martes, 25 de febrero de 2014

Antiguedades Bíblicas

Valor histórico de las “Antigüedades de los judíos”: La intención de Flavio Josefo (400-10)

Valor histórico de las “Antigüedades de los judíos”: La intención de Flavio Josefo  (400-10)
Hoy escribe Antonio Piñero


Josefo sigue la tradición de la historiografía judía anterior a él y aprovecha el estilo y las formas griegas de los libros de historia para hacer llegar a sus connacionales, y sobre todo a los “de fuera”, los paganos, las glorias de Israel, su pasado cargado de promesas divinas.

A la vez construye un sistema defensivo, apologético, ante los posibles ataques externos a su pueblo ensalzando las virtudes propias. Las ideas que impulsan este tipo de obras -de las que el Judaísmo de la época nos ha legado alguna más, como las Antigüedades bíblicas del Pseudo Filón- es la presentación del pueblo judío ante el culto mundo del Helenismo y la búsqueda de una integración relativa en los valores de esa cultura (se afirma: el judío es un pueblo antiguo, noble, de densa historia, con leyes excepcionales y excelsa tradición), conservando al mismo tiempo la idiosincrasia y tradiciones propias, ensalzadas por el escrito en cuestión.

El valor histórico de las Antigüedades es en muchos casos escaso, a pesar de que el autor afirme haber escrito movido “por el amor a la verdad”, y critique acerbamente a otros por no hacerlo. Para juzgar con precisión la valía como fuente histórica de las Antigüedades deberíamos estar en posesión de sus fuentes, lo que nos permitiría efectuar un contraste, y éste no es, desgraciadamente, el caso. Siendo esto así, un lector moderno habrá de discernir de acuerdo con sus conocimientos (o con la ayuda de expertos) aquello que es verosímil de lo que no lo es.

Afecta también negativamente a la valoración de las Antigüedades el que Josefo ofrezca versiones divergentes de ciertos relatos que se repiten en la Guerra y en las Antigüedades. Con cierta estupefacción ante las palmarias contradicciones, o sesgos diversos, el lector paciente ha de echar mano a su sentido crítico para indagar cuál de las dos versiones debe de atenerse más a la verdad histórica. Los comentarios de los especialistas suelen aclarar estos casos.

Por otro lado, sí valoramos positivamente y nos interesa mucho hoy día -como fuente de información indirecta- la enorme cantidad de citas de otros autores, perdidos, que ofrecen las Antigüedades, gracias a las cuales los filólogos pueden reunir los fragmentos de tal o cual autor antiguo, primer paso para su conocimiento.

También afecta positivamente a la valoración de las Antigüedades el hecho ya comentado de que esta obra es prácticamente la única fuente que poseemos para conocer los avatares del judaísmo durante muchas decenas de años, si no siglos. Apenas texto alguno, salvo las Antigüedades, nos proporcionan datos para los tiempos que median desde Esdras y Nehemías (siglo V a. C.) hasta la época de los Macabeos, o bien para los decenios entre la muerte de Simón, hermano de Judas Macabeo (134 a.C.), y la Guerra de los judíos y su conclusión (74 d.C.).

Para los estudiosos del Nuevo Testamento hay también muchos datos en las Antigüedades que son muy útiles para hacerse una idea de cuál era el pensamiento de ese judaísmo en cuyo seno nació la secta de los nazarenos, que luego se convertiría en el cristianismo.

La fortuna posterior de las Antigüedades no fue tan buena como la de la Guerra, pues ofrecía menos valor apologético para los pensadores cristianos. Fue probablemente en el siglo VI cuando se hizo la primera versión al latín de las Antigüedades, lo que ayudó mucho a su difusión. En los siglos IX-X un autor desconocido elaboró un Epítome de las Antigüedades que luego utilizó el historiador Zonaras en sus Anales (siglo XII).

A partir de la invención de la imprenta hubo suficientes ediciones (desde finales del siglo XV hasta el XVIII) de la obra completa de Josefo, por tanto también de las Antigüedades, en las naciones civilizadas de Europa. En el siglo XX no han faltado traducciones de esta obra a diferentes lenguas europeas. En español, la primera traducción de las Antigüedades apareció en Amberes en 1554 y, que sepamos, no ha habido otra hasta 1961 (L. Farré, Buenos Aires). Si no me equivoco hay una edición española de las Antigüedades en traducción del catedrático emérito de Filología Clásica, José Vara Donado.

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