miércoles, 24 de diciembre de 2014

LA CASA DEL LEPROSO.

 
La acción se desenvuelve en "Betania, en la casa de Simón, el leproso", cuando "faltaban dos días para la Pascua y los Ázimos, y los sumos sacerdotes y los letrados andaban buscando cómo dar muerte a Jesús prendiéndolo a traición" (Mc 14,1).

Betania, situada frente a Jerusalén, es la aldea de la que Jesús salió para subir al templo y arrojar "a los que vendían y compraban" (Mc 11,12-15).

Mientras en Jerusalén, en el sanedrín, se decide el asesinato de Jesús, en Betania, en la casa de un leproso, considerado maldito por Dios, encuentra refugio el Dios con los hombres (es significativo que la etimología popular mantenga como significado de Betania "Casa de los pobres").

En la escena de Betania se describen tres reacciones diferentes a la decisión de matar a Jesús, tomada por las autoridades: la acción de la mujer representa a cuantos han elegido seguir hasta el límite a su maestro afrontando con él la cruz; la reacción indignada de los discípulos manifiesta la incomprensión por la muerte de Jesús, considerada "una pérdida", y la traición de Judas indica el abandono de Jesús por parte de cuantos miran sobre todo su propio interés.

"Estando él (Jesús) reclinado a la mesa... llegó una mujer". Esta mujer, cuyo gesto deberá ser dado a conocer al "mundo entero", es anónima (solamente en el evangelio de Juan la mujer es identificada como María, hermana de Lázaro, Jn 12,3): más allá de la realidad histórica, en este personaje el evangelista representa el modelo de adhesión a Jesús con el que todo lector puede identificarse.

La mujer, que tiene consigo "un frasco de perfume de nardo auténtico de mucho precio, quebró el frasco y se lo fue derramando en la cabeza".

En los evangelios cualquier detalle que de suyo no ayude a arrojar luz sobre el texto (que el perfume sea de nardo o de jazmín, ¿qué cambia?) tiene siempre un significado cargado de connotaciones teológicas. En esta acción, la única del evangelio en que Jesús pide que se divulgue por todos sitios, el evangelista cuida los detalles enriqueciéndolos de significado.

El perfume es símbolo de vida que se opone al hedor de la muerte (mientras Lázaro, muerto, yace en el sepulcro "despide mal olor"), pero después, en el banquete al que asiste resucitado, "toda la casa se llena de la fragancia del perfume" (Jn 11,39; 12,2-3).

Pero el perfume es también símbolo del amor, y para evidenciar este significado el evangelista especifica que es de nardo.

Este preciosísimo ungüento, extraído de las racíes de una planta típica de la India es hata tal punto costoso que era con frecuencia falsificado (Plinio, Hist. nat. 12,72); en toda la Biblia aparece únicamente en el Cantar de los Cantares para expresar el amor de la esposa para con el esposo: "Mientras el rey estaba en su diván, mi nardo despedía su perfume" (Cant 1,12; 4,13.14).

Marcos, que reconoce en Jesús abiertamente al Esposo (Mc 2,19), simboliza en la mujer anónima la comunidad-esposa y presenta la relación de amor entre Jesús y cuantos lo siguen con la imagen, querida por los profetas, de la relación nupcial entre Dios y su pueblo (Os 2).

El evangelista, para precisar que este nardo es "genuino", utiliza un término que significa "auténtico" referido a cosas, y "fiel" cuando se atribuye a personas.

Este recurso literario sirve a Marcos para representar con la imagen del perfume genuino el amor fiel de la mujer.

Finalmente se subraya que este perfume de "gran valor", es valorado por los escandalizados comensales "en más de trescientos denarios".

Teniendo en cuenta que el salario medio de un obrero era de un denario al día (Mt 20,2), el valor del perfume corresponde a casi un año de salario.

El "gran valor" de este perfume, expresión del amor auténtico, es una ulterior alusión al Cantar de los Cantares; "Si alguien quisiera comprar el amor con todas las riquezas de su casa, se haría despreciable" (Cant 8,7).

Mientras Judas piensa ganar algo traicionando al amor, la mujer demuestra a Jesús un amor que no tiene precio, porque el amor, el auténtico, no calcula, "no busca su interés" (1 Cor 13,5).

También la acción de romper el vaso y derramar el ungüento sobre la cabeza de Jesús es rica en significado simbólico. El amor no puede ser verdadero si no se hace don, y en el gesto de quebrar el vaso la mujer intenta expresar la ofrenda de su vida, como hará Jesús (Mc 10,45).

Marcos precisa además que el ungüento es derramado por la mujer sobre la cabeza de Jesús.

El evangelista equipara la acción de la mujer a la de los profetas encargados de ungir al rey de Israel: "Coge la aceitera y derrámasela sobre la cabeza, diciendo:

"Así dice el Señor: Te unjo rey de Israel" (2 Re 9,1-3; 1 Sm 10,1).

Con su acción la mujer reconoce en Jesús al verdadero rey y se declara dispuesta a dar su vida con aquel que, algunos días después, será crucificado como "Rey de los Judíos" (Mc 15,26).

Gracias a este gesto la mujer se convierte para Jesús en "perfume de su conocimiento" ("Doy gracias a Dios, que constantemente nos asocia a la victoria que él obtuvo por el Mesías y que por medio nuestro difunde en todas partes el perfume de su conocimiento", 2 Cor 2,14).

Pero si la mujer, derramando el perfume, se muestra dispuesta a dar su propia vida, otros, aquellos que "acompañan" a Jesús, pero no lo "siguen", encuentran inútil la muerte del Mesías y reaccionan enojados: "¿Por qué se ha malgastado así el perfume?".

Jesús había dicho: "El que quiera poner a salvo su vida, la perderá; en cambio, el que pierda su vida por causa mía y de la buena noticia, la pondrá a salvo" (Mc 8,35).
La mujer ha aceptado esa "pérdida" de la vida, y lo ha manifestado en la "pérdida de perfume" para convertirse ella misma en "perfume de Cristo... olor que da vida y sólo vida" (2 cor 2,15-16).

En la reacción indignada del grupo, que considera un derroche el derramamiento del perfume, el evangelista representa a cuantos no han aceptado la invitación a la entrega total de sí mismos.

Éstos, que quieren "salvar la propia vida", consideran un error la muerte de Jesús y no están dispuestos a seguirlo por el camino de la cruz.

De hecho, según Marcos, en el Gólgota no habrá ningún hombre, sino solamente las mujeres "que, cuando él estaba en Galilea, lo seguían prestándole servicio, y además otras muchas que habían subido con él a Jerusalén" (Mc 15,40).

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