Por
lo tanto, cuando un hombre accede a la conversión, es que comprende
que es Dios quien está tomando la iniciativa de ofrecérsele, y que
su sí está siendo tan propio y personal como, a la vez, íntimamente
alentado por el mismo Dios.
ESTAMOS
TRATANDO DE LA PRIMERA CONVERSIÓN
La segunda conversión, de la que hablaremos
después, es en realidad volver a tomar la orientación perdida; tiene
un aspecto moral o de vuelta. Lo que importa es que se restablezca la
entrega del corazón a la verdad y al amor. La diferencia entre ambas
conversiones no es demasiada, y no hay por qué insistir en ello; a
Dios lo que le interesa es que el hombre por fin amanezca a la
comprensión de dónde está su felicidad. Jesús, en el último
instante, acoge al buen ladrón, y es lo que importa. Pero indicamos
la diferencia porque algunos ponen toda su esperanza en la penitencia,
en que Dios perdona..:, y no hacen el esfuerzo firme de establecer
unas relaciones nuevas, de vivir una actitud positiva con Dios:
aplazan, inconsecuentemente, la conversión.
Pero no pensemos que convertirse es simple mérito
del hombre. La verdad más honda es que la conversión es un don de
Dios:
Jer.
31,33: Pondré mí ley en su interior y la escribiré en su corazón,
seré su Dios y ellos serán mi pueblo.
Ez.
11,19-20:
Pondré en ellos un espíritu nuevo y quitaré de su carne el corazón
de piedra y les daré un corazón de carne, a fin de que caminen
siguiendo mis preceptos, observen mas leyes, las pongan en práctica y
sean para mí un pueblo y yo sea para ellos un Dios.
Ez. 36,27: Pondré en vuestro interior mi espíritu y haré que
sigáis mis preceptos..., seréis para mí un pueblo y yo seré para
vosotros un Dios.
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