lunes, 29 de diciembre de 2014

EL ANTICRISTO...

El misterio de iniquidad: el Anticristo.
 El Anticristo es la articulación del mal en la historia. La Biblia lo llama simplemente el misterio de la iniquidad (2 Tes 2,7). El pecado penetra todas las dimensiones de la realidad. El pecado no consiste tanto en el gozo del placer ilícito, ni está sólo en la trasgresión de leyes o mandamientos, sino que su raíz consiste en la voluntad de poder del hombre que se quiere autoafirmar e intenta imponerse a sí mismo. El estatuto ontológico y creacional del hombre está constituido por su permanente referencia a Dios.
Por eso no puede imponerse y hacer de sí mismo el punto de referencia de sus relaciones. Es un enviado del misterio de Dios; vive con la vigencia del vigor de Dios que le concede poder saber, poder domesticar, poder hablar, poder articular la realidad. Pero escapa a su poder la fuerza en virtud de la cual todo lo puede. Hasta el mal que hace lo hace con la energía recibida del misterio de Dios.  
La dimensión-Anticristo es la resultante de la voluntad del hombre de competir con Dios diciendo: yo me decido, vivo y construyo por mis propias fuerzas. Desde el momento en que la realidad dependa del hombre y él se haga centro de todo, surgirá la hybris y el orgullo. La voluntad de poder genera la búsqueda de la certeza; la búsqueda de la certeza crea la tendencia a asegurarse; esa tendencia a asegurarse origina la represión; la represión causa la injusticia y la injusticia fructifica en todas las formas de divisiones y violencias, de rebeldías y de inhumanidades. Ese autoasegurarse del hombre, con olvido de su imbricación en Dios aun en el acto de negarlo, se puede articular a nivel personal. Entonces surge el egoísmo, la envidia, el orgullo, el fanatismo de quien cree tener en sí los criterios para juzgar a los demás, el fariseísmo de quien se escandaliza por los desarreglos del mundo porque no percibe que esos desarreglos están en él mismo y constituyen una dimensión de su propia realidad, remachada por él y no aceptada en forma integradora. Este autoasegurarse se puede hacer concreto a nivel de sociedad. Irrumpen entonces virulentas las ideologías totalitarias. Se proclama la raza como absoluto. El lucro es considerado como determinante. Se celebra la técnica como salvadora. El proletariado es saludado como Mesías. La libido se entroniza como explicación absoluta del dinamismo psíquico. El poder del más fuerte se constituye en criterio de las relaciones entre los pueblos. El ansia de seguridad se impone como precio del desarrollo. Estas ideologías tienen sus sacerdotes y sus profetas; se encarnan en personas históricas que las asumen y proclaman; consiguen generar toda una estructuración social y fundar una historia propia.
Esa misma tendencia a la seguridad se hace cuerpo también en la religión. Aparece entonces, no la búsqueda de la verdad que es Dios, sino la certeza que idolatra un sistema de proposiciones dogmáticas y canónicas, olvidando que el misterio no se deja agarrar, que se substrae a todas las fórmulas y se vela en cada revelación. Por eso no puede ser manipulado en función de intereses religiosos o eclesiásticos. Si la religión puede hacer el bien todavía mejor y es el lugar en 21 que el misterio se patentiza más diáfanamente, cuando es manipulada y degradada a instrumento de poder, hace peor el mal, más tiránico el fanatismo y más venenoso el odio.  
Todo esto constituye la atmósfera del Anticristo en la historia. Se opone radicalmente a la dimensión “Cristo”. Ambos crecen justos; coexisten en cada hombre y en cada situación social y humana. La misma Iglesia, según el lenguaje del donatista Ticonio, contemporáneo de San Agustín, lenguaje que luego recogerían otros Padres de la Iglesia, es un «corpus bipertitum» (cuerpo bipartito), un «corpusmixtum». Posee dos lados como todo cuerpo, uno derecho y otro izquierdo. Es Cristo y Anticristo, Jerusalén pura y Babilonia adúltera, «casta meretrix», como decía Agustín con fuerte expresión, o negra y hermosa, con las palabras del Cantar de los Cantares (1,5) aplicadas a la Iglesia. Es Cristo porque en ella mora la gracia, cunde la salvación y está presente el Resucitado. Pero aparece también como Anticristo en cuanto que en ella viven pecadores, se estancan estructuras de poder en vez de servicio y domina la lectura dogmática del derecho canónico y la lectura canónica de los dogmas. Eso significa que en ella también crece el Anticristo hasta el momento de la gran «discessio» (escisión y separación) cuando ocurra la definitiva «revelatio» y parusía de Cristo. La misma función del Papado no escapa a esta profunda paradoja, ya presente en la figura de Pedro. El es la piedra de Dios sobre la que se construye la Iglesia (Mt 18,18) y al mismo tiempo escándalo, «Satanás» (Mc 8,33) que se opone a los designios de Dios. Este aspecto nos ha sido recordado modernamente con sin igual claridad por el gran teólogo católico Josef Ratzinger («Das neue Volk Gottes», Düsseldor.f 1970).
La fe realista y fuerte sabe mantener esa tensión entre Cristo y Anticristo. Tal es la condición del «homo viator» hasta el término de su camino. Esa ambigüedad inevitable lo hace humilde, capaz de esperarlo todo de la gracia de Dios y de mantener bajo una crítica permanente las fuerzas que se manifiestan en la historia en su actual situación decadente. Urge identificar concretamente la cizaña y el Anticristo sembrados en la mies del trigo bueno y de Cristo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Procura comentar con libertad y con respeto. Este blog es gratuito, no hacemos publicidad y está puesto totalmente a vuestra disposición. Pero pedimos todo el respeto del mundo a todo el mundo. Gracias.