lunes, 29 de diciembre de 2014

Para el mundo entero

La reconciliación efectuada por Cristo alcanza al mundo entero. Puede preguntarse cómo es esto posible y qué significa, siendo así que la inmensa mayoría de los hombres no tienen noticia del hecho.
 Tres símiles usaremos para entenderlo. El primero, de sabor muy contemporáneo, es la concesión de nueva ciudadanía a los habitantes de un territorio conquistado 1°. El estado a que se integra la región concede a todos los individuos de ella los derechos de ciudadano con un acto independiente de las voluntades individuales y que alcanza aun a los niños pequeños, incapaces de entender ni de asentir. Todos automáticamente participan de las ventajas de la nueva ciudadanía y tienen derecho a la protección de las nuevas autoridades.
 
La segunda comparación, la vacuna, pertenece también a nuestra cultura. En caso de epidemia se impone la vacunación obligatoria a todos los habitantes del país, aunque no comprendan el provecho de la profilaxis o no tengan siquiera uso de razón.
 El tercer símil es la amnistía. La otorga un jefe de Estado sin consultar con los beneficiarios. Todos los que se encuentren en las circunstancias previstas pueden acogerse a ella.
 La primera ilustra, sobre todo, la accesibilidad del perdón del reino de Dios. La reconciliación está hecha. Todo el que pase a la zona liberada recibe sin más la ciudadanía, y no hay muros que separen esa zona. Para entrar se requiere un documento, ahora al alcance de todos: el amor de ayuda al prójimo. Quien ha recibido el sello de Cristo, lleva además la fe.
 La comparación con la vacuna muestra la legitimidad de una decisión benéfica, aunque sea unilateral. Apunta también al efecto médico de la reconciliación. Jesús mismo se llamó médico de los pecadores (Mt 9, 12) y la tradición vio en Cristo al samaritano que venda la herida del mundo. El ha curado la parálisis del género humano, permitiéndole andar por el camino que lleva a la vida.
               
La amnistía es comparación empleada por san Pablo, que pone como condición la fe (Rom 1,17). Hay que completar su doctrina con la que expone Cristo en la descripción del juicio final (Mt 25,34-40): la ayuda sincera al prójimo, aun sin intención religiosa, abre también las puertas del reino. Esta comparación con la amnistía responde al mismo tiempo a una dificultad: ese acto unilateral de Dios, ¿no es un atentado a la libertad del hombre? Dar la vuelta a la llave de la prisión para abrirla no es atentar contra la libertad, es concederla; descargar al hombre del pecado es darle libertad de movimientos. La iniciativa divina no exime tampoco al hombre de ninguna responsabilidad, al contrario, al darle la salud, lo pone en condiciones de actuar por sí mismo.
 Hay cierto paralelismo entre la redención y ciertos milagros evangélicos, como la resurrección de la hija de Jairo. Nadie podrá decir que Cristo limita la libertad de la niña al resucitarla; dándole la vida, le concede ser libre. El regalo de Dios no es humillante ni desconoce la dignidad del hombre; la abre un camino para que sea plenamente él mismo.
 Otras comparaciones podrían aducirse para probar que la decisión unilateral de Dios no suprime la libertad, sino que la realza: el perdón de una deuda (Mt 18, 23-35), la voluntad del testador (Gál 3,15‑20) o la supresión de un impuesto por parte de un gobierno. Aunque independientes de la voluntad de los individuos, cada uno de estos actos otorga un beneficio que ensancha las posibilidades de acción.

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