Conclusión:
el realismo cristiano.
El cristiano es un ser extremadamente realista. Conoce la existencia
humana en su dialéctica tensada entre el bien y el mal, el pecado y la
gracia, la esperanza y el desespero, el amor y el odio, la comunicación y
la soledad. Vive en esas dos dimensiones. Sabe que, mientras esté de
camino, puede inclinarse más al uno o al otro lado. En cuanto cristiano,
se ha decidido por el amor, por la comunión, por la esperanza, por la
gracia. Cristo nos enseñó cómo debemos vivir en esa dimensión. Si nos
mantenemos en ella seremos felices ya aquí y para siempre. Con esto no se
quiere disminuir la dramaticidad de la existencia humana; y sin embargo
tenemos esperanza: «Confiad, yo he vencido al mundo» (Jn 16,33). El nos
dijo, antes de dejarnos, esa palabra. Después de Cristo ya no puede haber
drama sino únicamente, como en la Edad Media, autos sacramentales. Y esto
es así porque con Cristo irrumpió la esperanza, la certeza de la
victoria y la convicción segura de que el amor es más fuerte que la
muerte.
Si nos mantenemos abiertos a
todos, a los demás y a Dios, y si intentamos poner el centro de nosotros
mismos fuera de nosotros, entonces estamos seguros: la muerte no nos hará
mal alguno y no existirá segunda muerte. En este mundo comenzaremos ya a
vivir el cielo, tal vez entre peligros, pero seguros de que estamos ya en
el camino cierto y en la casa paterna.
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