I. Anthropos, individuo
humano, hombre o mujer. «El hombre interior» en Rom 7,22, lo íntimo del
hombre, la conciencia; en 2 Cor 4,16, lo interior por oposición a lo
corporal; 1 Cor 2,11, lit. «lo del hombre» = lo propio de cada hombre,
la manera de ser; Mt 16,23 par., lit. «lo de los hombres» = lo humano.
El designio de Dios sobre el hombre no se limita, por tanto, a dar existencia a una criatura débil y mortal «<carne»), sino que se propone darle la vida definitiva que supera la muerte. El designio de Jesús, que es el del Padre, consiste en dar al hombre esa vida, comunicándole el
Espíritu (3,5s; 20,22).
«Los
hombres» puede significar el género humano (Jn 1,4.9), la mayoría de
los hombres Un 3,19) o un grupo de personas (Jn 6,10.14). En los
sinópticos, «[los] hombres» equivalen a lo que Jn llama «el
hombre-carne», por oposición al hombre Espíritu (Jn 3,6); son los que
profesan los principios de la sociedad judía (Mc 7,8; 8,24.27) o, más en
general, también los paganos (Mc 9,31 par.).
«Varón» (gr. anér¡ denota
al hombre adulto (Jn 1,13; cf. 1,30, de Jesús, connotando al «Esposo»):
«marido» Un 4,16-18). En los evangelios se usa simbólicamente para
designar al hombre acabado por el Espíritu (1,30; 6,10), en paralelo con
la expresión «ser mayor de edad» (9,21.23) y con el símbolo de los
peces «grandes» (21,11).
II. La locución aramea para designar al individuo humano era bar 'nasha, hijo
de hombre, hombre. En Dn 7,13, en contraposición a las cuatro fieras
mencionadas antes (7,2-12), aparece un «como hijo de hombre», es decir,
una figura humana (cf. Ap 1,13).
La
forma determinada «el Hijo del hombre» significa el Hombre en su
plenitud, el modelo de hombre. En los evangelios, siempre en boca de
Jesús. «El Hombre» es el individuo humano de condición divina, por tener
el Espíritu de Dios Un 6,27: «el Padre, Dios, lo ha marcado con su
sello»; d. 1,32s; 3,13) y, con él, poseer en la tierra la «autoridad»
divina (Me 2,10 par.) y la libertad divina (Mc 2,28 par.). La misión del
Hombre, rescatar a los oprimidos (Mc 10,45) provoca la hostilidad de
«los hombres», hasta el punto de procurar su muerte (Mc 8,31 par.; 9,31
par.; 10,33s par.).
Es
«un hombre» quien entrega «al Hombre» (Mc 14,21 par.). La calidad de
vida que posee el Hombre le hace superar la muerte (Mc 8,31; 9,9.31;
10,34 par.). Se predican nuevos atributos del Hombre en su estado
definitivo: la condición y realeza divinas (gloria, Me 8,38; 13,26 par.;
Mt 19,28; 25,31) y, también en grado divino, la potencia de dar vida
(Mc 13,26 par.; cf. 14,62).
En
Jn, la expresión articulada «el Hijo del hombre/el Hombre» aparece 12
veces (1,51; 3,13s; 6,27.53.62; 8,28; 9,35; 12,23.34; 13,31. No
articulada, con el significado «hombre», en 5,27.
Si
el fundamento de la denominación «el Hombre» es la posesión del
Espíritu de Dios, se deduce que la denominación no es meramente
individual, sino inclusiva (cf. Mt 9,6.8), extendiéndose a todos los que
participen del Espíritu y tiendan a la plenitud. «El Hijo del hombre/el
Hombre» designa así primariamente a Jesús, pero se extiende a sus
seguidores, en cuanto éstos, por medio de Jesús, han recibido el
Espíritu (Mc 1,8 par.) que los constituye «hijos de Dios» (Mc 12,25) y,
por el seguimiento de Jesús, caminan hacia la plenitud humana.
La
expresión «el Hijo del hombre/el Hombre» designa, pues, a la nueva
humanidad, dotada del Espíritu de Dios, cuyo prototipo y fundador es
Jesús. La nueva humanidad constituye el reino de Dios, en cuanto sobre
ella se ejerce su reinado (el Espíritu). Existe, por tanto, una
correlación entre «el reinado de Dios» o actividad de Dios/del Padre en
la tierra (dar vida/comunicar el Espíritu), y «el Hijo del Hombre/el
Hombre», humanidad nueva sobre la que se ejerce el reinado.
La
posesión del Espíritu que hace de Jesús «el Hijo del hombre» lo hace
también «el Hijo de Dios». La primera denominación subraya su origen
humano, la segunda, el divino. Lo mismo ocurre con sus seguidores. De
ahí que en pasajes donde la denominación «el Hombre» se aplica
particularmente a Jesús como paradigma del hombre, sus seguidores puedan
ser designados como «[los] ángeles [santos]» (Mc 8,38; 13,27.32; cf.
1,13;12,25), equivalente, según la concepción del AT, a «hijos de Dios»
(cf. Dt 32,8; Sal 29,1; 89,7; Job 1,6).
III. Psykhe (hebr. nefes): a) «aliento»
(Hch 20,10), de donde «vitalidad», «vida», existencia (Mt 2,20; 6,25;
10,28.39; 16,25s; 20,28, y así en los otros evangelios; 1 Tes 2,8; 1 Jn
3,16; Ap 6,9; 8,9; 20,4); en sentido despectivo, «vidas humanas» =
siervos (Ap 18,13).
b) el
hombre en cuanto ser animado, viviente; sustituye a menudo al pronombre
personal o al correspondiente posesivo (Mt 11,29; 12,18; 26,38; Jn
12)7; Rom 16,4; Heb 13,17; Sant 1,21; Ap 18,14); significando
«persona/individuo» equivale a soma o pneuma.
c) el hombre en cuanto «yo» inteligente y libre.
IV. Soma no
designa una parte del hombre, sino al hombre entero en cuanto tiene una
existencia corporal que lo integra en el mundo físico, lo identifica y
lo hace capaz de interacción y comunicación: el hombre en cuanto capaz
de relación.
a) A
veces el contexto subraya el aspecto corpóreo, como cuando se habla de
la relación sexual (Rom 4,19; 1 Cor 6,13-20; 7,4) o se le identifica con
los «miembros» y «órganos» (Rom 12, 4s; 1 Cor 12,12-26).
Otras
veces designa la persona concreta, el «yo» (1 Cor 9,27; 13,13; Flp
1,20) o a la persona en cuanto actúa en determinadas circunstancias,
correspondiendo más bien a «existencia» (Rom 12,1).
No hay existencia humana sin soma, ni
aun después de la muerte (1 Cor 15,35-44), aunque e! cuerpo futuro no
será animal, es decir, no de carne y hueso (lit. «carne y sangre», 1 Cor
15,50), sino espiritual (ibid. 15,44.46). Así como e! soma animal
es medio de acción y comunicación en la esfera física, e! espiritual lo
será en la de! Espíritu. Se conservará la estructura de la existencia
humana.
En 2 Cor 5,1-10, Pablo usa un lenguaje cercano a la concepción dualista griega: e! soma se
compara a un albergue que se deja al morir, a un destierro (ibid. 6,8):
es e! cuerpo sujeto al sufrimiento. De una experiencia mística, en 2
Cor 12,1-4.
b) el soma, e!
hombre en cuanto activo, destinado al Señor (1 Cor 6,13), está sujeto a
influjos y de hecho está dominado por los bajos instintos (cf. IlIb) Y
es instrumento de muerte (Rom 7,24) o está muerto (Rom 8,10s), hay que
dominarlo (1 Cor 9,27) con la ayuda del Espíritu (Rom 8,13). En los LXX
e! hebr. basar se traduce por soma y por sarx, de ahí soma = sarx en Rom 6,12; 8,13.
V. Sarx a) el
ser de carne y la carne misma que lo forma (1 Cor 15,39; Sant 5,3; Ap
17,i6); con fórmula más enfática, «carne y hueso» (lit. «carne y
sangre», Mt 16,17; 1 Cor 15,50; Gál 1,16; Ef 6,12; Heb 2,14): el hombre
en cuanto débil, mortal, corruptible (Heb 5,7; 1 Pe 1,24). Como pneuma, psykhe y soma, puede
designar simplemente a la persona, acentuando más o menos las
connotaciones dichas (2 Cor 7,5: «mi pobre persona»; Ef 5,29). «Vivir en
la sarx» = la existencia humana, la vida en este mundo (Gál 2,20; Flp 1,22). La relación de parentesco se funda en la sarx (Rom 1,3; 4,1; 9,3; 11,14).
De
ahí pasa a significar lo material (Rom 15,27; 1 Cor 9,11; Gál 3,3), lo
exterior (Heb 9,10), la apariencia (2 Cor 5,16), lo débil, mortal,
transitorio, lo propio humano con sus limitaciones (1 Cor 5,5; 7,28; 2
Cor 10,3; 11,18; Flp 3,3s).
b) La debilidad de! hombre no es sólo física, sino también moral; en Pablo, sarx denota
e! estrato del ser donde arraiga e! pecado (Rom 7,25), la esfera de!
egoísmo y los bajos instintos (Rom 7,18; 13,14; Gál 5,13), fuente de
pasiones y deseos (Gál 5,16.24; Ef 2,3), que llevan a inmoralidad y
arrogancia, rivalidad, envidia, ira, partidismos (1 Cor 3,3; Gál
5,19-21), miras interesadas (2 Cor 1,17; 10,2s), amor propio (Col
2,18.23).
Vivir sujeto a los bajos instintos (Rom 7,5) significa estar en rebeldía contra Dios (Rom 8,7s) y lleva a la muerte (ibid 13). Inmoralidad pagana (Rom 1,21.32).
Antítesis
de los bajos instintos es el Espíritu de Dios (Rom 8,4-6; Gál 5,17),
que permite al cristiano liberarse de ellos (Rom 8,13).
VI.
En Jn, la humanidad es objeto del amor de Dios (3,16) y, por tanto, del
de Jesús, cuyo amor (Espíritu) es el del Padre (1,32s). De ahí que
Jesús no excluya a nadie de la salvación que ofrece (12,47) ni eche
fuera a ninguno de los que se acercan a él (6,37).
Para
Jn, el hombre, nacido de «la carne», no está aún terminado; necesita un
nuevo nacimiento, es decir, la infusión de un nuevo principio vital, e!
Espíritu, que acabe su ser (3,6). Este
acabamiento de la creación del hombre depende de la aceptación libre
del amor de Dios, que en el Hijo único ofrece vida a la humanidad entera
(3,16).
El designio de Dios sobre el hombre no se limita, por tanto, a dar existencia a una criatura débil y mortal «<carne»), sino que se propone darle la vida definitiva que supera la muerte. El designio de Jesús, que es el del Padre, consiste en dar al hombre esa vida, comunicándole el
Espíritu (3,5s; 20,22).
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