lunes, 10 de junio de 2013

SEÑOR.

El título "Señor" (gr. Kyrios) indica superioridad y dominio y se aplicaba a los soberanos y particularmente a DIos, "el Señor" por antonomasia. En todas las religiones se atribuye a Dios un dominio legítimo, es decir, que debe ser reconocido por el hombre, sometiéndose a él.

En Oriente se usaba comúnmente el apelativo "Señor" sobre todo como expresión de la relación personal de dependencia del hombre respecto a la divinidad, que se exteriorizaba en la súplica, en la acción de gracias y en el voto. La persona, en calidad de "esclavo", "siervo" o "súbdito", se dirigía al dios como a "Señor". Este título tomaba el lugar del hombre divino y bastaba para designar a un dios o al único Dios y recordar su poder soberano sobre todo.

En la traducción griega del AT llamada de los Setenta (LXX), "Señor" (Kyrios) traduce a veces el hebreo Adonai (plural de adonî, "mi señor") (Gn 19,2), pero ordinariamente toma el lugar del nombre divino "Yahvé". Se aplica, sin embargo, también a hombres.

Para los hebreos, al sacar a Israel de Egipto, Dios adquirió un derecho sobre ese pueblo, se hizo "Señor" del pueblo y de sus miembros. Por eso el creador, se le consideraba soberano del mundo y de la humanidad.

Para el judaísmo tardío, el señorío de Dios tiene un doble aspecto: ante todo, por ser el creador de todo, Dios es dueño del mundo entero y dirige su historia; además, es señor y guía del individuo.

En los evangelios se usa con frecuencia el título "señor" en las parábolas o dichos parabólicos, jugando con un doble sentido, pues el señor humano de la parábola es a menudo figura de Dios; así, el señor/propietario de una viña, el señor del administrador, el amo de un siervo o empleado. El título "señor" incluye la idea de una superioridad que exige un reconocimiento; así, los judíos llaman "señor" a Pilato (Mt 27,63) y un hijo a su padre (Mt 21,29); también María Magdalena llama "señor" al que supone que es dueño del huerto (Jn 20,15).

En el texto griego se reconoce fácilmente que el título "Señor" se refiere a Dios cuando va sin artículo, aunque en la traducción española tiene que llevarlo (Mc 1,3 par.; 12,1 par.; 12,36 par.; 13,20; Mt 27,10). Sucede casi siempre en las citas del AT o en las alusiones a él, y toma el lugar en estos casos del nombre de Yahvé.

Aplicado a Jesús, el apelativo "Señor" es más frecuente en los escritos de Lucas y de Pablo, porque escriben para áreas dominadas por la cultura y la lengua griegas.

Sorprende, sin embargo, el giro que da el Evangelio de Juan al concepto de "Señor". En boca de Jesús, que se llama "Señor" a sí mismo (Jn 13,13: "Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y con razón, porque lo soy"), se encuentra la frase siguiente: "No, no os llamo siervos, sino amigos" (15,15).

Este dicho muestra el cambio de sentido de "Señor": el título implica siempre libertad y superioridad, pero ya no respecto a otros que se considerarían como "inferiores", "siervos" o "súbditos", sino una superioridad que radica en la pertenencia a una categoría: la de los hombres plenamente libres. De apelativo relativo pasa a ser absoluto. Jesús, u otro hombre, son "señores" no cuando tienen a otros por debajo de sí, sino cuando pueden disponer de su vida y de todo lo suyo, cuando no tienen a nadie por encima de sí que limite su libertad. Tal es el cambio que introduce a Juan en el concepto de "Señor". Por eso, todo hombre está llamado a serlo. Es la meta de la igualdad, en el pleno desarrollo de las capacidades humanas.

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