Mc
3,2:
Estaban al acecho para ver si lo curaba en sábado y presentar una
acusación contra él.
Los que están al acecho son los fariseos, mencionados más
adelante (v. 6), los mismos que han interpelado a Jesús sobre la
conducta de los discípulos (2,24). Ellos han escuchado a Jesús, que
ha aducido el caso de David y ha explicado la relación entre el
precepto y el hombre en la antigua alianza (2,27), pero no han hecho
caso de la Escritura ni de los argumentos de Jesús, que ponían al
descubierto la falsedad de su interpretación de la Ley. No reaccionan
reconsiderando su postura, siguen aferrados a sus posiciones y están
dispuestos a todo; van a usar la Ley misma como instrumento: buscan un
motivo legal para denunciar a Jesús (9).
Mientras que Jesús ha entrado abiertamente en la sinagoga, ellos lo
acechan en silencio; actúan a traición, ocultando su propósito.
Necesitan una prueba de hecho para denunciarlo, y se valen de la
presencia del inválido. No van a oponerse a que Jesús lo cure;
quieren ver si, conforme al principio que ha enunciado (2,27), se
atreve a curarlo, violando el sábado personalmente y en presencia de
ellos.
Tal acción podría calificarse de positivo desprecio de la Ley, y la
reincidencia en la violación del precepto sabático, después de una
primera advertencia (2,24), estaba penada con la muerte (c£ Ex 31,1416).
Saben que no basta con la excomunión, pues Jesús está ya viviendo
al margen de la institución religiosa, y no precisamente solo, sino
acompañado de un grupo creciente de seguidores, cuyo modo de actuar (cf.
2,15.19.23) se sale de los moldes de la religión oficial.
Bajo estas figuras indica Mc que los fariseos de Galilea espiaban la
actividad liberadora de Jesús con el pueblo, al que emancipaba del
legalismo, fundamento de la tradición religiosa farisea y base de su
dominio. La situación del pueblo, privado de libertad e iniciativa
por el sometimiento a su doctrina, les parece normal. Pretenden por
eso denunciar a Jesús por subversivo, para que sea juzgado y
condenado a muerte.
9
Según un principio admitido por
los rabinos, estaba permitido aliviar el sufrimiento de una persona sólo
si estaba en peligro de muerte. La ocasión es, por tanto, propicia
para comprobar si Jesús observaría la norma rabínica.
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