(Mt 20,17-34).
De las cuatro madres nombradas en el Evangelio de Mateo, la de los Zebedeos es la única que no tiene nombre, y cuando es citada no se la recuerda como mujer de Zebedeo, sino únicamente como la madre de sus hijos.
De las cuatro madres nombradas en el Evangelio de Mateo, la de los Zebedeos es la única que no tiene nombre, y cuando es citada no se la recuerda como mujer de Zebedeo, sino únicamente como la madre de sus hijos.
Esta mujer, que vive en función de sus hijos, de hecho es conocida solamente como "la madre de los hijoz de Zebedeo" (Mt 20,20). Es nombrada además formando parte del grupo de mujeres que han "seguido a Jesús desde Galilea para asistirlo" (Mt 27,55). Pero el fin último de este servicio se desvela en una intervención que desenmascara una ambición desde tiempo incubada, y arroja una luz tan negativa sobre esta mujer que Lucas, el evangelista que exalta el papel de las mujeres en su evangelio, se ve obligado a censurar todo el episodio.
Jesús contempla Jerusalén y por tercera vez trata de hacer comprender a los discípulos su programa: "Mirad, estamos subiendo a Jerusalén y el Hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y letrados: lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos, para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen" (Mt 20,18-19).
Jesús no podía ser más claro: en Jerusalén, el hijo de Dios no será coronado rey de la Ciudad Santa, sino clavado en un patíbulo donde morirá como un "maldito de Dios" (Dt 21,23; Gál 3,13).
Jesús trata de hacer comprender a sus discípulos que no sube a Jerusalén para quitar el poder a cuantos lo detentan, sino que va para ser matado por los representantes de Dios y del César.
Las otras dos veces en las que Jesús ha intentado hacer comprender a sus discípulos el significado de la subida a Jerusalén, la acogida por parte de ellos no había sido buena; más aún, la primera vez, Jesús había sido expresamente increpado por Pedro a quien no agradaba su funesto programa (Mt 16,21-23). Al segundo intento los discípulos se habían inquietado momentáneamente, pero, después, la perspectiva de permanecer sin un jefe había tenido como efecto el desencadenamiento de un litigio sobre la común aspiración de todo el grupo: "¿Quién es más grande en el reino de Dios?" (Mt 18,1).
Esta tercera vez, la declaración de Jesús sobre la ya cercana muerte y resurrección es interrumpida por la inoportuna acción de una mujer: "Entonces se acercó a Jesús la madre de los Zebedeos con sus hijos para rendirle homenaje y pedirle algo".
El evangelista subraya el gesto de la mujer que se inclina delante de Jesús, pero en realidad el bajarse en gesto de humildad esconde el deseo de elevarse por encima de los otros. De hecho la imperativa demanda de la mujer es: "Dispón que cuando tú reines, estos dos hijos míos se sienten uno a tu derecha y el otro a tu izquierda".
Con esta demanda la madre, y con ella los hijos demuestran ser completamente sordos a cuanto ha sido anunciado por Jesús, porque están cegados por sus sueños de gloria ("Por mucho que oigáis no entenderéis", Mt 13,14).
Sentarse a la derecha e izquierda de alguien significa tener el mismo poder (1 Re 2,19). La mujer del Zebedeo, deseosa de una carrera ascendente para sus propios hijos, ordena a Jesús proceder rápidamente al nombramiento de Santiago y Juan como "primeros ministros" de su reino.
Comentando esta escena, Jerónimo liquida la intervención de la madre de los hijos de Zebedeo como "causada por la impaciencia típicamente femenina... un error de mujer dictado por el amor materno" (III,21).
Qué cosa no haría una madre con tal de ver colocados a sus propios hijos.
Pero la madre no sabe que está empujando a la ruina a sus hijos y dividiendo al grupo de los discípulos.
En lugar de responder a la mujer, Jesús se vuelve directamente a los discípulos y les pregunta si también ellos están de acuerdo con la petición de su madre, si son conscientes de las crecientes dificultades que habrán de afrontar para permanecer a su lado y que se concretarán en la condena a muerte.
El diálogo se desenvuelve en un plano equívoco. Mientras que para los discípulos "sentarse a la derecha e izquierda" de Jesús significa asegurarse los primeros puestos en palacio, para Jesús se trata de ser capaces de afrontar el deshonor y la muerte infamante: "¿Sois capaces de pasar el trago que voy a pasar yo?".
Los dos presuntuosos discípulos, dispuestos a todo con tal de conseguir el poder, no tienen ninguna duda y responden descaradamente: "Podemos".
Cuestión de tiempo.
Un par de días después, durante la cena con Jesús, afirmarán heroicamente estar preparados para morir con él (Mt 26,35), pero de pronto, después de la cena, en Getsemaní, cuando finalmente se encuentren de cara al "cáliz" que hay que beber, se revelarán pusilánimes, fuertes solamente en su torpeza.
A la petición de Jesús de estar cerca de él en aquellos terribles instantes que precederán al arresto del hijo de Dios "con machetes y palos, como si fuera un bandido" (Mt 26,55), responderán durmiéndose profundamente, prontos, sin embargo, a despertarse de golpe al primer atisbo de peligro para su integridad física y a huir como conejos: "Todos los discípulos lo abandonaron y huyeron" (Mt 26,56).
"El que quiera venirse conmigo, que reniegue de sí mismo, que cargue con su cruz y entonces me siga", había dicho Jesús (Mt 16,24); pero en el patíbulo, a derecha e izquierda, no estarán los dos discípulos, sino "dos ladrones" (Mt 27,38). Mientras tanto el resultado inmediato de la recomendación de la madre de los discípulos es la enésima disputa en el interior del grupo de los seguidores de Jesús, que "se indignaron contra los dos hermanos" no ciertamente por sus pretensiones, sino por haberse adelantado con engaño en la carrera sin exclusión de zancadillas para ocupar los puestos más importantes (Mt 18,1).
Todos los discípulos están convencidos de seguir a un Mesías victorioso por el camino del triunfo. Y Jesús, con paciencia verdaderamente divina, intenta una vez más hacerles comprender quién es y qué quiere hacer, y que su reino no tiene nada que ver con lo imaginado y esperado por ellos.
Su idea de un reino basado en el poder y el dominio, no sólo les separa del reino anunciado por Jesús, sino que los vuelve en todo semejantes a los paganos, donde "los jefes de las naciones las dominan y los grandes les imponen su autoridad".
A continuación Jesús advierte a los discípulos que so comunidad no deberá imitar la estructura del poder existente en la sociedad: "No será así entre vosotros; al contrario, el que quiera hacerse grande sea servidor vuestro y el que quiera ser primero sea siervo vuestro".
Jesús había enseñado a los suyos que "le basta al discípulo con ser como su maestro" (Mt 10,25), y ahora les pide aprender de él, que "no ha venido para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por todos" (Mt 20,28).
A la petición de la madre de Santiago y Juan, y al sucesivo encuentro con el resto del grupo, el evangelista hace seguir un episodio muy importante,la última curación realizada por Jesús, última ocasión para recibir de él la vida antes de que sea matado.
La escena que sigue a la petición de los dos discípulos tiene por protagonista a dos ciegos, personajes en los que el evangelista representa la ceguera de Santiago y Juan, discípulos que, tentados por la ambición del poder, no llegan a "ver" la voluntad de Dios en el itinerario de Jesús.
Mientras Jesús se ha presentado a sí mism como uno que saldrá al paso de calumnias y persecuciones, y ha invitado a sus discípulos a afrontar valientemente el desprecio de la sociedad ("si al cabeza de familia le han puesto de mote Belcebú, ¡cuánto más a los de su casa!", Mt 10,25), estos ciegos son figura de los discípulos, incapaces de ver porque, en lugar de seguir al Mesías despreciao "en su tierra y en su casa" (Mt 13,57), siguen sus sueños de gloria.
Para facilitar la identificación de los dos ambiciosos discípulos con los dos ciegos, el evangelista, con un artificio literario, hace desaparecer del relato a todos los discípulos dejando en escena únicamente a los ciegos y la multitud. Después coloca toda una serie de términos que permiten al lector identificar en los dos ciegos de Jericó a los hijoz de Zebedeo.
Santiago y Juan habían pedido estar sentados a la derecha y a la izquierda de Jesús en su reino. Los dos ciegos son presentados sentados, pero "junto al camino", expresión que en el evangelio de Mateo se encuentra únicamente en la parábola del sembrador (Mt 13,1-23).
Como "una semilla sembrada junto al camino", la enseñanza de Jesús se ha perdido a causa de la ambición y el deseo de poder ("el Malo"): "Siempre que uno escucha el mensaje del Reino y no lo entiende, viene el Malo y se lleva lo sembrado en su corazón" (Mt 13,19).
A través de estas imágenes, el evangelista quiere significar que cuantos están dominados por la ambición y el poder son completamente refractarios a la simiente-mensaje de Jesús, igual que los dos discípulos que, mientras Jesús habla de muerte, persiguen ideales de grandeza: "Por mucho que véais no percibiréis" (Mt 13,14).
Los dos ciegos, oyendo que pasaba Jesús, se pusieron a gritar: "¡Señor, ten piedad de nosotros, hijo de David!".
En esta invocación está la causa de la ceguera. Los dos ciegos, como los dos discípulos, reconocen en Jesús al Señor, pero entendido como "hijo de David".
El "hijo" en la cultura hebrea es aquél que se asemeja al padre en el comportamiento.
Los discípulos están ciegos, porque piensan que Jesús es "hijo de David", esto es, que se comporta como el gran rey de Israel que unificó todas las tribus y dio gran expansión al reino, y que asignó a sus más íntimos amigos los puestos más importantes (2 Sam 8,15-18).
Pero Jesús es el "hijo de Dios vivo" (Mt 16,16, no el "hijo de David", Mt 22,41-45).
En el programa de Jesús hay un reino, pero el de Dios, no el de Israel.
También Jesús ensanchará los confines del reino, pero dando la vida y no quitándola a los otros, como el sanguinario David, que "no dejaba con vida hombre ni mujer (1 Sm 27,9).
Si a David no se le permitirá construir el templo a Dios, porque sus manos "han derramado mucha sangre" (1 Cr 22,8), Jesús, fuente de vida, con su sangre, será el verdadero templo de Dios (Jn 2,19-21).
Jesús se vuelve a los dos ciegos con la misma pregunta formulada a la madre de sus discípulos (¿Qué quieres?): "¿Qué queréis que haga por vosotros?".
Los dos ciegos/discípulos piden a Jesús poder recuperar la vista, y Jesús, enviado de Dios "para abrir los ojos a los ciegos" (Is 42,6), "les tocó los ojos y al momento recuperaron la vista".
Los discípulos parecen ahora capaces de seguir a Jesús y no solamente de acompañarlo... pero la curación obrada por Jesús se mostrará ineficaz y aquellos mismos ojos liberados volverán a las tinieblas; el seguimiento de Jesús se detendrá en Getsemaní "porque sus ojos no se les mantenían abiertos" (Mt 26,43).
Jesús había pedido a Santiago y a Juan (junto a Pedro) vigilar y orar para 2no ceder a la tentación" (Mt 26,41).
Los tres que aspiraban a ser "tenidos por columnas" de la comunidad (Gál 2,9), en lugar de vigilar se duermen; la tentación los ha vencido.
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