miércoles, 1 de junio de 2016

María Superstar

Milllones de personas la admiran; ha ocupado más portadas de la revista Time que Marilyn Monroe, la Madre Teresa o la princesa Diana y ha sido inspiración y modelo de incontables obras de arte. Se trata, por supuesto, de María, la virginal joven declarada "Madre de Dios" de forma dogmática por la Iglesia católica y, sin duda, la mujer más famosa de la historia de la humanidad.

Pero lo cierto es que teniendo en cuenta la importancia de la figura de María en la religión cristiana, el Nuevo Testamento, la obra donde es presentada por su nombre, dice poco de ella.

De hecho, tras la muerte de su hijo Jesús, sólo es mencionada una vez en el texto bíblico, mientras se encuentra con los discípulos en Jerusalén durante la celebración de Pentecostés. Sobre la Virgen, la historia, por su parte, guarda silencio.

Eso sí, si tal como afirma la Iglesia, su existencia es indudable, podemos suponer que María no lo debió tener fácil.

En la época en la que vivió, Nazaret, su localidad de origen según algunas primitivas tradiciones cristianas, apenas tendría 400 habitantes. Allí debieron conocerla como Miriam o Mariam, posiblemente su verdadero nombre, el mismo que llevaba una de cada tres niñas.

En un más que polémico documental emitido el año pasado por la cadena inglesa BBC, se afirmaba que María, una sencilla mujer que vivió en la oscura Palestina del siglo I, seguramente sería considerada entonces una ciudadana de segunda clase. Como tal, debía saber ganarse la vida desde muy joven, y muy difícilmente tendría la posibilidad de aprender a leer o a escribir.

Y es que, aunque la tradición artística ha forjado a lo largo de los siglos una imagen idealizada de la Virgen, los historiadores coinciden en que de ninguna forma podía parecerse a la serena mujer vestida de sedas blancas y azules que a menudo concibe la imaginación popular.

Lo cierto es que ningún cuadro revela cómo era el verdadero rostro de María. El mismo San Agustín indica que "su apariencia externa real es desconocida para nosotros", y que "a este respecto no sabemos ni creemos nada." La primera representación conocida de la Virgen, acompañada por el Niño, se encuentra en las catacumbas de Santa Priscila, en Roma. La imagen data de la primera mitad del siglo III.

Así mismo, la seda y el color azul con el que los artistas han vestido tradicionalmente a la joven Virgen serían exclusivamentesimbólicos, ya que tales distinciones estarían reservadas a la nobleza o a los ciudadanos más ricos, aquellos que pudieran permitírselo. Por el contrario, María usaría túnicas de lana o de algodón y se cubriría con una especie de chal.
Sus relaciones personales también estarían marcadas por el tiempo que le tocó vivir. En aquella época, los matrimonios solían basarse más en acuerdos económicos que en el amor, lo que hace suponer que seguramente hubo una importante diferencia de edad entre la Virgen y su esposo. En el siglo II, una leyenda difamatoria impulsada por algunos círculos judíos afirmó, incluso, que el padre de Jesús había sido en realidad un legionario romano que había forzado a María.

Más allá de la leyenda o de la realidad, su importancia histórica ha sido y es indiscutible. Y no sólo para la mayoría de los cristianos. Se trata de la única mujer cuyo nombre se indica claramente en el Corán e incluso se dice que había una representación de la Virgen con el Niño en la Caaba -junto con otros 300 ídolos- cuando La Meca se rindió al Profeta.

Los creyentes atribuyen a María actos milagrosos de todo tipo, desde traer lluvias en periodos de sequía, hasta aparecerse en los lugares más insospechados. Sin embargo, este carácter casi divino de la Virgen es matizado por la Iglesia.

Ésta afirma que "a Dios, por ser el Señor Supremo de todo lo creado, se le rinde culto de adoración, al que se denomina Latría. A la Virgen, en cambio, se la venera con una forma de culto especial llamado de Hiperdulía". Por su parte, la teología protestante indica que nadie, ni siquiera María, puede ser objeto de oraciones ni de adoración.


En cualquier caso, la historia de María no termina con su muerte. Aunque no se sabe a ciencia cierta en que año pudo fallecer o si este hecho ocurrió en Jerusalén o en Éfeso, el cardenal Baronio señala en sus Anales que sucedió en el año 48. Hoy, la tradición fija en Jerusalén su tumba: un mausoleo situado al fondo de una caverna.

Desde entonces, su imagen parece haber aparecido milagrosamente por doquier: en paredes, colinas, sobre iglesias... incluso en las cortezas de los árboles o en un pastel. Frente a quienes defienden la existencia real de estos fenómenos, los más escépticos señalan que en el mejor de los casos son incongruentes, cuando no constituyen, directamente, un fraude.

De hecho, el Vaticano reconoce tan sólo una decena de estos hechos en toda la historia, dejando en la mayoría de los casos a las diócesis que decidan por sí mismas si otros fenómenos inexplicables pueden catalogarse como apariciones marianas. La primera de las admitidas oficialmente tuvo lugar en Zaragoza en el año 39. A ella le siguieron una en Londres, en 1251; otra en Guadalupe (México), en 1531; una más en Francia, en 1830; otra en los alpes franceses, en 1846; las más famosas, la de Lourdes, en 1858 y la de Fátima, en 1917; dos en Bélgica, en 1932 y en 1933; y en Zeitoun (Egipto), en 1968.
Hay quien ve en estos fenómenos y en la veneración a la Virgen sólo una reminiscencia de los cultos a las diosas precristianas de la naturaleza. Pero lo cierto es que, humana o mitológica, María es, todavía hoy, un personaje y un símbolo religioso de primer orden.

Abraham Alonso

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