Lo
que dice la Sagrada Escritura sobre el infierno
¿Qué dice la Sagrada Escritura sobre el infierno? El telón de
fondo de todos los textos referentes al infierno consiste en la triste
realidad del hombre que puede fracasar en su proyecto, que se puede perder
y cerrar sobre sí mismo como en una cápsula. Cristo vino a predicar la
liberación, a ofrecerle al capullo una oportunidad de convertirse en una
espléndida mariposa. Cristo sabía la posibilidad que el hombre tiene de
construirse un infierno. Por eso un elemento esencial de su predicación
consistió en llamar a la conversión. Conversión quiere decir volver al
buen camino, tornarse hacia el otro, revolucionar el modo de pensar y de
actuar según el sentido de Dios y de la proposición divina. Cuando el
hombre se endurece en su mal y muere de ese modo, entra en un estado
definitivo de absoluta frustración de su existencia. Como lo expresó tan
bien Paul Claudel : «Todo hombre que no muere en Cristo, muere en su
propia imagen. Ya no puede alterar la señal de sí que se fue formando a
través de todos los instantes de su vida en la substancia eterna.
Mientras no se acaba la palabra, su mano puede volver atrás y tacharla
con una cruz. Pero cuando se acaba la palabra, se vuelve indestructible al
igual que la materia que la recibió. Quod scripsi, scripsi».
Es la infelicidad máxima
que el hombre puede adjudicarse. A un estado semejante la Biblia lo
denomina con varias formulaciones:
El
infierno como fuego inextinguible (Mc
9,43; Mt 18,8; 25,41 ; Lc 3,17), fuego ardiente (Hbr 10,27), horno de
fuego (Mt 13,42.50), lago de fuego ardiente como azufre (Apoc 19,20). En
el juicio final Cristo dirá a los malvados: «Apartaos de mí malditos al
fuego eterno» (Mt 25,41). Por mucho que disputen los teólogos el fuego
en este caso es una figura, un símbolo, como es figurativa la frase de
Cristo de que debemos arrancar el ojo y cortar la mano si ellos nos
inducen a pecar (Mt 5,29-30). En cuanto símbolo puede también ser
ambivalente: la misma Escritura habla del fuego que purifica y del fuego
del amor. En este caso el fuego, para el hombre antigua, es el símbolo de
lo más doloroso y destructor; quiere expresar la situación desoladora
del hombre definitivamente alejado de su proyecto fundamental y de la
felicidad que es Dios. Esta situación es tan desoladora y angustiante que
se la compara al dolor y a los tormentos que el fuego provoca en los
sentidos. Pero el fuego del infierno del que hablan las Escrituras no es
un fuego físico ya que no podría actuar sobre el espíritu. Es únicamente
una figura, quizás una de las más expresivas, para darnos una idea de la
absoluta frustración del hombre alejado de Dios. En los Mulamuli,
escritura budista, se dice acertadamente: «Cuando el hombre hace el mal,
enciende el fuego del infierno y arde en su propio fuego».
El
infierno como llanto y crujir de dientes (Mt
8,12; Lc 13,28, etc.). El hombre llora cuando se ve acometido por un dolor
violento. Cruje los dientes cuando siente la rabia de rebelarse contra una
cosa que no puede modificar ni cambiar. Llorar y crujir los dientes son
aquí metáforas de una situación humana de revuelta impotente y sin
sentido que no conoce salida ni solución feliz.
El
infierno como tinieblas exteriores
(Mt 8,12; 22,13, etc.). El hombre busca la
luz y se siente llamado a contemplar el mundo y las maravillas de la
creación. Quiere estar dentro, en la casa paterna, cobijado y protegido
contra los peligros de la noche tenebrosa. En el infierno, en la situación
que él mismo ha escogido, no encuentra lo que busca con el anhelo más
hondo de su corazón. Vive en las tinieblas exteriores, en el exilio y
fuera de la casa paterna.
El
infierno como cárcel (1 Pe 3,19). El hombre ha
sido llamado a la libertad y a la transformación del mundo que lo rodea.
Ahora se siente como atado y preso. Es prisionero del pequeño mundo que
se creó y en él está solo; no puede moverse ni hacer nada.
El
infierno como gusano que no muere (Mc
9,48). Esto puede significar dos cosas: la situación del condenado es
como la de un cadáver devorado por un gusano insaciable. También puede
significar el gusano de la mala conciencia que lo corroe y no le permite
la más mínima paz interior.
El
infierno como muerte, segunda muerte y condenación. San Juan concibe el cielo como vida eterna. El infierno es la
muerte (Jn 8,51) o también la segunda muerte (Apoc 2,11 ; 20,6). Si Dios
es la vida, entonces la ausencia de' Dios es la muerte. San Mateo habla de
condenación eterna (Mt 7,13), es decir, que el hombre malo, al morir,
entra en un estado definitivo del que nunca se liberará. Pablo dirá que
un tal no heredará el Reino del cielo, es decir, que no verá realizados
sus deseos del corazón y quedará para siempre como un ser hambriento que
jamás dará con el pan y el agua que lo sacien (1 Cor 6,9s y Gal 5,19-21).
Valor
de estas imágenes. Todas
estas figuras han sido extraídas de experiencias humanas: del dolor, de
la desesperación, de la frustración. El infierno recorta al hombre en su
cualidad de hombre: llamado a la libertad, vive en una cárcel: llamado a
la luz, vive en tinieblas, llamado a vivir en la casa paterna con Dios,
tiene que vivir fuera, en las tinieblas exteriores; llamado a la plenitud
vive sin realizarse y eternamente de camino con la certeza y la
desesperación de no poder jamás llegar a la meta de sus deseos. El valor
de las imágenes reside en el hecho de ser imágenes, de mostrarnos la
situación del condenado en cuanto irreversible y sin esperanza.
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