Defectos físicos como la ceguera y la sordera se prestan a sentidos figurados en todas las culturas. Incluso en la nuestra actual se dice “no hay peor sordo que el que no quiere oír” o “estaba cegado por la pasión”, dichos en los que los términos no tienen su significado físico.
No es extraño, pues, que los términos “ciego”, “ceguera”, “sordo”, “sordera”, aparezcan en los evangelios con sentidos figurados. Es más, la transposición de sentido no es original de los evangelistas, sino una continuación del uso común en la literatura profética. Para darse cuenta de ello, véanse algunos pasajes:
- Is 6,9: “Embota el corazón (la mente) de ese pueblo, endurece su oído, ciega sus ojos: que sus ojos no vean, que sus oídos no oigan, que su corazón (mente) no entienda, que no se convierta y sane.”
- Is 42,18 (dirigido al pueblo): “Sordos, escuchad y oíd; ciegos, mirad y ved.”
- Jr 5,20-23: “Escúchalo, pueblo necio y sin juicio, que tiene ojos y no ve, tiene oídos y no oye… este pueblo es duro y rebelde de corazón (mente) y se marcha lejos.”
- Ez 12,2: “Hijo de Adán, vives en la casa rebelde: tienen ojos para ver, y no ven, tienen oídos para oír, y no oyen; pues son casa rebelde.”
Como se ve, la ceguera y la sordera pueden significar no sólo la incapacidad de comprender, sino también resistencia o rechazo a comprender, equivalente a rebeldía.
Por lo demás, los evangelistas mismos indican el sentido figurado de la ceguera y sordera que aparecen en los evangelios. Por ejemplo, la primera vez que Marcos alude a la ceguera y a la sordera (Mc 4,12: “para que por más que miren, no vean; por más que oigan, no perciban”), éstas se refieren a la multitud, indicando que es imposible para ella comprender el mensaje de Jesús a menos que no cambien primero de actitud. Todos los pasajes posteriores que hablan de sordera o ceguera dependen de éste, y en ellos la respectiva incapacidad es siempre una figura que señala la dificultad para percibir una realidad o la resistencia a comprenderla. Así lo expresa Jesús en la invectiva que dirige a los discípulos, poniendo en paralelo la ceguera y la sordera con la obcecación de la mente (Mc 8,17s; “¿Tenéis la mente obcecada? ¿Teniendo ojos no veis y teniendo oídos no oís?”).
Puede decirse lo mismo de los otros tres evangelistas. Así, en Mt 11,5 se promete como obra del Mesías que los ciegos recobrarán la vista, aludiendo a Is 35,5s y 42,18, donde se usa en sentido figurado. Según Isaías, en la labor del Servidor de Yahvé entraba “abrir los ojos a los ciegos”, por ser él “la luz de las naciones” (Is 42,6s); en este contexto, “los ciegos” son,m pues, los paganos, que no conocen al verdadero Dios. En Mt 15,14 Jesús llama a los fariseos “ciegos y guías de ciegos”, con claro sentido figurado.
Lo mismo cabe decir de la sordera, que puede ir acompañada de la mudez, como en Mt 9,32s; 12,22; Lc 11,14.
En Juan no aparece la sordera; es más, suprime su mención en el texto de Is 6,9, antes citado (Jn 12,40: “Les ha cegado los ojos y les ha embotado la mente, para que sus ojos no vean ni su mente perciba ni se conviertan ni yo los cure”). Esto se debe a que Juan, a partir del Prólogo, utiliza “la luz” como símbolo de la vida contenida en el Proyecto divino (1,4: “la vida era la luz del hombre) y formula la decisión fundamental del hombre como la opción entre “luz” y “tiniebla” (3,19-21).
Además de en el texto de 12,40 antes citado, la ceguera aparece en Juan en otras dos ocasiones: afectando a la multitud que yace en la piscina (5,3) y en el ciego de nacimiento (9,1ss).
El significado de la ceguera en Juan es la incapacidad de percibir el esplendor de la gloria/amor de Dios manifestada en Jesús (la gloria/amor de Jesús). Está provocada por “la tiniebla” que impide ver, es decir, por la ideología del sistema judío, que propone una falsa imagen de Dios, en la que no se puede reconocer su amor.
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