En
1521 estalló la sublevación de los campesinos en Alemania, contrarios a
las condiciones de sometimiento a los nobles. Se guiaban por la
religión, según la transmitía el predicador Tomás Müntzer, que prometía
la liberación del sufrimiento de los pobres, siguiendo una lectura
literal de los evangelios.
En
1532, en la ciudad alemana de Münster, gobernada por un obispo católico,
un grupo de anabaptistas consiguió controlar el poder municipal. El
predicador Jan de Leiden proclamó que Münster sería la nueva Jerusalén,
donde se establecería el próximo reino de Dios, y terminó formando un
gobierno del que se nombró rey-profeta. Estableció el uso común de todos
los bienes, eliminando la propiedad privada e instaurando la poligamia.
Además, todo aquel que no quiso ser rebautizado fue expulsado de la
ciudad y se quemaron todos los libros a excepción de la Biblia.
Esta
nueva forma de gobierno no gustó ni a los luteranos ni a los católicos
alemanes que se aliaron y, tras un terrible asedio, entraron en la
ciudad en 1535 y mataron a todos los partidarios del rey Jan, ya fueran
hombres o mujeres.
La
experiencia de Münster demostró a la nobleza, católica y luterana, que
los habitantes de las ciudades se podían organizar y gobernar,
distribuyendo, por ejemplo, las tierras cercanas a la ciudad entre la
comunidad, al margen del poder nobiliario. Esto significó una grave
amenaza al poder de todos los nobles, fuesen del credo que fuesen, y por
ello, se unieron para tomar la ciudad por las armas.
Por
encima de los intereses religiosos y las disputas entre luteranos y
católicos, los nobles tenían el objetivo de continuar sustentando el
poder sobre las ciudades y los campesinos. Las discrepancias religiosas
eran secundarias cuando se cernía sobre ellos una fuerza
desestabilizadora que ponía en duda su preeminencia social y el orden
feudal.
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