En
primer lugar hay que constatar un hecho extraño y significativo.
Mientras en los tres evangelios sinópticos (Marcos, Mateo y Lucas)
aparecen con frecuencia casos de posesión por parte de espíritus
impuros/inmundos o demonios, que Jesús expulsa, esto nunca sucede en
el Evangelio de Juan: en él, Jesús no libera a un solo endemoniado.
El
hecho es notable, pues en los sinópticos la expulsión de demonios no
ocurre una vez aislada, sino en numerosas ocasiones. Si, como se dice
a veces, exorcizar demonios era uno de los rasgos característicos de
la actividad de Jesús, no podía Juan omitir toda mención de ella,
so pena de dar una visión incompleta de su persona, tanto más cuanto
que la expulsión de los demonios era, según la opinión de muchos,
un signo demostrativo de la llegada del reinado de Dios.
Esta
diversidad que se constata entre los evangelios sinópticos y Juan
hace sospechar que la expulsión de espíritus impuros o demonios
pueda ser una manera de hablar de los tres primeros evangelistas y
que, en realidad, estén utilizando una figura que debe ser
interpretada con otras categorías. En tal caso, podría ser que Juan
expusiese la misma idea utilizando un símbolo diferente.
Para
determinar el significado que tienen los «espíritus inmundos» o «los
demonios» en los evangelios sinópticos, examinemos el pasaje de
Marcos donde aparece por primera vez un poseído. el episodio de la
sinagoga de Cafarnaún (Mc 1,21b-28).
Marcos
1,21b-28: El poseído de la sinagoga de Cafarnaún.
Ya
se ha explicado que la palabra «espíritu» significa originariamente
«viento» o «aliento» (cap. IV, 5 4). Un «espíritu», lo mismo el
«Espíritu Santo» que el «espíritu inmundo» se conciben como
fuerzas o principios activos que proceden del exterior del hombre; si
éste acepta su influjo, actúan desde su interior.
Los
adjetivos «santo» e «inmundo/impuro» significan, respectivamente,
«perteneciente a la esfera divina» o «ajeno y contrario a ella», y
caracterizan a estos espíritus como fuerzas, una procedente de Dios,
la otra contraria a Dios. Al ser aplicados al «espíritu/fuerza»,
los dos adjetivos adquieren un valor dinámico y significan «el Espíritu
que consagra», introduciendo al hombre en la esfera divina, y el «espíritu
que impurifica», haciendo al hombre incapaz de penetrar en esa
esfera, es decir, incompatible con Dios.
Viniendo
ahora al episodio de la sinagoga (Mc 1,21b-28), se constatan los datos
siguientes:
1)
El público de la sinagoga queda
impresionado por la enseñanza de Jesús y,
al compararla con la de los letrados, maestros oficiales, reconocen en
ella una autoridad divina que nunca han encontrado en sus maestros
habituales (1,22: «Estaban impresionados de su enseñanza, pues les
enseñaba como quien tiene autoridad, no como los letrados»). Esto
equivale a decir que la enseñanza de Jesús provoca el descrédito de
la enseñanza oficial, que aparece falta de autoridad divina. Esta
era, sin embargo, la autoridad que los letrados atribuían a su enseñanza;
según ellos, por consistir solamente en una exposición actualizada
de la Ley escrita y oral, su enseñanza gozaba de la misma autoridad
divina de la Ley. La enseñanza de Jesús hace derrumbarse el
prestigio religioso de los letrados y, con él, el de la institución
que representan.
2)
Un hombre poseído por un espíritu
inmundo reacciona interrumpiendo a gritos la enseñanza de Jesús
(1,23: «Estaba en aquella sinagoga un hombre poseído por un espíritu
inmundo e inmediatamente empezó a gritar»).
3)
El poseído se encuentra «en la sinagoga
de ellos». La palabra «sinagoga»
significa en primer lugar «reunión» (como «iglesia» significa «asamblea»),
y de ahí «lugar de reunión» (como «iglesia», «lugar de asamblea»).
«La sinagoga de ellos» significa, pues, el lugar donde están
reunidos los que han escuchado la enseñanza de Jesús. El poseído
es, por tanto, uno del público de la sinagoga, forma parte de la
reunión.
4)
En la primera frase que pronuncia el poseído:
«¿Qué tienes tú contra nosotros, Jesús Nazareno?», resalta el
contraste entre el singular «tú», que designa a Jesús, y el plural
«nosotros» con que se designa el poseído
(en cambio, el singular en 5,7, en boca del endemoniado geraseno: «¿Qué
tienes tú contra mí?»). Lo mismo en la pregunta siguiente: «¿Has
venido a destruirnos?» El plural que utiliza el poseído contrasta
con la singularidad del «hombre» que lo pronuncia y revela que este
hombre se identifica con un grupo y se hace su representante.
Para
determinar de qué grupo se trata hay que examinar el contexto. Es
claro que el plural «nosotros» señala a los que se sienten
amenazados por la enseñanza de Jesús («¿Has venido a destruirnos?»).
Según lo dicho anteriormente, para el público de la sinagoga la enseñanza
de Jesús ha sido una experiencia positiva; son, en cambio, los
letrados la categoría cuyo prestigio se ve en peligro de desaparecer.
5)
El poseído, que no es un letrado, sino
uno del público, se identifica, sin embargo, con ellos:
el peligro que representa Jesús para los letrados y su enseñanza lo
ve como peligro propio (1,24: «destruirnos»). Como este hombre no
pertenece a la clase de los letrados, su identificación con ellos se
explica únicamente por la común ideología: el individuo, miembro de
la sinagoga y receptor de la enseñanza de los letrados, ha hecho suya
la doctrina de éstos y defiende su prestigio.
6)
El que ha hablado por boca del hombre ha
sido el espíritu inmundo: así lo
muestra la orden sucesiva de Jesús: «Cállate la boca y sal de él»
(1,25). Por tanto, la identificación de este individuo con los
letrados no procede del hombre, sino del espíritu que lo posee.
7)
Ahora bien: si el poseído es adicto
incondicional de los letrados, esto se debe a que los letrados le han
infundido esa adhesión inquebrantable, persuadiéndolo de la
autoridad divina de su doctrina. 0 sea,
que el espíritu inmundo que lo posee y lo hace identificarse con los
letrados le viene del influjo de éstos, de haber asimilado la enseñanza
recibida de ellos y haberla hecho suya. El espíritu inmundo se
identifica, por tanto, con la doctrina de los letrados, con la ideología
que éstos transmiten; ella domina al hombre y lo despersonaliza: ya
no habla el hombre, sino la ideología que profesa. Los letrados, por
su parte, aparecen como «los que endemonian» al hombre con su enseñanza.
8)
El espíritu inmundo es, pues, una figura
tomada de la cultura ambiente, pero a la que Marcos cambia el
contenido. Para el evangelista y sus
destinatarios, el verdadero espíritu inmundo que oprime y
despersonaliza al hombre no es un agente externo invisible y maligno
que se introduce en el hombre, según la concepción popular del
tiempo, sino, en lenguaje moderno, un factor alienante procedente del
exterior, que impide al hombre ser el mismo y utilizar su razón; en
el caso de la sinagoga, la doctrina propuesta por los letrados.
El
endemoniado es un caso de alienación total, pues, al contrario que el
público de la sinagoga, que conserva la capacidad de crítica (1,22.-
«estaban impresionados ... pues les enseñaba como quien tiene
autoridad, no como los letrados»), actúa impulsado únicamente por
el fanatismo de su ideología. Esta es «inmunda/impura», es decir,
antagónica de la santidad divina, diametralmente opuesta a Dios
(8,33: «tu idea no es la de Dios, sino la de los hombres»); por eso
quien la profesa no puede comunicar con Dios ni tener acceso a él.
9)
Hay que retener, por tanto, los siguientes rasgos
del espíritu inmundo: a) es un factor
activo que no procede del hombre, sino del exterior; b) el hombre
puede aceptarlo y, en ese caso, las acciones se atribuyen igualmente
al hombre y al espíritu (1,23.24); c) es alienante; una vez que se
apodera del hombre, lo despersonaliza: ya no actúa realmente el
hombre, sino «el espíritu»; d) «el espíritu inmundo» es figura
de una ideología contraria al ser de Dios.
10)
En la escena de la sinagoga resalta también
la preponderancia de la enseñanza sobre la acción
(expulsión del espíritu). De hecho, cuando los presentes expresan su
admiración, inmediatamente después de la expulsión del espíritu,
se refieren en primer lugar a la enseñanza de Jesús, insólita por
su novedad y autoridad (1,27a: «¡Un nuevo modo de enseñar, con
autoridad! »), y secundariamente, como dependiente de ella, a la
obediencia de los espíritus inmundos (1,2b: «¡ Incluso da órdenes
a los espíritu inmundos y le obedecen! »).
Esto
confirma la interpretación anterior, expulsar el espíritu, es decir,
liberar al hombre de la ideología que lo domina y lo deshumaniza, no
es un acto independiente de la enseñanza: se debe a la novedad que ésta
presenta por la autoridad (el Espíritu) con que Jesús la propone. La
expulsión del espíritu inmundo es imagen de la fuerza de persuasión
de Jesús, portador del Espíritu (1,10.12), capaz de vencer la
resistencia fanática a su mensaje.
Esta
interpretación del «espíritu inmundo» ( y, como se verá, de los
«demonios») como factor alienante que se identifica con una doctrina
o ideología contraria a Dios puede ser verificada en los demás
pasajes en que aparece en el evangelio.
En el caso de un poseído israelita, la alienación proviene de la
doctrina de los letrados (9,14; 9,11).
Cuando el poseído es un pagano (5,2ss; 7,24ss) o los espíritus se
encuentran en una multitud compuesta de judíos y paganos (3,lls), hay
que investigar qué ideología contraria a Dios está representada por
ellos.
Ya
se ha analizado la figura del geraseno
y se ha visto que el espíritu que lo poseía era un espíritu
de hostilidad y rebelión violenta contra la sociedad injusta. Sí se
compara con el espíritu que posee a individuos judíos, tiene en común
la hostilidad (entre los judíos, contra los paganos que ocupan su
nación; también contra las instituciones injustas), que se expresa
en violencia o en deseo de ella. Donde- quiera aparezca una violencia
que quiere imponerse como poder implicando la destrucción de otros,
se tiene un espíritu incompatible con Dios, como lo son entre sí el
amor y el odio, la vida y la muerte. (Para la hija de la sirofenicia
ver Mc 7,24-31. Para el niño epiléptico ver Mc 9,14-29).
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