Exhortación de Juan Pablo II sobre la catequesis
16 octubre 1979
S U M A R I O
INTRODUCCIÓN
La última consigna de Cristo
Solicitud del Papa Pablo VI
Un Sínodo fructuoso
Sentido de esta exhortación
I
TENEMOS UN SOLO MAESTRO: JESUCRISTO
En comunión con la persona de Cristo
Transmitir la doctrina de Cristo
Cristo nos enseña
En Único Maestro
Enseñando con toda su vida
II
UNA EXPERIENCIA TAN ANTIGUA COMO LA IGLESIA
La misión de los Apóstoles
La catequesis en la época apostólica
En los Padres de la Iglesia
En los Concilios y en la actividad misionera
La Catequesis: derecho y deber de la Iglesia
Tarea prioritaria
Responsabilidad común y diferencia
Renovación continua y equilibrada
III
LA CATEQUESIS EN LA ACTIVIDAD PASTORAL Y MISIONERA
DE LA IGLESIA
La Catequesis, una etapa de la evangelización
Catequesis y primer anuncio del Evangelio
Finalidad específica de la Catequesis
Necesidad de una Catequesis sistemática
Catequesis y experiencia vital
Catequesis y Sacramentos
Catequesis y Comunidad Eclesial
Necesidad de la Catequesis en sentido amplio
para la madurez y fuerza de la fe
IV
TODA LA BUENA NUEVA BROTA DE LA FUENTE
El contenido del mensaje
La fuente
El Credo: Expresión doctrinal privilegiada
Elementos a no olvidar
La integridad del contenido
Con métodos pedagógicos adaptados
Dimensión ecuménica de la Catequesis
Colaboración ecuménica en el ámbito de la Catequesis
Problemas de manuales comunes a diversas religiones
V
TODOS TIENEN NECESIDAD DE LA CATEQUESIS
La importancia de los niños y de los jóvenes
Párvulos
Niños
Adolescentes
Jóvenes
Adaptación de la Catequesis a los jóvenes
Minusválidos
Jóvenes sin apoyo religioso
Adultos
Cuasi catecúmenos
Catequesis diversificadas y complementarias
VI
MÉTODOS Y MEDIOS DE LA CATEQUESIS
Medios de comunicación social
Múltiples lugares, momentos o reuniones por valorizar
Homilía
Publicaciones catequéticas
Catecismos
VII
CÓMO DAR LA CATEQUESIS
Diversidad de métodos
Al servicio de la Revelación y de la Conversión
Encarnación del mensaje en las culturas
Aportaciones de las devociones populares
Memorización
VIII
LA ALEGRÍA DE LA FE EN UN MUNDO DIFÍCIL
Afirmar la identidad cristiana
... en un mundo indiferente ...
... con la pedagogía original de la fe.
Lenguaje adaptado al servicio del Credo
Búsqueda y certeza de la fe
Catequesis y teología
IX
LA TAREA NOS CONCIERNE A TODOS
Aliento a todos los responsables
Obispos
Sacerdotes
Religiosos y religiosas
Catequistas laicos
... en parroquia ...
... en familia ...
... en la escuela ...
... en los movimientos ...
Institutos de formación
CONCLUSIÓN
El Espíritu Santo Maestro interior
María, Madre y Modelo de los discípulos
16 octubre 1979
S U M A R I O
INTRODUCCIÓN
La última consigna de Cristo
Solicitud del Papa Pablo VI
Un Sínodo fructuoso
Sentido de esta exhortación
I
TENEMOS UN SOLO MAESTRO: JESUCRISTO
En comunión con la persona de Cristo
Transmitir la doctrina de Cristo
Cristo nos enseña
En Único Maestro
Enseñando con toda su vida
II
UNA EXPERIENCIA TAN ANTIGUA COMO LA IGLESIA
La misión de los Apóstoles
La catequesis en la época apostólica
En los Padres de la Iglesia
En los Concilios y en la actividad misionera
La Catequesis: derecho y deber de la Iglesia
Tarea prioritaria
Responsabilidad común y diferencia
Renovación continua y equilibrada
III
LA CATEQUESIS EN LA ACTIVIDAD PASTORAL Y MISIONERA
DE LA IGLESIA
La Catequesis, una etapa de la evangelización
Catequesis y primer anuncio del Evangelio
Finalidad específica de la Catequesis
Necesidad de una Catequesis sistemática
Catequesis y experiencia vital
Catequesis y Sacramentos
Catequesis y Comunidad Eclesial
Necesidad de la Catequesis en sentido amplio
para la madurez y fuerza de la fe
IV
TODA LA BUENA NUEVA BROTA DE LA FUENTE
El contenido del mensaje
La fuente
El Credo: Expresión doctrinal privilegiada
Elementos a no olvidar
La integridad del contenido
Con métodos pedagógicos adaptados
Dimensión ecuménica de la Catequesis
Colaboración ecuménica en el ámbito de la Catequesis
Problemas de manuales comunes a diversas religiones
V
TODOS TIENEN NECESIDAD DE LA CATEQUESIS
La importancia de los niños y de los jóvenes
Párvulos
Niños
Adolescentes
Jóvenes
Adaptación de la Catequesis a los jóvenes
Minusválidos
Jóvenes sin apoyo religioso
Adultos
Cuasi catecúmenos
Catequesis diversificadas y complementarias
VI
MÉTODOS Y MEDIOS DE LA CATEQUESIS
Medios de comunicación social
Múltiples lugares, momentos o reuniones por valorizar
Homilía
Publicaciones catequéticas
Catecismos
VII
CÓMO DAR LA CATEQUESIS
Diversidad de métodos
Al servicio de la Revelación y de la Conversión
Encarnación del mensaje en las culturas
Aportaciones de las devociones populares
Memorización
VIII
LA ALEGRÍA DE LA FE EN UN MUNDO DIFÍCIL
Afirmar la identidad cristiana
... en un mundo indiferente ...
... con la pedagogía original de la fe.
Lenguaje adaptado al servicio del Credo
Búsqueda y certeza de la fe
Catequesis y teología
IX
LA TAREA NOS CONCIERNE A TODOS
Aliento a todos los responsables
Obispos
Sacerdotes
Religiosos y religiosas
Catequistas laicos
... en parroquia ...
... en familia ...
... en la escuela ...
... en los movimientos ...
Institutos de formación
CONCLUSIÓN
El Espíritu Santo Maestro interior
María, Madre y Modelo de los discípulos
INTRODUCCIÓN
La última consigna de Cristo
1. La catequesis ha
sido siempre considerada por la Iglesia como una de sus tareas primordiales, ya que Cristo
resucitado, antes de volver al Padres, dio a los Apóstoles esta última consigna: hacer
discípulos a todas las gentes enseñándoles a observar todo lo que El había mandado. El
les confiaba de este modo la misión y el poder de anunciar a os hombres lo que ellos
mismos habían oído, visto con sus ojos, contemplado y palpado con sus manos, acerca del
Verbo de vida. Al mismo tiempo les confiaba la misión y el poder de explicar con
autoridad lo que El les había enseñado, sus palabras y sus actos, sus signos y sus
mandamientos. Y les daba el Espíritu para cumplir esta misión.
Muy pronto se llamó
catequesis al conjunto de esfuerzos realizados por la Iglesia para hacer discípulos, para
ayudar a los hombres a creer que Jesús es el Hijo de Dios, a fin de que, mediante la fe,
ellos tengan la vida en su nombre, para educarlos e instruirlos en esta vid ay construir
así el Cuerpo de Cristo. La Iglesia no ha dejado de dedicar sus energías a esa tarea.
Solicitud del Papa
Pablo VI
2 . Los últimos Papas
le han reservado un puesto de relieve en su solicitud pastoral. Mi venerado predecesor
Pablo VI sirvió a la catequesis de la Iglesia de manera especialmente ejemplar con sus
gestos, su predicación, su interpretación autorizada del Concilio Vaticano II -que él
consideraba como la gran catequesis de los tiempos modernos- con su vida entera. El
aprobó, el 18 de marzo de 1971, el "Directorio general de la catequesis",
preparado por la S. Congregación para el Clero, un Directorio que queda como un documento
básico para orientar y estimular la renovación catequética en toda la Iglesia.
El instituyó la
Comisión internacional de Catequesis, en el año 1975. El definió magistralmente el
papel y el significado de la catequesis en la vida y en la misión de la Iglesia, cuando
se dirigió a los participantes en el Primer Congreso Internacional de Catequesis, el 25
de septiembre de 1971, y se detuvo explícitamente sobre este tema en la Exhortación
Apostólica Evangelii nuntiandi. El quiso que la catequesis, especialmente la que se
dirige a los niños y a los jóvenes, fuese el tema de la IV Asamblea general del Sínodo
de los Obispos, celebrada durante el mes de octubre de 1977, en la que yo mismo tuve el
gozo de participar.
Un Sínodo fructuoso
3 . Al concluir el
Sínodo, los Padres entregaron al Papa una documentación muy rica, que comprendía las
diversas intervenciones tenidas durante la Asamblea, las conclusiones de los grupos de
trabajo, el Mensaje que con su consentimiento habían dirigido al Pueblo de Dios, y sobre
todo la serie imponente de Proposiciones en las que ellos expresaban su parecer acerca de
muchos aspectos de la catequesis en el momento actual.
Este Sínodo ha
trabajado en una atmósfera excepcional de acción de gracias y de esperanza. Ha visto en
la renovación catequética un don precioso del Espíritu Santo a la Iglesia de hoy, un
don al que por doquier las comunidades cristianas, a todas los niveles, responden con una
generosidad y entrega creadora que suscitan admiración. El necesario discernimiento
podía así realizarse partiendo de una base viva y podía contar en el Pueblo de Dios con
una disponibilidad a la gracia del Señor y a las directrices del Magisterio.
Sentido de esta
Exhortación
4 . En este mismo clima
de fe y esperanza os dirijo hoy, venerables hermanos, amados hijos e hijas, esta
Exhortación Apostólica. En un tema tan amplio, ella no tratará sino de algunos aspectos
más actuales y decisivos, para corroborar los frutos del Sínodo. Ella vuelve a tomas en
consideración, substancialmente, las reflexiones que el Papa Pablo VI había preparado,
utilizando ampliamente los documentos dejados por el Sínodo. El Papa Juan Pablo I -cuyo
celo y cualidades de catequista tanto asombro nos han causado- las había recogido y se
disponía a publicarlas en el momento en que inesperadamente fue llamado por Dios.
A todos nosotros él
nos ha dado el ejemplo de una catequesis fundada en lo esencial y a la vez popular, hecha
de gestos y palabras sencillas, capaces de llegar a los corazones. Yo asumo, pues la
herencia de estos dos Pontífices, para responder a la petición de los Obispos, formulada
expresamente al final de la IV Asamblea general del Sínodo y acogida por el Papa Pablo Vi
en su discurso de clausura. Lo hago también para cumplir uno de los deberes principales
de mi oficio apostólico. La catequesis ha sido siempre una preocupación central en mi
ministerio de sacerdote y de Obispo.
Deseo ardientemente que
esta Exhortación Apostólica, dirigida a toda la Iglesia, refuerce la solidez de la fe y
de la vida cristiana, dé un nuevo vigor a las iniciativas emprendidas, estimule la
creatividad -con la vigilancia debida- y contribuya a difundir en la comunidad cristiana
la alegría de llevar al mundo el misterio de Cristo.
I
TENEMOS UN SOLO MAESTRO:
JESUCRISTO
En comunión con la
persona de Cristo
5. La IV Asamblea
general del Sínodo de los Obispos ha insistido mucho en el cristocentrismo de toda
catequesis auténtica. Podemos señalar aquí los dos significados de la palabra que ni se
oponen ni se excluyen, sino que más bien se relacionan y se complementan.
Hay que subrayar, en
primer lugar, que en el centro de la catequesis encontramos esencialmente una Persona, la
de Jesús de Nazaret, "Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad", que
ha sufrido y ha muerto por nosotros y que ahora, resucitado, vive para siempre con
nosotros. Jesús es "el Camino, la Verdad y la Vida", y la vida cristiana
consiste en seguir a Cristo, en la "sequela Christi".
El objeto esencial y
primordial de la catequesis es, empleando una expresión muy familiar a San Pablo y a la
teología contemporánea, "el Misterio de Cristo". Catequizar, es, en cierto
modo, llevar a uno a escrutar ese Misterio en toda su dimensión: "Iluminar a todos
acerca de la dispensación del misterio ..., comprender, en unión con todos los santos,
cuál es la anchura, la largura, la altura y la profundidad y conocer la caridad de
Cristo, que supera toda ciencia, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios".
Se trata, por tanto, de
descubrir en la Persona de Cristo el designio eterno de Dios que se realiza en El. Se
trata de procurar comprender el significado de los gestos y de las palabras de Cristo, los
signos realizados por El mismo, pues ellos encierran y manifiestan a la vez su Misterio.
En este sentido, el fin definitivo de la catequesis es poner a uno no sólo en contacto,
sino en comunión, en intimidad con Jesucristo: sólo El puede conducirnos al amor del
Padre en el Espíritu y hacernos partícipes de la vida de la Santísima Trinidad.
Transmitir la doctrina
de Cristo
6 . En la catequesis,
el cristocentrismo significa también que, a través de ella, se transmite no la propia
doctrina o la de otra maestro, sino la enseñanza de Jesucristo, la Verdad que El comunica
o, más exactamente, la Verdad que El es. Así, pues, hay que decir que en la catequesis
lo que se enseña es a Cristo, el Verbo encarnado e Hijo de Dios y todo lo demás en
referencia a El; el único que enseña es Cristo, y cualquier otro lo hace en la medida en
que es portavoz suyo, permitiendo que Cristo enseñe por su boca. La constante
preocupación de todo catequista, cualquiera que sea su responsabilidad en la Iglesia,
debe ser la de comunicar, a través de su enseñanza y su comportamiento, la doctrina y la
vida de Jesús.
No tratará de fijar en
sí mismo, en sus opiniones y actitudes personales, la atención y la adhesión de aquel a
quien catequiza; no tratará de inculcar sus opiniones y opciones personales como si
éstas expresaran la doctrina y las lecciones de vida de Cristo. Todo catequista debería
poder aplicarse a sí mismo la misteriosa frase de Jesús: "Mi doctrina no es mía,
sino del que me ha enviado". Es lo que hace San Pablo al tratar una cuestión de
primordial importancia: "Yo he recibido del Señor lo que os he transmitido".
¡Qué contacto asiduo con la Palabra de Dios transmitida por el Magisterio de la Iglesia,
qué familiaridad profunda con Cristo y con el Padres, qué espíritu de oración, qué
despego de sí mismo ha de tener el catequista para poder decir: "Mi doctrina no es
mía"!
Cristo que enseña
7. Esta doctrina no es
un cúmulo de verdades abstractas, es la comunicación del Misterio vivo de Dios. La
calidad de Aquel que enseña en el Evangelio y la naturaleza de la enseñanza superan en
todo a las de los "maestros" en Israel, merced a la unión única existente
entre lo que El dice, hace y lo que es. Es evidente que los Evangelios indican claramente
los momentos en que Jesús enseña, "Jesús hizo y enseñó": en estos dos
verbos que introducen al libro de los Hechos, San Lucas une y distingue a la vez dos
dimensiones en la misión de Cristo.
Jesús enseñó. Este
es el testimonio que El da de sí mismo. "Todos los días me sentaba en el Templo a
enseñar". Esta es la observación llena de admiración que hacen los evangelistas,
maravillados de verlo enseñando en todo tiempo y lugar, y de una forma y con una
autoridad desconocidas entonces: "De nuevo se fueron reuniendo junto a El las
multitudes y de nuevo, según su costumbre, les enseñaba"; "y se asombraban de
su enseñanza, pues enseñaba como quien tiene autoridad". Eso mismo hacen notar sus
enemigos, aunque sólo sea para acusarlo y buscar un pretexto para condenarlo.
"Subleva al pueblo, enseñando por toda Judea, desde Galilea, donde empezó, hasta
aquí".
El único Maestro
8 . El que enseña así
merece a título único el nombre de Maestro. ¡Cuántas veces se le da este título de
maestro a lo largo de todo el Nuevo Testamento, y especialmente en los Evangelios!. Son
evidentemente los Doce, los otros discípulos y las muchedumbres que lo escuchan quienes
le llaman "Maestro" con acento a la vez de admiración, de confianza y de
ternura. Incluso los Fariseos y los Saduceos, los Doctores de la Ley y los Judíos en
general no le rehusan esta denominación: "Maestro, quisiéramos ver una señal
tuya"; "Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para alcanzar la vida
eterna?".
Pero sobre todo Jesús
mismo se llama Maestro en ocasiones particularmente solemnes y muy significativas:
"Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís bien, porque de verdad lo soy";
y proclama la singularidad, el carácter único de su condición de Maestro: "Uno
solo es vuestro Maestro": Cristo. Se comprende que, a lo largo de dos mil años, en
todas las lenguas de la tierra, hombres de toda condición, raza y nación, le hayan dado
con veneración este título repitiendo a su manera la exclamación de Nicodemo: "has
venido como Maestro de parte de Dios".
Esta imagen de Cristo
que enseña, a la vez majestuosa y familiar, impresionante y tranquilizadora, imagen
trazada por la pluma de los evangelistas y evocada después, con frecuencia, por la
iconografía desde la época paleocristiana -¡tan atractiva es!-, deseo ahora evocarla en
el umbral de estas reflexiones sobre la catequesis en el mundo actual.
Enseñando con toda su
vida
9. No olvido, haciendo
esto, que la majestad de Cristo que enseña, la coherencia y la fuerza persuasiva únicas
de su enseñanza, no se explican sino porque sus palabras, sus parábolas y razonamientos
no pueden separarse nunca de su vida y de su mismo ser.
En este sentido, la
vida entera de Cristo fue una continua enseñanza: su silencio, sus milagros, sus gestos,
su oración, su amor al hombre, su predilección por os pequeños y los pobres, la
aceptación del sacrificio total en la cruz por la salvación del mundo, su resurrección
son la actuación de su palabra y el cumplimiento de la revelación. De suerte que para
los cristianos el Crucifijo es una de las imágenes más sublimes y populares de Jesús
que enseña.
Estas consideraciones,
que están en línea con las grandes tradiciones de la Iglesia, reafirman en nosotros el
fervor hacia Cristo, el Maestro que revela a Dios a los hombres y al hombre a sí mismo;
el Maestro que salva, santifica y guía, que está vivo, que habla, exige, que conmueve,
que endereza, juzga, perdona, camina diariamente con nosotros en la historia; el Maestro
que viene y que vendrá en la gloria.
Solamente en íntima
comunión con El, los catequistas encontrarán luz y fuerza para una renovación
auténtica y deseable de la catequesis.
II
UNA EXPERIENCIA TAN
ANTIGUA COMO LA IGLESIA
La misión de los
Apóstoles
10. La imagen de Cristo
que enseña se había impreso en la mente de los Doce y de os primeros discípulos, y la
consigna "Id y haced discípulos a todas las gentes" orientó toda su vida. San
Juan da testimonio de ello en su Evangelio, cuando refiere las palabras de Jesús:
"Yo no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os digo
amigos, porque todo lo que oí de mi Padres os lo he dada a conocer".
No son ellos los que
han escogido seguir a Jesús, sino que es Jesús quien los ha elegido, quien los ha
guardado y establecido, ya antes de su Pascua, para que ellos vayan y den fruto, y para
que su fruto permanezca. Por ello después de la resurrección, les confió formalmente la
misión de hacer discípulos a todas las gentes.
El libro entero de los
Hechos de los Apóstoles atestigua que fueron fieles a su vocación y a la misión
recibida. Los miembros de la primitiva comunidad cristiana aparece en él
"perseverantes en oír la enseñanza de los apóstoles y en la fracción del pan y en
la oración". Se encuentra allí, sin duda alguna, la imagen permanente de una
Iglesia que, gracias a la enseñanza de los Apóstoles, nace y se nutre continuamente de
la Palabra del señor, la celebra en el sacrificio eucarístico y da testimonio al mundo
con el signo de la caridad.
Cuando los adversarios
se sienten celosos de la actividad de los Apóstoles, se debe a que están "molestos
porque enseñan al pueblo" y les prohiben enseñar en el nombre de Jesús. pero
nosotros sabemos que, precisamente en ese punto, los Apóstoles juzgaron más razonable
obedecer a Dios que a los hombres.
La catequesis en la
época apostólica
11. Los Apóstoles no
tardan en compartir con los demás el ministerio apostólico. Transmiten a sus sucesores
la misión de enseñar. Ellos la confían también a los diáconos desde su institución:
Esteban, "lleno de gracia y de poder", no cesa de enseñar, movido por la
sabiduría del Espíritu. Los Apóstoles asocian en su tarea de enseñar a
"otros" discípulos; e incluso simples cristianos dispersados por la
persecución, iban por todas partes predicando la palabra.
San Pablo es el heraldo
por antonomasia de este anuncio, desde Antioquía hasta Roma, donde la última imagen que
tenemos de él según el libro de los Hechos, es la de un hombre "que enseña con
toda libertad lo tocante al Señor Jesucristo". Sus numerosas cartas amplían y
profundizan su enseñanza. Asimismo las cartas de Pedro, de Juan, de Santiago y de Judas
son otros tantos testimonios de la catequesis de la era apostólica.
Los Evangelios que,
antes de ser escritos, fueron la expresión de una enseñanza oral transmitida a las
comunidades cristianas, tienen más o menos una estructura catequética. ¿No ha sido
llamado el relato de San Mateo evangelio del catequista, y el de San Marcos, evangelio del
catecúmeno?
En los Padres de la
Iglesia
12. La Iglesia
continúa eta misión de enseñar de los Apóstoles y de sus primeros colaboradores.
Haciéndose día a día discípula del Señor, con razón se la ha llamado "Madre y
Maestra". Desde Clemente Romano hasta Orígenes, en la edad postapostólica ven la
luz obras notables. Más tarde se registra un hecho impresionante: Obispos y Pastores, los
de mayor prestigio, sobre todo en los siglos tercero y cuarto, consideran como una parte
importante de su ministerio episcopal enseñar de palabra o escribir tratados
catequéticos.
Es la época de Cirilo
de Jerusalén y de Juan Crisóstomo, de Ambrosio y de Agustín, en la que brotan de la
pluma de tantos Padres de la Iglesia obras que siguen siendo modelos para nosotros.
No es posible evocar
aquí, ni siquiera brevemente, la catequesis que ha mantenido la difusión y el camino de
la Iglesia en los diversos períodos de la historia, en todos los continentes y en los
contextos sociales y culturales más diversos. Ciertamente las dificultades no han faltado
nunca. Mas la Palabra del señor ha realizado su misión a través de los siglos, se ha
difundido y ha sido glorificada, como indica el Apóstol Pablo.
En los Concilios y en
la actividad misionera
13. El ministerio de la
catequesis saca siempre nuevas energías de los Concilios. A este respecto el Concilio de
Trento constituye un ejemplo que se ha de subrayar: en sus constituciones y decretos dio
prioridad a la catequesis; dio lugar al "catecismo romano" que lleva además su
nombre y constituye una obra de primer orden, resumen de la doctrina cristiana y de la
teología tradicional para uso de los sacerdotes; promovió en la Iglesia una
organización notable de la catequesis; despertó en los clérigos la conciencia de sus
deberes con relación a la enseñanza catequética; y, merced al trabajo de santos
teólogos como San Carlos Borromeo, San Roberto Belarmino o San Pedro Canisio, dio origen
a catecismos, verdaderos modelos para aquel tiempo. ¡Ojalá suscite el Concilio Vaticano
II un impulso y una obra semejante en nuestros días!
Las misiones
constituyen también un terreno privilegiado para la práctica de la catequesis. Así,
desde hace casi dos mil años, el Pueblo de Dios no ha cesado de educarse en la fe, según
formas adaptadas a las distintas situaciones de los creyentes y a las múltiples
coyunturas eclesiales.
La catequesis está
íntimamente unida a toda la vida de la Iglesia. No sólo la extensión geográfica y el
incremento numérico sino también, y más todavía, el crecimiento interior de la
Iglesia, su correspondencia, con el designio de Dios, dependen esencialmente de ella. De
entre las experiencias de la historia de la Iglesia que acabamos de recordar, muchas
lecciones -entre tantas otras- merecen ser puestas de relieve.
La catequesis: derecho
y deber de la Iglesia
14. Es evidente, ante
todo, que la catequesis ha sido siempre para la Iglesia un deber sagrado y un derecho
imprescindible. Por una parte, es sin duda un deber que tiene su origen en un mandato del
Señor e incumbe sobre todo a los que en la nueva Alianza reciben la llamada al ministerio
de Pastores.
Por otra parte, puede
hablarse igualmente de derecho; desde el punto de vista teológico, todo bautizado por el
hecho mismo de su bautismo, tiene el derecho de recibir de la Iglesia una enseñanza y una
formación que le permitan iniciar una vida verdaderamente cristiana; en la perspectiva de
los derechos del hombre, toda persona humana tiene derecho a buscar la verdad religiosa y
de adherirse plenamente a ella, libre de "toda coacción por parte tanto de los
individuos como de los grupos sociales y de cualquier poder humano que sea, de suerte que,
en esta materia, a nadie se fuerce a actuar contra su conciencia o se le impida actuar...
de acuerdo con ella".
Por ello la actividad
catequética debe poder ejercerse en circunstancias favorables de tiempo y lugar, debe
tener acceso a los medios de comunicación social, a adecuados instrumentos de trabajo,
sin discriminación para con los padres, los catequizados o los catequistas. Actualmente
es cierto que ese derecho es reconocido cada vez más, al menos a nivel de grandes
principios, como testimonian declaraciones o convenios internacionales, en los que
-cualesquiera que sean sus límites- se puede reconocer la voz de la conciencia de gran
parte de los hombres de hoy.
Pero numerosos Estados
violan este derecho, hasta tal punto que dar, hacer dar la catequesis o recibirla, llega a
ser un delito susceptible de sanción. En unión con los Padres del Sínodo elevo
enérgicamente la voz contra toda discriminación en el ámbito de la catequesis, a la vez
que dirijo una apremiante llamada a los responsables para que acaben del todo esas
constricciones que gravan sobre la libertad humana en general y sobre la libertad
religiosa en particular.
Tarea prioritaria
15. La segunda lección
se refiere al lugar mismo de la catequesis en los proyectos pastorales de la Iglesia.
Cuanto más capaz sea, a escala local o universal, de dar la prioridad a la catequesis
-por encima de otras obras e iniciativas cuyos resultados podrían ser más
espectaculares-, tanto más la Iglesia encontrará en la catequesis una consolidación de
su vida interna como comunidad de creyentes y de su actividad externa como misionera.
En este final del siglo
XX, Dios y los acontecimientos, que son otras tantas llamadas de su parte, invitan a la
Iglesia a renovar su confianza en la acción catequética, como en una tarea absolutamente
primordial de su misión. Es invitada a consagrar a la catequesis sus mejores recursos en
hombres y energías, sin ahorrar esfuerzos, fatigas y medios materiales, para organizarla
mejor y formar personal capacitado. En ello no hay un mero cálculo humano, sino una
actitud de fe. Y una actitud de fe se dirige siempre a la fidelidad a Dios, que nunca deja
de responder.
Responsabilidad común
y diferenciada
16 . Tercera lección:
la catequesis ha sido siempre, y seguirá siendo, una obra de la que la Iglesia entera
debe sentirse y querer ser responsable. Pero sus miembros tienen responsabilidad
diferentes, derivadas de la misión de cada uno. Los Pastores, precisamente en virtud de
su oficio, tienen, a distintos niveles, la más alta responsabilidad en la promoción,
orientación y coordinación de la catequesis.
El Papa por su parte,
tiene una profunda conciencia de la responsabilidad primaria que le compete en este campo:
encuentra en él motivos de preocupación pastoral, pero sobre todo de alegría y de
esperanza. Los sacerdotes, religiosos y religiosas tienen ahí un campo privilegiado para
su apostolado. A otro nivel, los padres de familia tienen una responsabilidad singular.
Los maestros, los
diversos ministros de la Iglesia, los catequistas y, por otra parte, los responsables de
los medios de comunicación social, todos ellos tienen, en grado diverso,
responsabilidades muy precisas en esta formación de la conciencia del creyente,
formación importante para la vida de la Iglesia, y que repercute en la vida de la
sociedad misma. Uno de los mejores frutos de la Asamblea general del Sínodo dedicado por
enero a la catequesis sería despertar, en toda la Iglesia y en cada uno de sus sectores,
una conciencia viva y operante de esta responsabilidad diferenciada pero común.
Renovación continua y
equilibrada
17. Finalmente, la
catequesis tienen necesidad de renovarse continuamente en un cierto alargamiento de su
concepto mismo, en sus métodos, en la búsqueda de un lenguaje adaptado, en el empleo de
nuevos medios de transmisión del mensaje. Esta renovación no siempre tiene igual valor,
y los Padres del Sínodo han reconocido con realismo, junto a un progreso innegable en la
vitalidad de la actividad catequética y a iniciativas prometedoras, las limitaciones o
incluso las "deficiencias" de lo que se ha realizado hasta el presente.
Estos límites son
particularmente graves cuando ponen en peligro la integridad del contenido. El
"Mensaje al pueblo de Dios" subrayó justamente que, para la catequesis,
"la repetición rutinaria, que se opone a todo cambio, por una parte, y la
improvisación irreflexiva que afronta con ligereza los problemas, por la otra, son
igualmente peligrosas". La repetición rutinaria lleva al estancamiento, al letargo
y, en definitiva, a la parálisis.
La improvisación
irreflexiva engendra desconcierto en los catequizados y en sus padres, cuando se trata de
los niños, causa desviaciones de todo tipo, rupturas y finalmente la ruina total de la
unidad. Es necesario que la Iglesia dé pruebas hoy -como supo hacerlo en otras épocas de
la historia- de sabiduría, de valentía y de fidelidad evangélicas, buscando y abriendo
camino y perspectivas nuevas para la enseñanza catequética.
III
LA CATEQUESIS EN LA
ACTIVIDAD PASTORAL
Y MISIONERA DE LA IGLESIA
Y MISIONERA DE LA IGLESIA
La catequesis: una
etapa de la evangelización
18. La catequesis no
puede disociarse del conjunto de actividades pastorales y misionales de la Iglesia. Ella
tiene, sin embargo, algo específico propio sobre lo que la IV Asamblea general del
Sínodo de los Obispos, en sus trabajos preparatorios y a lo largo de su celebración, se
ha interrogado a menudo. La cuestión interesa también a la opinión pública, dentro y
fuera de la Iglesia.
No es éste el lugar
adecuado para dar una definición rigurosa y formal de la catequesis, suficientemente
ilustrada en el "Directorio General de la Catequesis". Compete a los
especialistas enriquecer cada vez más su concepto y su articulación.
Frente a la
incertidumbre de la práctica, recordemos simplemente algunos puntos esenciales, por lo
demás ya consolidados en los documentos de la Iglesia, para una comprensión exacta de la
catequesis, y sin los cuales se correría el riesgo de no llegar a comprender todo su
significado y su alcance.
Globalmente, se puede
considerar aquí la catequesis en cuanto educación de la fe de los niños, de los
jóvenes y adultos, que comprende especialmente una enseñanza de la doctrina cristiana,
dada generalmente de modo orgánico y sistemático, con miras a iniciarlos en la plenitud
de la vida cristiana.
En este sentido, la
catequesis se articula en cierto número de elementos de la misión pastoral de la
Iglesia, sin confundirse con ellos, que tienen una aspecto catequético, preparan a la
catequesis o emanen de ella: primer anuncio del evangelio o predicación misional por
medio del kerigma para suscitar la fe apologética o búsqueda de las razones de creer,
experiencia de vida cristiana, celebración de los sacramentos, integración en la
comunidad eclesial, testimonio apostólico y misional.
Recordemos ante todo
que entre la catequesis y la evangelización no existe ni separación u oposición, ni
identificación pura y simple, sino relaciones profundas de integración y de complemento
recíproco.
La exhortación
apostólica "Evangelii nuntiandi" del 8 de diciembre de 1975, sobre la
evangelización en el mundo contemporáneo, subrayó con toda razón que la
evangelización -cuya finalidad es anunciar la Buena Nueva a toda la humanidad para que
viva de ella- es una realidad rica, compleja y dinámica, que tiene elementos o, si se
prefiere, momentos, esenciales y diferentes entre sí, que es preciso saber abarcar
conjuntamente, en la unidad de un único movimiento. La catequesis es uno de esos momentos
-¡y cuán señalado!- en el proceso total de evangelización.
Catequesis y primer
anuncio del Evangelio
19. La peculiaridad de
la catequesis, distinta del anuncio primero del evangelio que ha suscitado la conversión,
persigue el doble objetivo de hacer madurar la fe inicial y de educar al verdadero
discípulo por medio de un conocimiento más profundo y sistemático de la persona y del
mensaje de Nuestro Señor Jesucristo. Pero en la práctica catequética, este orden
ejemplar debe tener en cuenta el hecho de que a veces la primera evangelización no ha
tenido lugar.
Cierto número de
niños bautizados en su infancia llega a la catequesis parroquial sin haber recibido
alguna iniciación en la fe, y sin tener todavía adhesión alguna explícita y personal a
Jesucristo, sino solamente la capacidad de creer puesta en ellos por el bautismo y la
presencia del Espíritu Santo; y los prejuicios de un ambiente familiar poco cristiano o
el espíritu positivista de la educación crean rápidamente algunos reticencias.
A éstos es necesario
añadir otros niños, no bautizados, para quienes sus padres no aceptan sino tardíamente
la educación religiosa: por motivos prácticos, su etapa catecumenal se hará en buena
parte durante la catequesis ordinaria. Además muchos preadolescentes y adolescentes, que
han sido bautizados y que han recibido sistemáticamente una catequesis, así como los
sacramentos, titubean por largo tiempo en comprometer o no su vida a Jesucristo, cuando no
se preocupan por esquivar la formación religiosa en nombre de su libertad.
Finalmente los adultos
mismos no están al reparo de tentaciones de duda o de abandono de la fe, a consecuencia
de un ambiente notoriamente incrédulo. Es decir, que la "catequesis" debe a
menudo preocuparse no sólo de alimentar y enseñar la fe, sino de suscitarla
continuamente con la ayuda de la gracia, de abrir el corazón, de convertir, de preparar
una adhesión global a Jesucristo en aquellos que están aún en el umbral de la fe. Esta
preocupación inspira parcialmente el tono, el lenguaje y el método de la catequesis.
Finalidad específica
de la catequesis
20. La finalidad
específica de la catequesis no consiste únicamente en desarrollar, con la ayuda de Dios,
una fe aún inicial, en promover en plenitud y alimentar diariamente la vida cristiana de
los fieles de todas las edades. Se trata, en efecto, d hacer crecer, a nivel de
conocimiento y de vida, el germen de la fe sembrado por el Espíritu Santo con el primer
anuncio y transmitido eficazmente a través del bautismo.
La catequesis tiende,
pues, a desarrollar la inteligencia del misterio de Cristo a la luz de la Palabra, para
que el hombre entero sea impregnado por ella. Transformado por la acción de la gracia en
nueva criatura, el cristiano se pone así a seguir a Cristo y, en la Iglesia, aprende
siempre a pensar mejor como El, a juzgar como El, a actuar de acuerdo con sus
mandamientos, a esperar como El nos invita a ello.
Más concretamente, la
finalidad de la catequesis, en el conjunto de la evangelización, es la de ser un período
d enseñanza y de madurez, es decir, el tiempo en que el cristiano, habiendo aceptado por
la fe la persona de Jesucristo como el solo Señor y habiéndole prestado una adhesión
global con la sincera conversión del corazón, se esfuerza por conocer mejor a ese Jesús
en cuyas manos se ha puesto: conocer su "misterio", el Reino de Dios que
anuncia, las exigencias y las promesas contenidas en su mensaje evangélico, los senderos
que El ha trazado a quien quiera seguirle.
Si es verdad que ser
cristiano significa decir "Sí" a Jesucristo, recordemos que este
"sí" tiene dos niveles: consiste en entregarse a la Palabra de Dios y apoyarse
en ella, pero significa también, en segunda instancia, esforzarse por conocer cada vez
mejor el sentido profundo de esa Palabra.
Necesidad de una
catequesis sistemática
21. En su discurso de
clausura de la IV Asamblea general del Sínodo, el Papa Pablo VI se felicitaba al
"advertir que todos han señalado la gran necesidad de una catequesis orgánica y
bien ordenada, ya que esa reflexión vital sobre el misterio mismo de Cristo es lo que
principalmente distingue a la catequesis de todas las demás formas de presentar la
Palabra de Dios".
Frente a las
dificultades prácticas, hay que subrayar algunas características de esta enseñanza:
- debe ser una
enseñanza sistemática, no improvisada, siguiendo un programa que le permita llegar a un
fin preciso,
- una enseñanza
elemental que no pretenda abordar todas las cuestiones disputadas ni transformarse en
investigación teológica o en exégesis científica;
- una enseñanza, no
obstante, bastante completa, que no se detenga en el primer anuncio del misterio
cristiano, cual lo tenemos en el kerigma,
- una iniciación
cristiana integral, abierta a todas las esferas de la vida cristiana.
Sin olvidar la
importancia de múltiples ocasiones de catequesis, relacionadas con la vida personal,
familiar, social y eclesial, que es necesario aprovechar y sobre las que os remito al
capítulo VI, insisto en la necesidad de una enseñanza cristiana orgánica y
sistemática, dado que desde distintos sitios se intenta minimizar su importancia.
Catequesis y
experiencia vital
22. Es inútil insistir
en la ortopraxis en detrimento de la ortodoxia: el cristianismo es inseparablemente la una
y la otra. Unas convicciones firmes y reflexivas llevan a una acción valiente y segura;
el esfuerzo por educar a los fieles y vivir hoy como discípulos de Cristo reclama y
facilita el descubrimiento más profundo del Misterio de Cristo en la historia de la
salvación.
Es asimismo inútil
querer abandonar el estudio serio y sistemático del mensaje de Cristo, en nombre de una
atención metrológica a la experiencia vital. "Nadie puede llegar a la verdad
íntegra solamente desde una simple experiencia privada, es decir, sin una conveniente
exposición del mensaje de Cristo, que es el "Camino, la Verdad y la Vida".
No hay que poner
igualmente una catequesis que arranque de la vida a una catequesis tradicional, doctrinal
y sistemática. La auténtica catequesis es siempre una iniciación ordenada y
sistemática a la Revelación que Dios mismo ha hecho al hombre, en Jesucristo,
revelación conservada en la memoria profunda de la Iglesia y en las Sagradas Escrituras y
comunicada constantemente, mediante una "traditio" viva y activa, de generación
en generación.
Pero esta revelación
no está aislada de la vida ni yuxtapuesta artificialmente a ella. Se refiere al sentido
último de la existencia y la ilumina, ya para inspirarla, ya para juzgarla, a la luz del
Evangelio.
Por eso podemos aplicar
a los catequistas lo que el Concilio Vaticano II ha dicho especialmente de los sacerdotes:
educadores del hombre y de la vida del hombre en la fe.
Catequesis y
Sacramentos
23. La catequesis esta
intrínsecamente unida a toda la acción litúrgica y sacramental, porque es en los
sacramentos y sobre todo en la eucaristía donde Jesucristo actúa en plenitud para la
transformación de los hombres.
En la Iglesia
primitiva, catecumenado e iniciación a los sacramentos del bautismo y de la eucaristía,
se identificaban. Aunque en este campo haya cambiando la práctica de la Iglesia, en los
antiguos países cristianos, el catecumenado jamás ha sido abolido; conoce allí una
renovación y se practica abundantemente en las jóvenes Iglesias misioneras.
De todos modos, la
catequesis está siempre en relación con los sacramentos. Por una parte, en forma
eminente de catequesis es la que prepara a los sacramentos, y toda catequesis conduce
necesariamente a los sacramentos de la fe. Por otra parte, la práctica auténtica de los
sacramentos tiene forzosamente un aspecto catequético. En otras palabras, la vida
sacramental se empobrece y se convierte muy pronto en ritualismo vacío, si no se funda en
un conocimiento serio del significado de los sacramentos. Y la catequesis se
intelectualiza, si no cobra vida en la práctica sacramental.
Catequesis y Comunidad
Eclesial
24. La catequesis,
finalmente, tiene una íntima unión con la acción responsable de la Iglesia y de los
cristianos en el mundo. Todo el que se ha adherido a Jesucristo por la fe y se esfuerza
por consolidar esta fe mediante la catequesis, tiene necesidad de vivirla en comunión con
aquellos que han dado el mismo paso.
La catequesis corre el
riesgo de esterilizarse, si una comunidad de fe y de vida cristiana no acoge el
catecúmeno en cierta fase de su catequesis. por eso la comunidad eclesial, a todos los
niveles, es doblemente responsable respecto a la catequesis: tiene la responsabilidad de
atender a la formación de sus miembros, pero también la responsabilidad de acogerlos en
un ambiente donde puedan vivir, con la mayor plenitud posible, lo que han aprendido.
La catequesis está
abierta igualmente al dinamismo misionero. Si hace bien, los cristianos tendrán interés
en dar testimonio de su fe, de transmitirla a sus hijos, de hacerla conocer a otros, de
servir de todos modos a la comunidad humana.
Necesidad de la
catequesis en sentido amplio para la madurez y fuerza de la fe
25. Así, pues, gracias
a la catequesis, el kerygma evangélico -primer anuncio lleno de ardor que un día
transformó al hombre y lo llevó a la decisión de entregarse a Jesucristo por la fe- se
profundiza poco a poco, se desarrolla en sus corolarios implícitos, explicado mediante un
discurso que va dirigido también a la razón, orientado hacia la práctica cristiana en
la Iglesia y en el mundo.
Todo esto no es menos
evangélico que el kerygma, por más que digan algunos que la catequesis vendría
forzosamente a racionalizar, aridecer y finalmente matar lo que de más vivo, espontáneo
y vibrante hay en el kerygma. Las verdades que se profundizan en la catequesis son las
mismas que hicieron mella en el corazón del hombre al escucharlas por primera vez. El
hecho de conocerlas mejor, lejos de embotarlas y agostarlas, debe hacerlas aún más
estimulantes y decisivas para la vida.
En la concepción que
se acaba de exponer, la catequesis se ajusta al punto de vista totalmente pastoral desde
el cual ha querido considerarla el Sínodo. Este sentido amplio de la catequesis no
contradice, sino que incluye, desbordándolo, el sentido estricto al que por lo común se
atienen las exposiciones didácticas: la simple enseñanza de las fórmulas que expresan
la fe.
En definitiva, la
catequesis es tan necesaria para la madurez de la fe de los cristianos como para su
testimonio en el mundo: ella quiere conducir a los cristianos "en la unidad de la fe
y en el conocimiento del Hijo de Dios y a formar al hombre perfecto, maduro, que realice
la plenitud de Cristo"; también quiere que estén dispuestos a dar razón de su
esperanza a todos los que les pidan una explicación.
IV
TODA LA BUENA NUEVA
BROTA DE LA FUENTE
El contenido del
Mensaje
26. Siendo la
catequesis un momento o un aspecto de la evangelización, su contenido no puede ser otro
que el de toda la evangelización: el mismo mensaje -Buena Nueva de salvación- oído una
y mil veces y aceptado de corazón, se profundiza incesantemente en la catequesis mediante
la reflexión y el estudio sistemático; mediante una toma de conciencia, que cada vez
compromete más, de sus repercusiones en la vida personal de cada uno; mediante su
inserción en el conjunto orgánico y armonioso que es la existencia cristiana en la
sociedad y en el mundo.
La fuente
27. La catequesis
extraerá siempre su contenido de la fuente viva de la Palabra de Dios, transmitida
mediante la Tradición y la Escritura, dado que "la Tradición y la Escritura
constituyen el depósito sagrado de la Palabra de Dios, confiado a la Iglesia", como
ha recordado el Concilio vaticano II al desear que "el ministerio de la palabra, que
incluye la predicación pastoral, la catequesis, toda la instrucción cristiana ... reciba
de la palabra de la Escritura el alimento saludable y por ella dé frutos de
santidad".
Hablar de la Tradición
y de la Escritura como fuentes de la catequesis es subrayar que ésta ha de estar
totalmente impregnada por el pensamiento, el espíritu y actitudes bíblicas y
evangélicas a través de un contacto asiduo con los textos mismos; es también recordar
que la catequesis será tanto más rica y eficaz cuanto más lea los textos con la
inteligencia y el corazón de la Iglesia y cuanto más se inspire en la reflexión y en la
vida dos veces milenaria de la Iglesia.
La enseñanza, la
liturgia y la vida de la Iglesia surgen de esta fuente y conducen a ella, bajo la
dirección de los Pastores y concretamente del Magisterio doctrinal que el Señor les ha
confiado.
El Credo: expresión
doctrinal privilegiada
28. Una expresión
privilegiada de la herencia viva que ellos han recibido en custodia, se encuentra en el
Credo o, más concretamente, en los Símbolos que, en momentos cruciales, recogieron en
síntesis felices la fe de la Iglesia. Durante siglos, un elemento importante de la
catequesis era precisamente la "traditio Symboli" (o transmisión del compendio
de la fe), seguida de la entrega de la oración dominical.
Este rito expresivo ha
vuelto a ser introducido en nuestros días en la iniciación de los catecúmenos. ¿No
habría que encontrar una utilización más concretamente adaptada, para señalar esta
etapa, la más importante entre todas, en que un nuevo discípulo de Jesucristo acepta con
plena lucidez y valentía el contenido de lo que más adelante va a profundizar con
seriedad?
Mi predecesor Pablo VI,
en el "Credo del Pueblo de Dios" proclamado al cumplirse el XIX centenario del
martirio de los Apóstoles Pedro y Pablo, quiso reunir los elementos esenciales de la fe
católica, sobre todo los que ofrecían mayor dificultad o estaban en peligro de ser
ignorados. Es una referencia segura para el contenido de la catequesis.
Elementos a no olvidar
29. El mismo Sumo
Pontífice ha recordado, en el capítulo tercero de su Exhortación Apostólica Evangelii
nuntiandi, "el contenido esencial, la sustancia viva" de la evangelización. Es
necesario para la catequesis misma tener presente cada uno de los elementos y la síntesis
viva en que ellos han sido integrados.
Me contentaré, por
consiguiente, con ofrecer aquí alguna simple alusión. Todos ven, por ejemplo, la
importancia de hacer entender al niño, al adolescente, al que progresa en la fe, "lo
que puede conocerse de Dios"; de poderles decir, en cierto sentido: "Lo que sin
conocer veneráis, eso es lo que yo os anuncio"; de exponerles brevemente el misterio
del Verbo de Dios hecho hombre y que realiza la salvación del hombre por su Pascua, es
decir, a través de su muerte y su resurrección, pero también con su predicación, con
los signos que realiza, con los sacramentos de su presencia permanente en medio de
nosotros.
Los Padres del Sínodo
estuvieron bien inspirados cuando pidieron que se evite reducir a Cristo a su sola
humanidad y su mensaje a una dimensión meramente terrestre, y que se le reconociera más
bien como el Hijo de Dios, el medidor que nos da libre acceso al Padre en el Espíritu.
¡Cuán importante es
exponer a la inteligencia y al corazón, a la luz de la fe, ese sacramento de su presencia
que es el Misterio de la Iglesia, asamblea de hombres pecadores, pero, al mismo tiempo,
santificados y que constituyen la familia de Dios reunida por el Señor b ajo la
dirección de aquellos a quienes "el Espíritu Santo... constituyó vigilantes para
apacentar la Iglesia de Dios"!.
Es importante explicar
que la historia de los hombres, con sus aspectos de gracia y de pecado, de grandeza y de
miseria, es asumida por Dios en su Hijo Jesucristo y "ofrece ya algún bosquejo del
siglo futuro". Es importante, finalmente, revelar sin ambages las exigencias, hechas
de renuncia, mas también de gozo, de lo que el Apóstol Pablo gustaba llamar "vida
nueva", "creación nueva", ser o existir en Cristo, "vida eterna en
Cristo Jesús", y que no es más que la vida en el mundo, pero una vida según las
bienaventuranzas y destinada a prolongarse y transfigurarse en le más allá.
De ahí la importancia
que tienen en la catequesis las exigencias morales personales correspondientes al
Evangelio y las actitudes cristianas ante la vid ay ante el mundo, ya sean heroicas, ya
las más sencillas: nosotros las llamamos virtudes cristianas o virtudes evangélicas.
De ahí también el
cuidado que tendrá la catequesis de no omitir, sino iluminar como es debido, en su
esfuerzo de educación en la fe, realidades como la acción del hombre por su liberación
integral, la búsqueda de una sociedad más solidaria y fraterna, las luchas por la
justicia y la construcción de la paz.
Por lo demás no se ha
de creer que esta dimensión de la catequesis es absolutamente nueva. Ya en la época
patrística, San Ambrosio y San Juan Crisóstomo, por no mencionar a otros, destacaron las
consecuencias sociales de las exigencias evangélicas y, más cerca de nosotros, el
catecismo de San Pío X citaba explícitamente entre los pecados que claman venganza ante
Dios el hecho de oprimir a los pobres, así como el defraudar a los trabajadores en su
justo salario.
Especialmente desde la
Rerum novarum, la preocupación social está activamente presente en la enseñanza
catequética de los papas y de los obispos. Muchos Padres del Sínodo han pedido con
legítima insistencia que el rico patrimonio de la enseñanza social de la Iglesia
encuentre su puesto, bajo formas apropiadas, en la formación catequética común de los
fieles.
Integridad del
contenido
30 . A propósito del
contenido de la catequesis, hay que poner de relieve, en nuestros días, tres puntos
importantes.
El primero se refiere a
la integridad de dicho contenido. A fin de que la oblación de su fe sea perfecta, el que
se hace discípulo de Cristo tiene derecho a recibir la "palabra de la fe" no
mutilada, falsificada o disminuida, sino completa e integral, en todo su rigor y su vigor.
Traicionar en algo la
integridad del mensaje es vaciar peligrosamente la catequesis misma y comprometer los
frutos que de ella tienen derecho a esperar Cristo y la comunidad eclesial. No es
ciertamente casual el hecho de que una cierta totalidad caracterice el mandato final de
Jesús en el Evangelio de Mateo: "Me ha sido dado todo poder... Haced discípulos a
todas las gentes... enseñándoles a guardar todo... yo estoy siempre con vosotros".
Por eso, cuando un
hombre, presintiendo "la superioridad del conocimiento de Cristo Jesús",
descubierto por la fe, abrigue el deseo, aún inconsciente, de conocerle más y mejor,
mediante "una predicación y enseñanza conforme a la verdad que hay en Jesús",
ningún pretexto es válido para negarle parte alguna de ese conocimiento.
¿Qué catequesis
sería aquella en la que no hubiera lugar para la creación del hombre y su pecado, para
el plan redentor de nuestro Dios y su larga y amorosa preparación y realización, para la
Encarnación del Hijo de Dios, para María -la Inmaculada, la Madre de Dios, siempre
Virgen, elevada en cuerpo y alma a la gloria celestial- y su función en el misterio de la
salvación, para el misterio de la iniquidad operante en nuestras vidas y la virtud de
Dios que nos libera, para la necesidad de la penitencia y de la ascesis, para los gestos
sacramentales y litúrgicos, para la realidad de la presencia eucarística, par ala
participación en la vida divina aquí en la tierra y en el más allá, etc.?
Asimismo, a ningún
verdadero catequista le es lícito hacer por cuenta propia una selección en el depósito
de la fe, entre lo que estima importante y lo que estima menos importante o para enseñar
lo uno y rechazar lo otro.
Con métodos
pedagógicos adaptados
31. De ahí esta
segunda observación: es posible que en la situación actual de la catequesis, razones de
método o de pedagogía aconsejen organizar la comunicación de las riquezas del contenido
de la catequesis de un modo más bien que de otro. Por lo demás, la integridad no
dispensa del equilibrio ni del carácter orgánico y jerarquizado, gracias a los cuales se
dará a las verdades que se enseñan, a las normas que se transmiten y a los caminos de la
vida cristiana que se indican, la importancia respectiva que les corresponden.
También puede suceder
que determinado lenguaje se demuestre preferible para transmitir este contenido a
determinada persona o grupo de personas. La elección sería válida en la medida en que
no dependa de teorías o prejuicios más o menos subjetivos y marcados por una cierta
ideología, sino que esté inspirada por el humilde afán de ajustarse mejor a un
contenido que debe permanecer intacto. El método y el lenguaje utilizados deben seguir
siendo verdaderamente instrumentos para comunicar la totalidad y no una parte de las
"palabras de vida eterna" o del "camino de la vida".
Dimensión ecuménica
de la catequesis
32. El gran movimiento,
inspirado ciertamente por el Espíritu de Jesús, que, desde hace un cierto número de
años, lleva a la Iglesia católica a buscar con otras Iglesias o confesiones cristianas
el restablecimiento de la perfecta unidad querida por el Señor, me induce a hablar del
carácter ecuménico de la catequesis. Este movimiento cobró todo su relieve en el
Concilio Vaticano II, y a partir del Concilio ha conocido en la Iglesia una importancia
concretada en una serie impresionante de hechos y de iniciativas conocidas por todos.
La catequesis no puede
permanecer ajena a esta dimensión ecuménica cuando todos los fieles, según su propia
capacidad y su situación en la Iglesia, son llamados a tomar parte en el movimiento hacia
la unidad.
La catequesis tendrá
una dimensión ecuménica si, sin renunciar a enseñar que la plenitud de las verdades
reveladas y de los medios de salvación instituidos por Cristo se halla en la Iglesia
católica, lo hace, sin embargo, respetando sinceramente, de palabra y de obra, a las
comunidades eclesiales que no están en perfecta comunión con esta misma Iglesia.
En este contexto es muy
importante hacer una presentación correcta y leal de las demás Iglesias y comunidades
eclesiales de las que el Espíritu de Cristo no rehusa servirse como medio de salvación;
por otra parte, "los elementos o bienes que conjuntamente edifican y dan vida a la
propia Iglesia pueden encontrarse algunos, más aún, muchísimos y muy valiosos, fuera
del recinto visible de la Iglesia católica por un lado a profundizar su propia fe y por
otro a conocer mejor y estimar a los demás hermanos cristianos, facilitando así la
búsqueda común del camino hacia la plena unidad en toda la verdad. Ella debería además
ayudar a los no católicos a conocer mejor y apreciar a la Iglesia católica y su
convicción de ser el "auxilio general de salvación".
La catequesis tendrá
una dimensión ecuménica si, además, suscita y alimenta un verdadero deseo de unidad;
más todavía, si inspira esfuerzos sinceros -incluido el esfuerzo por purificarse en la
humildad y el fervor del Espíritu con el fin de despejar los caminos- no con miras aun
irenismo fácil, hecho de omisiones y de concesiones en el plano doctrinal, sino con miras
a la unidad perfecta, cuando el Señor quiera y por las vías que El quiera.
Finalmente, la
catequesis será ecuménica si se esfuerza por preparar a los niños y a los jóvenes,
así como a los adultos católicos, a vivir en contacto con los no católicos, viviendo su
identidad católica dentro del respeto a la fe de los otros.
Colaboración
ecuménica en el ámbito de la catequesis
33. En situaciones de
pluralismo religioso, los obispos pueden juzgar oportunas, o aun necesarias, ciertas
experiencias de colaboración en el campo de la catequesis entre católicos y otros
cristianos, como complemento de la catequesis habitual que, de todos modos, los católicos
deben recibir. Tales experiencias encuentran su fundamento teológico en los elementos
comunes a todos los cristianos. Pero la comunión de fe entre los católicos y los demás
cristianos no es completa ni perfecta; más aún, existen en determinados casos profundas
divergencias.
En consecuencia, esta
colaboración ecuménica es por su naturaleza limitada: no debe significar jamás una
"reducción" al mínimo común. Además, la catequesis no consiste únicamente
en enseñar la doctrina, sino en iniciar a toda la vida cristiana, haciendo participar
plenamente en los sacramentos de la Iglesia. De ahí la necesidad, donde se da una
experiencia de colaboración ecuménica en el terreno de la catequesis, de vigilar para
que la formación de los católicos esté bien asegurada en la Iglesia católica en lo
concerniente a la doctrina y a la vida cristiana.
Durante el Sínodo,
cierto número de obispos señaló casos -cada vez más frecuentes, decían- en los que
las autoridades civiles u otras circunstancias imponen, en las escuelas de algunos
países, una enseñanza de la religión cristiana - con sus manuales, horas de clase,
etcétera- común a católicos y no católicos. Sería superfluo decir que no se trata de
una verdadera catequesis. Esta enseñanza tiene además una importancia ecuménica cuando
se presenta con lealtad la doctrina cristiana. En los casos en que las circunstancias
impusieran esta enseñanza, es importante que sea asegurada de otra manera, con el mayor
esmero, una catequesis específicamente católica.
Problemas de manuales
comunes a diversas religiones
34. Hay que añadir
aquí otra observación que se sitúa en la misma dirección, aunque bajo óptica
distinta. Sucede a veces que las escuelas estatales ponen libros a disposición de los
alumnos, en los que las religiones, incluida la católica, son presentadas a título
cultural histórico, moral y literario. Una presentación objetiva de los hechos
históricos, de las diferentes religiones y confesiones cristianas puede contribuir a una
mejor comprensión recíproca.
En tal caso se hará
todo lo posible para que la presentación sea verdaderamente objetiva, al resguardo de
sistemas ideológicos y políticos o de pretendidos prejuicios científicos que
deformarían su verdadero sentido. De todos modos, estos manuales no deben considerarse
como obras catequéticas: les falta para ello el testimonio de creyentes que exponen la fe
a otros creyentes, y una comprensión de los misterios cristianos y de lo específicamente
católico, todo ello sacado de lo profundo de la fe.
V
TODOS TIENEN NECESIDAD DE LA
CATEQUESIS
La importancia de los
niños y de los jóvenes
35. El tema señalado
por mi predecesor Pablo VI para la IV Asamblea general del Sínodo de los Obispos versaba
sobre "la catequesis en nuestro tiempo con especial atención a los niños y a los
jóvenes". El ascenso de los jóvenes constituye, sin duda, el hecho más rico de la
esperanza y, al mismo tiempo, de inquietud para una buena parte del mundo actual. En
algunos países, sobre todo los del Tercer Mundo, más de la mitad de la población está
por debajo de los veinticinco o treinta años.
Ellos significa que
millones y millones de niños y de jóvenes se preparan para su futuro de adultos. Y no es
sólo el factor numérico: acontecimientos recientes, y la misma crónica diaria, nos
dicen que esta multitud innumerable de jóvenes, aunque esté dominada aquí y allí por
la incertidumbre y el miedo, o seducida por la evasión en la droga y la indiferencia,
incluso tentada por el nihilismo y la violencia, constituye, sin embargo, en su mayor
parte la gran fuerza que, entre muchos riesgos se propone construir la civilización del
futuro.
Hora bien, en nuestra
solicitud pastoral nos preguntamos: ¿Cómo revelar a esa multitud de niños y jóvenes a
Jesucristo, Dios hecho hombre? ¿Cómo revelarlo no simplemente en el deslumbramiento de
un primer encuentro fugaz, sino a través del conocimiento cada día más hondo y más
luminoso de su persona, de su mensaje, del Plan de Dios que El quiso revelar, del
llamamiento que dirige a cada uno, del Reino que quiere inaugurar en este mundo con el
"pequeño rebaño" de quienes creen en él, y que no estará completo más que
en la eternidad? ¿Cómo dar a conocer el sentido, el alcance, las exigencias
fundamentales, la ley del amor, las promesas, las esperanzas de ese Reino?
Habría que hacer
muchas observaciones sobre las características propias que adopta la catequesis en las
diferentes etapas de la vida.
Párvulos
36 . Un momento con
frecuencia destacado en aquel en que el niño pequeño recibe de sus padres y del ambiente
familiar los primeros rudimentos de la catequesis, que acaso no serán sino una sencilla
revelación del Padre celeste, bueno y providente, al cual aprende a dirigir su corazón.
Las brevísimas oraciones que el niño aprenderá a balbucir serán el principio de un
diálogo cariñoso con ese Dios oculto, cuya Palabra comenzará a escuchar después. Ante
los padres cristianos nunca insistiríamos demasiado en esta iniciación precoz, mediante
la cual son integradas las facultades del niño en una relación vital con Dios: obra
capital que exige amor y profundo respeto al niño, el cual tiene derecho a una
presentación sencilla y verdadera de la fe cristiana.
Niños
37. Pronto llegará, en
la escuela y en la Iglesia, en la parroquia o en la asistencia espiritual recibida en el
colegio católico o en el instituto estatal, a la vez que la apertura en un círculo
social más amplio, el momento de una catequesis destinada a introducir al niño de manera
orgánica en la vida de la Iglesia, incluida también una preparación inmediata a la
celebración de los sacramentos: catequesis didáctica, pero encaminada a dar testimonio
de la fe: catequesis inicial, mas no fragmentaria, puesto que deberá revelar, si bien de
manera elemental, todos los principales misterios de la fe y su repercusión en la vida
moral y religiosa del niño; catequesis que da sentido a los sacramentos, pero a la vez
recibe de los sacramentos vividos una dimensión vital que le impide quedarse en meramente
doctrinal, y comunica al niño la alegría de ser testimonio de Cristo en su ambiente de
vida.
Adolescentes
38. Luego vienen la
pubertad y la adolescencia, con las grandezas y los riesgos que presenta esa edad. Es el
momento del descubrimiento de sí mismo y del propio mundo interior; el momento de los
proyectos generosos, momento en que brota el sentimiento del amor, así como los impulsos
biológicos de la sexualidad, del deseo de estar juntos; momento de una alegría
particularmente intensa, relacionada con el embriagador descubrimiento de la vida.
Pero también es a
menudo la edad de los interrogantes más profundos, de búsquedas angustiosas, incluso
frustrantes, de desconfianza de los demás y de peligrosos repliegues sobre sí mismo; a
veces también la edad de los primeros fracasos y de las primeras amarguras. La catequesis
no puede ignorar esos aspectos fácilmente cambiantes de un período tan delicado de la
vida. Podrá ser decisiva una catequesis capaz de conducir al adolescente a una revisión
de su propia vida y al diálogo, una catequesis que no ignore sus grandes temas -la
donación de sí mismo, la fe, el amor y su mediación que es la sexualidad-.
La revelación de
Jesucristo, como amigo, como guía y como modelo, admirable y, sin embargo, imitable; la
revelación de su mensaje que da respuesta a las cuestiones fundamentales; la revelación
del Plan de amor de Cristo Salvador como encarnación del único amor verdadero y de la
única posibilidad de unir a los hombres, todo eso podrá constituir la base de una
auténtica educación en la fe.
Y, sobre todo, los
misterios de la pasión y de la muerte de Jesús, a los que San Pablo atribuye el mérito
de su gloriosa resurrección, podrán decir muchas cosas a la conciencia y al corazón del
adolescente y arrojar luz sobre sus primeros sufrimientos y los del mundo que va
descubriendo.
Jóvenes
39. Con la edad de la
juventud llega la hora de las primeras decisiones. Ayudado tal vez por los miembros de su
familia y por los amigos, mas a pesar de todo solo consigo mismo y con su conciencia
moral, el joven, cada vez más a menudo y de modo más determinante, deberá asumir su
destino. Bien y mal, gracia y pecado, vida y muerte, se enfrentarán cada vez más en su
interior como categorías morales, pero también y, sobre todo, como opciones
fundamentales que habrá de efectuar o rehusar con lucidez y sentido de responsabilidad.
Es evidente que una
catequesis que denuncie el egoísmo en nombre de la generosidad, que exponga sin
simplismos ni esquematismos ilusorios el sentido cristiano del trabajo, del bien común,
de la justicia y de la caridad, una catequesis sobre la paz entre las naciones, sobre la
promoción de la dignidad humana, del desarrollo, de la liberación tal como las presentan
documentos recientes de la Iglesia, completará felizmente en los espíritus de los
jóvenes una buena catequesis de las realidades propiamente religiosas, que nunca ha de
ser desatendida.
La catequesis cobra
entonces una importancia considerable, porque es el momento en que el Evangelio podrá ser
presentado, entendido y aceptado como capaz de dar sentido a la vida y, por consiguiente,
de inspirar actitudes de otro modo inexplicables: renuncia, desprendimiento, mansedumbre,
justicia, compromiso, reconciliación, sentido de lo Absoluto y de lo invisible, etc.,
rasgos todos ellos que permitirán identificar entre sus compañeros a este joven como
discípulo de Jesucristo.
La catequesis prepara
así para los grandes compromisos cristianos de la vida adulta. En lo que se refiere, por
ejemplo a las vocaciones par ala vida sacerdotal y religiosa, es cosa cierta que muchas de
ellas han nacido en el curso de una catequesis bien llevada a lo largo de la infancia y de
la adolescencia.
Desde la infancia hasta
el umbral de la madurez, la catequesis se convierte, pues, en una escuela permanente de la
fe y sigue de este modo as grandes etapas de la vida como faro que ilumina la ruta del
niño, del adolescente y del joven.
Adaptación de la
catequesis a los jóvenes
40 . Es consolador
comprobar que, durante la IV Asamblea general del Sínodo y a lo largo de estos años que
lo han seguido, la Iglesia ha compartido ampliamente esta preocupación: ¿Cómo impartir
la catequesis a los niños y a los jóvenes? ¡Quiera Dios que la atención así
despertada perdure mucho tiempo en la conciencia de la Iglesia! En ese sentido, el Sínodo
ha sido precioso para la Iglesia entera, al esforzarse por delinear con la mayor
precisión posible el rostro complejo de la juventud actual; al mostrar que esta juventud
emplea un lenguaje al que es preciso saber traducir, con paciencia y buen sentido, sin
traicionarlo, el mensaje de Jesucristo; al demostrar que, a despecho de las apariencias,
esta juventud tiene, aunque sea confusamente, no sólo la disponibilidad y la apertura,
sino también verdadero deseo de conocer a "Jesús, llamado Cristo".
Al revelar, finalmente,
que la obra de la catequesis, si se quiere llevar a cabo con rigor y seriedad, es hoy día
más ardua y fatigosa que nunca a causa de los obstáculos y dificultades de toda índole
con que tipo, pero también es más reconfortante que nunca a causa de la hondura de las
respuestas que recibe por parte de los niños y de los jóvenes. Ahí hay un tesoro con el
que la Iglesia puede y debe contar en los años venideros.
Algunas categorías de
jóvenes destinatarios de la catequesis, dada su situación peculiar, postulan también
una atención especial.
Minusválidos
41. Se trata, ante
todo, de los niños y de los jóvenes física o mentalmente minusválidos. Estos tienen
derecho a conocer como los demás coetáneos el "Misterio de la fe". Al ser
mayores las dificultades que encuentran, son más meritorios los esfuerzos de ellos y de
sus educadores. Es motivo de alegría comprobar que organizaciones católicas
especialmente consagradas a los jóvenes minusválidos tuvieron a bien aportar al Sínodo
su experiencia en la materia, y sacaron del Sínodo el deseo renovado de afrontar mejor
este importante problema. Merecen ser vivamente alentadas en esta tarea.
Jóvenes sin apoyo
religioso
42. Mi pensamiento se
dirige después a los niños y a los jóvenes, cada vez más numerosos, nacidos y educados
en un hogar no cristiano, o al menos no practicante, pero deseosos de conocer la fe
cristiana. Se les deberá asegurar una catequesis adecuada para que puedan creer en la fe
y vivirla progresivamente, a pesar de la oposición que encuentren en su familia y en su
ambiente.
Adultos
43. Continuando la
serie de destinatarios de la catequesis, no puedo menos de poner de relieve ahora una de
las preocupaciones más constantes de los Padres del Sínodo, impuesta con vigor y con
urgencia por las experiencias que se están dando en el mundo entero: se trata del
problema central de la catequesis de los adultos. Esta es la forma principal de la
catequesis porque está dirigida a las personas que tienen las mayores responsabilidades y
la capacidad de vivir el mensaje cristiano bajo su forma plenamente desarrollada.
La comunidad cristiana
no podría hacer una catequesis permanente sin la participación directa y experimentada
de los adultos, bien sean ellos destinatarios o promotores de la actividad catequética.
El mundo en que los jóvenes están llamados a vivir y dar testimonio de la fe que la
catequesis quiere ahondar y afianzar, está gobernado por los adultos: la fe de éstos
debería igualmente ser iluminada, estimulada o renovada sin cesar con el fin de penetrar
las realidades temporales de las que ellos son responsables. Así, pues, para que sea
eficaz, la catequesis ha de ser permanente y sería ciertamente vana si se detuviera
precisamente en el umbral de la edad madura, puesto que, si bien ciertamente de otra
forma, se revela no menos necesaria para los adultos.
Cuasi catecúmenos
44. Entre estos adultos
que tienen necesidad de la catequesis, nuestra preocupación pastoral y misionera se
dirige a los que, nacidos y educados en regiones todavía no cristianizadas, no han podido
profundizar la doctrina cristiana que un día las circunstancias de la vida les hicieron
encontrar; a los que en su infancia recibieron una catequesis proporcionada a esa edad,
pero que luego se alejaron de toda práctica religiosa y se encuentran en la edad madura
con conocimientos religiosos más bien infantiles; a los que se resienten de una
catequesis sin duda precoz, pero mal orientada o mal asimilada; a los que, aun habiendo
nacido en países cristianos, incluso dentro de un cuadro sociológicamente cristiano,
nunca fueron educador en su fe y, en cuanto adultos, son verdaderos catecúmenos.
Catequesis
diversificadas y complementarias
45. Así, pues, los
adultos de cualquier edad, incluidas las personas de edad avanzada -que merecen atención
especial dada su experiencia y sus problemas- son destinatarios de la catequesis igual que
los niños, los adolescentes y los jóvenes. Habría que hablar también de los
emigrantes, de las personas marginadas por la evolución moderna, de las que viven en las
barriadas de las grandes metrópolis, a menudo desprovistas de iglesias, de locales y de
estructuras adecuadas.
Por todos ellos quiero
formular votos a fin de que se multipliquen las iniciativas encaminadas a su formación
cristiana con los instrumentos apropiados (medios audiovisuales, publicaciones, mesas
redondas, conferencias), de suerte que muchos adultos puedan suplir las insuficiencias o
deficiencias de la catequesis, o completar armoniosamente, a un nivel más elevado, la que
recibieron en la infancia, o incluso enriquecerse en este campo hasta el punto de poder
ayudar más seriamente a los demás.
Con todo, es importante
que la catequesis de los niños y de los jóvenes, la catequesis permanente y la
catequesis de adultos no sean compartimientos estancos e incomunicados. Más importante
aún es que no haya ruptura entre ellas. Al contrario, es menester propiciar su perfecta
complementariedad: los adultos tienen mucho que dar a los jóvenes y a los niños en
materia de catequesis, pero también pueden recibir mucho de ellos para el crecimiento de
su vida cristiana.
Hay que repetirlo, en
la Iglesia de Jesucristo nadie debería sentirse dispensado de recibir la catequesis;
pensamos incluso en los jóvenes seminaristas y religiosos, y en todos los que están
destinados a la tarea de pastores y catequistas, los cuales desempeñarán mucho mejor ese
ministerio si saben formarse humildemente en la escuela de la Iglesia, la gran catequista
y a la vez la gran catequizada.
VI
MÉTODOS Y MEDIOS DE LA
CATEQUESIS
Medios de comunicación
social
46. Desde la enseñanza
oral de los Apóstoles a las cartas que circulaban entre las Iglesias y hasta los medios
más modernos, la catequesis no ha cesado de buscar los métodos y los medios más
apropiados a su misión, con la participación activa de las comunidades, bajo impulso de
los Pastores. Este esfuerzo debe continuar.
Me vienen
espontáneamente al pensamiento las grandes posibilidades que ofrecen los medios de
comunicación social y los medios de comunicación de grupos: televisión, radio, prensa,
discos, cintas grabadas, todo lo audiovisual. Los esfuerzos realizados en estos campos son
de tal alcance que pueden alimentar las más grandes esperanzas.
La experiencia
demuestra, pro ejemplo, la resonancia de una enseñanza radiofónica o televisiva, cuando
sabe unir una apreciable expresión estética con una rigurosa fidelidad al Magisterio. La
Iglesia tiene hoy muchas ocasiones de tratar problemas -incluidas las jornadas de los
medios de comunicación social-, sin que sea necesario extenderse aquí sobre ello, no
obstante su capital importancia.
Múltiples lugares,
momentos o reuniones por valorizar
47. Pienso asimismo en
diversos momentos de gran importancia en que la catequesis encuentra cabalmente su puesto:
por ejemplo, las peregrinaciones diocesanas, regionales o nacionales, que son más
provechosas si están centradas en un tema escogido con acierto a partir de la vida de
Cristo, de la Virgen y de los Santos; las misiones tradicionales, tantas veces abandonadas
con excesiva prisa y que son insustituibles para una renovación periódica y vigorosa de
la vida cristiana -hay que reanudarlas y remozarlas-; los círculos bíblicos , que deben
ir más allá de la exégesis para hacer vivir la Palabra de Dios; las reuniones de las
comunidades eclesiales de base, en la medida en que se atengan a los criterios expuestos
en la Exhortación Apostólica "Evangelii nuntiandi".
Quiero recordar
también los grupos de jóvenes que en ciertas regiones, con denominaciones y fisonomías
distintas -más con el mismo fin de dar a conocer a Jesucristo y de vivir el Evangelio-,
se multiplican y florecen como en una primavera muy reconfortante para la Iglesia grupos
de acción católica, grupos caritativos, grupos de oración, grupos de reflexión
cristiana, etc.
Estos grupos suscitan
grandes esperanzas para la Iglesia del mañana. Pero en el nombre de Jesús conjuro a los
jóvenes que los forman, a sus responsables y a los sacerdotes que les consagran lo mejor
de su ministerio: no permitáis por nada del mundo que en estos grupos, ocasiones
privilegiadas de encuentro, ricos en tantos valores de amistad y solidaridad juveniles, de
alegría y de entusiasmo, de reflexión sobre los hechos y las cosas, falte un verdadero
estudio de la doctrina cristiana.
En ese caso se
expondrían -y el peligro, por desgracia, se ha verificado sobradamente- a decepcionar a
sus miembros y a la Iglesia misma.
El esfuerzo
catequético, posible en estos lugares y en otros muchos, tiene tantas más probabilidades
de ser acogido y de dar sus frutos, cuanto más se respete su naturaleza propia. Con una
inserción apropiada, conseguirá esa diversidad y complementariedad de contactos que le
permite desarrollar toda la riqueza de su concepto, mediante la triple dimensión de
palabra, de memoria y de testimonio -la doctrina, de celebración y de compromiso en la
vida- que el mensaje del Sínodo al Pueblo de Dios ha puesto en evidencia.
Homilía
48. Esta observación
vale más aún para la catequesis que se hace dentro del cuadro litúrgico y concretamente
en la Asamblea litúrgica: respetando lo específico y el ritmo propio de este cuadro, la
homilía vuelve a recorrer el itinerario de fe propuesto por la catequesis y lo conduce a
su perfeccionamiento natural; al mismo tiempo impulsa a los discípulos del Señor a
emprender cada día su itinerario espiritual en la verdad, la oración y la acción de
gracias.
En este sentido se
puede decir que la pedagogía catequética encuentra, a su vez, su fuente y su plenitud en
la eucaristía dentro del horizonte completo del año litúrgico. La predicación centrada
en los textos bíblicos debe facilitar entonces, a su manera, el que los fieles se
familiaricen con el conjunto de los misterios de la fe y de las normas de la vida
cristiana.
Hay que prestar una
gran atención a la homilía; ni demasiado larga, ni demasiado breve, siempre
cuidadosamente preparada, sustanciosa y adecuada, y reservada a los ministros autorizados.
Esta homilía debe tener su puesto en toda eucaristía dominical o festiva, y también en
la celebración de los bautizados, de las liturgias penitenciales, de los matrimonios, de
los funerales. Es éste uno de los beneficios de la renovada liturgia.
Publicaciones
catequéticas
49. En medio de este
conjunto de vías y de medios -toda actividad de la Iglesia tiene una dimensión
catequética- las obras de catecismo, lejos de perder su importancia esencial, adquieren
nuevo relieve. Uno de los aspectos más interesantes del florecimiento actual de la
catequesis consiste en la renovación y multiplicación de los libros catequéticos que en
la Iglesia se ha verificado un poco por doquier. Han visto la luz obras numerosas y muy
logradas, y constituyen una verdadera riqueza al servicio de la enseñanza catequética.
Pero hay que reconocer
igualmente, con honradez y humildad, que esta floración y esta riqueza han llevado
consigo ensayos y publicaciones equívocas y perjudiciales para los jóvenes y para la
vida de la Iglesia. Bastante a menudo, aquí y allá, con el afín de encontrar el
lenguaje más apto o de estar al día en lo que atañe a los métodos pedagógicos,
ciertas obras catequéticas desorientan a los jóvenes y aun a los adultos, ya por la
omisión, consciente o inconsciente, de elementos esenciales a la fe de la Iglesia, ya por
la excesiva importancia dada a determinados temas con detrimento de los demás, ya sobre
todo por una visión global harto horizontalista, no conforme con la enseñanza del
Magisterio de la Iglesia.
No basta, por tanto,
que se multipliquen las obras catequéticas. Para que respondan a su finalidad, son
indispensables algunas condiciones:
- que conecten con la
vida concreta de la generación a la que se dirigen, teniendo bien presentes sus
inquietudes y sus interrogantes, sus luchas y sus esperanzas;
- que se esfuercen por
encontrar el lenguaje que entiende esa generación;
- que se propongan
decir todo el mensaje de Cristo y de su Iglesia, sin pasar por alto ni deformar nada,
exponiéndolo todo según un eje y una estructura que hagan resaltar lo esencial;
- que tiendan realmente
a producir en sus usuarios un conocimiento mayor de los misterios de Cristo en orden a una
verdadera conversión y a una vida más conforme con el querer de Dios.
Catecismos
50. Todos los que
asumen la pesada tarea de preparar estos instrumentos catequéticos, y con mayor razón el
texto de los catecismos, no pueden hacerlo sin la aprobación de los Pastores que tienen
autoridad para darla, ni sin inspirarse lo más posible en el Directorio general de
Catequesis que sigue siendo norma de referencia.
A este respecto, no
puedo menos de animar fervientemente a las Conferencias episcopales del mundo entero: que
emprendan, con paciencia, pero también con firme resolución, el imponente trabajo a
realizar de acuerdo con la Sede Apostólica, para lograr catecismos fieles a los
contenidos esenciales de la Revelación y puestos al día en lo que se refiere al método,
capaces de educar en una fe robusta a las generaciones cristianas de los tiempos nuevos.
Esta breve mención a
los medios y a las vías de la catequesis contemporánea no agota la riqueza de las
proposiciones elaboradas por los Padres del Sínodo. Es reconfortante pensar que en cada
país se realiza actualmente una preciosa colaboración para una renovación más
orgánica y más segura de estos aspectos de la catequesis. ¿Cómo es posible dudar de
que la Iglesia pueda encontrar personas competentes y medios adaptados para responder, con
la gracia de Dios, a las exigencias complejas de la comunicación con los hombres de
nuestro tiempo?
VII
COMO DAR LA CATEQUESIS
Diversidad de métodos
51. La edad y el
desarrollo intelectual de los cristianos su grado de madurez eclesial y espiritual y
muchas otras circunstancias personales postulan que la catequesis adopte métodos muy
diversos para alcanzar su finalidad específica: la educación en la fe. Esta variedad es
requerida también, en un plano general, por el medio socio-cultural en que la Iglesia
lleva a cabo su obra catequética.
La variedad en los
métodos es un signo de vid ay una riqueza. Así lo han considerado los Padres de la IV
Asamblea general del Sínodo, llamando la atención sobre las condiciones indispensables
para que sea útil y no perjudique a la unidad de la enseñanza de la única fe.
Al servicio de la
Revelación y de la conversión
52. La primera
cuestión de orden general que se presenta concierne el riesgo y la tentación de mezclar
indebidamente la enseñanza catequética con perspectivas ideológicas, abierta o
larvadamente, sobre todo de índole político-social, o con opciones políticas
personales. Cuando estas perspectivas predominan sobre el mensaje central que se ha de
transmitir, hasta oscurecerlo y relegarlo a un plano secundario, incluso queda desvirtuada
en sus raíces.
El Sínodo ha insistido
con razón en la necesidad de que la catequesis se mantenga por encima de las tendencias
unilaterales divergentes -de evitar las "dicotomías"- aun en el campo de las
interpretaciones teológicas dadas a tales cuestiones. La pauta que ha de procurar seguir
es la Revelación, tal como la transmite el Magisterio universal de la Iglesia en su forma
solemne u ordinaria.
Esta Revelación es la
de un Dios creador y redentor, cuyo Hijo, habiendo venido entre los hombres hecho carne,
no sólo entra en la historia personal de cada hombre, sino también en la historia
humana, conviertiéndose en su centro. Esta es, por tanto, la Revelación de un cambio
radical del hombre y del universo, de todo lo que forma el tejido de la existencia humana,
bajo la influencia de la Buena Nueva de Jesucristo. Una catequesis así entendida supera
todo moralismo formalista, aun cuando incluya una verdadera moral cristiana. Supera
principalmente todo mesianismo temporal, socio o político. Apunta a alcanzar el fondo del
hombre.
Encarnación del
mensaje en las culturas
53. Abordo ahora una
segunda cuestión. Como decía recientemente a os miembros de la Comisión bíblica
"el término "aculturación" o "inculturación", además de ser
un hermoso neologismo, expresa muy bien uno de los componentes del gran misterio de la
Encarnación". De la catequesis como de la evangelización en general, podemos decir
que está llamada a llevar la fuerza del evangelio al corazón de la cultura y de las
culturas.
Para ello, la
catequesis procurará conocer estas culturas y sus componentes esenciales; aprenderá sus
expresiones más significativas, respetará sus valores y riquezas propias. Sólo así se
podrá proponer a tales culturas el conocimiento del misterio oculto y ayudarles a hacer
surgir de su propia tradición viva expresiones originales de vida, de celebración y de
pensamiento cristianos. Se recordará a menudo dos cosas:
- por una parte, el
Mensaje evangélico no se puede pura y simplemente aislarlo de la cultura en la que está
inserto desde el principio (el mundo bíblico, y más concretamente el medio cultural en
el que vivió Jesús de Nazaret); ni tampoco, sin graves pérdidas, podrá ser aislado de
las culturas en las que ya se ha expresado a lo largo de los siglos; dicho Mensaje no
surge de manera espontánea en ningún "humus" cultural; se transmite siempre a
través de un diálogo apostólico que está inevitablemente inserto en un cierto diálogo
de culturas;
- por otra parte, la
fuerza del Evangelio es en todas partes transformadora y regeneradora. Cuando penetra una
cultura, ¿quién puede sorprenderse de que cambien en ella no pocos elementos? No habría
catequesis si fuere el Evangelio el que hubiera de cambiar en contacto con las culturas.
En ese caso ocurría
sencillamente lo que San Pablo llama, con una expresión muy fuerte, "reducir a nada
la cruz de Cristo".
Otra cosa sería tomar
como punto de arranque, con prudencia y discernimiento, elementos -religiosos o de otra
índole- que forman parte del patrimonio cultural de un grupo humano para ayudar a las
personas a entender mejor la integridad del misterio cristiano. Los catequistas
auténticos saben que la catequesis " se encarna" en las diferentes culturas y
ambientes: baste pensar en la diversidad tan grande de los pueblos, en los jóvenes de
nuestro tiempo, en las circunstancias variadísimas en que hoy día se encuentran las
gentes; pero no aceptan que la catequesis se empobrezca por abdicación o reducción de su
mensaje, por adaptaciones, aun de lenguaje, que comprometan el "buen depósito"
de la fe, o por concesiones en materia de fe o de moral; están convencidos de que la
verdadera catequesis acaba por enriquecer a esas culturas, ayudándolas a superar los
puntos deficientes o incluso inhumanos que hay en ellas y comunicando a sus valores
legítimos la plenitud de Cristo.
Aportaciones de las
devociones populares
54. Otra cuestión de
método concierne a la valorización, mediante la enseñanza catequética, de los
elementos válidos de la piedad popular. Pienso en las devociones que en ciertas regiones
practica el pueblo fiel con un fervor y una rectitud de intención conmovedores, aun
cuando en muchos aspectos haya que purificar, o incluso rectificar, la fe en que se
apoyan. Pienso en ciertas oraciones fáciles de entender y que tantas gentes sencillas
gustan de repetir.
Pienso en ciertos actos
de piedad practicados con deseo sincero de hacer penitencia o de agradar al Señor. En la
mayor parte de esas oraciones o de esas prácticas, junto a elementos que se han de
eliminar, hay otros que, bien utilizados, podrían servir muy bien para avanzar en el
conocimiento del misterio de Cristo o de su mensaje: el amor y la misericordia de Dios, la
Encarnación de Cristo, su cruz redentora y su resurrección, la acción del Espíritu en
cada cristiano y en la Iglesia, el misterio del más allá, la práctica de las virtudes
evangélicas, la presencia del cristiano en el mundo, etc. ¿Y por qué motivo íbamos a
tener que utilizar elementos no cristianos -incluso anticristianos- rehusando apoyarnos en
elementos que, aun necesitando revisión y rectificación, tienen algo cristiano en su
raíz?
Memorización
55. La última
cuestión metodológica que conviene al menos subrayar -más de una vez se hizo alusión a
ella en el Sínodo- es la memorización. Los comienzos de la catequesis cristiana, que
coincidieron con una civilización eminentemente oral, recurrieron muy ampliamente a la
memorización. Y la catequesis ha conocido una larga tradición de aprendizaje por la
memoria de las principales verdades. Todos sabemos que este método puede presentar
ciertos inconvenientes: no es el menor el de presentarse a una asimilación insuficiente,
a veces casi nula, reduciéndose todo el saber a fórmulas que se repiten sin haber calado
en ellas.
Estos inconvenientes,
unidos a las características diversas de nuestra civilización, han llevado aquí y allí
a la supresión casi total -definitiva, por desgracia, según algunos- de la memorización
en la catequesis. Y, sin embargo, con ocasión de la IV Asamblea general del Sínodo, se
han hecho oír voces muy autorizadas para reequilibrar con buen criterio la parte de la
reflexión y de la espontaneidad, del diálogo y del silencio, de los trabajos escritos y
de la memoria. Por otra parte, determinadas culturas tienen en gran aprecio la
memorización.
¿Por qué mientras en
la enseñanza profana de ciertos países se elevan críticas cada vez más numerosas
contra las lamentables consecuencias que se siguen del menosprecio de esa facultad humana
que es la memoria, por qué no tratar de revalorizarla en la catequesis de manera
inteligente y aun original, tanto más cuanto la celebración o "memoria" de los
grandes acontecimientos de la historia de la salvación exige que se tenga un conocimiento
preciso?
Una cierta
memorización de las palabras de Jesús, de pasajes bíblicos importantes, de los diez
mandamientos, de fórmulas de profesión de fe, de textos litúrgicos, de algunas
oraciones esenciales, de nociones-clave de la doctrina..., lejos de ser contraria a la
dignidad de los jóvenes cristianos, o de constituir un obstáculo para el diálogo
personal con el Señor, es una verdadera necesidad como lo han recordado con vigor los
Padres sinodales.
Hay que ser realistas.
Estas flores, por así decir, de la fe y de la piedad no brotan en los espacios
desérticos de una catequesis sin memoria. Lo esencial es que esos textos memorizados sean
interiorizados y entendidos progresivamente en su profundidad, para que sean fuente de
vida cristiana personal y comunitaria.
La pluralidad de
métodos en la catequesis contemporánea puede ser signo de vitalidad y de ingeniosidad.
En todo caso, conviene que el método escogido se refiera en fin de cuentas a una ley
fundamental para toda la vida de la Iglesia: la fidelidad a Dios y la fidelidad al hombre,
en una misma actitud de amor.
VIII
LA ALEGRÍA DE LA FE EN
UN MUNDO DIFÍCIL
Afirmar la identidad
cristiana...
56. Vivimos en un mundo
difícil donde la angustia de ver que las mejores realizaciones del hombre se le escapan y
se vuelven contra él, crea un clima de incertidumbre. Es en este mundo donde la
catequesis debe ayudar a los cristianos a ser, para su gozo y para el servicio de todos,
"luz" y "sal". Ello exige que la catequesis les dé firmeza en su
propia identidad y que se sobreponga sin cesar a las vacilaciones, incertidumbres y
desazones del ambiente. Entre otras muchas dificultades, que son otros tantos desafíos
para la fe, pongo de relieve algunas para ayudar a la catequesis a superarlas.
... en un mundo
indiferente...
57. Se habla mucho,
hace algunos años, de un mundo secularizado, de una era postcristiana. la moda pasa...
Pero permanece una realidad profunda. Los cristianos de hoy deben ser formados para vivir
en un mundo que ampliamente ignora a Dios o que, en materia religiosa, en lugar de un
diálogo exigente y fraterno, estimulante para todos, cae muy a menudo en un
indiferentismo nivelador, cuando no se queda en una actitud menospreciativa de
"suspicacia" en nombre de sus progresos en materia de "explicaciones"
científicas.
Para "entrar"
en este mundo, para ofrecer a todos un "diálogo de salvación" donde cada uno
se siente respetado en su dignidad fundamental, la de buscador de Dios, tenemos necesidad
de una catequesis que enseñe a los jóvenes y a los adultos de nuestras comunidades a
permanecer lúcidos y coherentes en su fe, a afirmar serenamente su identidad cristiana y
católica, a "ver lo invisible" y a adherirse de tal manera al absoluto de Dios
que puedan dar testimonio de El en una civilización materialista que lo niega.
... con la pedagogía
original de la fe
58. La originalidad
irreductible de la identidad cristiana tiene como corolario y condición una pedagogía no
menos original de la fe. Entre las numerosas y prestigiosas ciencias del hombre que han
progresado enormemente en nuestros días, la pedagogía es ciertamente una de las más
importantes. Las conquistas de las otras ciencias -biología, psicología, sociología- le
ofrecen aportaciones preciosas. La ciencia de la educación y el arte de enseñar son
objeto de continuos replanteamientos con miras a una mejor adaptación o a una mayor
eficacia, con resultados por lo demás desiguales.
Pues bien, también hay
una pedagogía de la fe y nunca se ponderará bastante lo que ésta pude hacer en favor de
la catequesis. En efecto, es cosa normal adaptar, en beneficio de la educación de la fe,
las técnicas perfeccionadas y comprobadas de la educación en general. Sin embargo, es
importante tener en cuenta en todo momento la originalidad fundamental de la fe.
Cuando se habla de
pedagogía de la fe, no se trata de transmitir un saber humano, aun el más elevado; se
trata de comunicar en su integridad de Revelación de Dios. Ahora bien, Dios mismo, a lo
largo de toda la historia sagrada y principalmente en el Evangelio, se sirvió de una
pedagogía que debe seguir siendo el modelo de la pedagogía de la fe. En catequesis, una
técnica tiene valor en la medida en que se pone al servicio de la fe que se ha de
transmitir y educar, en caso contrario, no vale.
Lenguaje adaptado al
servicio del Credo
59. Un problema,
próximo al anterior, es el del lenguaje. Todos saben la candente actualidad de este tema.
¿No es paradójico constatar también que los estudios contemporáneos, en el campo de la
comunicación, de la semántica y de la ciencia de los símbolos, por ejemplo, dan una
importancia notable al lenguaje; más por otra parte, el lenguaje es utilizado
abusivamente hoy al servicio de la mistificación ideológica, de la masificación del
pensamiento y de la reducción del hombre al estado de objeto?
Todo eso influye
notablemente en el campo de la catequesis. En efecto, ésta tiene el deber imperioso de
encontrar el lenguaje adaptado a los niños y a los jóvenes de nuestro tiempo en general,
y a otras muchas categorías de personas: lenguaje de los estudiantes, de los
intelectuales, de los hombres de ciencia, lenguaje de los analfabetos o de las personas de
cultura primitiva; lenguaje de los minusválidos, etc. San Agustín se encontró ya con
ese problema y contribuyó a resolverlo para su época con su famosa obra "De
catechizandis rudibus".
Tanto en catequesis
como en teología, el tema del lenguaje es sin duda alguna primordial. Pero no está de
más recordarlo aquí: la catequesis no puede aceptar ningún lenguaje que, bajo el
pretexto que sea, aun supuestamente científico, tenga como resultado desvirtuar el
contenido del Credo. Tampoco es admisible un lenguaje que enseñe o seduzca. Al contrario,
la ley suprema es que los grandes progresos realizados en el campo de la ciencia del
lenguaje han de poder ser utilizados por la catequesis para que ésta pueda
"decir" o "comunicar" más fácilmente al niño, al adolescente, a los
jóvenes y a los adultos de hoy todo su contenido doctrinal sin deformación.
Búsqueda y certeza de
la fe
60. Un desafío muy
sutil viene algunas veces del modo mismo de entender la fe. Ciertas escuelas filosóficas
contemporáneas que parecen ejercer gran influencia en algunas corrientes teológicas, y,
a través de ellas, en la práctica pastoral, acentúan de buen grado, que la actitud
humana fundamental es la de una búsqueda sin fin, una búsqueda que no alcanza nunca su
objeto. En teología, este modo de ver las cosas afirmará muy categóricamente que la fe
no es una certeza sino un interrogante, no es una claridad sino un salto en la oscuridad.
Estas corrientes de
pensamiento, no cabe duda, tienen la ventaja de recordarnos que la fe dice relación a
cosas que no se poseen todavía, puesto que se las espera, que todavía no se ven más que
"en un espejo y oscuramente" y que Dios habita una luz inaccesible. Nos ayudan a
no hacer de la fe cristiana una actitud de instalado, sino una marcha hacia adelante, como
la de Abraham. Con mayor razón conviene evitar el presentar como ciertas las cosas que no
lo son.
Con todo, no hay que
caer en el extremo opuesto, como sucede con demasiada frecuencia. La misma carta a los
Hebreos dice que "la fe es la garantía de las cosas que se esperan, la prueba de las
realidades que no se ven". Si no tenemos la plena posesión, tenemos una garantía y
una prueba.
En la educación de los
niños, de los adolescentes y de los jóvenes, no les demos un concepto totalmente
negativo de la fe -como un no-saber absoluto, una especie de ceguera, un mundo de
tinieblas-, antes bien, sepamos mostrarles que la búsqueda humilde y valiente del
creyente, lejos de partir de la nada, de meras ilusiones, de opiniones falibles y de
incertidumbres, se funda en la Palabra de Dios que ni se engaña ni engaña, y se
construye sin cesar sobre la roca inamovible de esa Palabra. En la búsqueda de los Magos
a merced de una estrella, búsqueda a propósito de la cual Pascal, recogiendo un
pensamiento de San Agustín escribía en términos muy profundos: "No me buscarías
si no me hubieras encontrado".
Finalidad de la
catequesis es también dar a los jóvenes catecúmenos aquellas certezas, sencillas pero
sólidas, que les ayuden a buscar cada vez más y mejor, el conocimiento del Señor.
Catequesis y teología
61. En este contexto,
me parece importante que se comprenda bien la correlación existente entre catequesis y
teología.
Esta correlación es
evidentemente profunda y vital para quien comprende la misión irreemplazable de la
teología al servicio de la fe. Nada tiene de extraño que toda conmoción en el campo de
la teología provoque repercusiones igualmente en el terreno de la catequesis. Ahora bien,
en este inmediato post-concilio, la Iglesia vive un momento importante pero arriesgado de
investigación teológica. Y lo misma habría que decir de la hermenéutica en exégesis.
Padres sinodales
provenientes de todos los continentes han abordado la cuestión con un lenguaje muy neto:
han hablado de un "equilibrio inestable" que amenaza con pasar de la teología a
la catequesis, y han señalado la necesidad de atajar este mal. El Papa Pablo VI había
abordado personalmente el problema, con términos no menos netos, en la introducción a su
solemne Profesión de Fe y en la Exhortación Apostólica que conmemoró el V aniversario
de la clausura del Concilio Vaticano II.
Conviene insistir
nuevamente en este punto. Conscientes de la influencia que sus investigaciones y
afirmaciones ejercen en la enseñanza catequética, los teólogos y los exegetas tienen el
deber de estar muy atentos para no hacer pasar por verdades ciertas lo que, por el
contrario, pertenece al ámbito de las cuestiones opinables o discutidas entre expertos.
Los catequistas
tendrán a su vez el buen criterio de recoger en el campo de la investigación teológica
lo que pueda iluminar su propia reflexión y su enseñanza, acudiendo como los teólogos a
las verdaderas fuentes, a la luz del Magisterio. Se abstendrán de turban el espíritu de
los niños y de los jóvenes, en esa etapa de su catequesis, con teorías extrañas,
problemas fútiles o discusiones estériles, muchas veces fustigadas por San Pablo en sus
cartas pastorales.
El don más precioso
que la Iglesia puede ofrecer al mundo de hoy, desorientado e inquieto, es el formar unos
cristianos firmes en lo esencial y humildemente felices en su fe. La catequesis les
enseñará esto y desde el principio sacará su provecho: "El hombre que quiere
comprenderse hasta el fondo a sí mismo- no solamente según criterios y medidas del
propio ser inmediatos, parciales a veces superficiales e incluso aparentes- debe, con su
inquietud, incertidumbre e incluso con su debilidad y pecaminosidad, con su vida y con su
muerte acercarse a Cristo. Debe, por decirlo así, entrar en El con todo su ser, debe
"apropiarse" y asimilar toda la realidad de la Encarnación y de la Redención
para encontrarse a sí mismo.
IX
LA TAREA NOS CONCIERNE A
TODOS
Aliento a todos los
responsables
62. Ahora, Hermanos e
Hijos queridísimos, quisiera que mis palabras, concebidas como una grave y ardiente
exhortación de mi ministerio de Pastor de la Iglesia universal, enardecieran vuestros
corazones a la manera de las cartas de San Pablo a sus compañeros de Evangelio Tito y
Timoteo, a la manera de San Agustín cuando escribía al diácono Deogracias, desalentado
sobre el gozo de catequizar. ¡Sí, quiero sembrar pródigamente en el corazón de todos
los responsables, tan numerosos y diversos, de la enseñanza religiosa y del
adiestramiento en la vida según el Evangelio, el valor, la esperanza y el entusiasmo!.
Obispos
63. Me dirijo ante todo
a vosotros mis Hermanos Obispos: el Concilio Vaticano II ya os recordó explícitamente
vuestra tarea en el campo catequético, y los Padres de la IV Asamblea general del Sínodo
lo subrayaron expresamente.
En el campo de la
catequesis tenéis vosotros, queridísimos Hermanos, una misión particular en vuestras
Iglesias: en ellas sois los primeros responsables de la catequesis, los catequistas por
excelencia. Lleváis también con el Papa en el espíritu de la colegialidad episcopal, el
peso de la catequesis en la Iglesia entera. permitid, pues que os hable con el corazón en
la mano.
Sé que el ministerio
episcopal que tenéis encomendado es cada día más complejo y abrumador. Os requieren mil
compromisos, desde la formación de nuevos sacerdotes, a la presencia activa en medio de
las comunidades de fieles, desde la celebración viva y digna del culto y de los
sacramentos, a la solicitud por la promoción humana y por la defensa de los derechos del
hombre. Pus bien, ¡que la solicitud pro promover una catequesis activa y eficaz no ceda
en nada a cualquier otras preocupación!.
Esta solicitud os
llevará a transmitir personalmente a vuestros fieles la doctrina de vida. pero debe
llevaros también a haceros cargo en vuestras diócesis, en conformidad con los planes de
la Conferencia episcopal a la que pertenecéis, de la alta dirección de la catequesis,
rodeándoos de colaboradores competentes y dignos de confianza. Vuestro cometido principal
consistirá en suscitar y mantener en vuestras Iglesias una verdadera mística de la
catequesis, pero una mística que se encarne en una organización adecuada y eficaz,
haciendo uso de las personas, de los medios e instrumentos, así como de los recursos
necesarios.
Tened la seguridad de
que, si funciona bien la catequesis en las Iglesias locales, todo el resto resulta más
fácil. Por lo demás -¿hace falta decíroslo?- vuestro celo os impondrá eventualmente
la tarea ingrata de denunciar desviaciones y corregir errores, pero con mucha mayor
frecuencia os deparará el gozo y el consuelo de proclamar la sana doctrina y de ver cómo
florecen vuestras Iglesias gracias a la catequesis impartida como quiere el Señor.
Sacerdotes
64. En cuanto a
vosotros, sacerdotes, aquí tenéis un campo en el que sois los colaboradores inmediatos
de vuestros Obispos. El Concilio os ha llamado "educadores de la fe": ¿Cómo
serlo más cabalmente que dedicando lo mejor de vuestros esfuerzos al crecimiento de
vuestras comunidades en la fe? Lo mismo si tenéis un cargo parroquial que si sois
capellanes en una escuela, instituto o universidad, si sois responsables de la pastoral a
cualquier nivel o animadores de pequeñas o grandes comunidades, pero sobre todo de grupos
de jóvenes, la Iglesia espera de vosotros que no dejéis nada por hacer con miras a una
obra catequética bien estructurada y bien orientada.
Los diáconos y demás
ministros que pueda haber en torno vuestro son vuestros cooperadores natos. Todos los
creyentes tienen derecho a la catequesis; todos los pastores tienen el deber de
impartirla. A las autoridades civiles pediremos siempre que respeten la libertad de la
enseñanza catequética; a vosotros, ministros de Jesucristo, os suplico con todas mis
fuerzas: no permitáis que, por una cierta falta de celo, como consecuencia de alguna idea
inoportuna, preconcebida, los fieles queden sin catequesis. Que no se pueda decir:
"los pequeñuelos piden pan y no hay quien se lo parta".
Religiosos y religiosas
65. Muchas familias
religiosas masculinas y femeninas nacieron para la educación cristiana de los niños y de
los jóvenes, principalmente los más abandonados. En el decurso de la historia, los
religiosos y las religiosas se han encontrado muy comprometidos en la actividad
catequética de la Iglesia, llevando a cabo un trabajo particularmente idóneo y eficaz.
En un momento en que se quiere intensificar los vínculos entre los religiosos y los
pastores y, en consecuencia, la presencia activa de las comunidades religiosas y de sus
miembros en los proyectos pastorales de las Iglesias locales, os exhorto de todo corazón
a vosotros, que en virtud de la consagración religiosa debéis estar aún más
disponibles para servir a la Iglesia, a prepararos lo mejor posible para la tarea
catequética, según las distintas vocaciones de vuestros institutos y las misiones que os
han sido confiadas, llevando a todas partes esta preocupación. ¡Que las comunidades
dediquen el máximo de sus capacidades y de sus posibilidades a la obra específica de la
catequesis!.
Catequistas laicos...
66. En nombre de toda
la Iglesia quiero dar las gracias a vosotros, catequistas parroquiales, hombres y, en
mayor número aún, mujeres, que en todo el mundo os habéis consagrado a la educación
religiosa de numerosas generaciones de niños. Vuestras actividad, con frecuencia humilde
y oculta, mas ejercida siempre con celo ardientes y generosos, en una forma eminente de
apostolado seglar, particularmente importante, allí donde, por distintas razones, los
niños y los jóvenes no reciben en sus hogares una formación religiosa conveniente. En
efecto, ¿cuántos de nosotros hemos recibido de personas como vosotros las primeras
nociones de catecismo y la preparación para el sacramentos de la reconciliación, para la
primera comunión y para la confirmación? La IV Asamblea general del Sínodo no os ha
olvidado. Con ella os animo a proseguir vuestra colaboración en la vida de la Iglesia.
Pero el título de
"catequista" se aplica por excelencia a los catequistas de tierras de misión.
Habiendo nacido de familias ya cristianas o habiéndose convertido un día al cristianismo
e instruidos por los misioneros o por otros catequistas, consagran luego su vida, durante
largos años, a catequizar a los niños y adultos de sus países. Sin ellos no se habrían
edificado Iglesias hoy día florecientes.
Me alegro de los
esfuerzos realizados por la Sagrada Congregación para la Evangelización de los Pueblos
con miras a perfeccionar cada vez más la formación de esos catequistas. Evoco con
reconocimiento la memoria de aquellos a quienes el Señor llamó ya a Sí. Pido la
intercesión de aquellos a quienes mis predecesores elevaron a la gloria de los altares.
Aliento de todo corazón a los que ahora están entregados a esa obra. Deseo que otros
muchos los releven y que su número se acreciente en favor de una obra tan necesaria para
la misión.
... en parroquia...
67. Quiero evocar ahora
el marco concreto en que actúan habitualmente todos estos catequistas, volviendo todavía
de manera más sintética sobre los "lugares" de la catequesis, algunos de los
cuales han sido ya evocados en el capítulo VI: parroquia, familia, escuela y movimiento.
Aunque es verdad que se
puede catequizar en todas partes, quiero subrayar -conforme al deseo de muchísimos
Obispos- que la comunidad parroquial debe seguir siendo la animadora de la catequesis y su
lugar privilegiado. Ciertamente en muchos países, la parroquia ha sido como sacudida por
el fenómeno de la urbanización. Algunos quizás han aceptado demasiado fácilmente que
la parroquia sea considerada como sobrepasada, si no destinada a la desaparición, en
beneficio de pequeñas comunidades más adaptadas y más eficaces.
Quiérase o no, la
parroquia sigue siendo una referencia importante para el pueblo cristiano, incluso para
los no practicantes. El realismo y la cordura piden, pues, continuar dando a la parroquia,
si es necesario, estructuras más adecuadas y sobre todo un nuevo impulso gracias a la
integración creciente de miembros cualificados, responsables y generosos.
Dicho esto, y teniendo
en cuenta la necesaria diversidad de lugares de catequesis, en la misma parroquia, en las
familias que acogen a niños o adolescentes, en las capellanías de las escuelas
estatales, en las instituciones escolares católicas, en los movimientos de apostolado que
conservan unos tiempos catequéticos, en centros abiertos a todos los jóvenes, en fines
de semana de formación espiritual, etc., es muy conveniente que todos estos canales
catequéticos converjan realmente hacia una misma confesión de fe, hacia una misma
pertenencia a la Iglesia, hacia unos compromisos en la sociedad vividos en el mismo
espíritu evangélico: "... un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo
Dios y Padre...".
Por esto, toda
parroquia importante y toda agrupación de parroquias numéricamente más reducidas tienen
el grave deber de formar responsables totalmente entregados a la animación catequética
-sacerdotes, religiosos, religiosas y seglares-, de prever el equipamiento necesario para
una catequesis bajo todos sus aspectos, de multiplica r y adaptar los lugares de
catequesis en la medida que sea posible y útil, de velar por la cualidad de la formación
religiosa y por la integración de distintos grupos en el cuerpo eclesial.
En una palabra, sin
monopolizar y sin uniformar, la parroquia sigue siendo, como he dicho, el lugar
privilegiado de la catequesis. Ella debe encontrar su vocación, el ser una casa de
familia, fraternal y acogedora, donde los bautizados y los confirmados toman conciencia de
ser pueblo de Dios. Allí, el pan de la buena doctrina y el pan de la Eucaristía son
repartidos en abundancia en el marco de un solo acto de culto; desde allí son enviados
cada día a su misión apostólica en todas las obras de la vida del mundo.
... en familia...
68. La acción
catequética de la familia tiene un carácter peculiar y en cierto sentido insustituible,
subrayado con razón por la Iglesia, especialmente por el Concilio Vaticano II. Esta
educación en la fe, impartida por los padres -de debe comenzar desde la más tierna edad
de los niños- se realiza ya cuando los miembros de la familia se ayudan unos a otros a
crecer en la fe por medio de sus testimonio de vida cristiana, a menudo silencioso, mas
perseverante a lo largo de una existencia cotidiana vivida según el Evangelio.
Será más señalada
cuando, al ritmo de los acontecimientos familiares -tales como la recepción de los
sacramentos, la celebración de grandes fiestas litúrgicas, el nacimiento de un hijo o la
ocasión de un luto- se procura explicitar en familia el contenido cristiano o religioso
de esos acontecimientos. Pero es importante ir más allá: los padres cristianos han de
esforzarse en seguir y reanudar en el ámbito familiar la formación más metódica
recibida en otro tiempo.
El hecho de que estas
verdades sobre las principales cuestiones de la fe de la vida cristiana sean así
transmitidas en un ambiente familiar impregnado de amor y respeto permitirá muchas veces
que deje en los niños una huella de manera decisiva y para toda la vida. Los mismos
padres aprovechen el esfuerzo que esto le s impone, porque en un diálogo catequético de
este tipo cada uno recibe y da.
La catequesis familiar
precede, pues, acompaña y enriquece toda otra forma de catequesis. Además, en los
lugares donde una legislación antirreligiosa pretende incluso impedir la educación en la
fe, o donde ha cundido la incredulidad o ha penetrado el secularismo hasta el punto de
resultar prácticamente imposible una verdadera creencia religiosa, la iglesia doméstica
es el único ámbito donde los niños y los jóvenes pueden recibir una auténtica
catequesis.
Nunca se esforzarán
bastante los padres cristianos por prepararse a este ministerio de catequistas de sus
propios hijos y por ejercerlo con celo infatigable. Y es preciso alentar igualmente a las
personas o instituciones que, por medio de contactos personales, encuentros o reuniones y
toda suerte de medios pedagógicos, ayudan a los padres a cumplir su cometido: el servicio
que prestan a la catequesis es inestimable.
... en la escuela...
69. Al lado de la
familia y en colaboración con ella, la escuela ofrece a la catequesis posibilidades no
desdeñables. En los países, cada vez más escasos por desgracia, donde es posible dar
dentro del marco escolar una educación en la fe, la Iglesia tiene el deber de hacerlo lo
mejor posible. Esto se refiere, ante todo, a la escuela católica: ¿Seguiría mereciendo
este nombre si, aun brillando por su alto nivel de enseñanza en la s materias profanas,
hubiera motivo justificado para reprocharle su negligencia o desviación en la educación
propiamente religiosa? ¡Y no se diga que ésta se dará siempre implícitamente o de
manera indirecta!.
El carácter propio y
la razón profunda de la escuela católica, el motivo por el cual deberían preferirla los
padres católicos, es precisamente la calidad d e la enseñanza religiosa integrada en la
educación d e los alumnos. Si es verdad que las instituciones católicas deben respetar
la libertad de conciencia, es decir, evitar cargar sobre ella desde fuera, por presiones
físicas o morales, especialmente en lo que concierne a los actos religiosos de los
adolescentes, no lo es menos que tienen el grave deber de ofrecer una formación religiosa
adaptada a las situaciones con frecuencia diversas de los alumnos, y también hacerles
comprender que la llamada de Dios a servirle en espíritu y en verdad, según los
mandamientos de Dios y los preceptos d e la Iglesia, sin constreñir al hombre, no lo
obliga menos en conciencia.
Pero me refiero
también a la escuela no confesional y a la estatal. Expreso el deseo ardiente de que,
respondiendo a un derecho claro de la persona humana y de las familias y en el respeto de
la libertad religiosa de todos, sea posible a todos los alumnos católicos el progresar en
su formación espiritual con la ayuda d e una enseñanza religiosa que dependa de la
Iglesia, pero que, según los países, pueda ser ofrecida a la escuela o en el ámbito de
la escuela, o más aún en el marco de un acuerdo con los poderes públicos sobre los
programas escolares, si la catequesis tiene lugar solamente en la parroquia o en otro
centro pastoral.
En efecto, donde hay
dificultades objetivas, por ejemplo, cuando los alumnos son de religiones distintas,
conviene ordenar los horarios escolares de cara a permitir a los católicos que
profundicen su fe y su experiencia religiosa, con unos educadores cualificados, sacerdotes
o laicos.
Ciertamente, muchos
elementos vitales además d e la escuela contribuyen a influenciar la mentalidad d e los
jóvenes: asueto, medio social, medio laboral. Pero los que han realizado estudios están
fuertemente señalados por ellos, iniciados a unos valores culturales o morales aprendidos
en el clima de la institución de enseñanza, interpelados por múltiples ideas recibidas
en la escuela: conviene que la catequesis tenga muy en cuenta esta escolarización para
alcanzar verdaderamente los demás elementos del saber y de la educación, a fin de que el
Evangelio impregne la mentalidad de los alumnos en el terreno de su formación y que la
armonización de su cultura se logre a la luz de la fe.
Aliento, pues, a los
sacerdotes, religiosos, religiosas y seglares que se ocupen de ayudar a estos alumnos en
el plano de la fe. Por lo demás, es el momento de declarar aquí mi firme convicción de
que el respeto demostrado a la fe católica de los jóvenes, incluso facilitando su
educación, arraigo, consolidación, libre profesión y práctica, honraría, ciertamente
a todo Gobierno, cualquiera que sea el sistema en que se basa o la ideología en que se
inspira.
... en los movimientos
70. Reciban finalmente
mi palabra de aliento las asociaciones, movimientos y agrupaciones de fieles que se
dedican a la práctica de la piedad, al apostolado, a la caridad y a la asistencia, a la
presencia cristiana en las realidades temporales. Todos ellos alcanzarán tanto mejor sus
objetivos propios y servirán tanto mejor a la Iglesia, cuanto más importante sea el
espacio que dediquen, en su organización interna y en su método de acción, a una seria
formación religiosa de sus miembros. En este sentido, toda asociación de fieles en la
Iglesia debe ser, por definición, educadora de la fe.
Así aparece más
ostensiblemente la parte que corresponde hoy a los seglares en la catequesis, siempre bajo
la dirección pastoral de sus Obispos, como en otra parte han subrayado en varias
ocasiones las Proposiciones formuladas por el Sínodo.
Institutos de
formación
71. Esta contribución
d e los seglares, por el cual hemos de estar reconocidos al Señor, constituye al mismo
tiempo un reto a nuestra responsabilidad de Pastores. En efecto, esos catequistas seglares
deben en recibir una formación esmerada para lo que es, si no un ministerio formalmente
instituido, sí al menos una función de altísimo relieve en la Iglesia. Ahora bien, esa
formación nos invita a organizar Centros e Instituciones idóneos, sobre los que los
Obispos mantendrán una atención constante.
Es un campo en el que
una colaboración diocesana, interdiocesana e incluso nacional se revela fecunda y
fructuosa. Aquí, igualmente, es donde podrán manifestar su mayor eficacia la ayuda
material ofrecida por las Iglesias más acomodadas a sus hermanas más pobres. En efecto,
¿es que puede una Iglesia hacer en favor de otra algo mejor que ayudarla a crece r por
sí misma como Iglesia?.
A todos los que
trabajan generosamente al servicio del Evangelio y a quienes he expresado aquí mis vivos
alientos, quisiera recordar una consigna muy querida a mi venerado predecesor Pablo VI:
"Evangelizadores: nosotros debemos ofrecer ... la imagen ... de hombres adultos en la
fe, capaces de encontrarse más allá de las tensiones reales gracias a la búsqueda
común, sincera y desinteresada de la verdad. Sí, la suerte de la evangelización está
ciertamente vinculada al testimonio d e unidad dado por la Iglesia. He aquí una fuente de
responsabilidad, pero también de consuelo".
CONCLUSIÓN
El Espíritu Santo
Maestro interior
72. Al final de esta
Exhortación Apostólica, la mirada se vuelve hacia Aquél que es el principio inspirador
de toda la obra catequética y de los que la realizan: el Espíritu del Padres y del Hijo:
el Espíritu Santo.
Al exponer la misión
que tendría este Espíritu en la Iglesia, Cristo utiliza estas palabras significativas:
"El os lo enseñará o os traerá a la memoria todo lo que yo os he dicho". Y
añade: "Cuando viniere Aquél, el Espíritu de verdad, os guiará hacia la verdad
completa..., os comunicará las cosas venideras".
El Espíritu es, pues,
prometido a la Iglesia y a cada fiel como un Maestro interior que, en la intimidad d e la
conciencia y del corazón, hace comprender lo que se había entendido, pero que no se
había sido capaz de captar plenamente. "El Espíritu Santo desde ahora instruye a
los fieles -decía a este respecto San Agustín- según la capacidad espiritual de cada
uno. Y él enciende en sus corazones un deseo más vivió en la media en la que cada uno
progresa en esta caridad que le hace amar lo que ya conocía y desear lo que todavía no
conocía".
Además, misión del
Espíritu es también transformar a los discípulos en testigos de Cristo: "El dará
testimonio de mí y vosotros daréis también testimonio".
Más aún. Para San
Pablo, que sintetiza en este punto una teología latente en todo el Nuevo Testamento, la
vida según el Espíritu, es todo el "ser cristiano", toda la vida cristiana, la
vida nueva d e los hijos de Dios. Sólo el Espíritu nos permite llamar a Dios:
"Abba, Padre". Sin el Espíritu no podemos decir: "Jesús es el
Señor".
Del Espíritu proceden
todos los carismas que edifican la Iglesia, comunidad de cristianos. En este sentido San
Pablo da a cada discípulo de Cristo esta consigna: "Llenaos del Espíritu". San
Agustín es muy explícito: "El hecho de creer y de obrar bien son nuestros como
consecuencia d e la libre elección de nuestra voluntad, y sin embargo uno y otro son un
don que viene del Espíritu de fe y de Caridad".
La catequesis, que es
crecimiento en la fe y maduración de la vida cristiana hacia la plenitud, es pos
consiguiente una obra del Espíritu Santo, obra que sólo El puede suscitar y alimentar en
la Iglesia.
Esta constatación,
sacada de la lectura de los textos citados más arriba, y de otros muchos pasajes del
Nuevo Testamento, nos lleva a dos convicciones.
Ante todo está claro
que la Iglesia, cuando ejerce su misión catequética -como también cada cristiano que la
ejerce en la Iglesia y en nombre d e la Iglesia- debe ser muy consciente de que actúa
como instrumento vivo y dócil del Espíritu Santo. Invocar, constantemente este
Espíritu, estar en comunión con El, esforzarse en conocer sus auténticas inspiraciones
debe ser la actitud de la Iglesia docente y de todo catequista.
Además, es necesario
que el deseo profundo de comprender mejor la acción del Espíritu y de entregarse más a
él -dado que "nosotros vivimos en la Iglesia un momento privilegiado del
Espíritu", como observaba mi Predecesor Pablo VI en su Exhortación Apostólica
"Evangelii nuntiandi"- provoca un despertar catequético. En efecto, la
"renovación en el Espíritu" será auténtica y tendrá una verdadera
fecundidad en la Iglesia, no tanto en la medida en que suscite carismas extraordinarios,
cuanto si conduce al mayor número posible de fieles, en su vida cotidiana, a un esfuerzo
humilde, paciente, y perseverante para conocer siempre mejor el misterio de Cristo y dar
testimonio de El.
Yo invoco ahora sobre
la Iglesia catequizadora este Espíritu del Padres y del Hijo, y le suplicamos que renueve
en esta Iglesia el dinamismo catequético.
María, madre y modelo
de discípulo
73. Que la Virgen de
Pentecostés nos lo obtenga con su intercesión. Por una vocación singular, ella vio a su
Hijo Jesús "crecer en sabiduría, edad y gracia". En su regazo y luego
escuchándola, a lo largo de la vida oculta en Nazaret, este Hijo, que era el Unigénito
del Padre, lleno de gracia y de verdad, ha sido formado por ella en el conocimiento humano
de las Escrituras y de la historia del designio de Dios sobre su Pueblo, en la adoración
al Padre.
Por otra parte, ella ha
sido la primera de sus discípulos: primera en el tiempo, pues ya al encontrarle en el
Templo, recibe de su Hijo adolescente unas lecciones que conserva en su corazón; la
primera, sobre todo, porque nadie ha sido enseñado por Dios con tanta profundidad:
"Madre y a la vez discípula", decía de ella San Agustín, añadiendo
atrevidamente que esto fue para ella más importante que lo otro. No sin razón en el Aula
Sinodal se dijo de María que es "un catecismo viviente", "madre y modelo
de los catequistas".
Quiera, pues, la
presencia del Espíritu Santo, por intercesión de María, conceder a la Iglesia un
impulso creciente en la obra catequética que le es esencial. Entonces la Iglesia
realizará con eficacia, en esta hora de gracia, la misión inalienable y universal
recibida de su Maestro: "Id, pues, enseñad a todas las gentes".
Dado en Roma, junto a
San Pedro, el día 16 de octubre del año 1979, segundo de pontificado.
JOANNES
PAULUS PP. II
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