La reconciliación efectuada por Cristo
alcanza al mundo entero. Puede preguntarse cómo es esto posible y qué
significa, siendo así que la inmensa mayoría de los hombres no tienen
noticia del hecho.
Tres símiles usaremos para entenderlo. El primero, de sabor muy
contemporáneo, es la concesión de nueva ciudadanía a los habitantes de
un territorio conquistado 1°. El estado a que se integra la región
concede a todos los individuos de ella los derechos de ciudadano con un
acto independiente de las voluntades individuales y que alcanza aun a los
niños pequeños, incapaces de entender ni de asentir. Todos automáticamente
participan de las ventajas de la nueva ciudadanía y tienen derecho a la
protección de las nuevas autoridades.
La segunda comparación, la vacuna, pertenece
también a nuestra cultura. En caso de epidemia se impone la vacunación
obligatoria a todos los habitantes del país, aunque no comprendan el
provecho de la profilaxis o no tengan siquiera uso de razón.
El tercer símil es la amnistía. La otorga un jefe de Estado sin
consultar con los beneficiarios. Todos los que se encuentren en las
circunstancias previstas pueden acogerse a ella.
La primera ilustra, sobre todo, la accesibilidad del perdón del
reino de Dios. La reconciliación está hecha. Todo el que pase a la zona
liberada recibe sin más la ciudadanía, y no hay muros que separen esa
zona. Para entrar se requiere un documento, ahora al alcance de todos: el
amor de ayuda al prójimo. Quien ha recibido el sello de Cristo, lleva
además la fe.
La comparación con la vacuna muestra la legitimidad de una decisión
benéfica, aunque sea unilateral. Apunta también al efecto médico de la
reconciliación. Jesús mismo se llamó médico de los pecadores (Mt 9,
12) y la tradición vio en Cristo al samaritano que venda la herida del
mundo. El ha curado la parálisis del género humano, permitiéndole andar
por el camino que lleva a la vida.
La amnistía es comparación empleada por san
Pablo, que pone como condición la fe (Rom 1,17). Hay que completar su
doctrina con la que expone Cristo en la descripción del juicio final (Mt
25,34-40): la ayuda sincera al prójimo, aun sin intención religiosa,
abre también las puertas del reino. Esta comparación con la amnistía
responde al mismo tiempo a una dificultad: ese acto unilateral de Dios, ¿no
es un atentado a la libertad del hombre? Dar la vuelta a la llave de la
prisión para abrirla no es atentar contra la libertad, es concederla;
descargar al hombre del pecado es darle libertad de movimientos. La
iniciativa divina no exime tampoco al hombre de ninguna responsabilidad,
al contrario, al darle la salud, lo pone en condiciones de actuar por sí
mismo.
Hay cierto paralelismo entre la redención y ciertos milagros evangélicos,
como la resurrección de la hija de Jairo. Nadie podrá decir que Cristo
limita la libertad de la niña al resucitarla; dándole la vida, le
concede ser libre. El regalo de Dios no es humillante ni desconoce la
dignidad del hombre; la abre un camino para que sea plenamente él mismo.
Otras comparaciones podrían aducirse para probar que la decisión
unilateral de Dios no suprime la libertad, sino que la realza: el perdón
de una deuda (Mt 18, 23-35), la voluntad del testador (Gál 3,15‑20)
o la supresión de un impuesto por parte de un gobierno. Aunque
independientes de la voluntad de los individuos, cada uno de estos actos
otorga un beneficio que ensancha las posibilidades de acción.
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