Además
del criterio subjetivo, basado en la aspiración a la plenitud, propone
Jesús otro criterio, que podemos llamar «objetivo», la calidad de sus
obras. Así lo expresa en Jn 5,36b-37a: «las obras que el Padre me ha
encargado llevar a término, esas obras que estoy haciendo, me acreditan
como enviado del Padre».
La
argumentación se basa en el concepto de Dios como Padre. Todo el que
reconozca que Dios es Padre, tiene que reconocer que las obras de Jesús,
que, como las del Padre, comunican vida al hombre, son de Dios.
El
mismo criterio se propone en 10,37-38a: «Si yo no realizo las obras de mi
Padre, no me creáis; pero si las realizo, aunque no me creáis a mí,
creed a las obras». Jesús se está dirigiendo a los representantes del régimen
judío y les propone este criterio como indiscutible.
Puede
apreciarse la base común del criterio de las obras con el anterior. Ambos
se fundan en la realidad de Dios como dador de vida. La comunicación de
vida, percibido en uno mismo (criterio de experiencia) o en los demás
(criterio de la obras), es lo que decide sobre la verdad de una doctrina o
actuación. Donde hay vida y comunicación de vida, allí hay verdad;
donde éstas faltan, la verdad está ausente, pues la verdad no es más
que el resplandor de la vida.
La luz de los discípulos en la que Dios resplandece son las obras a
favor de los hombres
Mateo:
El criterio de las obras (5,14-16)
En
Mt 5,16 se enuncia el criterio de las obras: los hombres descubrirán a
Dios como Padre al percibir las obras que realizan los discípulos: «Empiece
así a brillar vuestra luz ante los hombres: que vean vuestras buenas
obras y glorifiquen a vuestro Padre del cielo».
La
luz a que hace referencia este pasaje es la gloria o resplandor de Dios
mismo, que, según Is 10,1-3, había de brillar sobre Jerusalén. La
presencia radiante y perceptible de Dios se ha de manifestar en adelante
en los seguidores de Jesús.
Ahora
bien: la luz de los discípulos en la que Dios resplandece son las obras a
favor de los hombres, descritas poco antes en la 5, 6 y
7 bienaventuranzas: prestar ayuda, obrar con sinceridad y transparencia y
trabajar por la paz, es decir, p' r la felicidad del hombre, que incluye
la justicia. Estas obras irán haciendo realidad lo prometido en la 2, 3 y
4 bienaventuranzas a los oprimidos de este mundo: los que sufren encontrarán
el consuelo, los sometidos heredarán la tierra (obtendrán su
independencia y libertad), los que anhelan la justicia se verán saciados.
En estas obras se manifestará el verdadero rostro de Dios; a éste se le
llama Padre de los discípulos, porque las obras que ellos hacen en favor
de los hombres son reflejo de las de Dios.
Frente
al concepto de Dios legislador y legalista propuesto por la institución
judía, son las obras el criterio que permite conocer dónde se encuentra
el verdadero Dios y las que acreditan, por tanto, el mensaje de Jesús.
Es
de notar que, según Mateo, esta clase de obras es propia de la comunidad
cristiana y de cada uno de sus miembros. De hecho, cuando Jesús confía
la misión universal a los discípulos, toda la tarea de éstos respecto a
los prosélitos de todas las naciones no es la transmisión de una
doctrina, sino la educación en una praxis: «enseñadles a guardar todo
lo que yo os mandé», con referencia a las bienaventuranzas.
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