viernes, 28 de febrero de 2014

¿Ha cambiado el papado desde mediados del S. XX?

Alberto Treiyer
Doctor en Teología

¿Ha cambiado el papado desde mediados del S. XX?
Muchos católicos reconocen las aberraciones políticas antidemocráticas de los papas del S. XIX, pero piensan que con Juan XXIII en la segunda mitad del S. XX se inicia una nueva era papal más abierta, moderna y liberal. Es a partir de entonces que nace el ecumenismo católico. Más de siglo y medio le llevó a los papas captar que las posturas rígidas que había mantenido durante todo el medioevo hasta la Revolución Francesa, no le iban a permitir jamás recuperar su prestigio y poder supremos sobre la tierra. De allí que desde entonces, el mayor esfuerzo de los papas se dará en tratar de hacer entrar a todas las demás religiones en sus sueños de supremacía para el mundo. En lugar de subir a la cima excluyendo a las otras religiones, busca hoy más que nunca incluirlas en sus proyectos globales.
Así, a partir de Juan XXIII, los Protestantes no son ya más mirados como enemigos a los que hay que excluir, aplastar y aniquilar. Se trata de “hermanos separados” a quienes la Iglesia debe esforzarse por reconquistar. Los Ortodoxos no necesitan tampoco ser suplantados, sino que constituyen el otro pulmón de Europa que puede trabajar a la par con el papado en sus proyectos universales. Los concordatos que durante la primera mitad del S. XX el papado trató de firmar con los gobiernos civiles de gran representación católica, ignorando a las demás iglesias, pueden ahora firmarse también con las demás iglesias y así, actuar juntas en el reconocimiento gubernamental que buscan para la imposición de sus dogmas comunes.
Es así que, al concluir el S. XX, el Vaticano firmó un acuerdo con los Luteranos que pretende superar la crisis de medio milenio atrás sobre las indulgencias y la justificación por la fe. A través de los Luteranos está buscando lograr también un acuerdo semejante con los Metodistas, y los esfuerzos ecuménicos que lleva a cabo para firmar acuerdos con la Iglesia de Inglaterra (la Anglicana), son también notables. Diálogos con Evangélicos, Pentecostales y Adventistas, sobre puntos que los acercan más, se han estado dando también por inciativa de la Iglesia Romana. Aunque esos diálogos no implican necesariamente compromisos, es digno de loar que se puedan sentar juntos, a pesar de tantas divergencias, en un esfuerzo por entenderse mejor el uno al otro.
¡Sí, a condición de ser aceptado su liderazgo, el Vaticano promete hoy reconocer el pluralismo político y religioso! Al fin y al cabo, esa es la única manera en que puede terminar constituyendo la “Gran Babilonia” de los últimos días, y transformar la Iglesia Católica en la “madre de todas las rameras” de la tierra (Apoc 17:1-6). El problema que tiene es que esa Babilonia forma ya parte del catolicismo mismo, con corrientes teológicas y filosóficas contradictorias que corren abundantemente en su interior. Así como el Magisterio de la Iglesia Católica proclamó la infalibilidad papal en 1870 para poder mandar a los fieles católicos desde cualquier país de la tierra al que fuese eventualmente arrojado el papa, así también busca ahora imponer su liderazgo político y religioso para poder manejar los hilos conductores que mueven a las naciones, en medio de la confusión reinante cada vez más generalizada de este mundo. En la medida en que se acepte su liderazgo—piensa el papa—y se respeten las marcas que le permiten hacer sentir su presencia sobre todo el mundo—las fiestas religiosas católicas—puede tolerarse el pluralismo en cualquier ramo del saber.
a) El concepto papal de la libertad. ¡Por supuesto! ¡Hay una apertura del Vaticano hacia el mundo! ¡Nadie puede negarlo! Pero, ¿significa esa aparente apertura que el papado ha realmente cambiado? ¿Cambió sus creencias fundamentales? El nuevo catecismo romano lo niega cuando dice que “el derecho a la libertad religiosa no es ni una licencia moral para adherirse al error ni un supuesto derecho al error”. ¿Dónde fundamenta semejante afirmación? En los papas presuntamente más conservadores del S. XIX y del XX, esto es, en León XIII (Libertas praestantissimum 18) y en Pío XII (AAS 1953, 799), quienes nunca asimilaron los conceptos modernos de libertad de conciencia.
En su encíclica Immortale Dei, La Constitución Cristiana de los Estados (1885), el papa León XIII había insistido en su condenación al protestantismo por su principio de “libertad de conciencia”, que interpretaba como dejar hacer a quien quisiese lo que se le diese la gana. Ese principio interrumpía la conexión ordenada de alma y cuerpo en el ejercicio de la autoridad—según argumentaba León XIII en armonía con los papas medievales. En Libertas Praestantissimum (1888), 50, León XIII insistía en que “es ilegal requerir, defender o garantizar libertad incondicional de pensamiento, expresión oral o escrita, o de adoración, como si fuesen tantos derechos dados por la naturaleza al hombre... La libertad en esas cosas pueden ser toleradas donde hay una causa justa... La libertad debe ser mirada como legítima no más allá de permitir una facilidad más grande para hacer el bien, pero no más lejos”.
Es evidente que esos conceptos medievales que perduraban en los papas del S. XIX y primera mitad del XX continúan en el pensamiento papal actual. De otra manera, ¿para qué citarían los autores del nuevo catecismo romano a tales papas, sobre un punto tan delicado como el de la libertad de conciencia, para continuar negando el derecho a adherirse al error? Juan Pablo II mismo declaró varias veces durante su mandato, que no está de acuerdo con los principios de libertad que se dan en los EE.UU., el país por excelencia de la libertad religiosa porque, según él, no debe tenerse derecho para obrar mal. Mientras ha tenido que tolerar la democracia en el orden civil, la ha negado dentro de su iglesia donde reinstaló la ideología del poder papal que Pío XII había afirmado. En efecto, Juan Pablo II también “cree que el pluralismo no puede conducir sino a una fragmentación centrífuga;  sólo un papa fuerte, que gobierne de la cima, puede salvar la Iglesia” (PH, 367). ¿Podrá creerse, en un contexto tal, que va a mantener sus promesas de pluralismo para el exterior, una vez que logre recuperar el poder político por el que lucha tan denodadamente?
Volvamos al concepto expresado en el catecismo que niega la libertad de adherirse al error. ¿Quién determina lo que es error en materia religiosa? El Magisterio de la Iglesia Católica, según lo vuelve a afirmar el nuevo catecismo romano. Ese Magisterio que el catecismo asegura ser infalible, tiene la tarea de preservar al pueblo “sin error” (890). Por consiguiente, nadie tiene derecho a pensar diferente que lo que determina el Magisterio Católico, ni libertad para creer el error condenado por el mismo Magisterio, un principio medieval católico que la Iglesia de Roma mantiene en pie todavía en el S. XXI. De esta forma, el pluralismo religioso y político que el papado promete otorgar donde el catolicismo es mayoría, no es libertad, sino apenas tolerancia. Y esa tolerancia no durará más que lo que duren los principios de libertad de la conciencia individual que garantizan las constituciones de los estados modernos.
León XIII, el papa citado en el nuevo Catecismo católico en relación con la libertad religiosa, declaró en Libertas Praestantissimum (1888), 50:  “Y aunque en la condición extraordinaria de estos tiempos la Iglesia consiente en ciertas libertades modernas, no porque las prefiere en sí mismas, sino porque juzga oportuno permitirlas, en tiempos más felices deberá ejercer su propia libertad...” Esta es la posición de la Iglesia Católica, una posición que, según vimos a lo largo de estos estudios históricos, siempre tuvo cuando no fue mayoría o, por diferentes razones, no pudo imponerse como soberana sobre los pueblos y estados en donde operó. La libertad por la que aboga Juan Pablo II hoy no es mi libertad y la de otros, sino la libertad de los católicos que implica, necesariamente, la eliminación de las libertades de los demás en todo lo que le niege al papado la supremacía.
b) La infalibilidad ¿Acaso ha olvidado el mundo la doctrina de la infalibilidad que ostentan el papado y el Magisterio de la Iglesia? Si es que la Santa Sede ha cambiado, ¿por qué se afana tanto hoy el Vaticano en vindicar a los papas presuntamente anticuados para muchos, de los dos siglos que nos precedieron? Para ser más específicos, ¿por qué el papa Juan Pablo II canonizó a Pío XII, y continuó venerando a tantos papas criminales del medioevo como Inocencio III (el papa más altivo y genocida de la Edad Media y de la historia papal)? El nuevo catecismo confirma una vez más que el Magisterio de la Iglesia, en conjunto con el papa, tiene el deber de preservar al pueblo libre de error, y para ello afirma que “Cristo dotó a los pastores de la Iglesia con el carisma de la infalibilidad en asuntos de fe y moral” (890). Ningún texto bíblico es citado para fundamentar semejante pretensión.
¿Para qué llevó también Juan Pablo II, al podio de la santidad, a los papas que pertenecieron a una época anterior negativa (la de la primera mitad del S. XX)? El propósito de la beatificación papal es el de presentar ante el mundo a los beneméritos tales, como ejemplos de santidad de la Iglesia dignos de imitar. ¿Es ese el rico patrimonio con el que cuenta la Iglesia de “buenas obras”, que con soberbia ostenta ante un mundo protestante que carece de “grandes” hombres porque, por convicciones religiosas, no honra en principio al hombre, sino al único digno de ser honrado, el Hijo de Dios? (Juan 5:44; Apoc 15:4; 19:9-10, etc).
Fue Juan Pablo II quien condenó al teólogo suizo Hans Küng por rechazar la doctrina católica de la infalibilidad papal. ¿Había de extrañarnos que en el catecismo que él inspiró durante su mandato, citara a menudo a los papas que promulgaron la infalibilidad papal y la reafirmaron sucesivamente, rechazando la libertad de conciencia? ¿Con qué base puede alguien presuponer que la historia trágica de tantos genocidios inspirados, efectuados y/o condonados por la Iglesia Católica, incluso por el papa que cerró el S. XX, no volverá a repetirse si logra unir al mundo bajo su liderazgo político-religioso? Fue también Juan Pablo II quien ligó al papado al Opus Dei, la orden religiosa derechista de origen hispano y cuyas raíces se remontan al Santo Oficio de la Inquisición, y a movimientos masivos sectarios como el de Communione e Liberazione, que se caracterizan por su algo grado de control de corte militar, y que reprueba el pluralismo periodístico (PH, 269).
c) Lenguaje doble. En las dictaduras militares sudamericanas que tuvieron lugar en el último cuarto de siglo, vemos que el Vaticano sigue siendo el mismo. Ha tenido que aprender—debido a los límites que le han sido impuestos por los poderes seculares y protestantes—a expresar un lenguaje doble que obliga a leer entre líneas para poder captar sus verdaderas intenciones. Por ejemplo, argumentan hoy que no reclaman de las autoridades civiles ningún privilegio sobre ninguna otra religión o entidad pública que no les pertenezca. De esa manera, pretenden defender los derechos de todos, “del bien común” como gustan definir, pero sin especificar cuáles son los privilegios que le son propios o inherentes a la Iglesia Católica.
Para descubrir los privilegios que la Iglesia Católica reclama como suyos, uno tiene que recurrir a otros documentos de cardenales y papas emitidos en tiempos recientes, y aún al nuevo catecismo romano, que muestran que no aceptan la igualdad de todas las religiones. Tienen que ver con la imposición civil de sus días de fiesta, pasando así por encima de los derechos de los demás. Por ejemplo, niegan a los musulmanes un mismo derecho de imponer sus días sagrados en Europa a pesar de su representación numérica considerable actual, por el hecho de que las tradiciones europeas se forjaron con el cristianismo (entiéndase católico y medieval), no con el islamismo. La historia, la tradición, continúa teniendo más peso para la Iglesia Católica que la realidad actual. Por tal razón insiste el Vaticano en que los días sagrados católicos deben ser salvaguardados por las leyes de las naciones europeas que le pertenecen por derecho de tradición. Europa fue tradicionalmente católica, y el viejo continente no debe perder sus raíces históricas que le confieren el alma que necesita para realmente ser alguien.
El doble lenguaje empleado por el Vaticano hoy le permite, además, caer parado formalmente en cualquier circunstancia. Mientras pretende defender los derechos del hombre y, contra la verdad histórica los considera un legado del cristianismo (entiéndase siempre católico), los pasa por alto sin ambagues cuando peligran los privilegios políticos que cree pertenecerle a la Iglesia, o cuando cree tener la oportunidad de ganarlos. En tales circunstancias no trepida el papado en recurrir a los medios más crueles y despóticos con tal de lograr o mantener la supremacía. Son contextos que considera de emergencia o gran oportunidad para su causa. Como en la Edad Media alienta o, mejor dicho, arenga a las autoridades militares y civiles a emprender una “cruzada” de exterminio para sofocar la oposición, y luego se lava las manos y aboga por una política de reconciliación.
d) Doble juego represor y vindicatorio. ¿Cómo hace la Santa Sede para llevar a cabo su ministerio represor cruel para con sus adversarios, y luego buscar defender su imagen deteriorada ante el mundo? Mediante una dicotomía entre lo que hacen sus hijos (el clero y el laicado), y lo que hace la cúpula en Roma. Mientras que el Magisterio y el Papa en el Vaticano pretenden poseer la infalibilidad, en la esfera más baja u “ordinaria” de esa jerarquía no se la posee y, por consiguiente, los súbditos pueden decir y hacer cualquier cosa que le permita a la Iglesia Católica llevar a cabo su misión. El llevar a cabo esa misión sin escrúpulos no menoscaba, por otra parte, ni al clero inferior “ordinario” ni al laicado fiel de la Iglesia Católica, ya que saben que jamás serán condenados por su Madre allá en Roma, donde está la máxima Jerarquía de la Iglesia.
¡Cómo va a ser condenado el clero en su ministerio “ordinario” si, mediante esa corriente secreta de información que lleva con el Vaticano, mantiene permanente comunión con la cúpula más alta de la Santa Sede, aún en los momentos de mayor represión y crueldad! Lamentablemente para ese sistema, el secretismo de tanto en tanto se filtra, de tal manera que los que descubren la estratagema y buscan probar la implicación y participación directa e indirecta de los mismos papas que pretenden salvar la imagen después, encuentran sobradas pruebas de su complicidad. Para desprestigiar luego la labor tesonera y esmerada de esos detectores modernos de mentiras, el Vaticano busca algún punto que presume débil de la argumentación y lo resalta, ignorando todo el meollo de documentación científica que esos detectores ofrecen para desenmascarar la mentira oficial. Pero, ¿puede una institución como la papal, con toda su presumida y arrogante ostentación de infalibilidad y santidad, desligarse de tantos actos criminales y de toda suerte de corrupción que en forma consecuente y metódica cumplen sus súbditos en todos los países y continentes en donde ejerce su mayor influencia?
Una copia militar exacta. Los militares argentinos de rango inferior que aplicaron las torturas e hicieron desaparecer a tanta gente, recurrieron al principio de “obediencia debida” para librarse del juicio posterior que les esperaba. Ellos cumplían simplemente con las órdenes que los superiores del ejército les daban. Por su parte, los generales que se apoderaron del país y dieron las órdenes para acabar con la subversión adujeron después, que no se enteraban de todo lo que hacían sus súbditos ni de cómo lo hacían. ¿Quién terminó siendo culpable, así, de los crímenes cometidos en tal contexto? Por supuesto, en los cómodos sillones de los generales no se sentía el peso de la conciencia que caía sobre los verdugos que habían sido nombrados para cumplir con tan sucia misión. Todo lo que tenían que hacer desde ese lugar tan privilegiado era defenderse a sí mismos de la presión internacional en su contra por lo que hacían los que estaban más abajo.
¿Quién puede negar que ese doble juego para lavarse las manos no hubiese sido inspirado en el sistema papal que continúa usándolo para poder seguir presumiendo poseer la infalibilidad? Los militares hijos de la Iglesia se escudan en su fidelidad a la misión que Dios les encomienda a través del clero “ordinario”. El papado pide luego perdón por el exceso que esos hijos de la Iglesia cometieron en su amor por la misión presuntamente divina que recibieron. Nuevamente, ¿quién es culpable en una situación tal? ¿Acaso no es todo eso una farsa? ¿Será que el pontificado católico romano pretende, mediante ese doble juego, engañar también a Dios?
Esa copia del estilo dictatorial y oligárgico del papado romano, que exige impunidad para el clero por pretender que el cuerpo (gobierno civil) no puede juzgar el alma (la Iglesia), lo han estado usando los gobiernos civiles en los países católicos desde hace ya mucho tiempo, para exigir impunidad política, diplomática y gubernamental. De esta manera, los presidentes, gobernadores, alcaldes y aún concejales, pueden robar, matar y violar leyes de tránsito, sin poder ser tocados por la justicia civil. Si en varios respectos estas violaciones impunes a las leyes estatales se están alterando, no se debe a un pedido de transparencia que hipócritamente pide la Iglesia Católica a los políticos en algunos países, sino a la influencia proselitista del capitalismo protestante norteamericano.
El problema para la Iglesia Católica lo siguen siendo los países protestantes para quienes todos son pecadores y sujetos, por consiguiente y sin excepción, a la ley del estado. Siendo que esos principios de trasparencia política que exige el gobierno protestante busca ser exportado como un medio de garantizar los principios democráticos y republicanos en el mundo entero, les es más difícil a los gobernantes de los países católicos continuar hoy obrando impunemente como en lo pasado. ¿Cuándo llegará el día en que esos mismos principios de igualdad y comprensión de la naturaleza humana pecadora de todos, tanto de clérigos como de laicos (madres e hijos), penetren dentro del pontificado romano mismo?
- Es menester obedecer a Dios. Cuando los principales dirigentes religiosos de la nación judía se dirigieron a los apóstoles con la orden de no cumplir con el mandato divino de predicar en nombre de Jesús, “Pedro y los apóstoles respondieron:  ‘Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres'” (Hech 5:29). Este hecho nos muestra que ante Dios nadie podrá aducir “obediencia debida” a una entidad terrenal, sea clerical o política, para justificar su crimen condenado por Dios mismo en Su Palabra. Nadie que quiera realmente salvar su alma podrá vendérsela a ningún dignatario de ninguna iglesia, ni a ningún militar ni gobernante terrenal, para hacer lo que Dios prohibe en su ley.
El profeta Isaías escribió en una época de crisis:  “A la ley y al testimonio. Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido” (Isa 8:20). Ante Dios, cada cual deberá responder directamente por sí. Aunque oprimidos por las autoridades de su país en sus días, los apóstoles revelaron su libertad de conciencia al responder directamente delante de Dios por sus hechos. Negaron a las autoridades religiosas y civiles de sus días, al mismo tiempo, el derecho de pasar por encima de su conciencia santificada por la Palabra de Dios.
¡Cuánto necesitan las naciones saber que “la justicia engrandece la nación”, no el encubrimiendo de la inmundicia que trae “vergüenza” (Prov 14:34). Es mediante la justicia que “será afirmado el trono” (Prov 16:12). “El efecto de la justicia será paz;  y la labor de justicia, reposo y seguridad para siempre” (Isa 32:17). Pero a medida que el engaño aumenta y el Espíritu de Dios se retira de la tierra, la inseguridad y el temor se incrementan en igual proporción. ¡Tanta injusticia en la tierra! ¡Tanta inmoralidad y crueldad! ¡Tantos crímenes jamás reconocidos como tales ni castigados como se merecen!
Así como la tierra terminó vomitando a los moradores cananeos que hasta ofrecían a sus tiernos hijos en sacrificios a sus dioses, así también la tierra iba a vomitar al pueblo que Dios se había escogido pero al que no le confería ni la infalibilidad ni la impunidad. Serían expulsados si se corrompían delante de El como lo habían hecho sus habitantes anteriores (Lev 18:24-30; 20:22-24,26). También el mundo entero sería vomitado, más bien quemado, en el día postrero, cuando la gran paciencia divina llegase a su colmo, y el día del juicio llegase sobre todo el mundo (véase 2 Crón 36:14-16; 2 Ped 3:10-12).
“Por su misma maldad caerá el hombre malo” (Prov 11:5). “Pero aunque el pecador haga mal cien veces, y con todo se le prolonguen los días, sin embargo yo ciertamente sé que les irá bien a los que temen a Dios, por lo mismo que temen delante de él. Al hombre malo empero no le irá bien” (Ecl 8:12-13). “Por cuanto aborrecieron la ciencia, y no escogieron el temor del Eterno..., comerán del fruto de su mismo camino, y se hartarán de sus propios consejos” (Prov 1:29,31).
- Espionaje y vindicación internacional. El Vaticano es el centro de mayor espionaje del mundo, cuyo medio mayor de obtener información se da en el confesionario en donde cientos de miles de sacerdotes se transforman en la basura que recogen de tanta gente criminal por toda la tierra. Todos ellos se deben al Sumo Pontífice y Santo Padre en la Santa Sede, de quien toman su autoridad como presunto Vicario de Dios y de su Hijo. Ese alarde de santidad sirve justamente al propósito de tapar las inmundicias del pasado y las que continúan practicándose allí hasta el presente.
El esfuerzo que desempeña el pontificado romano para vindicarse ante el mundo por sus horrendos crímenes e inmoralidades de la Edad Media es impresionante. Más de medio milenio le llevó para abrir finalmente los archivos del Vaticano sobre la Inquisición y presumir así, purificar la memoria nefasta de la Iglesia Católica, con un pedido de perdón ambiguo que le permite seguir luchando para vindicar la institución del papado. Mayor pareciera ser su esfuerzo por negar su complicidad en los genocidios que sus fieles hijos llevaron a cabo durante y después de la Segunda Guerra Mundial, razón por la cual continúa negándose a abrir todos esos archivos. En su lugar, va soltando archivos seleccionados que no la comprometan, o que parezcan favorecerla o vindicarse ante las tantas acusaciones recientes. Es ahora contra esas acusaciones que provienen de la liberación de los archivos secretos de los principales países involucrados en la Segunda Guerra Mundial, que lucha el Vaticano para no perder su imagen. Y cuando no lo puede lograr, busca despertar compasión aduciendo ser víctima de ataques despiadados que tienen el propósito de dañar su reputación (“Santa Sede”).
Cuando cleros y laicos católico-romanos no pueden seguir más reclamando que las acusaciones que les destapan sus crímenes y fechorías son calumnias internacionales, entonces admiten la falta y llaman inmediatamente a un perdón y reconciliación nacional o internacional, tapando mediante tales pretensiones bonitas la tremenda injusticia cometida, y cobijando en su seno a los criminales que perpetraron tamaños genocidios. Después de todo, argumentan, los hijos laicos y sacerdotes no son necesariamente infalibles. Pero siguen insistiendo en la santidad de la Madre Iglesia en el Vaticano. Cuando se prueba que el Secretario de Estado del Vaticano y los obispos que trabajan allí comulgan igualmente con la inmoralidad y el crimen, entonces les queda el recurso a la santidad e infalibilidad que Dios presuntamente otorga al “Santo Padre”, al papa de Roma. Cuando la hora de la verdad le llega también a ese presunto Sumo Pontífice con datos innegables de la historia que salen a luz, y no puede ocultar así, tampoco sus mentiras e inmundicias, entonces declaran que su infalibilidad se manifiesta únicamente cuando habla excátedra.
Si alguien quiere aprender las mejores técnicas para tapar el pasado y el presente inmoral y criminal de cualquier institución, esto es, para mentir al más alto nivel y aparecer como santo y bienhechor, no tiene más que estudiar la conducta del papado romano a lo largo de la historia, y en especial en esta época. Si lo hace con oración y estudio de la Palabra de Dios, podrá ver con claridad en la Santa Sede de Roma, la obra que E. de White consideró como la obra más “gigantezca de engaño” que se haya levantado jamás sobre la tierra, y predicha en la Biblia en forma especial para los últimos días (CS, cap 36 [35 en inglés]).
¡Cercana está ya, por fin, la hora de retribución para todos los hombres! El Señor mismo descenderá del cielo para poner “la justicia por cordel, y la rectitud como plomada. Granizo barrerá el refugio de la mentira [Apoc 16:21], y las aguas arrollarán el escondrijo”. Sentenció el Señor:  “Vuestro concierto con la muerte será anulado, y vuestro acuerdo con el sepulcro no será firme. Cuando pase el turbión del azote, os aplastará”. “Porque el Señor se levantará... para hacer su obra, su extraña obra, y para hacer su operación, su extraña operación” (Isa 28:17-18,21). “Entonces se manifestará aquel inicuo, a quien el Señor matará con el aliento de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida. La aparición de ese inicuo es obra de Satanás, con gran poder, señales y prodigios mentirosos, y con todo tipo de maldad, que engaña a los que se pierden... porque rehusaron amar la verdad para ser salvos” (2 Tes 2:8-12). 


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