martes, 29 de mayo de 2012

DÍA DE YAHVÉ.

Todos anhelamos la intervención inmediata de Dios en la historia. Querríamos que la actuación divina acabara con la injusticia y regara la tierra de prosperidad. La humanidad desea el fin de la opresión. Cuando nos preguntamos acerca de la identidad de los opresores, nuestra respuesta menciona a los poderosos. Rara vez nos incluimos a nosotros mismos entre los causantes de la miseria humana. ¿No convendría revisar nuestra responsabilidad en el origen de la injusticia? Los israelitas deseaban la desaparición del mal apelando a la capacidad de Dios para destruir a las grandes potencia. Amós les obligó a plantearse su propia responsabilidad en el pecado del mundo. El profeta lo hizo cambiando el contenido teológico del día de Yahvé.

LA RUPTURA TEOLÓGICA CON LA TRADICIÓN: EL DÍA DE YAHVÉ
Autor: Francesc Ramis Darder

La profecía de Amós acuña de nuevo el mensaje teológico reflejado por el “Día de Yahvé”. Los antiguos semitas deseaban la llegada de ése día para contemplar gozosos la derrota de sus enemigos. Amós anuncia la llegada del día de Yahvé, pero no presenta el acontecimiento como la destrucción de los adversarios de Israel sino como la derrota de los israelitas infieles. Para precisar el sentido del “día de Yahvé” comenzaremos delineando sus características; después comentaremos la forma literaria en que los textos describen ése día; seguidamente analizaremos la presentación del día de Yahvé en la obra de Amós; a continuación apreciaremos cómo el profeta quiebra la tradición referente al día de Yahvé; finalmente, esbozaremos una conclusión global.

1. ¿En qué consiste el “Día de Yahvé”?
La expresión “Día de Yahvé” es propia de la literatura profética y aparece dieciséis veces en la Sagrada Escritura; mientras la frase pareja “un día para Yahvé” acontece en tres ocasiones (Is 2,12; Ez 30,3; Zac 14,1). El Día de Yahvé indica la intervención de Dios en la historia para destruir a los opresores de Israel, devastar a los israelitas infieles y restaurar el pueblo fiel. En definitiva el día de Yahvé implica la condena de los pecadores y la salvación de los justos. Veámoslo en los textos proféticos.

La profecía de Isaías sitúa el “Día de Yahvé” en dos ámbitos. Por una parte, el texto isainano percibe la irrupción del Día de Yahvé en el ocaso de Babilonia (Is 13,6.9). La conquista de Babilonia fue realizada por Ciro el Grande en el año 538 aC pero auspiciada por Yahvé (Cf. Is 41,1-5), Señor de la Historia. Por otra parte, la voz profética relata cómo en el día de Yahvé el Señor acabará con todo lo encumbrado y altivo (Is 2,12). Los términos “encumbrado” y “altivo” simbolizan a los habitantes de la Ciudad Santa, injustos e idólatras. La voz de Ezequiel enfoca el Día de Yahvé desde una perspectiva semejante a la de Isaías. En primer lugar, Ezequiel denuncia la actitud mendaz de los falsos profetas que precipitaron al pueblo a la ruina. La maldad de los profetas inicuos impedirá la conversión del país y por eso la nación sucumbirá ante el envite divino en el día de Yahvé (Ez 13,5). En segundo lugar, Ezequiel sitúa la llegada del Día de Yahvé en la debacle que asolará el país del Nilo; el texto alude a la conquista de Egipto llevada a término por Nabucodonosor II (Ez 30,3). De ese modo los libros de Isaías y Ezequiel denominan “Día de Yahvé” al momento en que la actuación divina acabará con la maldad imperante en Judá, y asolará Egipto y Babilonia, potencias opresoras del pueblo de Dios. 

La voz de Sofonías preconiza los clamores amargos de los habitantes de Judá cuando llegué el Día de Yahvé, cuando Dios fustigue la infidelidad de su pueblo (Sof 1,1.14). Joel amenaza al pueblo con la llegada del día de Yahvé. En ése día terrible, el Señor devastará a su pueblo (Jl 1,15). La devastación acontecerá con la irrupción de un ejército invasor (Jl 2,1), con el que Dios embestirá contra la nación (Jl 2,11). Sin embargo debemos notar que el profeta amenaza al pueblo con la irrupción del día de Yahvé para propiciar la conversión de la nación (Jl 3,4), cuando se vea atemorizada por el furor de la cólera divina (Jl 4,14). El libro de Malaquías ahonda en la presentación de Joel; pues anuncia la llegada de Elías antes de que acontezca el día de la devastación, el día de Yahvé (Mal 3,23). La misión de Elías estriba en reconciliar a padres e hijos, metáfora de la reconciliación social, para que la nación no sea exterminada (Mal 3,22-24). La voz de Abdías remite al día de Yahvé la destrucción de Edom (Abd 15.18), antiguo opresor de Judá (cf. Is 34). Zacarías adscribe al día de Yahvé el juicio divino contra Jerusalén. La Ciudad Santa sufrirá el ataque de las naciones, pero un resto de sus habitantes conseguirá sobrevivir (Zac 14,1). A tenor de lo dicho, observamos también en los profetas menores una doble perspectiva en la comprensión del Día de Yahvé. Por una parte refiere la destrucción de los opresores de Israel; y, por otra, entraña el castigo contra el pueblo pecador para propiciar su conversión, o también lo supervivencia del resto del pueblo que ha permanecido fiel a la voluntad divina.

2. Descripción de los acontecimientos del Día de Yahvé
La Escritura muestra siempre la locución “Día de Yahvé” y no presenta nunca la expresión “Día de Elohim”. La referencia a Yahvé recuerda el momento en que Dios liberó a los israelitas de la esclavitud de Egipto (cf. Dt 26,8) y destruyó al ejército egipcio en el mar Rojo (cf. Ex 15,21). La liberación de la esclavitud supuso, al igual que el día de Yahvé, la destrucción de los enemigos de Israel y la salvación del pueblo fiel. La presencia del término “Yahvé” en la locución “Día de Yahvé” delata la actuación de Dios contra sus adversarios, ya sean los enemigos de Israel o el pueblo pecador, y revela a la vez la salvación del resto fiel al Señor.

En el Día de Yahvé se manifestará la ira de Dios contra el pueblo pecador (Is 22,5; Ez 7,9; Sof 1,8; 2,2; Lam 2,22), y contra los opresores de Israel representados simbólicamente por Edom (Is 34,8). Pero desde la perspectiva profética la intervención divina no concluye con la devastación, atisba la esperanza. La profecía de Zacarías describe el Día de Yahvé como día de juicio, día de castigo, contra Jerusalén y las naciones; pero también proclama en “ese día” la reconstrucción de la Ciudad Santa (Zac 1,16-21).

La intervención de Dios en la historia se describe bajo el ropaje metafórico de los cataclismos celestes, el espanto humano, los grandes sacrificios, y la devastación de la naturaleza. El día de Yahvé contempla la angustia y la desgracia humana (Sof 1,15.17), y describe la aniquilación de los idólatras como si fueran ofrecidos en sacrificio (Sof 1,7). Cuando arrecia la cólera divina la tierra se conmueve y el cielo se carga de nubarrones y espesa niebla (Jl 2,1-2). La luminosidad del sol se muda en tinieblas y la brillantez de la luna se trasmuta en sangre (Jl 3,4). La altivez de los cedros y la majestuosidad de las encinas desaparece al recibir el envite del Señor (Is 2,12-14). Tras la majestuosidad y altura de los cedros se oculta la soberbia de los idólatras, y bajo el cataclismo celeste late la destrucción de los fundamentos de la injusticia. El día de Yahvé llega para acabar con la idolatría y la injusticia, y para instaurar los valores de la justicia y la piedad sembrados en el corazón del los hombres fieles al Señor.

3. La expresión “Día de Yahvé” en la profecía de Amós
La claridad expositiva requiere que contemplemos el día de Yahvé en cada sección del libro de Amós. Desde una perspectiva pedagógica estableceremos cuatro secciones en el libro. 

3.1. Primera Sección: Am 1,3-2,16
La primera sección del libro de Amós contiene ocho oráculos contra las naciones. Los oráculos comienzan con la expresión “así dice Yahvé” y arremeten contra Damasco (Am 1,3-5), Filistea (Am 1,6-8), Fenicia (Am 1,9-10), Edom (Am 1,11-12), Amón (Am 1,13-15), Moab (Am 2,1-3), Judá (Am 2,4-5) e Israel (Am 2,6-16). El oráculo contra Amón alude al día de la batalla y al día de la tormenta en que Dios embestirá contra los amonitas. El griterío del combate y el huracán desencadenado en la tempestad (Am 1,14), evocan la cólera divina derramada contra las naciones que oprimieron a Israel (cf. Is 13,6-9). Sin embargo la referencia expresa al Día de Yahvé aparece en el oráculo contra Israel tejido bajo la locución “aquel día” (Am 2,16).

El oráculo contra Israel fustiga la injusticia de los israelitas, pues venden al inocente por dinero y al pobre por un par de sandalias (Am 2,6-7). Censura la idolatría (Am 2,8). Critica la desidia del pueblo: la nación ha olvidado la liberación de la esclavitud de Egipto (Am 2,9-10; cf. Ex 14), y ha ignorado la ayuda de Dios que eliminó a los amorreos y permitió a los hijos de Abrahán vivir en Canaán (Am 2,9; cf. Dt 4,43). Arremete contra el pueblo que desdeñó la palabra de los profetas y el ejemplo de los nazoreos (Am 2,11-13). En síntesis el pueblo ha despreciado los preceptos divinos, pues ha caído en la idolatría y se ha precipitado en la injusticia. Por eso se desplomará la ira de Dios sobre su pueblo en el Día de Yahvé, en “aquel día” (Am 2,16). Cuando llegue el Día de Yahvé el pueblo quedará aplastado (Am 2,13) y el ejército huirá en desbandada (Am 2,14-16).

Al observar los oráculos contra las naciones, apreciamos como el referido a Israel excede en extensión a los demás. La mayor extensión constituye la expresión literaria de la gravedad del pecado. Las naciones carecían de un pacto con el Señor; mientras Israel gozó de la protección divina desde el inicio (cf. Gen 12,1-3; 15), fue liberado más tarde de la esclavitud de Egipto (cf. Ex 14), y trabó en el Sinaí la alianza con Dios (cf. Ex 19). La relación íntima con Dios no exime del cumplimiento de los mandamientos, demanda la observancia escrupulosa de la Ley. Pero Israel en lugar de intensificar la fidelidad al Señor se ha desviado por la senda de la injusticia y la idolatría. Por eso Dios derrama sobre el pueblo el peso de su cólera; y lo hace con mayor furor que el esgrimido contra las naciones, pues contra los otros pueblos Yahvé anunció un castigo, pero sobre Israel sobrevendrá el oprobio del Día de Yahvé (Am 2,16).
3.2. Segunda Sección: Am 3,1-6,14

La segunda sección del libro de Amós presenta una serie de oráculos para condenar la idolatría y la injusticia de Israel. Los diversos oráculos aparecen enmarcados con el imperativo “escuchad” (Am 3,1.14; 4,1; 5,1) y la interjección “¡ay” (Am 5,7.18; 6,1). El término “escuchad” preludia una advertencia contra la mala conducta de Israel, mientras la partícula “¡Ay!” lamenta el desorden social de la comunidad israelita. Entre los pasajes encabezados por la voz “escuchad” la referencia al “Día de Yahvé” figura en la crítica global contra el pueblo (Am 3,1-15; 3,14), y en la invectiva específica contra las mujeres de Samaría (Am 4,1-3; 4,2). Los textos compuestos en torno a la exclamación “¡ay!” muestran el advenimiento del “Día de Yahvé” tras censurar el comportamiento inicuo de los dirigentes (Am 5,18-20; 6,3).

La crítica global contra el pueblo trabada en torno al imperativo “escuchad” (Am 3,1.14) muestra cómo la nación ha despreciado el privilegio de la elección divina (Am 3,2), y ha desoído la voz de los profetas (Am 3,7). El pueblo pudiente e ingrato a la revelación ha llenado Samaría de desórdenes (Am 3,9), y ha edificado palacios para herir la miseria de los pobres (Am 3,10.12). Por eso acontecerá el “día” en que Yahvé pedirá cuentas a Israel por sus crímenes (Am 3,14). En ese “día” Yahvé acabará con la idolatría, representada por los altares de Betel; y destruirá los palacios de marfil, símbolo de la riqueza lacerante exhibida por los ricos contra los pobres.

La critica global contra la nación deviene concreta al fustigar el comportamiento de las mujeres de Samaría. Las damas de la capital viven en la opulencia de sus palacios mientras oprimen al desvalido y explotan al pobre. La referencia a las mujeres alude a quienes contemplan la injusticia sin hacer nada para remediarla; pues quienes ejercían directamente la opresión eran los dirigentes, mientras sus esposas se aprovechaban de la situación (Am 4,1b). Contra las mujeres de Samaría, metáfora de quien tolera la opresión, se precipita el furor de Dios en el Día de Yahvé que aparece tras las palabras “vendrán días sobre vosotras” (Am 4,2). El dolor sufrido por los pobres caerá sobre la codicia de los ricos. Los explotadores del desvalido serán izados con garfios, y la comodidad de sus palacios se transformará en el frío del descampado representado por el monte Hermón, montaña de nieves perpetuas. En definitiva el alba del “día de Yahvé” acabará con quienes practican la injusticia y toleran la iniquidad.
Los oráculos compuestos alrededor de la interjección “¡ay!” aluden dos veces al Día de Yahvé (Am 5,18-20; 6,3). 

La primera alusión (Am 5,18-20) aparece tras un oráculo que condena la violencia ejercida por los poderosos (Am 5,8-17). El texto comienza justificando el dominio de Yahvé sobre el Cosmos y la Historia; en ese sentido presenta al Señor como el autor de las Pléyades y Orión, y el causante del ocaso de los fuertes (Am 5,8-9). Asentado el señorío divino, la voz profética muestra cómo el Señor arremete contra los opresores que mienten ante los tribunales, pisotean al desvalido, habitan casas lujosos, y gozan de una vida regalada mientras atropellan al pobre (Am 5,10-13). La palabra profética exige la conversión de los malhechores para que puedan acogerse al perdón divino. Pero el Señor no dejará impune la maldad, irrumpirá en medio del pueblo y cambiará la risa de los opresores en lamento (Am 5,16-17). Concluido el oráculo aparece la mención expresa del Día de Yahvé. Durante ese día se cernirá la desgracia contra los opresores. La desventura se manifiesta bajo la simbología de las tinieblas, y tras la metáfora del pánico de quien sucumbe ante el peligro. El día de Yahvé implica la destrucción de los malvados que fenecen en las tinieblas.

La segunda alusión al día de Yahvé consta en el oráculo contra quienes viven en el lujo y se desentienden de los pobres (Am 6,1-14). Los moradores de Samaría viven confiados. Duermen en camas de marfil y beben vino en elegantes copas (Am 6,4-6), mientras conculcan el derecho y quebrantan la justicia (Am 6,12). El Señor advierte a los habitantes de Samaría, y de Sión (Am 6,1), contra la falsa seguridad en que suponen sustentarse. Los dirigentes creen que la alianza trabada con Dios subsistirá para siempre; por eso desoyen la amonestación divina y alejan la mirada de las ciudades destruidas por la injusticia como son Calné y Jamat (Am 6,2). El Señor no soporta la maldad de Samaría, y anuncia el advenimiento de una nación que acabará con la ciudad pecadora (Am 6,14). El imperio asirio asoló Samaría y deportó su población hacia las ciudades de Media (2Re 17,5-23; 18,9-12). Asiria constituye, metafóricamente, el reino de la violencia (Am 6,3) que, como ejecutor de la voluntad divina, precipitó la desgracia sobre Samaría (Am 6,3). El Día de Yahvé se oculta bajo la mención del “día del mal”, día en que Asiria, símbolo de la cólera divina, destruyó Samaría. En esta ocasión el día de Yahvé describe la destrucción de quienes ejercen la injusticia, amparados en la falsa seguridad de creer que la alianza con Dios tolera la injusticia.
3.3. Tercera Sección: Am 7,1-9,10
La tercera sección contiene cinco visiones del profeta (Am 7,1-3.4-6.7-9; 8,1-3; 9,1-4), el enfrentamiento entre Amós y Amasías (Am 7,10-17), el oráculo contra los explotadores (Am 8,4-14), y la revelación del señorío de Yahvé sobre el Cosmos y la Historia (Am 9,5-10). La mención del Día de Yahvé figura en la cuarta visión (Am 8,3), y en la invectiva profética contra los explotadores (Am 8,9.11.13). 

La cuarta visión contempla un cesto de fruta madura (Am 8,1-3). La madurez de la fruta denota el cenit de la corrupción alcanzada por Israel. La nación ha llegado a un nivel de maldad donde no cabe esperar el perdón divino. La magnitud de la injusticia provoca que se cierna sobre Israel el “Día de Yahvé”, descrito con la expresión “Aquel día” (Am 8,3). “Aquel día” los poderosos verán como sus cantos se convierten en lamentos, contemplarán el país lleno de cadáveres y sentirán el agobio del silencio. El día de Yahvé representa el ocaso de los malvados.
El oráculo contra los explotadores fustiga a quienes tratan de eliminar al humilde, falsean los pesos y medidas, y venden al desvalido por un par de sandalias (Am 8,4-7). El Señor no tolerará la injusticia. Acabará con los opresores de la misma manera que el Nilo desbordado ahoga a los habitantes de sus riberas. La ira divina se derramará sobre los tiranos en el día de Yahvé. Ése día aparece bajo dos denominaciones: “aquel día” (Am 8,9.13) y “vienen días” (Am 8,11). 

Varias sombras dibujan el aspecto del día de Yahvé. En primer término, la magnitud del colapso social será tan grande que se describe con las características del cataclismo cósmico: “el sol se pondrá a mediodía … y la tierra se cubrirá de tinieblas” (Am 8,9). En segundo lugar, los cánticos alegres de los poderosos se convertirán en amargos lamentos. Los pudientes dejarán sus vestidos suntuosos para vestir el sayal. El duelo será tan intenso que semejará el luto de la familia por el hijo primogénito (Am 8,10). La referencia al dolor por el primogénito difunto recuerda el llanto de los egipcios al conocer el exterminio de los primogénitos durante la décima plaga (Ex 11;12,29-32). El texto muestra, de manera alusiva, como la intensidad del gozo experimentado por Israel al conocer la liberación de la esclavitud, se transforma en llanto al caer sobre el pueblo la amargura del día de Yahvé. El tercer matiz del día de Yahvé quizás sea el más dramático: Dios enviará sobre el país hambre de su palabra, pero los israelitas serán incapaces de encontrar al Señor y de oír su voz (Am 8,11-12). El ansia por encontrar a Dios junto a la imposibilidad de hallarlo constituyen el mayor tormento de Israel: la relación personal con el Señor se ha extinguido. Finalmente, el día de Yahvé supondrá la desaparición de los idólatras representados por los jóvenes adoradores de los dioses de Dan y Berseba (Am 8,14).

3.4. Cuarta Sección: Am 9,11-15
La profecía ha descrito, a lo largo de las tres secciones precedentes, el modo en que la irrupción del día de Yahvé agosta la injusticia de Israel. Pero si el libro acabara en Am 9,10 dejaría al lector desalentado ante la imposibilidad de la salvación. Por eso la cuarta sección relata la restauración de Israel por pura iniciativa divina. La última sección presenta bajo las locuciones “aquel día” (Am 9,11) y “vienen días” (Am 9,13) la salvación regalada por Dios a su pueblo.
El advenimiento de “aquel día” supondrá el renacimiento de Israel desde tres perspectivas. Por una parte el Señor levantará la choza caída de David, bajo esta expresión se oculta la restauración de la dinastía davídica. Por otra parte, el pueblo de Dios conquistará Edom, metáfora de los adversarios de Israel. La posesión del reino edomita revela el triunfo de Israel sobre sus enemigos. Finalmente, Israel conquistará todas las naciones donde se invoca el nombre del Señor.

La expresión “vienen días” delata cómo el Señor cambiará la suerte de su pueblo: los campos florecerán, las ciudades serán reconstruidas y la nación poseerá para siempre la tierra prometida. La feracidad del campo se expresa a través de la sobreabundancia del mosto. La mención de la viña recuerda la Viña descrita por Isaías (cf. Is 5,1-7). En ese sentido la sobreabundancia del mosto no alude a la producción agrícola, sino a los frutos de bondad engendrados por el pueblo redimido. La reedificación de las ciudades no estriba en la reconstrucción arquitectónica, sino que evocando la nueva Jerusalén (cf. Is 54-55,5), alude a las ciudades que testimonian la salvación recibida de Dios. La posesión definitiva de la tierra prometida ratifica el compromiso de Dios con su pueblo, y muestra la decisión de la naciuón para cumplir los mandamientos (cf. Dt 8-9). La restauración de Israel no nace del esfuerzo humano; procede del regalo de Dios a su pueblo: el Señor cumplirá su palabra (Am 9,12) y plantará al pueblo en la tierra que le dio (Am 9,15).

4. La peculiaridad del “Día de Yahvé” en el libro de Amós
En el conjunto de los libros proféticos el Día de Yahvé indica la intervención de Dios en la historia para destruir a los opresores de Israel, intervención que también acaba con los israelitas infieles y restaura al pueblo fiel. El día de Yahvé es un día de juicio: castigo para los pecadores y salvación para los justos. El libro de Amós presenta una particularidad en la concepción del Día de Yahvé.
A lo largo de Am 5,18-20 la voz profética se lamenta por quienes anhelan el día de Yahvé (Am 5,18); pues la interjección “¡ay!” no es sólo un grito lastimero, refiere el llanto de las plañideras al derramar lágrimas por un difunto. En ese sentido la profecía entona un lamento fúnebre por quienes desean la llegada del día de Yahvé. La razón del lamento estriba en que quienes anhelan el día de Yahvé yacen en el error: suponen que el día portará la luz cuando en realidad atraerá las tinieblas (Am 5,18-28). Metafóricamente la luz revela el triunfo y la victoria; sin embargo quienes esperan el día de Yahvé sufrirán la tiniebla, símbolo del fracaso y la derrota.

Los dirigentes de Samaría, siguiendo la antigua tradición semita, esperaban la llegada del día de Yahvé. Contemplaban ese momento como un día de luz en que Dios aniquilaría a los enemigos de la ciudad; y ellos, los jefes, se verían libres de toda amenaza externa. Los líderes de Samaría se enriquecían con la injusticia y despreciaban al Señor con la práctica de la idolatría, mientras en Oriente rugía voraz el imperio asirio. Asiria era la amenaza Israel. Los poderosos de Samaría ansiaban el advenimiento del Día de Yahvé para que Dios destruyera la altivez asiria y ellos pudieran vivir en paz.
El libro de Amós anuncia la llegada del día de Yahvé, pero no lo entiende como luz, sino como manifestación de la condena divina contra los opresores. Efectivamente el día de Yahvé cubrió Samaría pero no le concedió la luz de la victoria, sino que la hundió en la amargura del fracaso. El día de Yahvé alcanzó Samaría cuando Asiria conquistó Israel. Asiria asoló Israel en dos fases. Teglatfalasar, rey de Asiria (745-727 aC.), conquistó las regiones del norte del país y deportó a sus habitantes a las riberas del Tigris (2Re 15,29-30). Más tarde, el rey de Asiria, (Salmanasar V; Sargón II), invadió todo el país y tomó Samaría en el año 721 aC. El emperador se llevó cautivos a los israelitas a las ciudades de Media y repobló Samaría con gente procedente de Babilonia (2Re 17,5-6.24-25). La tiniebla descrita por Amós prefigura la desgracia de Samaría (Am 5,18.20), y la angustia del fugitivo perseguido por las fieras describe a los dirigentes acosados por los asirios (Am 5,19).

La profecía de Amós quiebra la tradición que apreciaba en el día de Yahvé la destrucción de los enemigos de Israel. Amós advierte a los dirigentes de Samaría que no experimentarán el día de Yahvé como la luz procedente de la debacle asiria, sino que lo percibirán como la oscuridad de la tiniebla de su propia derrota. Los jefes de Samaría percibieron la actuación de Dios como la tiniebla nacida del ocaso de Israel, y no como la luz procedente de la destrucción de Asiria. El día de Yahvé no fue luz sino tiniebla. Significó el castigo de los israelitas infieles, y no implicó la derrota de Asiria, el adversario de Israel.

Conclusión

El día de Yahvé denota la intervención de Dios en la historia. La actuación divina implica la condena de los pecadores y la salvación de los justos. La profecía de Amós recoge la mención del día de Yahvé procedente de la religión semita, pero quiebra la tradición operando un cambia en el significado del día de Yahvé. Los dirigentes de Samaría, injustos e idólatras, ansiaban la llegada del día de Yahvé como la ocasión en que Dios destruiría el poderío asirio. Los líderes concebían el día de Yahvé como la oportunidad luminosa en que el Señor les libraría de toda amenaza externa. Sin embargo Amós no entiende el día de Yahvé como luz sino como tiniebla. El día de Yahvé no contemplará la destrucción de Asiria, propiciará el ocaso de los dirigentes de Samaría que huirán despavoridos como fugitivos acosados por las fieras.  

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