(Latín fideles, de fides, fe)
Aquellos que se han adherido a una asociación religiosa, cuya doctrina aceptan, y en cuyos ritos han sido iniciados. Entre los cristianos el término se aplica a aquellos que se han iniciado completamente por el Bautismo y, regularmente hablando, y por la Confirmación. Estos se han comprometido a profesar la fe en Jesucristo, de quien la recibieron como un don; de ahí en adelante proclamarán su enseñanza, y vivirán de acuerdo a su Ley; de ahí surge el término tan frecuente en los documentos papales, “Christifideles”, “los fieles de Jesucristo”. La distinción entre cristianos y fieles es ahora muy leve, no sólo debido a que el bautismo de adultos se ha convertido en la excepción, sino también porque litúrgicamente el rito del catecumenado y el del bautismo se han fundido en uno solo. Por otro lado, en la Iglesia Latina por lo menos, la Confirmación y la primera Comunión se han separado de la iniciación bautismal. En la Iglesia primitiva era al contrario: la iniciación a la sociedad cristiana consistía de dos actos distintos, a menudo realizados con una separación de años. Primero uno se convertía en catecúmeno por la imposición de manos y la Señal de la Cruz; esta era una especie de profesión preliminar de la fe cristiana---"eos qui ad primam fidem credulitatis accedunt" (Concilio de Elvira, cerca de 300, can.XLII), el cual autorizaba al catecúmeno a llamarse cristiano. Sólo por el segundo acto de iniciación, es decir, por el bautismo mismo, se le autorizaba a llamarse a sí mismo uno de los fieles, y participar inmediatamente en todos los misterios cristianos, incluyendo la Eucaristía.
Estrictamente hablando, por lo tanto, el término “fieles” es opuesto a catecúmeno; por tal razón no se halla en los escritos de los primeros Padres que florecieron antes de la organización del catecumenado. No se halla en San Justino, ni en San Ireneo de Lyons; Tertuliano, sin embargo, utiliza el término y le reprocha a los herejes por eliminar toda distinción ente catecúmenos y fieles: quis catechumenus, quis fidelis incertum est (De praeser., c. XLI; P.L., II, 56). De ahí en adelante, en los escritos patrísticos y cánones de los concilios encontramos con bastante frecuencia la antítesis de catecúmenos y cristianos bautizados, cristianos y fieles. Así San Agustín (Tract. in Joannem, XLIV, 2; P.L., XXXV, 1714): "Pregúntele a un hombre: ¿eres cristiano? Si es un pagano o un judío te responderá: No soy cristiano. Pero si te dice “Soy cristiano”, pregúntele de nuevo: ¿eres catecúmeno?, ¿o uno de los fieles?” Similarmente el Concilio de Elvira considera el caso de un “fiel” que bautiza a un catecúmeno en caso de necesidad (can. XXXVIII); de nuevo, de paganos enfermos que piden a los catecúmenos la imposición de manos, y así se convierten en cristianos (can. XXXIX); de un cristiano participando en un sacrificio idólatra, y de nuevo por uno de los fieles (can. LIX); de la traición al magistrado pagano (“delatio”), al cual se atribuye una diferencia en culpabilidad si el crimen fue perpetrado por un catecúmeno o por uno de los fieles (can. LXXIII).
El título “fidelis” fue a menudo cincelado en epitafios en el período cristiano primitivo, a veces en oposición al título de catecúmeno. Así, en Florencia, un amo (“patronus”) dedica a su siervo catecúmeno (“alumna”) la siguiente inscripción: "Sozomeneti Alumnae audienti patronus fidelis", es decir, "su amor, uno de los fieles, a Sozomenes, su siervo y oyente”, por cuyo término él denota uno de los bien conocidos grados del catecumenado (Martigny, Dict. des antiq. chreét., París, 1877). Incluso hoy día el rito bautismal provee para una petición voluntaria de parte de un “infidelis”, es decir, un no cristiano (vea infieles); existen vestigios venerables del “scrutinium” primitivo o examen preliminar, los garantizadores (“sponsores”) o padrinos y madrinas, los ritos del catecumenado, la comunicación del Credo (“traditio symboli”) y el Padre Nuestro, la renuncia a Satanás y al mal, la adhesión a Jesucristo, y la triple profesión de fe. Al candidato al bautismo se le pregunta todavía a la entrada de la pila bautismal: “¿Quieres ser bautizado?” Por lo tanto, era voluntario y lo es todavía que uno entrara al rango de los fieles a través del rito de iniciación principal del bautismo.
Bastante naturalmente, incluso en la antigüedad cristiana, se llamaba la atención a las ceremonias análogas de la circuncisión (el signo, sino el rito, de la admisión de prosélitos a la profesión del judaísmo) y del baño de sangre del “taurobolium”, por el cual se iniciaba a los fieles de Mitra (Cumont, Les Mysteéres de Mithra, París, 1902). Las obligaciones de los fieles cristianos se indicaban por los ritos preparatorios de su recepción y por su bautismo real. Él comienza preguntando por la fe (en Jesucristo) y, a través de esa fe, por la vida eterna. Luego se le entrega el Credo, y él lo regresa (“redditio symboli”), es decir, lo repite en voz alta. En la fuente bautismal recita solemnemente la profesión de fe. Por todo esto es claro que su primer deber es creer (vea fe). Su segundo deber es regular su vida o conducta con su nueva fe cristiana, es decir, renunciando a Satanás y al mal, debe evitar todo pecado. “Actúa de tal modo”, se le dice, “que de aquí en adelante seas el templo de Dios.” San Gregorio I dice (Hom. in Evang. XXIX, 3; P.L., LXXVI, 1215): "Sólo entonces somos verdaderamente los fieles cuando con nuestros actos realizamos las promesas hechas con nuestros labios. El día de nuestro bautismo prometimos, ciertamente, renunciar a todas las obras y a todas las pompas del antiguo enemigo.”
Finalmente, puesto que los fieles han buscado voluntariamente la membresía en la sociedad cristiana, están obligados a someterse a su autoridad y a obedecer a sus gobernantes. En cuanto a los derechos de los fieles, consisten principalmente en la completa participación en todos los misterios cristianos, en la medida en que uno no se hace indigno de ellos. Así el fiel cristiano tiene derecho a tomar parte en el Santo Sacrificio, a permanecer en la asamblea luego que el diácono ha enviado a los catecúmenos, a ofrecer con el sacerdote el “orate fidelium” u oración de los fieles, a recibir allí el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y a recibir los otros ritos y Sacramentos. Debe también aspirar al más alto rango en el clero. En una palabra, él es un miembro completo de la sociedad cristiana, y como tal, regularmente hablando, en perpetuidad. Si por razón de sus propias fechorías merece ser expulsado de dicha sociedad, el arrepentimiento y el rito penitencial reparatorio, un segundo bautismo, por así decirlo, le permite regresar. Finalmente, si él persiste en el cumplimiento de sus promesas bautismales, obtendrá la vida eterna, es decir, su petición original al momento del bautismo. Vea bautismo, catecúmeno.
Fuente: Boudinhon, Auguste. "The Faithful." The Catholic Encyclopedia. Vol. 5. New York: Robert Appleton Company, 1909. 11 Oct. 2009 <http://www.newadvent.org/cathen/05769a.htm>.
Traducido por L H M.
Aquellos que se han adherido a una asociación religiosa, cuya doctrina aceptan, y en cuyos ritos han sido iniciados. Entre los cristianos el término se aplica a aquellos que se han iniciado completamente por el Bautismo y, regularmente hablando, y por la Confirmación. Estos se han comprometido a profesar la fe en Jesucristo, de quien la recibieron como un don; de ahí en adelante proclamarán su enseñanza, y vivirán de acuerdo a su Ley; de ahí surge el término tan frecuente en los documentos papales, “Christifideles”, “los fieles de Jesucristo”. La distinción entre cristianos y fieles es ahora muy leve, no sólo debido a que el bautismo de adultos se ha convertido en la excepción, sino también porque litúrgicamente el rito del catecumenado y el del bautismo se han fundido en uno solo. Por otro lado, en la Iglesia Latina por lo menos, la Confirmación y la primera Comunión se han separado de la iniciación bautismal. En la Iglesia primitiva era al contrario: la iniciación a la sociedad cristiana consistía de dos actos distintos, a menudo realizados con una separación de años. Primero uno se convertía en catecúmeno por la imposición de manos y la Señal de la Cruz; esta era una especie de profesión preliminar de la fe cristiana---"eos qui ad primam fidem credulitatis accedunt" (Concilio de Elvira, cerca de 300, can.XLII), el cual autorizaba al catecúmeno a llamarse cristiano. Sólo por el segundo acto de iniciación, es decir, por el bautismo mismo, se le autorizaba a llamarse a sí mismo uno de los fieles, y participar inmediatamente en todos los misterios cristianos, incluyendo la Eucaristía.
Estrictamente hablando, por lo tanto, el término “fieles” es opuesto a catecúmeno; por tal razón no se halla en los escritos de los primeros Padres que florecieron antes de la organización del catecumenado. No se halla en San Justino, ni en San Ireneo de Lyons; Tertuliano, sin embargo, utiliza el término y le reprocha a los herejes por eliminar toda distinción ente catecúmenos y fieles: quis catechumenus, quis fidelis incertum est (De praeser., c. XLI; P.L., II, 56). De ahí en adelante, en los escritos patrísticos y cánones de los concilios encontramos con bastante frecuencia la antítesis de catecúmenos y cristianos bautizados, cristianos y fieles. Así San Agustín (Tract. in Joannem, XLIV, 2; P.L., XXXV, 1714): "Pregúntele a un hombre: ¿eres cristiano? Si es un pagano o un judío te responderá: No soy cristiano. Pero si te dice “Soy cristiano”, pregúntele de nuevo: ¿eres catecúmeno?, ¿o uno de los fieles?” Similarmente el Concilio de Elvira considera el caso de un “fiel” que bautiza a un catecúmeno en caso de necesidad (can. XXXVIII); de nuevo, de paganos enfermos que piden a los catecúmenos la imposición de manos, y así se convierten en cristianos (can. XXXIX); de un cristiano participando en un sacrificio idólatra, y de nuevo por uno de los fieles (can. LIX); de la traición al magistrado pagano (“delatio”), al cual se atribuye una diferencia en culpabilidad si el crimen fue perpetrado por un catecúmeno o por uno de los fieles (can. LXXIII).
El título “fidelis” fue a menudo cincelado en epitafios en el período cristiano primitivo, a veces en oposición al título de catecúmeno. Así, en Florencia, un amo (“patronus”) dedica a su siervo catecúmeno (“alumna”) la siguiente inscripción: "Sozomeneti Alumnae audienti patronus fidelis", es decir, "su amor, uno de los fieles, a Sozomenes, su siervo y oyente”, por cuyo término él denota uno de los bien conocidos grados del catecumenado (Martigny, Dict. des antiq. chreét., París, 1877). Incluso hoy día el rito bautismal provee para una petición voluntaria de parte de un “infidelis”, es decir, un no cristiano (vea infieles); existen vestigios venerables del “scrutinium” primitivo o examen preliminar, los garantizadores (“sponsores”) o padrinos y madrinas, los ritos del catecumenado, la comunicación del Credo (“traditio symboli”) y el Padre Nuestro, la renuncia a Satanás y al mal, la adhesión a Jesucristo, y la triple profesión de fe. Al candidato al bautismo se le pregunta todavía a la entrada de la pila bautismal: “¿Quieres ser bautizado?” Por lo tanto, era voluntario y lo es todavía que uno entrara al rango de los fieles a través del rito de iniciación principal del bautismo.
Bastante naturalmente, incluso en la antigüedad cristiana, se llamaba la atención a las ceremonias análogas de la circuncisión (el signo, sino el rito, de la admisión de prosélitos a la profesión del judaísmo) y del baño de sangre del “taurobolium”, por el cual se iniciaba a los fieles de Mitra (Cumont, Les Mysteéres de Mithra, París, 1902). Las obligaciones de los fieles cristianos se indicaban por los ritos preparatorios de su recepción y por su bautismo real. Él comienza preguntando por la fe (en Jesucristo) y, a través de esa fe, por la vida eterna. Luego se le entrega el Credo, y él lo regresa (“redditio symboli”), es decir, lo repite en voz alta. En la fuente bautismal recita solemnemente la profesión de fe. Por todo esto es claro que su primer deber es creer (vea fe). Su segundo deber es regular su vida o conducta con su nueva fe cristiana, es decir, renunciando a Satanás y al mal, debe evitar todo pecado. “Actúa de tal modo”, se le dice, “que de aquí en adelante seas el templo de Dios.” San Gregorio I dice (Hom. in Evang. XXIX, 3; P.L., LXXVI, 1215): "Sólo entonces somos verdaderamente los fieles cuando con nuestros actos realizamos las promesas hechas con nuestros labios. El día de nuestro bautismo prometimos, ciertamente, renunciar a todas las obras y a todas las pompas del antiguo enemigo.”
Finalmente, puesto que los fieles han buscado voluntariamente la membresía en la sociedad cristiana, están obligados a someterse a su autoridad y a obedecer a sus gobernantes. En cuanto a los derechos de los fieles, consisten principalmente en la completa participación en todos los misterios cristianos, en la medida en que uno no se hace indigno de ellos. Así el fiel cristiano tiene derecho a tomar parte en el Santo Sacrificio, a permanecer en la asamblea luego que el diácono ha enviado a los catecúmenos, a ofrecer con el sacerdote el “orate fidelium” u oración de los fieles, a recibir allí el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y a recibir los otros ritos y Sacramentos. Debe también aspirar al más alto rango en el clero. En una palabra, él es un miembro completo de la sociedad cristiana, y como tal, regularmente hablando, en perpetuidad. Si por razón de sus propias fechorías merece ser expulsado de dicha sociedad, el arrepentimiento y el rito penitencial reparatorio, un segundo bautismo, por así decirlo, le permite regresar. Finalmente, si él persiste en el cumplimiento de sus promesas bautismales, obtendrá la vida eterna, es decir, su petición original al momento del bautismo. Vea bautismo, catecúmeno.
Fuente: Boudinhon, Auguste. "The Faithful." The Catholic Encyclopedia. Vol. 5. New York: Robert Appleton Company, 1909. 11 Oct. 2009 <http://www.newadvent.org/cathen/05769a.htm>.
Traducido por L H M.
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