Calígula
fue emperador de Roma desde el año 37 al 41 e.c. A diferencia de sus
antecesores, a los que se les rendía culto después de muertos, exigió
ser tratado como dios en vida. Quería que una enorme estatua suya fuese
colocada en el templo de Jerusalén y en otros lugares de culto judío del
mundo romano.
Alejandría
era una ciudad muy próspera y había en ella una comunidad judía muy
importante. Para intentar solicitar el favor del emperador, los judíos
enviaron una embajada ante Calígula. Estaba encabezada por Filón de
Alejandría, un sabio judío muy prestigioso que ha transmitido su relato
de aquel encuentro del que no sabían si iban a salir con vida:
Calígula. París. Museo del Louvre.
«Fuimos
conducidos ante Calígula, y al verle le saludamos con reverencia y un
gran respeto llamándole Augusto emperador [...] pero apretó los labios y
los dientes y nos dijo: "Sois los enemigos de Dios, ¿cómo creéis que no
soy Dios si es una verdad que todo el mundo reconoce? [...] y además,
¿por qué os abstenéis de comer carne de cerdo?". Nosotros le
contestamos: "Las costumbres cambian con los pueblos y a nosotros no se
nos permite comerlo", y alguien dijo que otra gente no come carne de
cordero, a lo que el emperador contestó riendo: "Está claro, el cordero
no está bueno" [...]. Estábamos tan sin esperanza, convencidos de que
nos llegaba la muerte, que comenzamos a suplicar al verdadero Dios que
frenase la cólera de Calígula, dios impostor. Dios escuchó nuestras
súplicas e hizo que el emperador se apiadase de nosotros. Su enfado
remitió y se limitó a decirnos: "Estos insensatos me parecen más unos
infelices que una gente malvada, cuando no creen que mi naturaleza sea
divina". Y se marchó ordenando que también nosotros nos fuéramos.»
La
petición de Calígula resultaba insultante para los judíos ya que el
primero de los mandamientos que habían recibido exigía el amor y la
adoración en exclusiva a Yahvé. Para ellos era un grave pecado adorar a
otro dios, y en mayor medida aún si era un ser humano vivo.
Para
los romanos las cuestiones religiosas no revestían especial importancia
siempre que no afectasen al orden político. En este sentido deben
tomarse las represalias por negarse a cumplir los ritos del culto
imperial romano, ya que esto significaba poner en duda la soberanía
romana, la maiestas de Roma. Tenían mayor peso las razones
estratégicas, debido a que Palestina era un territorio que podía cerrar
el paso a África y, en especial, a Egipto, que era una fundamental
reserva de grano para el imperio.
Además,
los partos y más adelante los persas constituían una potencia enemiga
que podía aliarse con los insurrectos judíos y plantear serios problemas
a Roma. Ya en 40 a.e.c., los partos habían conquistado Jerusalén, por
lo que el peligro era cierto. No podían permitir en un territorio tan
conflictivo una población antirromana, lo que explica el castigo
ejemplar.
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