lunes, 10 de junio de 2013

REY.

El término griego para "rey" (basileus) es muy antiguo y no hace falta explicar su sentido. En el AT se aplica a Dios, sobre todo en los salmos y en algunos escritos proféticos. No aparece en la literatura sapiencial ni en gran parte de la narrativa histórica.

El texto más antiguo que menciona la realeza de Dios se encuentra en el relato de la visión de Isaías en el templo (Is 6,5: "He visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos"). Su reinado se proclama en los salmos (Sal 47,8: "Dios reina sobre las naciones, Dios se sienta en su trono sagrado"; 93,1: "El Señor reina, vestido de majestad"; 96,10: "Decid a los pueblos: "El Señor es rey"; 97,1: "El Señor reina, la tierra goza"; 99,1: "El Señor reina, tiemblen las naciones").

También se encuentra en los oráculos de Jeremías contra las naciones, como en Jr 46,18 (contra Egipto): "Oráculo del Rey que se llama Señor de los ejércitos"; lo mismo en 48,15 (contra los filisteos); 51,57 (contra Babilonia).

Otras veces se llama a Dios "rey de Jacob", "de Israel" o "de Sión" (Is 41,21: "Aducid vuestras pruebas, dice el Rey de Jacob"; 44,6: "Así dice el Señor, Rey de Israel"; 52,7: "el heraldo.. que dice a Sión: "Tu Dios es rey").

En los profetas (no en los salmos) la realeza de Dios se combina con la del Mesías, su representante; así en Is 9,7: "Para dilatar el principado... sobre el trono de David"; Ez 37,24 (entendido del Mesías, segundo David): "Mi siervo David será su rey"; 34,24: "y mi siervo David, príncipe en medio de ellos". También Miq 5,1ss: "Belén... de tí sacaré al que ha de ser jefe de Israel"; Jr 23,5: "llegan días... en que daré a David un vástago legítimo".

Antes del exilio, Yahvé se consideró más bien como rey de Israel (Is 24,23: "Cuando reine el Señor de los ejércitos en el Monte de Sión y en Jerusalén"); después del exilio se alude a su reino universal (Zac 14,9: "El Señor será rey de todo el mundo").

En el judaísmo posterior, la expresión "el reinado/reino de los cielos" toma el lugar de la más antigua "Dios es rey" e implica esencialmente que "Dios gobierna como rey"; en la literatura rabínica, el término malkut tiene siempre el sentido activo de "reinado", no el pasivo de "reino".

En algunos salmos de Salomón (en total 18 salmos, poco anteriores a la era cristiana) se describen la figura y el reinado del Mesías, en particular en el Sal 17, que expresa la alegría por la ruina de los Asmoneos (vv. 5-9) y describe por contraste la figura del Mesías esperado. Este será hijo (descendiente/sucesor) de David (v.21), se espera de él la purificación de Jersualén, eliminando el dominio extranjero (v.22), aniquilará a las naciones impías (v.24) y dejará convictos a los pecadores (v.25); obligará a los pueblos paganos a servir bajo su yugo (v.30), regirá al pueblo con justicia (vv.26.31) y contará con la ayuda divina (vv.34.37). Su reinado será el tiempo de la felicidad del Israel restaurado (v.44).

Como se ve, este salmo presenta la expectación de un Mesías davídico, el Ungido del Señor (v.32), cuyo reinado alcanzará a toda la tierra, con su centro en Jerusalén. Sus dotes morales y espirituales harán de él un segundo Salomón, pero al mismo tiempo será un caudillo guerrero, un segundo David, que deberá aplastar a los paganos y liberar a su pueblo. Será rey de Israel (v.42) y Dios mismo será su rey, como lo será del pueblo (vv.34.1): el reinado de Dios se ejercerá por medio del Mesías. El espíritu nacionalista del salmo es manifiesto: todo Israel estará reunido en su país, y no permitirá que los israelitas habiten en él. El reinao del Mesías se concibe como histórico; no supone el fin del mundo ni un cataclismo universal.

A pesar de las estrecheces nacionalistas o del etnocentrismo que aparece en muchos de estos textos, la figura del Rey-Mesías, sabio y justo, dotado del Espíritu de Dios, agente de salvación, refleja un anhelo que se va agudizando a lo largo de los siglos, tanto más cuanto que la situación de Israel sigue siendo la de un país que ha perdido su independencia y dentro del cual la injusticia social es clamorosa.

Para los evangelios, la realeza de Jesús es un dato obvio y natural. En su calidad de Mesías, Jesús es ante todo "rey de los judíos" (Mt 2,2: "¿Dónde está ese rey de los judios que ha nacido?"; 27,11 par.: "¿Tú eres el rey de los judíos?; 27,29 par.: "¡Salud, rey de los judíos!"; 27,37 par.: "Este es Jesús, el rey de los judíos".

Como el de "Señor", el concepto de "Rey" implicaba las nociones de libertad y superioridad, pero añadía a ellas las de riqueza y fuerza militar. Por otra parte, en el contexto judío, el reinado del Mesías debía ejercerse sobre Israel, mientras que la salvación de los paganos no se consideraba o se veía mediada por la del pueblo judío. Veamos la transformación que el concepto de "Rey" y la concepción nacionalista experimentan en el caso de Jesús.

Como se ha visto, en los evangelios sinópticos el título de "rey de los judíos" nunca aparece en boca de Jesús, pero lo admite cuando se lo pregunta Pilato (Mc 15,2 par.). Aparte Mt 2,2, que relata la llegada de los Magos a Jerusalén, el título de "Rey" aplicado a Jesús se encuentra siempre en las escenasde la pasión relacionadas con el tribunal de Pilato y, al final, como letrero de la cruz, especificando la causa de la condena.

La burla de los soldados, que, sin protesta de Jesús, lo disfrazan de rey y lo saludan como "rey de los judíos", y el hecho de que el título de rey sirva como distintivo de Jesús inerme en la cruz, muestran que su realeza no se basa en la violencia ni defiende su prestigio. A esto añade el tenor de los insultos, que, según el Evangelio de Marcos, le dirigían los sumos sacerdotes con los letrados (Mc 15,32: "¡El Mesías, el rey de Israel! ¡Que baje ahor ade la cruz para que lo veamos y creamos!"). Se oponen así dos concepciones de la realeza: los soldados y los dirigentes judíos la ven en la fuerza y el triunfo; pero Jesús, al renunciar a toda resistencia con la fuerza y aceptar su rechazo y su muerte, excluye de su realeza esos dos elementos.

La peculiaridad de la realeza de Jesús, implícita en los evangelios sinópticos, se encuentra explicitada en Juan. En el diálogo con Pilato se propone la cuestión abiertamente. Como respuesta a la pregunta: "¿Tú eres el rey de los judíos?" (Jn 18,33), y después de hacer reflexionar a Pilato (18,34s), Jesús responde: "La realeza mía no pertenece al orden este. Si mi realeza perteneciera al orden este, mis propios guardias habrían luchado para impedir que me entregaran a las autoridades judías. Ahora que mi realeza no es de aquí" (18,36).

Hay que salir al paso de la defectuosa traducción común de este pasaje, que en español ha llegado a ser proverbial: "Mi reino no es de este mundo", en la que "este mundo" se interpreta como "la tierra", "la vida terrena". Si se entiende de esta manera el dicho de Jesús, su reino y, en consecuencia, el de Dios, no tendría existencia o incidencia social en la humanidad: sería puramente interior o estaría reservado para "la otra vida".

Nada más lejos de lo que transmite el evangelista. El equívoco nace de la traducción latina, única que se ha leído durante tantos siglos. Para deshacer el malentendido hay que notar, en primer lugar, que la palabra griega basileia, que en este pasaje se traduce bien por "realeza" y mal por "reino", tiene tres significados: "realeza", "reinado" y "reino"; por cuál de los tres hay que traducir en cada caso, depende del contexto.

En el contexto que nos ocupa, Pilato pregunta a Jesús si es rey. Jesús asiente, pero quiere explicarle de qué manera lo es, es decir, la calidad de su realeza. Para distinguirse de los demás reyes contrapone su modo de ser rey al propio "del orden/del mundo este". Ahora bien: esta expresión no significa en Jn simplemente "la tierra", sino el orden sociopolitico, que de hecho es injusto. Precisamente de sí mismo dice Jesús que no pertenece "al mundo/orden este" (Jn 8,23); y hablando de sus discípulos con el Padre, dice: "el mundo les ha cobrado odio porque no pertenecen al mundo, como tampoco yo pertenezco al mundo" (Jn 17,14), pero inmediatamente después añade: "No te ruego que los saques del mundo, sino que los guardes del Perverso" (Jn 17,17). "No pertenecer al mundo" es, por tanto, perfectamente compatible con "estar en el mundo", en medio del orden social injusto, por lo que el reino de Jesús puede perfectamente estar en esta tierra, aunque su realeza se distinga de la del sistema injusto.

En resumen, Jesús afirma claramente su calidad de rey, pero niega tener parecido alguno con los reyes que Pilato conoce. En la frase "La realeza mía no pertenece al orden este", el orden este es la sociedad organizada como sistema de poder que oprime al hombre; Jesús no ejerce esa clase de poder. Caracteriza a los reyes del orden este por apoyarse en la fuerza de las armas e imponer así su dominio ("si mi realeza perteneciera al orden este, mis propios guardias habrían luchado"), pero, para Jesús, el uso de la violencia pertenece a la esfera de la injusticia. En eso precisamente se distingue su realeza de las demás. La diferencia entre sus postura y la del "orden este" es clara: él se ha entregado voluntariamente y ha cortado en seco el conato de violencia de Pedro en el huerto (Jn 18,11); renunciando de ese modo al uso de la fuerza, ha probado no ser rey como los otros.

Su realeza no es "de aquí" es decir, no se basa en la fuerza ni se ejerce con el dominio, sino que es "de arriba", de la esfera del Padre y del Espíritu; es, por tanto, una realeza que comunica vida en vez de producir muerte con la violencia y la opresión. Y él no va a imponer su reinado; aceptarlo como rey será una opción libre.

De hecho, a la pregunta extrañada de Pilato: "Luego ¿tú eres rey?" (Jn 18,37), contesta Jesús afirmando su realeza y explicando su misión: "Tú lo estás diciendo, yo soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio en favor de la verdad. Todo el que pertenece a la verdad escucha mi voz." Su misión está en función de la calidad de su realeza: no consiste en dominar ni gobernar al estilo de los reyes de este mundo, sino en dar testimonio de la verdad, testimonio que no fuerza la libertad del hombre. Con estas palabras condensa ante el juez el significado de su vida y actividad.

Jesús es la verdad sobre Dios por manifestar su amor, y la verdad sobre el hombre por ser la realización del proyecto de Dios sobre él. De esa doble verdad da él testimonio con su vida y actividad, y será su muerte en la cruz la que lo resuma y lo haga culminar. No describe su misión como "enseñar", lo que sería propio de un maestro de sabiduría, sino como "dar testimonio", es decir, como la propuesta de una experiencia y una realidad propias.

La frase "para esto he venido al mundo" muestra que su misión se realiza en la historia. Su realeza se diferencia de la del sistema injusto, pero se ejerce dentro de la historia humana. La doble característica de Jesús-rey, su renuncia al uso de la fuerza y su testimonio de la verdad muestran cómo ejerce su acción liberadora. Veámoslo a continuación:

Jesús se encuentra ante un mundo cuyo motor es la ambición de dinero y poder. La ambición cristaliza en una estructura social injusta y da origen a una ideología: la ideología justifica el orden social que priva al hombre de libertad y plenitud de vida en beneficio de los que dominan. La política de los dirigentes está inspirada por la común ambición de dinero y poder, que los hace actuar corporativamente. El pueblo, víctima de este orden social, sufre la opresión (10,10s) sometido por el miedo (7,13; 9,22), pero haciendo suya la doctrina que se le propone (7,26s; 12,34).

Para sacar al pueblo de la situación en que se encuentra, Jesús no combate el orden injusto oponiendo violencia a violencia. La fuerza de los opresores se funda, en último término, en que el pueblo ha asimilado la ideología de la sumisión que ellos proponen. Jesús lo libera haciéndole ver la falsedad de lo que cree: no es voluntad de Dios que el hombre sea esclavo, sino libre. Sin embargo, tampoco contrapone ideología a ideología; a la ideología opresora opone la experiencia del amor de Dios que comunica vida (8,32: la verdad que hace libres). Hace descubrir al hombre el amor que Dios le tiene y la dignidad y libertad a que lo llama, y el hombre comprende así la opresión en que ha vivido; abandona entonces la ideología que lo privaba de vida y con ella el mundo de la injusticia.

¿Quiénes son los que aceptan el testimonio de Jesús? Como él mismo lo dice, "los que pertenecen a la verdad", frase que se opone a "pertenecer al orden este", orden de la mentira y la falsedad. Los que aceptan el testimonio de Jesús son los que no profesan los principios de la sociedad injusta, la ambición de dinero y poder ni se hacen cómplices de su injusticia. Esto implica que para dar la adhesión a Jesús se requiere una disposición previa, el deseo de vida plena y el amor al hombre. Por otra parte, la relación entre Jesús y los suyos no es la de señor-súbditos, sino la que existe entre el que propone la verdad y los que la hacen suya libremente.

No podía ser mayor el cambio efectuado por el evangelio en el concepto de "rey".

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