El
anticristo está en la historia
Para comprender en su significado profundo el tema del Anticristo
no basta el recurso a los textos bíblicos que hablan de él, ni la
referencia a la macabra historia del uso del término Anticristo con el
que los cristianos polemizaban entre sí, Papas contra emperadores, místicos
perturbados contra jerarcas de malas costumbres, Lutero contra Roma, el
Occidente cristiano contra el Oriente musulmán, etc.
Cristo
y Anticristo
El tema del Anticristo queda desmitologizado cuando se piensa en
el contexto general de la historia de la salvación que cubre toda la
historia. Toda la realidad, cósmica y humana, está estigmatizada por una
profunda ambigüedad: es la historia del bien y del mal, de la mentira y
de la verdad, de la alienación y de la realización. Esa ambigüedad es
tan profunda que penetra la estructura más íntima de cada ser.
Puede ser representada por
la cabeza de Jano de la mitología romana, una cabeza con dos rostros: uno
sonriente que expresa la virtud, la gracia, la jovialidad, y otro cínico
que retrata el vicio, el egoísmo y el orgullo. Esa misma paradoja
constituye la narración de la cizaña y del trigo tal como la enseñaba
Jesús (Mt 13,24-43). Y así seguirá sucediendo hasta la consumación de
los tiempos. «Historia anceps, historia bifrons», historia con dos
frentes, observaba San Agustín: una, «civitas Dei» y otra, la «civitas
terrena» o la «civitas diaboli». «Perplexae quippe sunt istae duae
civitates invicemque permixtae», como decía en una genial formulación («De
civ. Dei», 1,35; 11,1 ; 19,26); estas ciudades son diferentes pero están
entremezcladas. El misterio de la iniquidad (2 Tes 2,7) crece al lado del
misterio de la piedad (1 Tim 3,16). El proceso histórico está
constituido por el embate de estas dos dimensiones de una misma realidad.
Es el enfrentamiento entre Cristo y el Anticristo.
Para comprender esto con
exactitud no debemos personalizar ni hipostasiar al Cristo y al
Anticristo. Cristo es una dimensión, un título, un nombre, para señalar
una realidad histórica. Significa la historia del amor en el mundo, desde
los tiempos primordiales hasta su culminación escatológica y definitiva
en Jesús de Nazaret.
La dimensión-Cristo se
realiza siempre que se vive el amor-donación, siempre que se instaura la
justicia, triunfa la verdad y se establece la comunión con Dios en
cualquier ámbito del tiempo y del espacio.
Jesús de Nazaret fue
aquella persona histórica que vivió con tal radicalidad la dimensión-Cristo
que llegó
a identificarse con ella
hasta convertirse en su nombre propio. Por eso profesamos que Jesús de
Nazaret es el Cristo.
Esta concepción del Cristo
nos hará comprender qué significa el Anticristo. No se trata en primer
lugar de una persona, sino de una atmósfera opuesta a la atmósfera-Cristo.
Es la historia del odio en el mundo. Siempre que se instaura la voluntad
de poder, siempre que se organiza la división e impera el egoísmo, se
hace concreta la dimensión-Anticristo en la amplia escena del ayer y del
hoy, del aquí y el allá. Esa dimensión-Anticristo puede encarnarse en
personas malvadas, en estructuras injustas y en sistemas inhumanos.
Mientras vamos peregrinando envueltos en la ambigüedad del «simul iustus
et peccator» todos somos, en proporción mayor o menor, Cristo y
Anticristo.
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