LA CARNE,
EL CUERPO, EL ALMA, EL ESPÍRITU.
"Y enviará a sus ángeles que tocarán la trompeta y reunirán a los
elegidos de los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del
mundo" (Mt 24,31).
La acción de los cristianos en la historia será la de ir derribando
a todos los enemigos del hombre. Las naciones que los han
perseguido, "todas las tribus de la tierra" (Zac 12,10.14) al final
tienen que reconocer el triunfo del "Hijo del hombre". Al son de la
trompeta (Is 27,13) se congregan los suyos desde todas partes. La
llegada del "Hijo del hombre" no indica que el mundo se ha acabado:
no hay tampoco resurrección, juicio ni condenación de los malos, el
objetivo es reunir a los suyos. Los que han luchado por la
propagación del evangelio, sin descorazonarse ante la maldad ni ante
la persecución, llegarán al reino definitivo y acudirán al toque de
esa trompeta. El toque de trompeta no suena de una sola vez en un
momento determinado de la historia, el fin individual del discípulo
no tiene porque identificarse con el fin de la historia y de los
tiempos. La salvación individual no coincide con la social. El
individuo madura más rápidamente, por su entrega total y su
constancia, que los pueblos o la humanidad entera. Con la acción de
cada uno en particular se lleva a cabo la misión universal;
solamente cuando esta haya dado su fruto se inaugurará el reino de
Dios definitivo (Mt 13,43), el fin de la historia y de los tiempos.
¿Por qué hablamos de la resurrección del
cuerpo?
El hombre, genéticamente, procede de la evolución animal y anda
siempre buscando su lugar en la naturaleza. Siendo un ser carencial:
pues no posee, a nivel biológico, ningún órgano especializado, crea,
sin embargo, los instrumentos necesarios para modificar el mundo que
le rodea y así construye una cultura y puede modificar todo a su
antojo. En los hechos concretos de comprender, querer, sentir y en
sus experiencias fundamentales, sobre todo en el amor, revela una
trascendencia al acto en sí. Aunque es el creador de las culturas y
los sistemas de convivencia, no se conforma definitivamente con
ellos y es precisamente en la relación con el "misterio absoluto"
donde descubre las verdaderas dimensiones de su dignidad. El hombre
se da cuenta de que es al mismo tiempo finito e infinito, los
griegos lo llamaron alma y cuerpo y aunque podemos continuar con
esta terminología de "cuerpo-alma" que está asumida por nuestro
lenguaje, sin embargo vamos a intentar saber que hay detrás de todo
esto. El cuerpo y el alma no son dos partes del hombre, pues el
hombre es en su totalidad corporal y espiritual a la vez. La unidad
indivisible de alma-cuerpo es una de las evidencias de las ciencias
modernas, sobre todo de la psicología. El cuerpo y el alma no son
dos cosas independientes, sino dos principios del único ser humano.
Cuando en la Biblia se habla de alma o de cuerpo siempre se refiere
a la totalidad del hombre en algún aspecto concreto.
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"La carne" (el hombre-carne) (en
hebreo "Basar" y en griego "Sarx"):
Cuando se usa esta expresión los autores bíblicos se están
refiriendo al hombre biológico de los órganos y los sentidos
en contacto con el mundo en el que vivimos. Este hombre-carne
es un ser carencial, sujeto a las tentaciones, a los
sufrimientos, al pecado y a la muerte (Rom 7). Es llamado
precisamente así, carne, cuando el hombre se encierra en sí
mismo y pretende realizarse solo en la dimensión terrena sin
plantearse las preguntas trascendentales sobre Dios y su
relación con los demás hombres. Es una existencia que lleva a
la muerte al igual que la carne (1).
"El cuerpo" (el hombre-cuerpo) (en
hebreo "Basar" y en griego "Soma".):
Con esta expresión, los autores bíblicos designan al hombre
"entero" y precisamente para significar su existencia como una
"persona" que está en relación permanente y en comunión con
otros hombres (2). En bastantes pasajes la expresión "cuerpo"
puede traducirse por "yo" (3). No es posible la supervivencia
(resurrección) del hombre sin incluir el "cuerpo", que es la
expresión personal del conjunto de relaciones, tanto sociales
como políticas.
"El alma" (el hombre-alma) (En hebreo
"Nefesh" y en griego "Psijé"):
Para los escritores sagrados, el alma no es "algo" diferente
al cuerpo, sino que significa al hombre en su totalidad en
cuanto ser viviente, pues "alma" en la Escritura es el
sinónimo de "vida". Así lo podemos apreciar en el texto de
Marcos (Mc 8,36) que dice: "¿Qué le aprovecha al hombre ganar
el mundo si pierde su vida (alma)?¿Qué dará pues el hombre a
cambio de su vida (alma)?" El hombre es precisamente "vida",
no es que tenga vida, sino que el mismo "es" vida, es pues "el
alma" la consciencia del "yo" que vive y se relaciona. Por eso
hay una gran equivalencia entre "cuerpo" y "alma", estos
términos no se oponen entre sí, sino que expresan al hombre
entero (4).
"El espíritu" (el hombre-espíritu)
(En hebreo "Ruaj" y en griego "pneuma"):
Los escritores bíblicos designan precisamente con esta palabra
"espíritu" al hombre que siendo a la vez "cuerpo" y "alma"
abre su existencia hacia Dios, como valor absoluto que le
trasciende y orienta su existencia a partir de esta relación
divina. Para el Nuevo Testamento, el "hombre-espíritu" vive
una nueva existencia, para el, El Señor Jesús ha resucitado,
el Señor es el Espíritu (2 Cor 3,17) que vive una existencia
humana (y por eso también corporal) en comunión total con la
realidad. Pablo llama al resucitado, cuerpo espiritual (1 Cor
15,44), dándonos a entender que por la resurrección el hombre
actual se transfigura en hombre-cuerpo espiritual capaz de
relacionarse con "todas" las dimensiones de la realidad.
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EL HOMBRE,
SEGÚN LA BIBLIA, ES UNA UNIDAD INDIVISIBLE.
El hombre en totalmente "uno" e "indivisible". Es al mismo
tiempo carne, cuerpo, alma y espíritu. Sin embargo, en su
total libertad, puede vivir de dos maneras diferentes: como
hombre-carne o como hombre-espíritu, este es el reto que tiene
delante. Si se contenta consigo mismo y se cierra a lo que le
rodea, entonces vive como "carne", si se orienta a Dios de
quien recibe la existencia y la inmortalidad, vive como
"espíritu". Pablo nos dice que en Cristo "habita la plenitud
de la divinidad en forma corporal" (Col 2,9). El cuerpo, como
ha quedado patente con Jesucristo, es el final del camino del
hombre. La corporeidad forma parte, por tanto, del ser humano
y en esta corporeidad se verá reflejado el "yo" del hombre, su
debilidad o su transcendencia, su egoísmo (carne), su apertura
a los demás (cuerpo) o su relación con Dios (espíritu).
- El magisterio de la iglesia siempre ha defendido la unidad
indisoluble del hombre.
La tradición agustiniana, asumía la forma de pensar de la
filosofía griega, que admitían en el hombre dos realidades
diferentes, cuerpo y alma, donde esta última, inmortal, estaba
castigada a convivir en esta vida con la otra parte, la
corporal. Santo Tomás de Aquino, asume y trasforma las
categorías de la filosofía griega y formula una concepción más
en consonancia con el modelo bíblico: en el hombre no hay dos
esencias independientes, dos partes, pues es al mismo tiempo
cuerpo y alma. En el Concilio de Vienne (año 1313), la Iglesia
estableció que "el alma racional es la forma del cuerpo",
queriéndonos decir que el espíritu emerge en la materia en
forma de "cuerpo", siendo este "cuerpo" la manera en que se
expresa y se realiza el espíritu. En el V Concilio de Letrán
se afirma que el espíritu es la forma "singular e individual"
de cada cuerpo, que constituye una "unidad" personal. A esta
alma, perteneciente al cuerpo, se le atribuye el carácter de
inmortal, dándonos a entender que la muerte biológica, no
puede ser, por tanto, la disolución definitiva de la realidad
del hombre, acercándose a la tesis de Pablo que entendía la
muerte como otro modo de estar con Cristo (Flp 1,23). |
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¿QUÉ
SIGNIFICA LA MUERTE?
Después de lo dicho, la
definición clásica de que la muerte es la separación del alma y
del cuerpo vemos que es absurda. No se puede admitir la idea de
que el cuerpo desaparezca y el alma como es inmortal siga
viviendo, la muerte atañe a la totalidad del hombre, que como
hemos dicho, es indivisible. Todo en el hombre está implicado,
el cuerpo es también parte esencial y constitutiva del alma. La
vida, aquí y ahora, es una vida mortal por definición, la muerte
está presente siempre y en cada momento, desde el mismo
nacimiento ya estamos poco a poco muriendo cada día. En el
hombre "existe una muerte vital" (San Agustín, Confesiones 1,6).
La "muerte", como extinción total, no existe. Lo que
verdaderamente existe es el hombre que muere poco a poco;
nuestra existencia es precisamente para la muerte. La muerte no
viene de fuera, está ya dentro de nosotros, por supuesto,
hablamos de la muerte biológica, pues el cristiano sabe de sobra
que prepararse para la muerte significa prepararse para la vida,
claro está, para la definitiva, plena y auténtica, como la del
resucitado, la de Jesús. La instante de la muerte (en esta vida
mortal) es la frontera no entre alma y cuerpo, pues esto es
imposible por la propia definición de estos términos como
principios metafísicos, sino entre el tipo de "corporeidad" que
tenemos que asumir al morir. Verdaderamente, nuestro cuerpo nace
definitivamente al morir, en este nuevo parto, las
características del nuevo cuerpo, ilimitado y abierto y su
relación con la materia son muy diferentes, "la semilla ha
muerto, viva la planta". Nuestro "nuevo" cuerpo no abandona la
materia, pues no puede abandonarla, porque nuestro espíritu se
relaciona con ella para poder expresarse, sino que la "penetra"
mucho más profundamente, en una relación cósmica total,
descendiendo al corazón de la tierra (Mt 12,40).
NOTAS
(1) Gal 5, 18-21; 1 Cor 1,26; 2 Cor 10,5; Rom 8,6 ss
(2) Rom 12,1; 1 Cor 7,4; 9,27; 13,1; Flp 1,20
(3) "Esto es mi cuerpo (mi yo) que será entregado por vosotros"
(1 Cor 13,3; 9,27; Flp 1,30 Rom 12,1)
(4) Gen 2,7; 12,5; 46,22; Ex 13,8-9 |
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