-13).
IV.
El Apocalipsis presenta una visión de la historia muy semejante a la de
Marcos. La destrucción de Jerusalén queda en el pasado, y el proceso
liberador de la humanidad está concentrado en la caída del Imperio
romano, como realidad histórica y prototipo del poder opresor (13;
17-18). La realidad futura no está precedida de una catástrofe
apocalíptica. Se concibe como una ciudad, la nueva Jerusalén, don de
Dios a los hombres en el nuevo universo (Ap 21-22).
un mundo nuevo sobre los escombros del antiguo.
mundo definitivo en medio del mundo transitorio.
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