Mc
3,3:
Le
dio al hombre del brazo atrofiado: «Levántate y ponte en medio».
Se omite todo preámbulo (p. ej., «al ver al hombre ... le dijo»
[cf. 1,16.1; 2,5.14] o frase similar) y, lo mismo, toda presentación
del inválido o intercesión por él (cf. 1,30) o cualquier acción
por parte del hombre que llame la atención sobre su persona y condición
(gritar, pedir la curación, etc.). Esto confirma que este hombre, que
no habla ni actúa, no es un personaje real, sino una figura que
representa a los fieles de la sinagoga, privados de toda iniciativa
por la interpretación farisea de la Ley.
Jesús entra, pues, en la sinagoga con la intención de encarar a los
fariseos con la situación a la que están reducidos los judíos
religiosos que ellos someten a la Ley; quiere ver si recapacitan y
rectifican.
En el texto original, en lugar del pasado «le dijo» se encuentra el
presente «le dice», indicando el sentido ejemplar del episodio, es
decir, el valor permanente de la actividad liberadora de Jesús. La
interpretación farisea de la Ley y su efecto sobre el pueblo continúan
en tiempo de Marcos y es, como entonces, objeto de controversia con
los dirigentes espirituales del judaísmo.
Vuelve a mencionarse, innecesariamente desde el punto de vista
narrativo, el motivo de la invalidez del individuo, «el brazo
atrofiado», que es figura del efecto de la opresión legalista. El término
«atrofiado/ seco», ahora en forma adjetival, recuerda el famoso
pasaje de Ez 37,1-14, la visión de los huesos secos o calcinados, símbolo
del pueblo sin vida (37,11). Mc reinterpreta el texto del profeta,
atribuyendo la falta de vida del pueblo a la pérdida de la actividad
e iniciativa, a su estado de absoluta pasividad, consecuencia de su
sumisión al legalismo fariseo.
Jesús provoca la cuestión: ordena al hombre que se levante y se ponga
en el centro. En contraste con lo subrepticio de sus adversarios, él
obra abiertamente. El hombre no estaba de pie, no desplegaba su
estatura humana ni estaba en el centro; de hecho, el centro de interés
de la institución es la casuística en torno a la Ley. Jesús cambia
ese centro, colocando en él al hombre necesitado: la institución
religiosa ha de estar en función del bien del hombre, que constituye
el criterio para juzgar su validez.
Visible para todos, la manifiesta invalidez del hombre es ya una
denuncia, pues queda bien patente la miserable condición de los
sometidos a la doctrina oficial. Van a definirse dos actitudes frente
a esta situación: la de Jesús y la de los fariseos. El lugar que
ahora ocupa el inválido revela la importancia de la cuestión que Jesús
va a proponer.
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