Patio de la Clerecía de Salamanca.
Durante
el siglo XVII y parte del XVIII, se construyeron un buen número de
iglesias en España conforme a los gustos y modelos característicos del
barroco. El barroco pretendía ser el arte que sirviese de propaganda de
la iglesia católica y de vehículo apropiado para transmitir la doctrina.
Se creyó que el mejor camino para llegar a los fieles era sorprenderles
con un gran lujo y conmoverles apelando a los sentidos. Era importante
en la ceremonia la parte musical y el uso de incienso y aromas además de
la magnificencia de los trajes de las imágenes y las obras de arte que
llenaban las iglesias.
Los
jesuitas, cuya orden se fundó muy poco antes del concilio de Trento, se
convirtieron pronto en el instrumento fundamental para la difusión del
espíritu conciliar y contrarreformista. En lo que se refiere a la
arquitectura, crearon un modelo de iglesia con una planta habitualmente
de una nave con capillas laterales comunicadas entre sí con una gran
cantidad de adornos. Sus iglesias usaron como modelo la del Gesù que era
la casa central de la Compañía de Jesús en Roma y se extendieron por
los más diversos lugares, especialmente en América, donde los jesuitas
jugaron un papel fundamental en la evangelización de los indios.
Por
ejemplo, en Salamanca, el arquitecto Gómez de Mora, uno de los más
importantes representantes del barroco español, edificó la iglesia de la
Compañía de Jesús que se conoce con el nombre de la Clerecía. La
fachada se concluyó en el siglo XVIII. Su grandeza y la majestuosidad de
sus dos torres dan una idea de la imagen de poder que buscaban
transmitir los jesuitas. En esta misma línea se construyó, ya a finales
del siglo XVII y comienzos del XVIII, el santuario de Loyola, en la casa
donde nació san Ignacio, el fundador de la orden. Para este edificio se
utilizó como elemento fundamental una gran cúpula, dominando la planta
circular de la iglesia.
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