lunes, 12 de febrero de 2018

San Gaudencio

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Obispo de Brescia desde alrededor del año 387 hasta cerca de 410; fue el sucesor del escritor sobre herejíasSan Filastrio. A la muerte de dicho santo Gaudencio estaba haciendo una peregrinación a Jerusalén. La gente de Brescia se comprometió por un juramento que no aceptarían a otro obispo que no fuera Gaudencio; y San Ambrosio y otros prelados vecinos, en consecuencia, lo obligaron a regresar, aunque contra su voluntad. Los obispos orientales también amenazaron a negarse a la comunión con él si él no obedecía. Poseemos el discurso que él hizo ante San Ambrosio y otros obispos con ocasión de su consagración, en el cual se excusa, bajo el argumento de la obediencia, de su juventud y su presunción al hablar. Había traído consigo de Oriente muchas reliquias preciosas de San Juan Bautista y de los apóstoles, y especialmente de los Cuarenta Mártires de Sebaste, las cuales le habían entregado en Cesarea de Capacocia las sobrinas de San Basilio. Depositó éstas y otras reliquias de Milán y otros lugares en una basílica a la que llamó Concilium Sanctorum. Todavía existe su sermón con ocasión de su dedicación. De una carta de San Juan Crisóstomo (Ep. CLXXXIV) a Gaudencio se puede deducir que los dos santos se habían conocido en Antioquía. Cuando San Juan Crisóstomo fue condenado al exilio y apeló al Papa San Inocencio I y a Oriente en 405, Gaudencio salió en su defensa cálidamente.
Gaudencio y otros dos obispos sirvieron como embajadores al emperador oriental Arcadio de parte de su hermano Honorio y del Papa, para llevar cartas de ambos y de los obispos italianos. Los enviados fueron capturados en Atenas y enviados a Constantinopla, y estuvieron tres días en un barco sin comida. No fueron admitidos a la ciudad, sino que fueron echados a una fortaleza llamada Atira, en la costa de Tracia. Al arrebatarles sus credenciales por la fuerza le fracturaron el dedo pulgar a un obispo, y se les ofreció una gran cantidad de dinero si se comunicaban con Ático, que había suplantado a San Juan Crisóstomo. Fueron consolados por Dios, y San Pablo se le apareció a un diácono entre ellos. Eventualmente fueron puestos a bordo de un buque no apto para la navegación, y se dice que el capitán tenía órdenes de hundirlos. Sin embargo, llegaron sanos y salvos a Lampsaco, donde abordaron otro barco para Italia y en veinte días llegaron a Otranto. Su propio relato de su aventura de cuatro meses ha sido conservado por Paladio (Diálogo, 4). San Crisóstomo les escribió muchas cartas de agradecimiento.
Todavía existen veintiún tratados de Gaudencio. Los primeros diez son una serie de sermones pascuales, escritos después de pronunciados a pedido de Benívolo, el jefe de la nobleza de Brescia, a quien la enfermedad le había impedido escucharlos. En el prefacio Gaudencio aprovecha la ocasión para repudiar todas las copias desautorizadas de sus sermones publicados por copistas. Parece que Rufino conocía estas ediciones pirateadas, quien, al dedicarse a San Gaudencio la traducción del pseudo-clementino “Reconocimientos”, lo alaba por los dones intelectuales del obispo de Brescia, diciendo que aun su hablar extemporáneo es digno de publicación de de preservación para la posteridad. El estilo de Gaudencio es simple y sus temas son muy buenos. Sus restos descansan en Brescia en la Iglesia de San Juan Bautista, en el lugar del Concilium Sanctorum. Su figura es vista a menudo en las figuras del altar de los grandes pintores brescianos, Moretto, Savoldo y Romanino. La mejor edición de sus obras es la de Galeardi (Padua, 1720 y en P.L., XX).

Fuente: Chapman, John. "St. Gaudentius." The Catholic Encyclopedia. Vol. 6. New York: Robert Appleton Company, 1909. <http://www.newadvent.org/cathen/06393c.htm>.
Traducido por Luz María Hernández Medina.

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