¿Qué
sentido tiene la ascesis en el cristianismo? Averigüemos,
para empezar, el significado de la palabra ascesis: en griego
significa ejercicio o entrenamiento y se aplica a cualquier
profesión, especialmente a los atletas y artesanos. Viene aquí
a propósito citar un texto de san Pablo en que describe la
vida cristiana y apostólica en términos deportivos: «Ya sabéis
que en el estadio todos los corredores cubren la carrera,
aunque uno solo se lleva el premio. Corred así, para ganar.
Pero un atleta se impone toda clase de privaciones; ellos para
ganar una corona que se marchita; nosotros, en cambio, una que
no se marchita. Por eso corro yo, pero no al azar; boxeo, pero
no contra el aire: mis directos van a mi cuerpo y lo tengo a
mi servicio, no sea que después de predicar a otros me
descalifiquen a mí» (1 Cor 9,24-27).
El
cristiano tiene un objetivo claro: dar testimonio con su modo
de vivir; esto exige disciplina y a veces es duro. Aquí
tenemos el sentido de la ascesis cristiana; consiste en
mantenerse en forma para vivir según el evangelio, ágil para
responder al Espíritu que guía.
Debe
quedar claro al mismo tiempo que la ascesis no supone ni
fomenta el dolorismo. El cristiano no busca el dolor, sería
un absurdo. Cristo mismo no lo buscó, como resalta en la
oración de Getsemaní. Pero el cristiano, como Cristo, tiene
una misión que cumplir, y la fidelidad a ella puede acarrear
dolor y sacrificio, como toda misión humana importante. Basta
pensar en el cúmulo de dolores y sacrificios que, sin
buscarlos, impone la crianza y educación de los hijos. En la
vida real no hay empresa seria que no imponga su tasa de
aflicción. Pero en ellas y en la vocación cristiana se
tiende a lo positivo, a cumplir la misión de que uno es
responsable, a través de las dificultades y obstáculos que
salgan al paso.
Además,
el cristiano no está solo en su tarea. San Pablo, ducho en
trabajos, tenía esa experiencia: «El nos alienta en nuestras
luchas hasta el punto de poder nosotros alentar a los demás
en cualquier lucha, repartiendo con ellos el ánimo que
nosotros recibimos de Dios. Si los sufrimientos de Cristo
rebosan sobre nosotros, gracias a Cristo rebosa en proporción
nuestro ánimo» (2 Cor 1,4-5).
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