Otro semitismo extraño a nuestra lengua es el uso de contrarios o, lo que es lo mismo, de extremos opuestos, para expresar simplemente una comparación de superioridad.
Así, en Gn 1,16: “e hizo Dios dos lumbreras grandes, la lumbrera grande,… la pequeña…”, es decir, “la mayor” y “la menor”.
De modo parecido, cuando los verbos “amar” y “odiar” se oponen uno a otro, significan “amar más”, “amar menos”, o bien “preferir”, “posponer”. Así en Lc 14,26: “Si uno quiere venirse conmigo y no odia a su padre y a su madre “, es decir, “y no ama menos [que a mí]” o, de otro modo, “y no me prefiere a su padre, etc”, como lo ha interpretado Mt 10,37s: “El que quiere a su padre más que a mí, no es digno de mí”; Rom 9,13: “A Jacob amé, más a Esaú odié” significa “amé a Jacob más que a Esaú”.
Un caso parecido es el de Mt 22,14, que, en contradicción con lo narrado en la parábola, donde solamente uno de los comensales es rechazado, suele traducirse: “muchos son llamados, pocos escogidos”, mientras el sentido, atendiendo al modismo semítico, es: “hay más llamados que escogidos” o “son más los llamados que los escogidos”.
El mismo modo de expresión puede descubrirse en otras frases, como, por ejemplo, en Mc 10,17s.
En este pasaje, un hombre rico llama a Jesús “maestro bueno”, es decir, “maestro insigne”, pues no se refiere a su bondad personal, sino a su excelencia como maestro, por la que espera que le resuelve su duda; de modo parecido se dice en español “un buen carpintero” para señalar la habilidad y competencia en el oficio. A este cumplido, Jesús responde: “¿Por qué me llamas insigne? Nadie es insigne más que uno, Dios.” La negativa absoluta por parte de Jesús de su competencia como maestro es imposible; por eso hay que considerar la frase como un semitismo y traducir: “Insigne como Dios, ninguno”, o de modo semejante.
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