Fue
llamado el filósofo de los árabes y se le considera el primer filósofo
célebre de la filosofía musulmana. Su vida transcurrió durante el siglo
IX, vivió en Basora y luego en Bagdad, coincidiendo con el apogeo
cultural; allí colaboró en las traducciones encargadas por los califas.
Murió en el año 873.
Fue
un enciclopedista y sus conocimientos abarcaron prácticamente todos los
dominios del saber griego: aritmética, geometría, astronomía, música,
óptica, medicina, lógica, psicología, etcétera. Incluso realizó un
comentario a los ocho primeros capítulos del Almagesto de Ptolomeo, el Libro sobre el arte mayor,
exponiendo los logros científicos griegos y reconociendo que la
filosofía griega suponía una búsqueda de la verdad. También escribió una
exposición de todos los tratados aristotélicos titulado Sobre los libros de Aristóteles.

Con
él se incorporaron por primera vez elementos ajenos al pensamiento de la
época. Consideraba la filosofía como un saber concordante con la verdad
revelada y fue el primero en centrar su planteamiento en las relaciones
entre la religión y la filosofía.
Al-Kindi,
al igual que Aristóteles, sostenía que el último grado de la filosofía
es la teología, el conocimiento de la causa primera: «En el conocimiento
de la verdadera naturaleza de las cosas está incluido el conocimiento
de la divinidad, el conocimiento de la unicidad de Dios y el
conocimiento de la virtud y, además, un conocimiento completo de todo lo
que es útil» (Sobre la filosofía primera). Por lo tanto, la filosofía es simultáneamente un conocimiento teórico y práctico.
En
sus estudios sobre el alma y el intelecto fue un continuador de la
tradición neoplatónica considerando la razón como la fuente del
conocimiento que se asienta en el alma y el intelecto. Creía que el
entendimiento está siempre en acto como una inteligencia, es decir, como
una sustancia espiritual distinta del alma, superior a ella y que actúa
sobre ella para hacerla pasar de inteligencia en potencia a
inteligencia en acto.
Suponía
la existencia de dos mundos, el inteligible, auténtica realidad, y el
sensible, que es una mera sombra y reflejo del otro.
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