Jesús
no prueba su afirmación con argumentaciones
Jn
7,17 «El que quiera
realizar el designio de Dios apreciará si esta doctrina es de Dios o si
yo hablo por mi cuenta».
Jesús
no prueba su afirmación con argumentaciones ni citando textos del AT. El
criterio para discernir la verdad de su doctrina está en el hombre mismo,
y a él se remite Jesús. El no se impone, cada uno tiene que encontrar la
certeza. El criterio que Jesús propone, independiente de su persona, es
la fidelidad a Dios creador, el deseo de realizar su designio cooperando
en la obra creadora, con el trabajo por el bien del hombre. Quien
considere el bien del hombre como valor supremo, relativizando toda otra
norma, y esté dispuesto a dedicarse a él, tendrá la evidencia de que la
doctrina de Jesús viene de Dios. Es decir, en quien busca la plenitud de
vida, la doctrina de Jesús produce una experiencia que le hace percibir
su verdad. El convencimiento es, por tanto, personal, no por testimonio
ajeno y, mucho menos, por imposición externa. Es el criterio ya propuesto
por Jesús en otras ocasiones (5,36-38; 6,44-45).
El
criterio último de verdad es la actividad en favor del hombre...
Jn
7,18 «Quien habla por su
cuenta busca su propia gloria; en cambio, quien busca la gloria del que lo
ha mandado, ése es de fiar y en él no hay injusticia».
«La
propia gloria» es exterior y, por tanto, constatable; de ahí que su búsqueda
o la renuncia a ella pueda servir de criterio para juzgar la procedencia
de una doctrina. La búsqueda del propio prestigio delata que la doctrina
que se propone no procede de Dios, sino del hombre mismo; es un medio para
favorecer sus propios intereses.
Este
criterio completa el primero expuesto en el versículo anterior. Aquél se
dirigía a quien escucha la doctrina de Jesús, y consistía en la
experiencia interna que ésta provoca en quien está por el hombre. Pero,
para el público al que Jesús hablaba, existía otra doctrina oficial que
pretendía también autoridad divina, la Ley, interpretada y manejada por
los círculos de poder. Por eso añade un criterio externo: los intereses
que defiende el que propone una doctrina; éstos permitirán juzgar su
validez. La doctrina refleja la actitud del que la enseña; es expresión
de la persona e inseparable de ella.
Responde
este criterio a la concepción de jn; Jesús no propone una doctrina
abstracta, él mismo es la verdad, con sus obras y, sobre todo, con su
muerte, en cuanto, en su vida y en su muerte, hace presente a Dios mismo,
manifestando la eficacia de su 'amor leal. Las palabras o exigencias de
Jesús son siempre una explicación de lo que él es y hace: sus obras dan
el sentido de sus palabras; éstas se comprenden en relación con sus
obras (5,36; 10,37s; 14,10s). Dios no se revela en él a través de
formulaciones, sino manifestando su presencia en la actividad de Jesús
(5,36s; 10,30.37s).
Cuando
la doctrina sobre Dios viene propuesta por uno que no busca manifestar la
gloria de Dios, sino favorecer la suya propia, manipula a Dios. El
criterio último de verdad es la actividad en favor del hombre, porque la
verdad de Dios es ser Padre, amor al hombre como presencia activa y
efectiva.
La
palabra ha de comunicar la presencia y la acción de Dios. De ahí que las
palabras/exigencias de Jesús sean Espíritu y sean vida (6,63). Quien con
su hablar no pretende comunicar vida, sino promover su propio prestigio,
ése no conoce a Dios ni tiene experiencia de él; no sólo no reflejará
lo que es Dios, sino que, al ponerlo al servicio de su interés,
necesariamente lo falsificará.
No
se puede hablar de Dios distanciándose de él, porque Dios no es una fórmula,
sino una presencia. Sólo es formulable cuando la expresión se mantiene
en el ámbito de su presencia y actividad; la palabra se convierte
entonces en signo que las expresa y las transmite. Cuando rompe ese
contacto, se convierte en ideología y necesariamente deforma a Dios:
ofrece como dios lo que es un sonido vacío o un invento humano al
servicio del propio interés.
El
que no busca su gloria, sino quiere manifestar la de Dios, su amor leal al
hombre, es de fiar; en él no hay injusticia, que es el pecado (8,46: ¿Quién
de vosotros podrá echarme en cara pecado alguno?). Quien va guiado por
ese valor supremo no explota al hombre ni manipula una Ley. Sus palabras
son dignas de fe (5,31) y su conducta es leal (3,33). Entre los dos
miembros de la frase hay una relación de consecuencia; ésta, al mismo
tiempo, remite a la causa y la confirma.
Por
el contrario, quien buscando su prestigio intenta ponerse por encima de
los demás comete injusticia; tal es el caso de los dirigentes, que se
valen de la ley para conservar su posición de privilegio. Así se ha
descrito en el episodio del paralítico curado. condenaron al hombre,
invocando su Ley (5,10) ' y
lo mismo a Jesús, llegando a planear su muerte (5,18). Jesús, en cambio,
curando al inválido, había manifestado su criterio para interpretar la
Ley y juzgar las actitudes: la fidelidad al designio de Dios; por ella, su
sentencia es justa (5,30).
Estos
criterios acusan, pues, a los dirigentes. Ellos no aceptan la doctrina de
Jesús porque no quieren realizar el designio de Dios; es más, lo impiden
con la opresión que ejercen (5,10), sin detenerse 'ante el homicidio
(5,18; 7,1). Además, su doctrina no es de Dios: ninguna doctrina que
redunda en propio beneficio merece crédito.
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