El Decimoséptimo concilio ecuménico era, hablando con propiedad, la
continuación del concilio de Ferrara, trasladado a la capital toscana
debido a la peste, o, de hecho, una continuación del de Basilea,
convocado en 1431 por Martín V. Al final éste último se convirtió en un
conciliabulum revolucionario, que juzga de formas distintas, según se
considere la forma en que fue convocado, los miembros que asistieron o
sus resultados. En general, sin embargo, entra en la lista de los
Concilio Ecuménicos hasta el decreto de disolución de 1437. Después del
traslado a Ferrara, la primera sesión se celebró el 10 de enero de 1438.
Eugenio IV proclamó que era la continuación regular del Concilio de
Basilea y por ello es considerado ecuménico por casi todos.
El concilio de Constanza (1414-18) había visto el crecimiento de una teoría fatal, basada en los escritos de Guillermo Durando (Guillaume Durant), Juan de Paris, Marsilio de Padua y Guillermo Occam, i.e., la teoría conciliar que proclamaba la superioridad del concilio sobre el papa. Era el resultado de un conflicto muy anterior y fue votado en un momento de confusión y enfado por un cuerpo grupo incompetente y que además llevó a los a deplorables artículos de la "Declaratio Cleri Gallicani" (ver GALICANISMO) que casi produjo entonces nuevos cismas. Influenciados por esta teoría, los miembros del Concilio de Constanza promulgaron en la sesión general número 35 (9 de octubre de 1417) cinco decretos, el primero de los cuales era el famoso conocido como "Frequens", según el cual debía celebrarse un concilio ecuménico cada diez años. En otras palabras, el concilio sería en adelante una institución permanente indispensable, es decir, una especie de parlamento religioso que se reuniría a intervalos regulares, e incluiría entre sus miembros a los embajadores de los soberanos católicos, con lo que la antigua monarquía papal, electiva pero absoluta, daría paso a una oligarquía constitucional.
Martín V, aunque, naturalmente, rehusó reconocer esos decretos, fue incapaz de detener el movimiento que consideraba fatal. De acuerdo, pues, con el decreto “Frequens”, convocó un concilio ecuménico en Pavía para 1423 y más tarde, cediendo a la opinión popular, que hasta muchos cardenales toleraban, convocó un nuevo concilio en Basilea para arreglar las dificultades surgidas en las guerras contra los Husitas. Una bula del 1 de febrero de 1431 nombraba presidente del concilio a Giuliano Cesarini, Cardenal de Sant' Angelo, a quien el papa había enviado a Alemania a predicar una cruzada contra los Husitas.
Martín V murió repentinamente (20 de febrero de 1431) antes de que la bula de convocación y la facultad de legado le llegara a Cessarini. Sin embargo, el nuevo papa Eugenio IV (Gabriele Condolmieri), confirmó los actos de su predecesor con la reserve de que otros eventos podrían ser causa de revocación de su decisión. Se refería probablemente a la reunión de la iglesia Griega con Roma, discutida entre Martín V y el emperador bizantino Juan Paleólogo, pospuesta por la muerte del papa. Eugenio IV trabajó con dedicación para la reunión que estaba destinada a ser completada en el concilio de Ferrara-Florencia.
El concilio de Basilea había comenzado de una forma bastante burlesca. El canónigo Beaupère de Besançon, enviado de Basilea a Roma, dio al papa una versión exagerada y desfavorable del temperamento de la gente de Basilea y sus alrededores. Eugenio IV según eso, disolvió el concilio antes de terminar el año 1431 y lo convocó de nuevo en Bolonia para el verano de 1455, con lo que daba tiempo a la participación de los griegos. Cesarini, sin embargo había ya inaugurado el concilio en Basilea y ahora insistía vigorosamente que el acta papal citada fuera retirada. Cediendo a la agresiva actitud del la asamblea de Basilea, cuyos miembros declararon de nuevo la teoría conciliar, Eugenio IV modificó gradualmente su actitud respecto a ellos y mostró, en general, a lo largo de estas dolorosa disensiones, un espíritu conciliador.
El concilio publicó muchos decretos de reforma y aunque nunca se ejecutaron, contribuyó a la ruptura final. Las negociaciones poco hábiles del concilio con los griegos sobre la cuestión de la reunión, movieron a Eugenio IV a trasladarlo a Ferrara. La embajada enviada desde Basilea a Constantinopla (1435) Giovanni di Ragusa, Heinrich Henger y Simon Fréron, insistieron obstinadamente en mantener en Basilea el concilio que iba a promover la unión de las dos iglesias, pero, en esta materia, el emperador bizantino no quiso ceder. Como todos los griegos quería que el concilio tuviera lugar en una ciudad italiana cercana al mar, preferiblemente en el sur de Italia. En Basilea la mayoría insistió, a pesar de los griegos, que el concilio de la reunión se convocara en Aviñón, pero una minoría se puso de parte de los griegos y fue reconocido por ellos como concilio verdadero, por lo que Eugenio IV aprobó la acción de la minoría (29 de mayo de 1437) y por ello fue requerido par que se presentara ante la asamblea. Contestó disolviéndola el 18 de septiembre. Cansado de la obstinación de la mayoría en Basilea, el cardenal Cesarini y sus seguidores abandonaron la ciudad y fueron a Ferrara a donde , como se ha dicho arriba , había trasladado Eugenio IV el concilio por el decreto de 30 de diciembre de 1437 o del 1 de enero de 1438.
El Concilio de Ferrara se inauguró el 8 de enero de 1438 bajo la presidencia del cardenal Niccolò Albergati, a quine el papa había encargado representarle hasta que pudiera aparecer en persona. No tenía otros objetivos que el de Basilea, i.e., la reunión de las iglesias, reformas y restauración de la paz entre los cristianos. La primera sesión tuvo lugar el 10 de enero de 1438 y declaró que el concilio de Basilea se trasladaba al de Ferrrara; anulaba por adelantado cualquiera de los futuros decretos de la asamblea de Basilea. Cuando Eugenio IV oyó que los griegos se acercaban a la costa de Italia, salió hacia Ferrara y tres días después hizo su entrada solemne en la ciudad.
Primero se discutió por los miembros del concilio, si se iba a votar por naciones como en Basilea (nationes), o por comités (commissiones). Finalmente se decidió dividir a los miembros en tres estados
• Los cardenales , arzobispos y obispos;
• Los abades y prelados;
• Los doctores y otros miembros.
Para que el voto de un estado contara, había de tener dos tercios, con lo que se esperaba que esta provisión evitara toda posibilidad de que volvieran a surgir las lamentables disensiones de Constanza. En la segunda sesión pública (15 de febrero) estos decretos se promulgaron y el papa excomulgó a los miembros de la asamblea de Basilea, que aún continuaba.
Pronto aparecieron los griegos en Ferrara, encabezados por el emperador Juan Paleólogo y Joasaph, el patriarca de Constantinopla, un total de setecientos. Las sesiones solemnes comenzaron el 9 de abril de 1438 y se celebraron en la catedral de Ferrara presididas por el papa. En el altar, en la parte del evangelio estaba el trono (no ocupado) del emperador de occidente ( Segismundo de Luxemburgo) que había muerto un mes antes; el de la Epístola el del emperador griego.
Además del emperador y su hermano Demetrio, estaban presentes por parte de los griegos, Joasaph, Patriarca de Constantinopla; Antonio, Metropolitano de Heraclea; Gregorio Hamma, Protosyncellus de Constantinopla (los dos últimos representaban al Patriarca de Alejandría), Marco Eugenicus de Éfeso; Isidoro de Kiev (representando al Patriarca de Antioquía); Dionisio, obispo de Sardes (representando al patriarca de Jerusalén); Bessarion, Arzobispo de Nicea; Balsamon, principal cartofylax ; Syropulos, eclesiarca principal y los obispos de Monembasia, Lacedemonia y Anchielo. En las discusiones, los latinos estaban representados principalmente por el cardinal Giuliano Cesarini y el cardenal Niccolò Albergati; Andrés, arzobispo de Rodas, el obispo de Forlì; el dominico Juan de Turrecremata y Giovanni di Ragusa, provincial de Lombardía. Las discusiones preliminares hicieron surgir las principales diferencias entre griegos y latinos, como la Procesión del Espíritu Santo, los ácimo, el purgatorio y la primacía.
El celo y buenas intenciones del emperador eran evidentes en estas preliminares. Las discusiones serias comenzaron a propósito del purgatorio. Cesarini y Turrecremata eran los oradores principales, éste último se enzarzó en una violenta discusión con Marcus Eugenicus. Bessarion, hablando en nombre de los griegos, dejó claras las divergencias de opinión entre los mismos griegos sobre la cuestión del purgatorio. Este estado de las discusiones se cerró el 17 de julio, y el concilio descansó un tiempo, aprovechando el emperador griego la pausa para dedicarse a la caza con el duque de Ferrara.
Cuando el concilio se reanudó (8 de octubre) el principal (en realidad en adelante casi el único) tema de discusión fue el Filioque. Los griegos estaban representados por Bessarion, Marcus Eugenicus, Isidoro de Kiev, Gemistus Plethon, Balsamon y Kantopulos: los latinos, por los cardenales Cesarini y Niccolò Albergati, el arzobispo de Rodas, el obispo de Forli y Giovanni di Ragusa. En esta y en las siguientes catorce sesiones el Filioque fue el único y exclusivo tema de discusión. En la quinceava estaba claro que los griegos no querían insertar la expresión en el credo aunque era imperativo para el bien de la Iglesia como salvaguardia contra futuras herejías. Muchos griegos comenzaron a desesperar de poder realizar la unión proyectada y hablaron de regresar a Constantinopla. El emperador no quiso escucharles pues aún esperaba la reconciliación y logró apaciguar los ardorosos espíritus.
Eugenio IV anunció entonces su intención de mover el concilio a Florencia por las dificultades monetarias y por un briote de peste en Ferrara. Habían muerto ya muchos latinos y entre los griegos, el metropolitano de Sardes y toda el grupo que acompañaba a Isidoro de Sardes se vio atacado por la enfermedad. Los griegos consintieron finalmente el traslado y en la sesión dieciséis y última de Ferrara se leyó la bula papal, en latín y en griego, por la que el concilio era trasladado a Florencia (enero de 1439).
La sesión decimoséptima (y primera de Florencia) tuvo lugar en el palacio papal, el 26 de febrero. En nueve consecutivas sesiones del concilio el Filioque fue el tema principal y en la penúltima (24 de Ferrara, octava de Florencia) Giovanni di Ragusa expuso claramente la doctrina Latina en los siguientes términos: “La Iglesia Latina reconoce solo un principio, una causa del Espíritu Santo, es decir, el Padre. Es del Padre que el Hijo tiene su lugar en la Procesión del Espíritu Santo. Es en este sentido que el Espíritu Santo procede del Padre, pero El procede también del Hijo.”
En la última sesión el mismo teólogo expuso de nuevo la doctrina después de lo cual las sesiones se cerraron a petición de los griegos puesto que parecía inútil prolongar más las discusiones teológicas. En esta situación comenzaron los activos esfuerzos de Isidoro de Kiev y como resultado de más reuniones, Eugenio IV submitió cuatro proposiciones resumiendo el resultado de las discusiones previas y exponiendo la debilidad de la actitud de los griegos, que no queriendo aceptar la derrota, el cardenal Bessarion, en una reunión especial de los griegos 13 y 14 de abril 1439 – pronunció el famoso discurso a favor de la reunión y fue apoyado por Georgius Scholarius. Ambas partes volvieron a reunirse y por fin para poner fin a los equívocos, los latinos formularon y leyeron una declaración de su fe en la que afirmaban que no admitían dos “principia” en la Trinidad, sino uno solo, el poder productivo del Padre y del Hijo y que el del Espíritu Santo procede también del Hijo. Admitían, por consiguiente, dos hipóstasis, una acción un poder productivo y un producto debido a la sustancia y las hipóstasis del Padre y del Hijo. Los Griegos respondieron a esto con una contra - fórmula equívoca, por lo que Bessarion, Isidoro de Kiev y Dortheus de Mitylene, animados por el emperador, se declararon claramente a favor del ex filio.
La reunión de las Iglesias parecía estar a la vista. Cuando, finalmente, a petición del emperador, Eugenio IV prometió a los griegos ayuda militar y financiera de la Santa Sede como resultado de la proyectada reconciliación, los griegos declararon (3 de junio 1439) que reconocían la procesión del Espíritu santo del padre y del Hijo como de un “principium” (arche) y de una causa (aitia). El 8 de junio se alcanzó un acuerdo final sobre esta doctrina. Las enseñanzas latinas respecto a los ácimo y el purgatorio fueron también aceptadas por los griegos. Respecto a la primacía declararon que garantizarían al papa todos los privilegios que había tenido antes del cisma.
También se llegó a un acuerdo amistoso respecto a la forma de consagración en la misa (ver EPIKLESIS). Casi simultáneamente con estas medidas, moría, el diez de junio, el patriarca de Constantinopla, pero antes de haber firmado y redactado una declaración en la que admitía el Filioque, el purgatorio y la primacía papal. Sin embargo la reunión de las iglesias no era aún un hecho consumado. Los representantes griegos insistieron en que si declaraciones anteriores eran solo opiniones personales, y que aún era necesario obtener el asentimiento de la Iglesia griega reunida en sínodo. Y consecuentemente había peligro de que dificultades insuperables amenazaran deshacer lo que se había conseguido. El 6 de julio, sin embargo, el famoso decreto de unión (Laetentur Coeli), cuyo original se conserva aun en la biblioteca Laurentiana de Florencia, fue anunciado formalmente en la catedral. Para los intereses de los griegos, el concilio había terminado y partieron enseguida. Los latinos permanecieron para promover la reunión con las otras iglesias orientales -- los Armenios (1439), los Jacobitas de Siria (1442),los de Mesopotamia, entre el Tigris y el Eúfrates (1444) los Caldeos o Nestorianos y los Maronitas de Chipre (1445). Este fue el último acto público del concilio de Florencia, ya que los procedimeintos posteriores desde 1443 en adelante tuvieron lugar en el palacio Laterano de Roma.
La erudición de Bessarion y la energía de Isidoro de Kiev fueron los principales responsables de la reunión de las iglesias conseguida en Florencia. Ahora había que asegurarse de que fueran aceptadas en oriente. Pera ello, Isidoro de Kiev fue enviado a Rusia como legado papal y cardenal, pero los príncipes moscovitas, celosos de su independencia religiosa rehusaron aceptar los decretos del concilio de Florencia. Isidoro fue apresado, escapó y se refugió e Italia. Tampoco en el imperio griego fueron mejor las cosas. El emperador permaneció fiel, pero algunos de los diputados griegos, intimidados por el descontento que había entre su propia gente desertaron de su posición y pronto volvieron a la masa de cisma que les rodeaba. Constantino, el nuevo emperador, hermano de Juan Paleólogo intentó inútilmente vencer la oposición del clero bizantino y del pueblo. Isidoro de Kiev fue enviado a Constantinopla para conseguir la deseada aceptación del decreto florentino "Decretum Unionis" (Laetentur Coeli), pero antes de que lograra éxito alguno la ciudad cayó (1453) ante las hordas de Mohammed II.
Del Concilio de Florencia resultó al menos una ventaja: proclamó ante latinos y griegos que el Romano Pontífice era la más importante autoridad eclesiástica en la cristiandad y Eugenio IV pudo así detener el cisma que amenazaba a la iglesia occidental de nuevo (ver BASILEA, CONCILIO DE). Este concilio fue pues testigo de la rápida rehabilitación de la supremacía papal y facilitó el regreso de hombres como Aeneas Sylvius Piccolomini que en su juventud había tomado parte en el concilio de Basilea, y terminó reconociendo su actitud errónea, y acabó siendo papa con el nombre de Pío II.
El concilio de Constanza (1414-18) había visto el crecimiento de una teoría fatal, basada en los escritos de Guillermo Durando (Guillaume Durant), Juan de Paris, Marsilio de Padua y Guillermo Occam, i.e., la teoría conciliar que proclamaba la superioridad del concilio sobre el papa. Era el resultado de un conflicto muy anterior y fue votado en un momento de confusión y enfado por un cuerpo grupo incompetente y que además llevó a los a deplorables artículos de la "Declaratio Cleri Gallicani" (ver GALICANISMO) que casi produjo entonces nuevos cismas. Influenciados por esta teoría, los miembros del Concilio de Constanza promulgaron en la sesión general número 35 (9 de octubre de 1417) cinco decretos, el primero de los cuales era el famoso conocido como "Frequens", según el cual debía celebrarse un concilio ecuménico cada diez años. En otras palabras, el concilio sería en adelante una institución permanente indispensable, es decir, una especie de parlamento religioso que se reuniría a intervalos regulares, e incluiría entre sus miembros a los embajadores de los soberanos católicos, con lo que la antigua monarquía papal, electiva pero absoluta, daría paso a una oligarquía constitucional.
Martín V, aunque, naturalmente, rehusó reconocer esos decretos, fue incapaz de detener el movimiento que consideraba fatal. De acuerdo, pues, con el decreto “Frequens”, convocó un concilio ecuménico en Pavía para 1423 y más tarde, cediendo a la opinión popular, que hasta muchos cardenales toleraban, convocó un nuevo concilio en Basilea para arreglar las dificultades surgidas en las guerras contra los Husitas. Una bula del 1 de febrero de 1431 nombraba presidente del concilio a Giuliano Cesarini, Cardenal de Sant' Angelo, a quien el papa había enviado a Alemania a predicar una cruzada contra los Husitas.
Martín V murió repentinamente (20 de febrero de 1431) antes de que la bula de convocación y la facultad de legado le llegara a Cessarini. Sin embargo, el nuevo papa Eugenio IV (Gabriele Condolmieri), confirmó los actos de su predecesor con la reserve de que otros eventos podrían ser causa de revocación de su decisión. Se refería probablemente a la reunión de la iglesia Griega con Roma, discutida entre Martín V y el emperador bizantino Juan Paleólogo, pospuesta por la muerte del papa. Eugenio IV trabajó con dedicación para la reunión que estaba destinada a ser completada en el concilio de Ferrara-Florencia.
El concilio de Basilea había comenzado de una forma bastante burlesca. El canónigo Beaupère de Besançon, enviado de Basilea a Roma, dio al papa una versión exagerada y desfavorable del temperamento de la gente de Basilea y sus alrededores. Eugenio IV según eso, disolvió el concilio antes de terminar el año 1431 y lo convocó de nuevo en Bolonia para el verano de 1455, con lo que daba tiempo a la participación de los griegos. Cesarini, sin embargo había ya inaugurado el concilio en Basilea y ahora insistía vigorosamente que el acta papal citada fuera retirada. Cediendo a la agresiva actitud del la asamblea de Basilea, cuyos miembros declararon de nuevo la teoría conciliar, Eugenio IV modificó gradualmente su actitud respecto a ellos y mostró, en general, a lo largo de estas dolorosa disensiones, un espíritu conciliador.
El concilio publicó muchos decretos de reforma y aunque nunca se ejecutaron, contribuyó a la ruptura final. Las negociaciones poco hábiles del concilio con los griegos sobre la cuestión de la reunión, movieron a Eugenio IV a trasladarlo a Ferrara. La embajada enviada desde Basilea a Constantinopla (1435) Giovanni di Ragusa, Heinrich Henger y Simon Fréron, insistieron obstinadamente en mantener en Basilea el concilio que iba a promover la unión de las dos iglesias, pero, en esta materia, el emperador bizantino no quiso ceder. Como todos los griegos quería que el concilio tuviera lugar en una ciudad italiana cercana al mar, preferiblemente en el sur de Italia. En Basilea la mayoría insistió, a pesar de los griegos, que el concilio de la reunión se convocara en Aviñón, pero una minoría se puso de parte de los griegos y fue reconocido por ellos como concilio verdadero, por lo que Eugenio IV aprobó la acción de la minoría (29 de mayo de 1437) y por ello fue requerido par que se presentara ante la asamblea. Contestó disolviéndola el 18 de septiembre. Cansado de la obstinación de la mayoría en Basilea, el cardenal Cesarini y sus seguidores abandonaron la ciudad y fueron a Ferrara a donde , como se ha dicho arriba , había trasladado Eugenio IV el concilio por el decreto de 30 de diciembre de 1437 o del 1 de enero de 1438.
El Concilio de Ferrara se inauguró el 8 de enero de 1438 bajo la presidencia del cardenal Niccolò Albergati, a quine el papa había encargado representarle hasta que pudiera aparecer en persona. No tenía otros objetivos que el de Basilea, i.e., la reunión de las iglesias, reformas y restauración de la paz entre los cristianos. La primera sesión tuvo lugar el 10 de enero de 1438 y declaró que el concilio de Basilea se trasladaba al de Ferrrara; anulaba por adelantado cualquiera de los futuros decretos de la asamblea de Basilea. Cuando Eugenio IV oyó que los griegos se acercaban a la costa de Italia, salió hacia Ferrara y tres días después hizo su entrada solemne en la ciudad.
Primero se discutió por los miembros del concilio, si se iba a votar por naciones como en Basilea (nationes), o por comités (commissiones). Finalmente se decidió dividir a los miembros en tres estados
• Los cardenales , arzobispos y obispos;
• Los abades y prelados;
• Los doctores y otros miembros.
Para que el voto de un estado contara, había de tener dos tercios, con lo que se esperaba que esta provisión evitara toda posibilidad de que volvieran a surgir las lamentables disensiones de Constanza. En la segunda sesión pública (15 de febrero) estos decretos se promulgaron y el papa excomulgó a los miembros de la asamblea de Basilea, que aún continuaba.
Pronto aparecieron los griegos en Ferrara, encabezados por el emperador Juan Paleólogo y Joasaph, el patriarca de Constantinopla, un total de setecientos. Las sesiones solemnes comenzaron el 9 de abril de 1438 y se celebraron en la catedral de Ferrara presididas por el papa. En el altar, en la parte del evangelio estaba el trono (no ocupado) del emperador de occidente ( Segismundo de Luxemburgo) que había muerto un mes antes; el de la Epístola el del emperador griego.
Además del emperador y su hermano Demetrio, estaban presentes por parte de los griegos, Joasaph, Patriarca de Constantinopla; Antonio, Metropolitano de Heraclea; Gregorio Hamma, Protosyncellus de Constantinopla (los dos últimos representaban al Patriarca de Alejandría), Marco Eugenicus de Éfeso; Isidoro de Kiev (representando al Patriarca de Antioquía); Dionisio, obispo de Sardes (representando al patriarca de Jerusalén); Bessarion, Arzobispo de Nicea; Balsamon, principal cartofylax ; Syropulos, eclesiarca principal y los obispos de Monembasia, Lacedemonia y Anchielo. En las discusiones, los latinos estaban representados principalmente por el cardinal Giuliano Cesarini y el cardenal Niccolò Albergati; Andrés, arzobispo de Rodas, el obispo de Forlì; el dominico Juan de Turrecremata y Giovanni di Ragusa, provincial de Lombardía. Las discusiones preliminares hicieron surgir las principales diferencias entre griegos y latinos, como la Procesión del Espíritu Santo, los ácimo, el purgatorio y la primacía.
El celo y buenas intenciones del emperador eran evidentes en estas preliminares. Las discusiones serias comenzaron a propósito del purgatorio. Cesarini y Turrecremata eran los oradores principales, éste último se enzarzó en una violenta discusión con Marcus Eugenicus. Bessarion, hablando en nombre de los griegos, dejó claras las divergencias de opinión entre los mismos griegos sobre la cuestión del purgatorio. Este estado de las discusiones se cerró el 17 de julio, y el concilio descansó un tiempo, aprovechando el emperador griego la pausa para dedicarse a la caza con el duque de Ferrara.
Cuando el concilio se reanudó (8 de octubre) el principal (en realidad en adelante casi el único) tema de discusión fue el Filioque. Los griegos estaban representados por Bessarion, Marcus Eugenicus, Isidoro de Kiev, Gemistus Plethon, Balsamon y Kantopulos: los latinos, por los cardenales Cesarini y Niccolò Albergati, el arzobispo de Rodas, el obispo de Forli y Giovanni di Ragusa. En esta y en las siguientes catorce sesiones el Filioque fue el único y exclusivo tema de discusión. En la quinceava estaba claro que los griegos no querían insertar la expresión en el credo aunque era imperativo para el bien de la Iglesia como salvaguardia contra futuras herejías. Muchos griegos comenzaron a desesperar de poder realizar la unión proyectada y hablaron de regresar a Constantinopla. El emperador no quiso escucharles pues aún esperaba la reconciliación y logró apaciguar los ardorosos espíritus.
Eugenio IV anunció entonces su intención de mover el concilio a Florencia por las dificultades monetarias y por un briote de peste en Ferrara. Habían muerto ya muchos latinos y entre los griegos, el metropolitano de Sardes y toda el grupo que acompañaba a Isidoro de Sardes se vio atacado por la enfermedad. Los griegos consintieron finalmente el traslado y en la sesión dieciséis y última de Ferrara se leyó la bula papal, en latín y en griego, por la que el concilio era trasladado a Florencia (enero de 1439).
La sesión decimoséptima (y primera de Florencia) tuvo lugar en el palacio papal, el 26 de febrero. En nueve consecutivas sesiones del concilio el Filioque fue el tema principal y en la penúltima (24 de Ferrara, octava de Florencia) Giovanni di Ragusa expuso claramente la doctrina Latina en los siguientes términos: “La Iglesia Latina reconoce solo un principio, una causa del Espíritu Santo, es decir, el Padre. Es del Padre que el Hijo tiene su lugar en la Procesión del Espíritu Santo. Es en este sentido que el Espíritu Santo procede del Padre, pero El procede también del Hijo.”
En la última sesión el mismo teólogo expuso de nuevo la doctrina después de lo cual las sesiones se cerraron a petición de los griegos puesto que parecía inútil prolongar más las discusiones teológicas. En esta situación comenzaron los activos esfuerzos de Isidoro de Kiev y como resultado de más reuniones, Eugenio IV submitió cuatro proposiciones resumiendo el resultado de las discusiones previas y exponiendo la debilidad de la actitud de los griegos, que no queriendo aceptar la derrota, el cardenal Bessarion, en una reunión especial de los griegos 13 y 14 de abril 1439 – pronunció el famoso discurso a favor de la reunión y fue apoyado por Georgius Scholarius. Ambas partes volvieron a reunirse y por fin para poner fin a los equívocos, los latinos formularon y leyeron una declaración de su fe en la que afirmaban que no admitían dos “principia” en la Trinidad, sino uno solo, el poder productivo del Padre y del Hijo y que el del Espíritu Santo procede también del Hijo. Admitían, por consiguiente, dos hipóstasis, una acción un poder productivo y un producto debido a la sustancia y las hipóstasis del Padre y del Hijo. Los Griegos respondieron a esto con una contra - fórmula equívoca, por lo que Bessarion, Isidoro de Kiev y Dortheus de Mitylene, animados por el emperador, se declararon claramente a favor del ex filio.
La reunión de las Iglesias parecía estar a la vista. Cuando, finalmente, a petición del emperador, Eugenio IV prometió a los griegos ayuda militar y financiera de la Santa Sede como resultado de la proyectada reconciliación, los griegos declararon (3 de junio 1439) que reconocían la procesión del Espíritu santo del padre y del Hijo como de un “principium” (arche) y de una causa (aitia). El 8 de junio se alcanzó un acuerdo final sobre esta doctrina. Las enseñanzas latinas respecto a los ácimo y el purgatorio fueron también aceptadas por los griegos. Respecto a la primacía declararon que garantizarían al papa todos los privilegios que había tenido antes del cisma.
También se llegó a un acuerdo amistoso respecto a la forma de consagración en la misa (ver EPIKLESIS). Casi simultáneamente con estas medidas, moría, el diez de junio, el patriarca de Constantinopla, pero antes de haber firmado y redactado una declaración en la que admitía el Filioque, el purgatorio y la primacía papal. Sin embargo la reunión de las iglesias no era aún un hecho consumado. Los representantes griegos insistieron en que si declaraciones anteriores eran solo opiniones personales, y que aún era necesario obtener el asentimiento de la Iglesia griega reunida en sínodo. Y consecuentemente había peligro de que dificultades insuperables amenazaran deshacer lo que se había conseguido. El 6 de julio, sin embargo, el famoso decreto de unión (Laetentur Coeli), cuyo original se conserva aun en la biblioteca Laurentiana de Florencia, fue anunciado formalmente en la catedral. Para los intereses de los griegos, el concilio había terminado y partieron enseguida. Los latinos permanecieron para promover la reunión con las otras iglesias orientales -- los Armenios (1439), los Jacobitas de Siria (1442),los de Mesopotamia, entre el Tigris y el Eúfrates (1444) los Caldeos o Nestorianos y los Maronitas de Chipre (1445). Este fue el último acto público del concilio de Florencia, ya que los procedimeintos posteriores desde 1443 en adelante tuvieron lugar en el palacio Laterano de Roma.
La erudición de Bessarion y la energía de Isidoro de Kiev fueron los principales responsables de la reunión de las iglesias conseguida en Florencia. Ahora había que asegurarse de que fueran aceptadas en oriente. Pera ello, Isidoro de Kiev fue enviado a Rusia como legado papal y cardenal, pero los príncipes moscovitas, celosos de su independencia religiosa rehusaron aceptar los decretos del concilio de Florencia. Isidoro fue apresado, escapó y se refugió e Italia. Tampoco en el imperio griego fueron mejor las cosas. El emperador permaneció fiel, pero algunos de los diputados griegos, intimidados por el descontento que había entre su propia gente desertaron de su posición y pronto volvieron a la masa de cisma que les rodeaba. Constantino, el nuevo emperador, hermano de Juan Paleólogo intentó inútilmente vencer la oposición del clero bizantino y del pueblo. Isidoro de Kiev fue enviado a Constantinopla para conseguir la deseada aceptación del decreto florentino "Decretum Unionis" (Laetentur Coeli), pero antes de que lograra éxito alguno la ciudad cayó (1453) ante las hordas de Mohammed II.
Del Concilio de Florencia resultó al menos una ventaja: proclamó ante latinos y griegos que el Romano Pontífice era la más importante autoridad eclesiástica en la cristiandad y Eugenio IV pudo así detener el cisma que amenazaba a la iglesia occidental de nuevo (ver BASILEA, CONCILIO DE). Este concilio fue pues testigo de la rápida rehabilitación de la supremacía papal y facilitó el regreso de hombres como Aeneas Sylvius Piccolomini que en su juventud había tomado parte en el concilio de Basilea, y terminó reconociendo su actitud errónea, y acabó siendo papa con el nombre de Pío II.
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