viernes, 28 de febrero de 2014

PINOCHET Y LA SANTA SEDE.

Alberto Treiyer
Doctor en Teología
Papel de la Santa Sede. El nombre de Pinochet es todo un símbolo en Europa, EE.UU. y la mayoría de los países del mundo, ya que encarnó un neofascismo largamente condenado por el mundo para enfrentar el comunismo. Mientras que la Junta Militar argentina de la época contó con varios generales y, por consiguiente, careció de un nombre representativo que involucrase esa renovada tendencia catolizante del continente latinoamericano, en Chile hubo un solo dictador, y ese fue Pinochet. De allí que su nombre tuviese más relevancia para representar toda esa época represiva y dictatorial sudamericana.

Pinochet contó a su favor con un cardenal que fue nuncio apostólico en Santiago durante la mayor parte de su dictadura, llamado Angel Sodano. Para colmo de bendiciones, ese cardenal era tan influyente ante la Santa Sede que fue luego nombrado nada menos que Secretario de Estado del Vaticano. También contó Pinochet con el respaldo del cardenal Jorge Medina Estévez, quien luego de ejercer como obispo en Valparaíso, pasó en 1996 a ocupar el cargo en el Vaticano de prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Su abierto respaldo al general no terminó significando para estos cardenales ningún obstáculo para su ascenso dentro de la jerarquía romana. Por el contrario, ambos cardenales merecerían ser reconocidos en las más altas esferas de la Iglesia Católica en el mismo Vaticano, por la labor que habían cumplido en Chile.

Tanto Medina como Sodano participaron activamente en el viaje del papa Juan Pablo II a Chile en octubre de 1988. ¡Sí, Juan Pablo II, acompañado por esos dos cardenales, y toda la jerarquía católica chilena a sus espaldas, salió a los balcones con Pinochet! Esto tuvo lugar quince años después que el dictador ordenara el bombardeo de la Moneda y diera instrucciones para acabar con el presidente comunista anterior, Salvador Allende, en el caso que saliera con vida. El papa dio entonces la comunión al presidente y comandante en jefe del Ejército, Augusto Pinochet, y lo visitó en su despacho del Palacio de la Moneda.

Veinte años después del genocidio dictatorial de Pinochet, el mismo papa que lo había visitado cinco años antes le enviaba un telegrama de felicitación con motivo de sus bodas de oro matrimoniales. El papa le escribía que, “como prenda de abundantes gracias divinas, con gran placer imparto, así como a sus hijos y nietos, una bendición apostólica especial”. El cardenal Sodano, como Secretario de Estado del Vaticano, acompañaba tal bendición papal con una carta personal el mismo 18 de febrero, asegurándole que tenía “la tarea de hacer llegar a Su Excelencia y a su distinguida esposa el autógrafo pontificio adjunto, como expresión de particular benevolencia”. También le hacía saber que “Su Santidad conserva el conmovido recuerdo de su encuentro con los miembros de su familia con ocasión de su extraordinaria visita pastoral a Chile”, y terminaba reafirmando, “señor General, la expresión de mi más alta y distinguida consideración”.

Cuando tiempo después Pinochet fue apresado en Londres y reclamado por sus genocidios en España, el Vaticano intercedió de diferentes maneras para evitar que fuese entregado a la justicia internacional y, por el contrario, para que fuese devuelto a Chile por presuntas “razones humanitarias”. De nuevo vemos a la Santa Sede participando de una actitud diplomática digna de inculpación por obstrucción de la justicia internacional—como se dio en el caso de los exnazis y ustashis que encontraron refugio en el Vaticano después de la Segunda Guerra Mundial—y buscando como entonces, una vía de escape para sudamérica. ¿Por qué no tuvieron los mismos cardenales que abogaban ahora por Pinochet ante Inglaterra, esos mismos escrúpulos humanitarios para con las familias de los desaparecidos y asesinados por un gobierno que abusó de sus derechos en forma tan brutal como lo fue la dictadura de Pinochet? Como en todos lados, una vez que logra sus objetivos militares y genocidas, la Iglesia solicita perdón no por lo que ella hace, ya que es perfecta y no puede errar, sino por lo que hacen sus hijos, y busca la reconciliación. Así deja Roma impunes a los asesinos más jerarquizados, y ayuda a tales hijos excedidos en su amor a su Santa Madre Iglesia Católica Romana, a evadir la justicia internacional.

d) Católicos chilenos se dirigen al papa. Al enterarse de los movimientos de la curia romana tanto en Chile como en el Vaticano, cierto grupo de católicos chilenos decidió escribir una carta abierta al papa Juan Pablo II. Por su importancia, convendrá extraer aquí algunos párrafos.

“Como es de su conocimiento, el general (R) Augusto Pinochet Ugarte está detenido en Londres por acusación de la justicia española que demanda su extradición para juzgarlo por crímenes de genocidio, terrorismo de Estado y tortura, efectuados en Chile bajo su gobierno en el período de 1973 a 1990. Tiene que ver con el más grande y cruel genocidio político en la historia de Chile, condenado durante 15 años consecutivos (1974-1988) por la Organización de las Naciones Unidas. En estas circunstancias, nos parece gravísimo que, de acuerdo a sus propias declaraciones, el Cardenal chileno Jorge Medina, Prefecto de la Sagrada Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, haya realizado “discretas gestiones a todo nivel” para pedir la intervención de la Santa Sede en pro de la libertad del general Pinochet y su inmediato retorno a Chile, sin condiciones.

“Tales gestiones, de acuerdo a versión de prensa chilena, fueron incluso apoyadas por los cardenales Sodano, Ratzinger, López Trujillo, Martínez Somalo y por el propio nuncio en Chile Monsenor Piero Biggio, sin haber sido desmentidas por el Vaticano. Tal conducta de personeros de la Curia Romana nos parece en grave contradicción con los principios más fundamentales de la Sagrada Escritura que protegen la vida humana y su dignidad y con la orientación básica del Concilio Vaticano II sobre derechos humanos. E incluso esta actitud se opone diametralmente a su reciente enseñanza como Pastor Universal de la Iglesia en materia de Derechos Humanos: «El secreto de la paz verdadera esta en el respeto de los derechos humanos».

“Nos parece muy necesario, Su Santidad, que usted reafirrne que no es posible confundir el perdón cristiano a ofensas personales con la severa sanción de la sociedad civil a los crímenes para evitar su repetición. En efecto, Usted, en el propio caso de su agresor Alí Agca, lo perdonó personalmente, pero a pesar de que éste lleva ya 17 años preso, nunca ha interferido en la aplicación de la sanción de la Justicia italiana. Ello se explica por el interés del Vaticano por desalentar cualquier futuro atentado contra el mismo Papa o sus sucesores. Siguiendo ese criterio, en Chile la Iglesia Católica no puede enseñar a las futuras generaciones–nuestros hijos y nietos–que el asesinar, hacer desaparecer y torturar a miles de opositores políticos puede o debe quedar impune so pretexto de una falsa reconciliación o perdón. Ello la haría cómplice de los mismos crímenes contra la humanidad y responsable de su futura repetición, cayendo en el gravísimo reproche de San Agustín: «Si eres negligente en corregir al pecador, te haces peor que el que pecó».

“En el caso del general Pinochet, la humanidad entera, el gobierno chileno (Informe Rettig) y la acusación de la justicia española (280 fs. proceso Juez Garzón), como asimismo la propia defensa del general Pinochet en Inglaterra, dejan en claro su absoluta responsabilidad política y su presunta responsabilidad penal en los horrorosos crímenes cometidos por la D1NA—servicio secreto de seguridad de Pinochet—bajo su directa responsabilidad y mando, al punto que él llegó a decir: «Yo soy la Dina». En Europa, tal presunción de responsabilidad política y penal de Pinochet quedó de manifiesto con la amplia votación del Parlarnento Europeo apoyando el juicio de extradición de Pinochet a España”.

“La postura del Cardenal Medina y algunos eclesiásticos de insistir en un perdón a Pinochet y olvido de sus crímenes bajo el pretexto de la reconciliación cristiana, constituye un chantaje moral al pueblo chileno, presionándolo para que abandone su legítimo clamor de justicia. Sostenemos que la Iglesia Católica chilena en esta coyuntura ética debe plantearse de acuerdo a la inspiración bíblica como defensora de los huérfanos, las viudas y los pobres, que son, sin duda, los familiares de los detenidos desaparecidos, asesinados y torturados; y no como defensora de los dueños del poder, de la fuerza y del dinero. Está llamada a ser defensora de las víctimas y no de los victimarios; del derecho de los ciudadanos chilenos a tener una democracia y libertad reales en Chile y no seguir más como esclavos de una institucionalidad violentamente impuesta y mantenida por Pinochet y sus cómplices.

”Pinochet, en su detención y libertad vigilada en Londres, ha tenido un tratamiento humanitario y privilegiado por parte de las autoridades inglesas. Clínicas y mansiones de lujo donde se hospeda junto a su familia. Tiene los mejores abogados para defenderse e incluso empresas de relaciones públicas para mejorar su pésima imagen internacional. Por estos y otros motivos creemos que no proceden las razones de compasión para liberarlo y afrontar el proceso de extradición a España. Pinochet no ha tenido un mínimo de compasión con más de 1.000 familias que por 25 años no saben ni siquiera dónde están los cuerpos de sus familiares detenidos y desaparecidos, lo que constituye una tortura permanente para esas familias. Ante estos crimenes, ¿cómo no recordar a Hitler y su siniestra operación “noche y niebla”?

“Hoy los ojos del mundo están fijos en el fallo de los Lores en Londres sobre el caso Pinochet. Es la gran oportunidad de reafirmar la justicia universal frente a los crímenes contra la humanidad. Sería un escándalo mundial que el gran esfuerzo realizado por más de 50 años por jueces, juristas, movimientos de derechos humanos y la propia Organización de Naciones Unidas (ONU), fuera burlado por la impunidad lograda para Pinochet por una criminal “compasión” solicitada por la Iglesia Católica y/o la Iglesia Anglicana.

“La Iglesia Católica hoy está pidiendo perdón por sus gravísimos errores y crímenes del pasado con motivo de la Inquisición o del Holocausto y el ascenso de Hitler. Es la hora de censurar el apoyo de los cardenales de la Curia ya citados y, también, de los 20 parlamentarios polacos de la Unión Nacional Cristiana que viajaron el 9 de enero a Londres para expresar su solidaridad para con el Hitler chileno. Tales acciones contrarían las expresas y recientes orientaciones de Su Santidad Juan Pablo II: «Hay que detener la mano ensangrentada de los responsables de genocidio y crímenes de guerra» (Navidad 1998).

“Todo esto es necesario para que el futuro Papa no tenga que pedir perdón [de nuevo] a toda una generación en nombre de la Iglesia por haber apoyado la impunidad del genocidio, terrorismo de Estado y torturas de la dictadura asesina de Augusto Pinochet en Chile”. La carta agrega algunos textos bíblicos, el primero de los cuales tomado de Salomón que dice: «Al que dice al malo: “Eres justo” le maldicen los pueblos y le detestan las naciones; los que los castigan viven felices y viene sobre ellos la bendición del bien» (Prov 24:24).

Esa carta, bien documentada, fue ignorada por el Vaticano. Pinochet fue liberado porque, además, abogó por él Margaret Tatcher aduciendo que era una traición la que se estaba haciendo en Londres contra un hombre que había sido clave en el apoyo que brindó a Inglaterra en la guerra con Argentina por las Islas Malvinas. Por razones políticas y religiosas, pues, debía seguir brindándose impunidad a un hombre tan consecuente con sus creencias católicas. Además, ¿no le había reportado honra internacional Pinochet al papa, recurriendo a él para que mediara en el litigio limítrofe argentino-chileno sobre tres pequeñas islas del sur, y permitiéndole aparecer así, como hombre de paz para los pueblos? Nuevamente, el papado honra a los que lo honran, no importa cuán criminales sean o hayan sido, como lo hacen todos los gobernantes de este mundo que prefieren ese reconocimiento a expensas de la alabanza que proviene de Dios (Juan 5:44).

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