domingo, 28 de diciembre de 2014

El obstáculo: No estar por el hombre (Mc 3,1-7a)

Quien no tenga esta actitud no aceptará como criterio de verdad las obras de Jesús
 Como se ha visto al tratar del evangelio de Juan, la condición para dejarse convencer por las obras de Jesús es la idea de Dios como Padre que ama al hombre y desea comunicarle vida. Esta concepción de Dios tiene por consecuencia la propia actitud en favor del hombre. Quien no tenga esta actitud no aceptará como criterio de verdad las obras de Jesús.
  Un ejemplo palmario de falta de amor al hombre se encuentra en Mc 3,1-7a, segundo episodio en una sinagoga, donde Jesús cura al hombre que tenía un brazo atrofiado.
  También este inválido es un prototipo. De hecho, en esta sinagoga no hay público alguno; los únicos personajes mencionados son Jesús, el inválido y los fariseos; no hay tampoco reacción de un público presente a la acción de Jesús. Esto significa que el inválido representa al público, a los fieles de la sinagoga, quienes, por la interpretación de la Ley propuesta en ella (compendiada en la observancia del sábado) y propugnada por los fariseos, ha perdido su creatividad y su posibilidad de acción. La mano/brazo es símbolo de la actividad.
    

Jesús se propone sacar al pueblo del lastimoso estado en que se encuentra
Jesús se propone sacar al pueblo del lastimoso estado en que se encuentra, devolviéndole su capacidad de acción. Para ello intenta hacer razonar a los fariseos, proponiéndoles una pregunta que tiene evidentemente una sola respuesta: «¿Qué está permitido en sábado: hacer el bien o hacer el mal, salvar una vida o matar?» Es Dios mismo quien ha establecido la observancia del sábado, como día de libertad y de descanso, como prenda de la futura y total liberación del hombre. Es Dios, por tanto, el que establece lo lícito o lo ¡lícito en sábado. Jesús pregunta si Dios está en favor de la vida o de la muerte del hombre. Para todo aquel que tenga la idea del Dios creador o dador de vida, la respuesta es evidente. Pero los fariseos tienen otra idea de Dios, la del legislador impositivo y exigente, preocupado de su propio honor y de preservar el orden que él ha impuesto, no del bien o del mal del hombre.
  La respuesta a Jesús es el silencio, que nace de la obstinación. Al no estar interesados en el bien del hombre, no pueden aceptar la actividad liberadora de Jesús.

Para acercarse a él hay que dejarse empujar por el Padre.
El presupuesto para la fe: estar de parte del hombre.
Jn 6, 43-44 Replicó Jesús: «Dejaos de criticar entre vosotros. Nadie puede llegar hasta mí si el Padre que me mandó no tira de él, y yo lo resucitaré el último día».
  Jesús no entra en discusión acerca de su origen divino o humano; interrumpe el comentario, denunciando la actitud que delatan sus críticas. Para acercarse a él hay que dejarse empujar por el Padre, pero ellos no reconocen que Dios es Padre y está en favor del hombre (5,37s). Ese es el motivo de su resistencia. El Padre empuja hacia Jesús, porque éste es su don, la expresión de su amor a la humanidad (3,16; 4,10). Ellos, que no se interesan por el hombre, no esperan ese don ni lo desean (2,9b-10). La actividad de Jesús en favor de los oprimidos no los interpela, siendo el único criterio para entender quién es Jesús, su misión divina y la presencia del Padre en él (5,36; 10,38). Atrincherados en su teología, que les impide ser dóciles a Dios, no aceptan a Jesús.
  La resurrección era admitida y defendida por la escuela farisea, como premio a la observancia de la Ley. Jesús afirma que no depende de esa observancia, sino de la adhesión a él. No hay más resurrección que la que él da y que va incluida en la vida que él comunica (6,39). El es el único que dispone de la vida (5,26).

Dios no elige a algunos privilegiados para que crean en Jesús; su enseñanza se ofrece a todos
Jn 6, 45 «Está escrito en los profetas: 'Serán todos discípulos de Dios'; todo el que escucha al Padre y aprende se acerca a mí».
  Jesús toma un texto profético (Is 54,13) que se ponía en relación con Jr 31,33s: «Meteré mi Ley en su pecho, la escribiré en su corazón», deduciendo que Dios inculcaría al pueblo la fidelidad a la Ley mosaica. Jesús, sin embargo, da una interpretación diferente: Dios no enseña a observar la Ley, sino a adherirse a él. De ahí la frase siguiente: todo el que escucha al Padre y aprende, se acerca a mí.
  El texto de Isaías no está citado a la letra; en el original Dios habla a Jerusalén y dice así: «Todos tus hijos serán discípulos del Señor». Al suprimir «tus hijos», el dicho queda universalizado: «El Señor» de la profecía no es ya el Dios de Israel, sino el Padre universal (4,21).
 Según este pasaje, Dios no elige a algunos privilegiados para que crean en Jesús; su enseñanza se ofrece a todos y a todos es posible la adhesión. Pero hay que aprender del Padre y dejarse empujar. La manera como el Padre hace oír su voz y enseña al hombre la apunta Jesús al interpretar el término «Dios» de la profecía con el -apelativo «Padre», que designa a Dios como creador de vida y lleno de amor al hombre. Todo el que vea en Dios un aliado del hombre se sentirá atraído hacia Jesús. Es el mismo argumento usado antes (5,36s) para mostrar que sus obras eran un testimonio dado por el Padre.
  El universalismo de las expresiones de Jesús anuncia que la nueva comunidad no será una continuación ni una restauración de Israel como pueblo (4,21); estará abierta a todo el que escuche y aprenda del Padre, a todos los hijos de Dios dispersos (11,52).

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